miércoles, 19 de septiembre de 2018

LA LEY DEL SACRIFICIO

 
El estudio de la ley del sacrificio, sigue, naturalmente, al estudio de la ley kármica; y, como observaba un maestro es igualmente necesario para el mundo, conocer una y otra.
 
Por un acto de sacrificio espontáneo, se manifestó el logos para emanar el universo; por el sacrificio subsiste este mundo y, finalmente, por el sacrificio alcanza el hombre la perfección. Concluimos de esto, que toda religión procedente de la sabiduría antigua, tiene como enseñanza fundamental, el sacrificio; y que en la ley del sacrificio, radican algunas de las más profundas verdades del ocultismo.
 
Tratando de comprender, aunque imperfectamente, cual es la naturaleza del sacrificio del logos, podemos evitar el general error de considerar el sacrificio como algo esencialmente penoso; ya que por esencia, es una efusión espontánea y gozosa de la vida, a fin de que otros puedan participar de ella. No sobreviene el dolor, a menos que en el ser que sacrifica, haya desacuerdo entre la naturaleza superior, cuyo gozo consiste en dar, y la inferior, cuya satisfacción es recibir y guardar. Sólo este desacuerdo introduce el elemento dolor; en la perfección suprema, en el logos, no puede haber desacuerdo. El único es el acorde perfecto del ser, síntesis de infinitos acordes melodiosos, donde la vida, la sabiduría y la belleza, se confunden en la tónica una de la existencia.
 

 
Al objeto de manifestarse, impone el logos un límite a su vida infinita. Esto es lo que se llama su sacrificio.
 
Simbólicamente, es el océano de luz infinita, cuyo centro está en todas partes, y la circunferencia en ninguna, surge una esfera inmensa, llena de luz viva, un logos; la superficie de esta esfera es la voluntad que ha de limitarse a sí misma, a fin de producir su manifestación; es el velo en que se envuelve, a fin de que en el interior pueda tener forma de universo. Este universo, por el que se efectúa el sacrificio, no existe aún; su futuro ser yace en la "Mente" del logos. A él se debe su concepción y se deberá su vida múltiple.
 
La diversidad no puede surgir en el "invisible Brahma, sino por el sacrificio voluntario del ser divino, al imponerse forma, a fin de: emanar miríadas de ellas, dotadas cada una de una chispa de su vida, y susceptibles por ello, de evolucionar hasta su imagen perfecta.
 
Se ha dicho: El sacrificio primordial de que procede el nacimiento de los seres, se llama acción (karma). Y este paso a la actividad, fuera del reposo perfecto, de la existencia en sí, se ha reconocido siempre como sacrificio del logos.
 
Este sacrificio se perpetúa a través de la duración del universo, por que la vida del logos es el único sostén de cada vida separada. El que engendra, soportando todas las restricciones y limitaciones que implica cada una. De cualquiera de ellas puede resurgir, no importa en qué momento, el señor infinito, llenando el mismo, circunscribe su vida en cada una de las formas infinitas con su gloria el universo; pero sólo por una sublime paciencia, por una expresión lenta y gradual, puede desarrollarse cada forma hasta ser como El, un centro independiente de limitado poder. Por esto se encierra en formas y soporta toda imperfección hasta que su criatura alcanza la perfección y es semejante a El, y una con El, conservando intacto el hilo de su memoria individual.
 
Esta efusión de la vida del logos en las formas, constituye parte del sacrificio original y entraña la dicha del padre eterno, al enviar sus hijos al mundo en forma de vidas separadas, a fin de que cada una pueda envolver una identidad imperecedera, y acordar su nota en armonía con las demás, para entonar el himno eterno de la felicidad, inteligencia y vida.
 
Esto indica la naturaleza esencial del sacrificio, cualesquiera que sean los elementos que se entremezclan en esta noción fundamental. El sacrificio es la efusión espontánea de la vida divina, a fin de hacer de ella partícipes a los demás seres, de traer a la existencia y de mantenerlos hasta que puedan subsistir por sí mismos; esto es expresión de la alegría divina. Porque siempre es gozoso el ejercicio de la actividad, como expresión de la potencia del operante.
 
El pájaro goza entonando sus gorjeos, y vibra entusiasmado por su canto. El pintor se regocija en las creaciones de su obra, en el plasma de su idea. La actividad esencial de la vida divina, no puede ejercerse sin el don, puesto que nada hay que pueda recibir. Si necesita ser activa (y toda vida manifestada es movimiento activo), debe necesariamente fundirse. De aquí que el signo del espíritu sea el don, por que el espíritu es la vida activa, en todas las formas.
 
Pero la actividad esencial de la materia consiste, por otra parte, en recibir; al recibir las influencias vitales, se organiza en formas mantenidas por la continuidad de dichas influencias que al cesarlas disgregan. Toda la actividad de la materia tiene este carácter receptivo, solo por recibir subsiste como forma; por esto siempre toma, sujeta y retiene.
 
La persistencia de la forma, depende de su poder de abarque y contención. Así atraerá hacia ella todo cuanto pueda, cediendo de mal grado lo que haya de dejar. Tener y retener es su única alegría, dar es muerte para ella. Fácilmente podemos ahora ver cómo surge la idea de que el sacrificio fue sufrimiento.


 
Mientras la vida divina se deleita con el ejercicio de su actividad con la donación, aun cuando incorporada en una forma, no cuida de si esta forma perece por el don, y preocúpase únicamente de que es una expresión pasajera y en medio de su individual crecimiento. Por el contrario, la forma que siente escapársele las fuerzas vitales, dama angustiada y ejerce su actividad en retener la vida, resistiendo a la corriente de difusión.
 
El sacrificio disminuye las energías vitales que la forma reclama como suyas, y agotándolas totalmente, deja que la forma perezca. En el mundo inferior, éste es el único aspecto cognoscible del sacrificio; la forma, al verse próxima al suplicio, grita temerosa de su agonía.
 
¿Qué hay de sorprendente, pues, en que los hombres, cegados por la forma, hayan identificado el sacrificio con la agonizante forma, en vez de con la vida libre que se entrega exclamando alegremente: "Heme aquí, ¡oh Dios! a tu voluntad sometido y por ello gozoso"?
 
¿Qué hay, además, de sorprendente en que, los hombres, conscientes de sus naturalezas superior e inferior e identificándose, sin embargo, con ésta, más que con aquella, hayan sentido las angustias de la naturaleza inferior de la forma como angustias propias, sintiendo que ellos, aceptan el sufrimiento al resignarse a una voluntad más alta y consideran el sacrificio como la aceptación devota y resignada del dolor?
 
Mientras él confunda con la forma, no podrá eliminar del sacrificio el elemento dolor. Pero el dolor no puede subsistir en un ser perfectamente armonizado; porque la forma es entonces el vehículo perfecto de la vida que con igual complacencia recibe o abandona.
 
El dolor cesa al cesar la lucha, porque el sufrimiento procede de traqueteos, frotaciones y movimientos antagónicos, cuando la naturaleza opera en perfecta armonía, no existen las condiciones de que el dolor dimana.
 
Siendo así la ley del sacrificio, la de evolución de la vida en el universo, vemos que cada peldaño de la escala se franquea por el sacrificio. Así la vida se funde para renacer en una forma más elevada, mientras muere la forma que la contiene.
 
Aquellos cuya mirada se detiene en las formas perecederas, no ven en la naturaleza sino un gran osario; pero quienes ven que el alma inmortal se escapa para animar formas nuevas y más elevadas, escuchan en todo instante el gozoso himno de la renaciente vida.
 
En el reino mineral, la mónada evoluciona por la ruptura de sus formas, para la producción y mantenimiento de las plantas. Los minerales se disgregan a fin de que sus materiales puedan reconstruir las formas vegetales. La planta saca del suelo sus elementos nutritivos, disociándolos y asimilándolos a sus propias sustancias. Así las formas minerales perecen a fin de que las vegetales crezcan; esta ley de sacrificio esculpida en el reino mineral, es la ley de la evolución de toda vida y toda forma. La vida pasa, y la mónada evoluciona para producir el reino vegetal, siendo el perecimiento de las formas inferiores condición indispensable para la aparición y mantenimiento de las superiores. El proceso se repite en el reino vegetal, cuyas formas quedan a su vez sacrificadas, para que puedan producirse y crecer las formas animales. En todas partes, hierbas, semillas y árboles perecen, para el mantenimiento de los cuerpos animales; sus tejidos se disgregan a fin de que el animal pueda asimilarse los materiales que los componen, para edificar en el mundo, y esta vez en el reino vegetal. La vida subsiste y las formas perecen.
 
La mónada evoluciona para producir el reino animal y los vegetales se sacrifican a fin de que las formas animales puedan engendrarse y mantenerse. Hasta aquí, la idea del sufrimiento apenas se asocia a la de sacrificios; pues como hemos visto, en el curso de nuestro estudio, los cuerpos astrales de las plantas, no están suficientemente organizados para las sensaciones agudas de placer o de dolor. Pero cuando consideramos la ley de sacrificio en el reino animal, no podemos por menos de reconocer, que el dolor se asocia a la ruptura de las formas. Puede decirse que la suma de dolor ocasionado, cuando, en "el estado de naturaleza" dolor; y en verdad se puede decir también, que en el papel de animal hace a otro presa suya, es comparativamente insignificante en cada caso particular, habiendo, sin embargo, que desempeña ayudando a la evolución de los animales, acrecienta el hombre considerablemente de los animales carnívoros en vez de debilitarlos.
 
Sin embargo, no es él quien ha infundido estos instintos en el animal, aunque los haya puesto a su propio servicio para sus propósitos; en innumerables variedades de animales carniceros en cuya evolución no ha ejercido el hombre influencia directa, las formas se sacrifican, para el mantenimiento de otras; como en los reinos mineral y vegetal.
 
La lucha por la existencia siguió su curso, acelérase la evolución de la vida y de las formas comenzara desde mucho antes que el hombre apareciese sobre la escena y su larga tarea: hacer sentir a la mónada evolutiva el carácter transitorio de todas las formas y la diferencia entre las formas que perecen y la vida que subsiste.
 
La naturaleza inferior del hombre, ha evolucionado según la misma ley de sacrificio que rige en los bajos reinos. Pero con la efusión de vida divina queda la mónada humana, sobreviene un cambió en la manera de operar de la ley de sacrificio como ley de vida. En el hombre es preciso desenvolver la voluntad, la energía automotora, la iniciativa.
 
El, impulso que fuerza en los reinos inferiores el curso de la evolución, no puede emplearse aquí sin paralizar el crecimiento de ese poder nuevo y esencial. No se pide al mineral, ni a la planta, ni al animal, la aceptación de la ley del sacrificio, como ley de vida escogida voluntariamente. Se les impone desde lo exterior e impele su desarrollo por necesidad ineludible. Pero el hombre debe tener la libertad de escoger, indispensable para el desarrollo de una inteligencia dotada de conciencia y discernimiento. Entonces surge el siguiente problema:
 
¿Cómo esta criatura, libre de escoger, ha de aprender, sin embargo, a escoger la ley del sacrificio, cuando se halla aún en estado de organismo sensible, temiendo el dolor, que es inevitable en la ruptura de las formas?"

La experiencia de muchas eternidades, analizada por una criatura de inteligencia continuadamente creciente, habría podido, sin duda, llevar al hombre a descubrir que, el sacrificio es la ley fundamental de la vida. Pero en esto, como en otras tantas cosas, no quedó sin ayuda y abandonado a sus propios esfuerzos.
 
Los divinos instructores estaban allí, al lado del hombre, en su infancia. Proclamaron con autoridad la ley del sacrificio, y en forma rudimentaria fue incorporada a las religiones en que se sirvieron educar a la naciente inteligencia de los hombres. Inútil era exigir de aquellas almas infantiles un abandono espontáneo de los objetos que les parecían más apetecibles; objetos cuya posesión garantizaba su existencia formal. Había que conducirlos por un camino destinado a elevarlos seguramente, pero por grados, hasta las alturas sublimes del sacrificio voluntario.
 
A tal fin se les enseñó que no eran unidades aisladas, sino que, como parte de un conjunto mayor, su vida estaba ligada a otras vidas, así como superiores; que su vida física estaba mantenida por las vidas inferiores, por la tierra y por las plantas, cuyo consumo constituía para la naturaleza, un crédito que tenían que saldar. Viviendo del sacrificio de los demás seres, necesitaban sacrificar, en cambio, algo que pudiera mantener otras vidas. Nutridos por la actividad de las entidades astrales, presidentes de la naturaleza física, tenían que compensar con ofrendas adecuadas las fuerzas gastadas en su provecho. Dé aquí todos los sacrificios ofrecidos a esas fuerzas, como les llama la ciencia, o según la constante enseñanza de las religiones, a esas inteligencias directoras de la naturaleza física.
 
El fuego disgrega rápidamente la materia física densa, y destituye al éter las partículas etéreas de la ofrenda consumida. Las partículas astrales quedan, pues, fácilmente libertadas, para que se las asimilen las entidades astrales encargadas de sostener la fertilidad de la tierra y asegurar el crecimiento de las plantas. Así se mantiene el movimiento cíclico de la producción, y el hombre aprende que está constantemente incurso en deuda con la naturaleza y que debe constantemente satisfacerla.
 
El sentimiento de la obligación queda así implantado y nutrido en el espíritu, y el pensamiento humano recibe el estigma del deber hacia todo, hacia la naturaleza nutridora. Este sentimiento de obligación se alía estrechamente con la idea de que, el cumplimiento del sacrificio es necesario al bienestar del hombre; y el deseo de prosperidad continua, le lleva a pagar la deuda. No es todavía sino un alma infantil que aprende las primeras lecciones; esta lección de interdependencia de las vidas, de la vida de cada ser dependiente del sacrificio de los demás, tiene capital importancia para su desarrollo. No puede todavía experimentar la divina dicha de dar; es preciso que antes venza la repugnancia de la forma a dejar todo lo que la alimenta.
 
El sacrificio se identifica, pues, en el hombre primitivo, con el abandono de una cosa estimada: abandono provocado por el sentimiento de la obligación, por una parte, y por otra, por el deseo de continua prosperidad.
 

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