domingo, 7 de enero de 2018

EL VIAJE DEL APRENDIZ MASÓN


Con la Iniciación realmente se emprende un viaje, una aventura, la más asombrosa que existe para un ser humano, el viaje hacia el interior de uno mismo, hasta nuestro verdadero Ser, nuestra patria de la que un día salimos sólo ilusoriamente.

Y, para volver a ella, a ser conscientes del misterio que somos, vamos de la mano de los Misterios de la Masonería, reconociendo en nosotros mismos la energía que vehiculan los símbolos. Así em­pezamos por los que corresponden al aprendiz masón, iniciando nuestro andar por las aguas de nuestra psique. Y, escuchando en silencio, van cambiando de color, cada vez más oscuro hasta que aparece el "negro más negro que el negro", capaz de disolver todas las estructuras del "hombre viejo", haciendo así posible que gracias a la Luz nazca el "hombre nuevo", ordenado según lo sagrado. Que de la Piedra Bruta de la que partimos se vayan puliendo los cantos y se puedan ir intuyendo las seis caras y el centro de la Piedra Cú­bica que todos portamos en nuestro interior.
 
Para ello, ya el día de la Iniciación el Hermano Experto nos pre­senta el Martillo y el Cincel; con dichas herramientas damos tres golpes simbólicos en la Piedra Bruta, pues ésta no se puede pulir de cualquier manera, se precisa de la voluntad del que empuña el Mar­tillo, bien dirigido por la axialidad del Cincel. Ya que, teniendo pre­sente la verticalidad que nos une al G.·. A.·. D.·. U.·. y bajo su influjo y dirección, es como nuestra voluntad entronca con la Suya y es po­sible tallar la Piedra, formar parte consciente de su Gran Obra.

También la tercera de las herramientas del aprendiz, la Regla de las 24 divisiones, nos viene a recordar que todas y cada una de las horas del día son sagradas. Que no es posible pulir la Piedra a ra­tos o a medias, para una verdadera transmutación todo está inclui­do en el Trabajo.

Y así, en la penumbra de Septentrión, donde se halla y en rela­ción con la Luna (pasiva, que no brilla por ella misma, sino que su luz es reflejo del astro solar), en silencio y escuchando, es posible discriminar lo que es. Empezando la construcción del Templo interior y de su Altar, despertando el oído del corazón. Invocando las tres Luces: la Sabiduría que concibe, la Fuerza que ejecuta, y cuan­do lo realiza según la Sabiduría del G.·. A.·., su expresión es Armo­nía, es Belleza.
 
Entonces, el Templo que somos podrá ser receptá­culo y nuestro corazón podrá despertar al misterio del hombre, a lo que él mismo simboliza, la unión del Cielo y la Tierra, y que el Altar de nuestro Templo nos recuerda con las Tres Grandes Luces: el Compás (el Cielo), la Escuadra (la Tierra) y la expresión escrita de dicha unión, el Libro de la Ley Sagrada.

Así podemos andar hacia la dimensión universal del hombre, simbolizada en la Logia por sus seis direcciones (Oriente-Occiden­te, Norte-Sur, Cénit-Nadir), y teniendo siempre presente este pun­to inmóvil manifestado por la Estrella Polar de donde descienden a modo de plomada las influencias espirituales, verdadero alimen­to alrededor del cual gira todo el firmamento.

Son pues estos símbolos, y todos los demás que junto a ellos conforman un universo donde ni sobra ni falta ninguno, verdade­ros tesoros en el viaje del aprendiz masón, que por este andar reci­be su salario donde le corresponde, en la columna B.·. ya que es muriendo a lo que no es como va tomando Vida y Fuerza nuestra verdadera identidad.

 
 

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