lunes, 18 de diciembre de 2017

LA FIESTA DE NAVIDAD EN LA TRADICIÓN INICIÁTICA


Si existen cuatro fiestas cardinales: Navidad, Pascua, la fiesta de san Juan y la de san Miguel, no es por casualidad o porque algunos religiosos hayan considerado conveniente instituirlas, sino porque corresponden a fenómenos cósmicos. En el transcurso del año, el sol pasa por cuatro puntos cardinales (equinoccio de primavera, solsticio de verano, equinoccio de otoño y solsticio de invierno), y durante estos cuatro períodos se produce en la naturaleza gran afluencia y circulación de energías que ejercen influencia sobre la tierra y sobre todos los seres que la pueblan: las plantas, los animales, los humanos...

Los Iniciados, que han estudiado estos fenómenos, han observado que si el hombre está atento, si se prepara y se pone en armonía para recibir estos efluvios, pueden producirse en él grandes transformaciones.

La tradición Cristiana relata que Jesús nació el 25 de Diciembre, a medianoche. En dicho día, el sol acaba de entrar en la constelación de Capricornio. Simbólicamente, Capricornio está relacionado con las montañas, con las grutas, y es precisamente en la oscuridad de una gruta donde puede nacer el Niño Jesús. Durante el resto del año la naturaleza y el hombre han desarrollado una gran actividad, pero cuando se acerca el invierno muchos trabajos se paralizan, los días menguan, las noches se alargan; es el momento de la meditación, del recogimiento, lo cual le permite al hombre penetrar en las profundidades de su ser y elaborar las condiciones requeridas para el nacimiento del Niño.

Cuando sale de Capricornio, el sol entra en Acuario, y Acuario es el agua, el bautismo, la vida que brota produciendo nuevas corrientes. Al salir de Acuario el sol entra en Piscis, y allí tiene lugar esta pesca de la que hablaba Jesús cuando les decía a sus discípulos que serían pescadores de hombres.

Pero volvamos al nacimiento de Jesús. Cada año, el 25 de Diciembre, a medianoche, la constelación de Virgo asciende en el horizonte; por eso se dice que Jesús nació de la Virgen. En el punto opuesto aparece Piscis, y en medio del Cielo se puede ver la magnífica constelación de Orión en cuyo centro se alinean las tres estrellas que, según la tradición popular, representan a los tres Reyes Magos.

Dejemos a un lado la cuestión de saber si Jesús nació verdaderamente el 25 de Diciembre, a medianoche. Lo que nos interesa es que en esta fecha tiene lugar en la naturaleza el nacimiento del principio Crístico, de esta luz y de este calor que van a transformarlo todo. Durante este período, en el Cielo también se celebra esta fiesta: los Ángeles cantan y todos los Santos, los grandes Maestros y los Iniciados se reúnen para orar, para dar gloria al Eterno y festejar el nacimiento de Cristo, que nace realmente en el universo.

Y durante este tiempo, en la tierra, ¿ dónde está la gente? En los cabarets, los dancings y los clubs nocturnos, en donde comen, beben y están de juerga para festejar el nacimiento de Jesús... ¡Qué mentalidad! Y lo más extraordinario es que hasta las personas más inteligentes encuentran que es normal celebrar la Navidad de esta forma. En vez de ser consciente de la importancia de un acontecimiento que no se produce más que una vez cada año, cuando toda la naturaleza está atenta para preparar la nueva vida, el hombre tiene la cabeza en otra parte. Por eso no recibe nada: al contrario, pierde la gracia y el amor del Cielo. Porque, ¿qué creéis que puede dar el Cielo a un ser que permanece insensible a estas corrientes divinas? El discípulo, en cambio, se prepara: sabe que en la noche de Navidad, Cristo nace en el mundo en forma de luz, de calor y de vida, y prepara las condiciones convenientes para que este Niño divino nazca también en él.

Hace dos mil años Jesús nació en Palestina, pero eso no es más que el aspecto histórico de la Navidad, y el aspecto histórico, ¿ sabéis?, es secundario para los Iniciados. Porque, además de ser un acontecimiento histórico, el nacimiento de Cristo es un acontecimiento cósmico: es la primera manifestación de vida en la naturaleza, el principio de todas las manifestaciones. Luego, este nacimiento es un acontecimiento místico, es decir, que Cristo debe nacer en cada alma humana como principio de luz y de amor divino. Eso es el nacimiento de Jesús, y en tanto el hombre no posea la luz y el amor, el Niño Jesús no puede nacer en él. Puede celebrarlo, puede esperarlo..., pero nada va a ocurrir.

Jesús nació hace dos mil años, así que, para conmemorarlo, vamos a la iglesia, cantamos que Jesús vino para salvarnos, y, puesto que estamos salvados, ¿verdad?, podemos seguir pecando, bebiendo y comiendo: estamos tranquilos para toda la eternidad. Así es como los humanos comprenden el nacimiento de Jesús. Pero pocos piensan en trabajar, en estudiar, en hacer esfuerzos para que Jesús nazca interiormente en cada alma, en cada espíritu. Si basta con que Jesús haya venido a la tierra hace dos mil años, ¿ por qué el Reino de Dios todavía no ha llegado? Las guerras, las miserias, las enfermedades, todo eso debería haber desaparecido...

No niego que el nacimiento de Jesús haya sido un acontecimiento histórico de una gran importancia, pero lo esencial son los aspectos cósmico y místico de la fiesta de Navidad. Porque no solamente el nacimiento de Cristo es un acontecimiento que se produce cada año en el universo, sino que, en cada instante, Cristo puede nacer también en nosotros. Podéis releer la historia del nacimiento de Jesús tan a menudo como queráis, y cantar: «Ha nacido el divino Niño»; de nada os servirá si Cristo no nace en vosotros. Lo que ahora hace falta es que cada uno tenga el deseo de hacerlo nacer en su alma para llegar a ser como él, a fin de que la tierra esté poblada de Cristos. Esto es, además, lo que pedía Jesús cuando decía: «En verdad, en verdad os digo que aquél que crea en mí hará, también él, las obras que yo hago. Y aún más grandes». Pues bien, ¿dónde están esas obras, más grandes que las de Jesús?...

Para algunos Cristo ha nacido ya, para otros nacerá pronto, y para los demás, desgraciadamente, sólo nacerá dentro de algunos siglos. Todo depende de la preparación de las condiciones. Por eso es muy importante prepararse con mucha anticipación para esta fiesta de Navidad, a fin de comprender todo su significado. ¿Qué significa, por ejemplo, el nacimiento de Jesús en un pesebre entre un asno y un buey? ¿ y los pastores? ¿ Y los Reyes Magos? Diréis: « ¡Pero todo el mundo lo sabe!» Veremos si se sabe o no, y cómo se sabe... De todos los evangelistas, san Lucas es el que da más detalles sobre este acontecimiento; los demás apenas lo mencionan e incluso empiezan cuando Jesús se fue a orillas del Jordán a recibir el bautismo de manos de san Juan Bautista. Os leeré pues, ahora, el relato del nacimiento de Jesús en el Evangelio de san Lucas.

«En aquel tiempo se publicó un edicto de César Augusto que ordenaba el empadronamiento de todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo Quirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. José fue desde Galilea, desde la ciudad de Nazaret, hasta Judea, hasta la ciudad de David llamada Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí, se cumplieron los días de su parto, y dio a luz a su hijo primogénito y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.

»Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando su rebaño. Se les apareció un Angel del Señor, y la gloria del Señor les envolvió con su luz, quedando sobrecogidos de gran temor. Pero el Ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría que será la de todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador que es el Cristo, el Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Al instante se unió al Ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que El ama!».

»Así que los ángeles se fueron al Cielo, se dijeron los pastores entre sí: «Vamos pues a Belén y veamos lo que ha acontecido y lo que el Señor nos ha anunciado», Fueron, pues, con presteza, y encontraron a María, a José y al niño recién nacido acostado en un pesebre. Y habiéndole visto, contaron lo que se les había dicho acerca de este niño; y cuantos les oían se maravillaban de lo que decían. María conservaba cuidadosamente estos recuerdos y los meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

»Cuando se hubieron cumplido los ocho días circuncidaron al niño, y le dieron el nombre de Jesús, tal como había indicado el ángel antes de su concepción.

»Cuando llegó el día en que, según la ley de Moisés, debía tener lugar la purificación, lo llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para ofrecer en sacrificio, según lo prescrito en la ley del Señor, un par de tórtolas o de pichones. Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre era justo y piadoso; esperaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo habitaba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu vino al Templo, y al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir las prescripciones de la Ley a su respecto, lo tomó en sus brazos y, bendiciendo a Dios, dijo:

«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar ir a tu siervo en paz;
porque mis ojos han visto tu salvación,
la que has preparado ante la faz de todos los pueblos;
luz para iluminar las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».

Ciertamente habéis oído leer varias veces este relato. Muchos de los detalles que contiene son simbólicos. Hay también dos pasajes muy misteriosos. ¿Por qué se dice: «María conservaba cuidadosamente estos recuerdos y los meditaba en su corazón»? Había, pues, algo que no podía decir.

De tratarse de lo que había oído decir a los pastores, habría podido hablar de ello puesto que éstos lo contaban a todo el mundo. Era, pues,otra cosa lo que conservaba preciosamente en su alma, algo sagrado. Y, ¿quién era Simeón? Se dice que el Espíritu Santo habitaba en él; era, pues, muy puro. Pero no podré abordar la cuestión de Simeón porque ello haría que se tambaleasen todas las conciencias cristianas. Sí, ¿quién era Simeón? ¿Qué lazo le unía con el niño Jesús?...

Ahora veréis si habéis comprendido verdaderamente este capítulo. En primer lugar, ¿quiénes eran María y José? Si fueron escogidos para ser los padres de Jesús, es que estaban muy preparados para ello: para ser dignos de recibir a Jesús, el Salvador de la humanidad, en su familia, habrían hecho, ciertamente, un gran trabajo espiritual en sus vidas anteriores; eran excepcionales, estaban predestinados. Ya desde muy joven, María se había consagrado, había ido al Templo para ser sierva del Señor. Se había, pues, purificado y había hecho los más grandes sacrificios para ser digna de recibir en su seno a un espíritu tan poderoso y elevado como Cristo. La gente no piensa en estas cosas. Cree que a Dios todo le es posible, que hace todo lo que Le viene en gana, incluso las cosas más inverosímiles, y que puede, por tanto, escoger a uno cualquiera para la más alta misión. No, también en este terreno hay una justicia, unas reglas, unas leyes. El Señor es quien ha hecho las leyes y, por lo tanto, no va a ser El quien las quebrante.

Cuando Dios escoge a determinadas criaturas es señal de que reúnen ciertas condiciones. Desde luego, «de las piedras puede Dios hacer hijos de Abraham», pero haciéndolos pasar previamente por el estado de planta, después de animal y, finalmente, de hombre. Lo mismo sucede con el niño: el germen también debe pasar por toda clase de formas y de estados antes de tomar el aspecto de una criatura humana. Igualmente, Jesús se vio obligado a franquear ciertas etapas antes de llegar a ser Cristo. Otra cosa aún que los cristianos no pueden aceptar: piensan que Jesús era Dios mismo, que nació perfecto.

Pero entonces, ¿por qué tuvo que esperar hasta los treinta años para recibir el Espíritu Santo y hacer milagros?... Aunque Dios en persona tenga que venir a encarnarse a la tierra, acepta someterse a las leyes que El mismo ha establecido. El Señor se respeta a Sí mismo, ¿lo comprendéis? Así es como ven las cosas los Iniciados: en su cabeza todo está en orden, todo es lógico, todo es sensato.

Así pues, para ser dignos de recibir a Jesús, María y José ya se habían preparado durante mucho tiempo, en otras encarnaciones, y eran puros. ¿Fue el Espíritu Santo quien engendró a Jesús? Sí, fue el Espíritu Santo. En el plano divino fue el Espíritu Santo, pero en el plano físico hacía falta también algo... alguien, a fin de que en dicho plano, igualmente, hubiese un reflejo del Espíritu Santo. Para que la correspondencia fuese perfecta entre los tres mundos, para que en el plano físico, en el plano espiritual y en el plano divino todo fuese siempre santo, luminoso y puro, también en el plano físico se precisaba de un conductor del Espíritu Santo.

Diréis: «Pero, ¡todo es posible para el Espíritu Santo!» Lo sé. Habría podido, por ejemplo, tomar un poco de materia del espacio y formar un cuerpo sin necesidad de pasar a través de una mujer. Sólo que un cuerpo hecho de materia etérica no puede subsistir por mucho tiempo: apenas una horas, un día, y luego hay que devolver las partículas. Eso es lo que sucede en las sesiones espiritistas. Para que el cuerpo sea duradero es necesario que esté formado de partículas materiales suministradas por la madre.

Por eso el Espíritu Santo tenía necesidad de una mujer pura para crear un cuerpo en su seno. El resto no os lo diré, lo adivinaréis vosotros.

Desde luego que Jesús nació «por obra del Espíritu Santo». En la medida en que su concepción no fue manchada por ningún deseo, por ninguna pasión, por ninguna sensualidad, puede decirse que nació por obra del Espíritu Santo. Así es como hay que comprender la virginidad de María. La virginidad es una cualidad más espiritual que física. ¡Cuántas mujeres son vírgenes exteriormente, pero interiormente... son peor que prostitutas! Eso es todo. No os diré más sobre este asunto, pero ya os he dicho mucho.

El nacimiento de Jesús debe ser comprendido en los tres mundos, es decir, como un fenómeno histórico, como un fenómeno psíquico, místico, y, finalmente, como un fenómeno cósmico. Hoy me interesa, sobre todo, el fenómeno místico. San Lucas era el más erudito de los evangelistas, y comienza su Evangelio diciendo:

«... También yo he decidido, después de haberme informado cuidadosamente de todo lo acontecido desde los orígenes, escribir para ti el relato ordenado de los hechos».
 
El no había sido, pues, testigo de los acontecimientos como los demás, pero investigó, y para su relato del nacimiento de Jesús solamente seleccionó las imágenes de aquellos acontecimientos que se repiten en el alma de cada ser humano.

Vamos a detenemos ahora en estas imágenes simbólicas.

Para que el Niño Jesús nazca son precisos un padre y una madre. El padre, José, es el intelecto, el espíritu del hombre. La madre, María, es el corazón, el alma. Cuando el corazón y el alma están purificados, entonces nace el niño: pero no nace del intelecto y del espíritu, nace del Alma Universal que es el Espíritu Santo bajo forma de fuego, de amor divino... de una pura llama que viene a fecundar el alma y el corazón del ser humano. El alma y el corazón representan el principio femenino, receptivo, mientras que el intelecto y el espíritu representan el principio masculino que prepara las condiciones para que el Espíritu Santo, es decir, el Alma Universal, que es fuego, tome posesión del alma, de María.

Entonces es cuando nace el Cristo Niño. Pero como el nacimiento es un fenómeno que debe producirse en los tres mundos, es necesario que el niño nazca también en el plano físico. Como veis, se trata de algo más complejo de lo que os imaginabais.

Cuando María y José quisieron buscar refugio, en las posadas ya no había sitio para ellos, es decir, que los humanos, que están ocupados en comer, en beber y en divertirse, nunca tienen sitio para el Iniciado que ha recibido al Niño. Este Niño divino, que está ya concebido dentro de él como una luz, puede ser un ideal, una idea que acaricia y alimenta, pero, ¿a dónde ir ahora con este Niño? Nadie le abre la puerta, es decir, nadie le comprende. Pero resulta que hay un establo. Este establo y el pesebre son un símbolo, y, en primer lugar, un símbolo de la pobreza, de la dificultad de las condiciones externas. Sí, para el hombre en quien el Espíritu Santo habita siempre será así: los humanos no le apreciarán, no le recibirán. Pero gracias a la luz que proyecta por encima del pesebre, otros le verán desde lejos y vendrán a visitarle.

Esta luz, representada por la estrella de cinco puntas, es una realidad absoluta. Brilla sobre la cabeza de todos los Iniciados cuyo principio femenino, es decir, su alma y su corazón, ha dado a luz al Niño Jesús concebido por el Espíritu Santo. Y entonces, el intelecto, José, en vez de estar celoso y de repudiar a María gritando como un hombre grosero: «Este niño que has parido no es mío, ¡vete !», debe inclinarse y decir: «Es Dios quien ha visitado el corazón y el alma de María. Yo no podía hacerlo». Por tanto, el intelecto no debe rebelarse ni encolerizarse sino comprender correctamente diciendo: «Aquí hay algo que me sobrepasa», y conservar a María. Repudiar a María es como repudiar a la mitad de su ser y engrosar las filas de aquellos que, puramente intelectuales y racionalistas, han desterrado todo el lado afectivo, receptivo, todas las cualidades de dulzura, humildad y bondad. Muchos han repudiado a María porque ésta se complacía en recibir la visita del Espíritu Santo....

Es preciso que comprendáis que María y José son símbolos de la vida interior: los que repudian a María se agostan y no les queda sino el intelecto que desarticula, que critica, que siempre está
descontento. Pero, como veis, José, al contrario, respetó a María, la conservó a su lado y dijo: «Espera un hijo; la protegeré porque tiene necesidad de mi ayuda».

Y, ¿qué es la estrella? Se trata de un fenómeno que se produce inevitablemente en la vida de un verdadero místico, de un verdadero Iniciado. Sobre su cabeza aparece una estrella, un pentagrama luminoso. Arriba es como abajo y abajo es como arriba. Este pentagrama debe, pues, existir doblemente. En primer lugar, el hombre mismo es un pentagrama viviente, y después, en lo alto, en el plano sutil, cuando ha desarrollado plenamente las cinco virtudes: la bondad, la justicia, el amor, la sabiduría y la verdad, le representa otro pentagrama en forma de luz.

Esta luz, esta estrella que brillaba sobre el establo, significa que, de cada Iniciado que lleva dentro de sí el Cristo vivo, sale siempre una luz, una luz que serena, que alimenta, que reconforta, que sana, que purifica, que vivifica... Un día, otros perciben desde lejos esta luz y sienten que algo especial se manifiesta a través de este ser. Y este algo, precisamente, es Cristo; entonces los dirigentes, las autoridades, los poderosos y los ricos se acercan a él. Y hasta los grandes jefes religiosos, que se imaginaban ser lo más alto, sienten también que algo les falta, que todava no han llegado a este grado de espiritualidad, y vienen a instruirse, vienen a inclinarse ante él y a traerle regalos.

Esta es la razón de la presencia de los tres magos, Melchor, Baltasar y Gaspar, junto al Niño Jesús.

Estos magos eran los jefes de grandes religiones en sus países respectivos, y acudieron. ¿Por qué?

Porque sintieron la luz. Como eran astrólogos, habían observado en el cielo ciertas configuraciones planetarias excepcionales e interpretaron que debía de producirse en la tierra algún acontecimiento extraordinario. El nacimiento de Jesús corresponde pues, también, a un fenómeno que se produjo en el cielo hace dos mil años.

Estos Reyes Magos le ofrecieron oro, incienso y mirra, y cada uno de estos regalos era simbó1ico.

El oro significaba que Jesús era rey, ya que el color del oro es el color de la sabiduría, cuyo resplandor brilla sobre la cabeza de los Iniciados como una corona de luz. El incienso significaba que era sacerdote, pues el incienso representa el ámbito de la religión, es decir, del corazón y del amor. Y la mirra es un símbolo de inmortalidad, pues se usaba para embalsamar los cuerpos y preservarlos así de la destrucción. Los Reyes Magos ofrecieron, pues, unos regalos que tienen relación con los tres campos del pensamiento, del sentimiento y del cuerpo fisico. Cada uno está, también, relacionado con un sefirot : la mirra con Binah, que lo conserva todo; el oro con Tipheret, la luz; y el incienso con Hesed, la religión.

Ocupémonos ahora del establo. En este establo no había ni pastores ni rebaños, sino solamente un buey y un asno. ¿Por qué? Desde hace siglos se repite esta historia sin comprenderla, porque los humanos ya no entienden el simbolismo universal. El establo representa el cuerpo físico.

¿Y el buey?

Sabéis que en la Antigüedad el buey, el toro, siempre fue considerado como el principio de generación.

En Egipto, por ejemplo, el buey Apis era el símbolo de la fertilidad y de la fecundidad. El buey está bajo la influencia de Venus y representa la energía sexual. El asno, por su parte, está bajo la influencia de Saturno y representa la personalidad, es decir, la naturaleza inferior de hombre, lo que se llama el viejo Adán, testarudo, terco, pero buen servidor. Y los dos animales estaban allí para servir a Jesús.

Pero servirle, ¿cómo? Os revelaré ahora un gran misterio.

Cuando un hombre comienza a trabajar para perfeccionarse, entra en conflicto con las fuerzas de la personalidad y las de la sensualidad. El Iniciado, precisamente, es aquél que ha conseguido dominar estos dos tipos de fuerza y los ha puesto a su servicio. Como veis no las aniquila, no se dice que estos dos animales hubiesen sido expulsados o suprimidos; estaban allí presentes, pero, ¿qué hacían?

Soplaban sobre el Niño Jesús, le calentaban con su aliento... Por tanto, cuando el Iniciado consigue transmutar el asno y el buey, ambos se ponen a su servicio y acuden a calentar y a alimentar al niño recién nacido con su aliento. Estas fuerzas ya no le atormentan, ni le desquician ni le hacen sufrir, sino que se transforman para él en fuerzas vivificantes. El aliento es vida. Como veis, el aliento del asno y del bueyes una reminiscencia de aquel soplo con el que Dios creó el alma del primer hombre. El asno y el buey sirvieron al Niño Jesús: eso significa que todos aquellos que tengan a Cristo dentro de sí serán servidos por su personalidad y por su sensualidad, que son dos fuerzas extraordinariamente útiles cuando se usan adecuadamente.

Luego, se apareció un ángel a los pastores propietarios del establo. Cuidaban de sus rebaños en los campos, y cuando el ángel les anunció la noticia del nacimiento de Jesús, se quedaron maravillados; tomaron unos corderos y se los llevaron en ofrenda. Eso significa que todos aquellos que actúan sobre el cuerpo físico, es decir, los espíritus familiares, reencarnados o no, y que tienen riquezas (estas riquezas están aquí simbólicamente representadas por las ovejas, los corderos y los perros), son avisados. Son avisados porque participaron en la formación del establo (el cuerpo físico), y así llegan todos diciendo: «¡Nunca habíamos pensado llegar a tener tal honor en nuestro establo!»

Todos los espíritus familiares, estén en el más allá o en la tierra, reciben, pues, la noticia de que un espléndido acontecimiento ha tenido lugar en vuestro corazón y en vuestra alma, y acuden entonces a inclinarse y a traeros sus regalos. Sí, el mundo entero se pone al servicio del niño. Pero, ¡no contéis con que os vengan a servir mientras no lo hayáis hecho nacer! Los ángeles acuden a servir únicamente a aquél en quien el Niño Jesús ha nacido ya, porque no vienen por vosotros sino por el principio divino, por Cristo, el Hijo de Dios.

Detengámonos ahora en el simbolismo del pesebre. Sí, ¿por qué debía Jesús nacer en un pesebre, sobre la paja, y no en un palacio, en un templo o en una mansión suntuosa? En los Evangelios todo es simbólico, pero pocos son los que han sospechado que detrás del relato del nacimiento de Jesús en un pesebre se escondía un sentido extremadamente profundo.

Comprenderéis en qué lugar del cuerpo se encuentra este pesebre si os acordáis de las conferencias que os di sobre el centro Hara; en ellas os expliqué qué papel puede jugar este centro en la vida espiritual del Iniciado que sabe trabajar con él. Si su nombre, Hara, que significa vientre, muestra que este centro, situado unos centímetros debajo del ombligo, es conocido sobre todo por los japoneses, en realidad todos los Iniciados del pasado lo conocían, y de él habla Jesús cuando dice: «De su seno brotarán manantiales de agua viva...» Este «seno» es el centro Hara: en él se encuentra el pesebre en donde debe nacer Cristo, entre el buey y el asno, es decir, entre el hígado y el bazo.

Veo que estáis asombrados. Pensáis que Jesús tiene que nacer en vuestra cabeza, pero ¿acaso habéis visto algún niño nacer de la cabeza de su madre? Nadie se para en esto. El vientre, las entrañas, se consideran como algo repugnante; pero precisamente es este lugar el escogido por el Señor para que la humanidad se perpetúe. Y también es ahí, en el centro Hara, donde el discípulo debe hacer nacer en él esta nueva conciencia: el Cristo-Niño.

Nada hay más importante que el trabajo para que nazca el Niño divino en nosotros. Cuando este se produzca, la tierra y el Cielo cantarán; de los cuatro puntos cardinales llegarán seres para visitaros y traeros regalos, porque comprenderán que ha nacido una nueva luz. Naturalmente habrá un Herodes (siempre ha habido gente como Herodes) que se pondrá furioso y que, con el ánimo de matar a Jesús, dirá a los Reyes Magos: «Id, informaos acerca de este niño, y cuando lo hayáis encontrado, hacédmelo saber para que yo también vaya a adorarle». Pero, felizmente, habrá también ángeles que vendrán a avisaros, como el ángel que dijo a José: «Toma al niño y a su madre y huye a Egipto, porque Herodes lo mandará buscar para matarlo».

Los magos también recibieron del Cielo la orden de no volver donde estaba Herodes, y regresaron a su país por otro camino. Eso significa que todos aquellos que se acerquen a Jesús, al principio crístico, no podrán seguir el mismo camino que antes y deberán tomar otra dirección. No habíais pensado en eso, ¿ verdad? ¡Todo es tan profundo, tan misterioso! Para mí, es inaudito. Y, creedme, no me invento nada. Os transmito la Ciencia que he recibido y que es verídica. Los textos sagrados contienen relatos cuya forma polariza la atención de la mayoría de los humanos que tienen una comprensión limitada, pero el contenido de estos relatos es para los discípulos, y su sentido para los Iniciados.

Y ahora, ¿sabéis por qué existe esta costumbre de festejar Nochebuena la noche de Navidad?

También se trata de algo simbólico. Cuando el niño ha nacido hay que comer, hay que beber, hay que cantar, pero sin sobrepasar los límites, claro. El niño tiene necesidad de alimento y el primer alimento para el niño, una vez nacido, es la leche de su madre. Cuando la madre llevaba al niño en su seno lo alimentaba con su sangre; ahora lo alimenta con su leche. Hay ahí dos colores, y también son simbólicos. Durante la concepción, estos dos colores están ya presentes: la mujer proporciona el rojo y el hombre el blanco. Más tarde, el fenómeno se repite, una vez más, cuando la mujer alimenta al niño durante nueve meses con su sangre, y después con su leche. Por otra parte, volvemos a encontrar de nuevo estos dos colores en la sangre misma con los glóbulos rojos y los glóbulos blancos.

El rojo y el blanco representan los dos principios sobre los que está basada la existencia. El rojo, la sangre, es la fuerza vital, el amor, y gracias a esta sangre, a nuestro amor, el Cristo-Niño se va a hacer carne y hueso en nosotros. Después de su nacimiento, el niño es alimentado con leche, es decir, con la pureza y la luz. Por eso nosotros asistimos a la salida del sol por la mañana: para captar la luz con la que alimentaremos al Niño. La madre no deja de ocuparse de su hijo una vez que éste ha nacido; igualmente, cuando el Niño Jesús ha nacido, el trabajo continúa, pero bajo otra forma.

El nacimiento de Cristo es una cuestión muy importante de la que todos los Iniciados deben preocuparse. Mirad lo que dice san Pablo: «¡Hijos míos! ¡qué trabajo me ha costado hacer nacer a Cristo en vosotros!». También él había comprendido que Cristo debe nacer en cada alma humana. Por eso hablaba a sus discípulos, les aconsejaba y hasta les zarandeaba para que se purificasen y se pusiesen en un estado de aceptación, de sumisión, de adoración, pues tales son las condiciones necesarias para recibir el germen de lo alto. El alma humana es como una mujer: si la mujer es agresiva, si se resiste siempre a su marido, nunca podrá tener un hijo. Lo mismo sucede con el alma humana: debe convertirse en una mujer adorable, receptiva, para recibir el Espíritu Santo, si no, peor para ella, ¡se quedará sin hijos!

El discípulo está obligado a considerar estos grandes misterios y a reflexionar sobre ellos y, cuando los ha comprendido, tiene que hacerlos descender todavía al campo de los sentimientos y, finalmente, realizarlos en el plano fisico, lo que, evidentemente, es dificilísimo. Intelectualmente todo el mundo puede comprender, incluso perfectamente bien, pero esta comprensión no ha descendido aún hasta el sentimiento y el corazón no siente. Hay que hacer descender esta comprensión hasta el corazón, y del corazón hasta la voluntad, para que tenga lugar la realización en el plano fisico. Porque el nacimiento del Cristo-Niño es un acontecimiento que debe producirse en los tres planos: mental, astral y fisico.

Diréis: «Pero, ¿cómo en el plano fisico?». Yo puedo explicároslo, pero, ¿acaso me comprenderéis?

El hombre no puede hacer nacer a Jesús en él si no ha comprendido a su madre, la tierra. Si no sabe lo que es la tierra, si no tiene con ella relaciones afectuosas, respetuosas, conscientes, no tiene ninguna posibilidad de cambiar su cuerpo fisico. Nuestro cuerpo está en relación con la tierra y volverá a la tierra porque ha salido de ella, puesto que es su fruto, su hijo. Si el hombre no tiene una relación correcta con la tierra, Cristo no puede manifestarse en sus obras, en su cuerpo fisico. Nunca se piensa que la tierra es un ser inteligente. Se la estudia únicamente desde un punto de vista geográfico: tantos habitantes, tales mares, océanos, lagos, montañas, ríos... La tierra es la criatura más desconocida, la más desdeñada, la más despreciada, y, por este motivo, se producen grandes desgracias... sí, porque no respetamos a nuestra madre que nos ha dado su cuerpo, nuestro cuerpo.

Existe una ciencia prodigiosa acerca de las relaciones del hombre con la tierra, del comportamiento que éste debe tener para con ella: cómo hablarle y darle las gracias, cómo extraer fuerzas de ella, cómo confiarle todas las impurezas para que ella las transforme. Porque la tierra posee en sus entrañas unas
fábricas en las que puede transformarlo todo; y esto es lo que hace sin cesar: todas las impurezas, todos los desperdicios que se le dan, ella los transforma para producir flores y frutos, cosas útiles y hermosas.

¡La tierra es muy inteligente!

Consideremos ahora las palabras que el ángel dijo a los pastores: «¡Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos y paz en la tierra a los hombres que El ama!» ¿Habéis comprendido estas palabras? ¿Por qué la paz a los hombres y la gloria en lo alto? Porque cuando nace, el Niño divino glorifica al Señor y la paz se instala en el alma del hombre en el que ha nacido. El niño aporta paz porque da la plenitud. A un hombre y una mujer que no tienen hijos les falta algo. Pero cuando llega el hijo alcanzan la plenitud, es decir, el triangulo sobre el cual se construye el edificio. Por eso es tan profunda la fórmula que ha dado el Maestro Pedro Danov: «Bojiata lubov nossi peulnia jivot - el amor divino aporta la plenitud de la vida».
 
El alma debe recibir el amor divino como recibe la mujer el amor de su marido. Este amor divino que aporta la plenitud de la vida es el amor que aporta el Cristo-Niño. El amor no es más que la predicción, el anuncio de que llega el hijo. Esta fórmula del Maestro es, verdaderamente, muy profunda; no nos la ha dado sólo para que la repitamos automáticamente, sino para que trabajemos a fin de que el amor de Dios pueda fecundar nuestra alma y ésta concebir al niño, a Cristo. Y luego, ¡cuántos cambios se producen! A cualquier nivel, todo mejora, todo se aclara. Vale la pena trabajar todo un año, o varios años, incluso toda una vida, para hacer nacer a Cristo en nosotros.
 
No os he interpretado todo el capítulo de san Lucas. Solamente he querido presentaros un retazo de vuestra vida interior para que sepáis que el nacimiento de Jesús es un acontecimiento místico que se puede producir en cada ser humano. Si creemos que el nacimiento de Jesús es un acontecimiento que sólo tuvo lugar una vez hace dos mil años, entonces, nada tiene explicación. En primer lugar, se trata de algo incompatible con la inmensidad del amor de Dios. Se dice que Dios es amor, ¿cómo, pues, se habría limitado este Dios a enviar a su hijo único durante solamente tres años, y a un pequeño país, cuando la humanidad existía ya desde hacía millones de años?.. Antes del nacimiento de Jesús, ¿dónde estaba este amor?, ¿qué hacía? Y después, ¿otra vez habría abandonado al mundo durante milenios?..
 
¡No, esto es insensato!
 
La verdad es que Cristo ha aparecido numerosas veces en la tierra, e incluso en otros planetas, en todo el universo; y que aparecerá todavía en el futuro. Si no podéis aceptar esto es que, en realidad, no sois ni religiosos, ni cristianos, ni nada de nada. Creéis cosas inverosímiles, pero no queréis creer las cosas sensatas. Continuamente se repite: «Dios es Amor, Dios es Amor...» pero, ¿para qué sirve eso cuando, por otro lado, se demuestra lo contrario? Cuando os cuentan que únicamente una vez en la historia este amor se manifestó en la tierra, ¡y ni siquiera estabais presentes!
 
Ahora, añadiré algo todavía. Quizá dudéis de que Cristo haya existido históricamente; algunos lo han cuestionado, y han demostrado que no existió, dando pruebas tan científicas como los que afirman lo contrario. ¿Qué decir, entonces? Pues bien, sencillamente, que el aspecto histórico no es demasiado importante. Suponed que se llegase a probar de una manera irrefutable que Jesús no existió, que se trata de un mito totalmente inventado; quedaría, de todas formas, una cosa que nos veríamos obligados a reconocer: la grandeza excepcional de aquél que escribió las Evangelios. Que alguien fuese capaz de escribir tales cosas, con tanta profundidad, con tanta grandeza, con tanta luz, es algo tan maravilloso que ni siquiera necesitamos preguntamos si Jesús existió realmente o no.
 
Conservad, pues, esta imagen del pesebre con José, María y el Niño entre el asno y el buey, y la estrella que brilla encima del establo... Ahora comprenderéis mejor su sentido.
 
Lo mismo que el nacimiento de un niño contiene toda la esperanza de la vida, el nacimiento de Cristo cada año en el universo es la esperanza de que Dios no ha abandonado a los hombres. A pesar de que transgredan sus leyes, les da crédito y les envía siempre un Salvador, porque no quiere que se pierda ni una sola alma. Hasta los que han cometido las mayores tonterías deben levantarse. Sufrirán, desde luego, pagarán, sin duda, repararán, pero Dios les da la oportunidad de avanzar. Lo que es malo es desanimarse y renunciar a hacer esfuerzos para evolucionar.

Y no olvidéis que la Navidad continúa unos días después del 25 de Diciembre. Arriba, en el Cielo, se celebra una fiesta, y vosotros debéis participar en ella, por lo menos con el pensamiento. Es una lástima que sólo unos pocos sepan desdoblarse y puedan participar realmente en esta fiesta. En cuanto a la mayoría, ¡mejor que no hablemos! Comieron, bebieron, se saciaron, y ahora están enfermos. Pero, de ahora en adelante, se acabó, nunca más debéis pasar una Navidad así, grabadlo bien en vuestra cabeza.
 
Sois discípulos y debéis trabajar para hacer nacer al Niño Jesús en vosotros. De momento, le estáis
preparando las condiciones.

Omraam Mikhaël Aïvanhov
Navidad y Pascua en la Tradición Iniciática

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