lunes, 1 de enero de 2018

LAS CUATRO FUERZAS PRIMORDIALES, YOD - HE - VAV - HE

 

En la Cábala, el pensamiento es conducido por un encadenamiento lógico que hace que las cosas aparezcan con toda su evidencia de una manera determinada. Esto permite que la Cábala nunca pueda ser considerada como una creencia, como una religión.
 
En la Cábala es la razón la que revela el misterio del mundo. Y para que sea posible, es preciso que el intelecto humano que indaga esté organizado, evolucionado; es preciso que sea un instrumento altamente tecnificado. O sea, la Cábala es la ciencia del porvenir, la que conducirá a las personas a la comprensión del universo cuando sus mentes estén preparadas para discurrir sobre temas trascendentes.
 
Sin embargo, es fácil confundirse y pensar que la Cábala somete la inteligencia a complicados razonamientos. Muy al contrario su edificio se basa en ideas muy simples. El mundo ha sido construido y se mantiene mediante cuatro fuerzas primordiales, contenidas en cuatro letras, que son Yod-He-Vav-He, constitutivas del nombre de Jehová.
 
La primera de estas letras, Yod, representa la semilla, sin la cual nada puede florecer; la segunda, He, representa la tierra, sin la cual ninguna semilla puede arraigar; la tercera, Vav, representa el resultado de la acción conjunta de Yod y de He, o sea la planta, la nueva realidad que aparece; la cuarta letra o segundo He, representa el fruto, que contiene a su vez las semillas de una nueva planta, con lo cual se perpetúa la creación.
 
Esas cuatro fuerzas aparecen alternativamente, en distintos períodos cíclicos, cualquiera que sea el ciclo en el que se desarrollará una actividad y que puede ser el espacio de una hora, de un día, de un mes lunar, de un año, de un siglo o de un milenio. En el dominio agrícola, esto es obvio, y si le decimos a un campesino que plante su trigo cuando lo está cosechando, nos mirará con extrañeza y nos dirá que desvariamos. El campesino sabe que su actividad está sometida a un calendario y que hay un momento para plantar y un momento para cosechar. Esto, que es tan obvio para quien trabaja el campo, resulta más difícil de comprender para el ciudadano, y así vemos que en la actividad social se inician cosas cuando deberían terminarse y al revés. Es por ello que las creaciones humanas se caen; por ello se desmoronan los negocios, porque pocos tienen en cuenta las fases de este misterioso calendario del Yod-He-Vav-He.
 
La tradición cabalística nos dice cuáles son, en una jornada, las horas Yod, cuáles, las horas He, las horas Vav y las horas segunda He. Digamos, sin misterio, que las horas Yod son las que van de la salida del Sol al mediodía; las horas He, las que van del mediodía a la puesta del Sol; las horas Vav conducen hasta medianoche, y las segunda He, de medianoche a la salida del Sol.
 
Así, nos dice la Cábala, el trabajo humano a realizar por la mañana es el de fijarnos un propósito, lo cual equivale a plantar la semilla. Por la tarde este propósito tiene que enraizarse en nuestra naturaleza humana. A partir del crepúsculo, debemos exteriorizarlo, comunicarlo a la gente que nos rodea, y a partir de medianoche, en las horas de sueño, aparecerá en nuestra tierra humana el fruto que nos permitirá plantar la semilla de nuevas experiencias, después de habernos nutrido con su pulpa. De acuerdo con estas reglas, podemos entender cuando en nuestros rituales el Venerable Maestro pregunta la hora que es y el vigilante le responde que es mediodía (al iniciar los trabajos), y por qué los trabajos se cierran a medianoche.
 
De mediodía a medianoche, el trabajo humano consiste en interiorizar el propósito que ha plantado en nosotros nuestra naturaleza divina, y en volcarlo al exterior, es decir, a la sociedad. Es necesario seguir esta dinámica, nos dice la Cábala, porque nada puede aparecer en el exterior sin que haya arraigado en nuestra naturaleza interna; del mismo modo que en el campo es imposible que pueda crecer una espiga de trigo si nadie la ha plantado.
 
En los reinos naturales, el vegetal, el animal, todo transcurre de acuerdo con la ley de Yod-He-Vav-He, y así vemos que los animales se acoplan en determinadas épocas del año y nacen también, conjuntamente, en los mismos períodos. En cambio, en el reino humano, habiendo conquistado el hombre su individualidad, la ley de Yod-He-Vav-He nunca funciona de forma colectiva, sino individual, de manera que la fuerza Yod nace en él, y cada año, al volver el Sol al punto en que se encontraba cuando nació, la fuerza Yod vuelve a renacer.
 
Si aplicamos la ley Yod-He-Vav-He a las fases lunares, tendremos que de Luna nueva a cuarto creciente es la fase Yod; de cuarto creciente a Luna llena es fase He; de llena a cuarto menguante es fase Vav, y de menguante a Luna nueva, segunda He. Así podríamos decir que cada persona es un reloj individual, en el cual se marcan unas horas que sólo son válidas para ella y, por consiguiente, cada individuo dispone de un tiempo determinado y personal para iniciar una cosa, lo cual equivale a plantar las semillas, para interiorizarlas, para hacerlas florecer y dar fruto.
 
Si el individuo descubre la potencialidad de esas etapas, si utiliza esos poderes latentes de Yod-He-Vav-He, habrá redescubierto la naturaleza, actuará de acuerdo con las leyes cósmicas; todo lo que haga será legal o establecido conforme a la ley universal y sus obras aguantarán y lo sobrevivirán.
 
Yod-He-Vav-He es la palabra perdida, la que nosotros, los masones, buscamos en nuestros templos, entre las ruinas de antiguos palacios: de ese palacio que fuimos un día todos nosotros y que se desmoronó porque, impacientes, llevados por un afán de comprender y saber, nos negamos a esperar a que los relojes cósmicos nos dieran la hora oportuna para hacer las cosas. La Cábala, en su discurso, nos explica cuál fue la razón de que las cosas sucedieran así.
 
 
 
 


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