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sábado, 24 de noviembre de 2018

INTERPRETACION MORAL DE LA LEYENDA DE HIRAM


Entre todas las instituciones humanas, la Francmasonería es la sola que ha previsto su propia decadencia y la manera de remediarla. No se forja ilusiones acerca del peligro interior que amengua a todos los seres vivientes, en razón de los gérmenes mortales y de la disolución inherentes a todo organismo. Los enemigos exteriores pueden obstruccionar y aun paralizar nuestra actividad; pero no nos matan. Son las enfermedades, como consecuencia de nuestros trastornos interiores, las que más a menudo nos conducen a la tumba.

Toda higiene previsora, dará pues, buena cuenta de esos elementos disolventes que nos van minando sordamente, por lo que debemos vigilar nuestro buen funcionamiento vital. Para resistir a la muerte, debemos conocer sus agentes, a fin de neutralizar constantemente su obra nefasta.


En masonería, la solidez del edificio nada tiene que temer de la lluvia, del viento, ni de los clamores furiosos del exterior; pero los obreros que trabajan mal, con su mal espíritu, comprometen la corporación y podrían hasta matarla, si la orden no poseyera un poder suficiente de resistencia a la disolución.

Una institución indispensable al desarrollo de la humanidad, no podría fácilmente desaparecer, porque beneficia con un espíritu de vida, y como el fénix, perfectamente la hace renacer de sus cenizas. Al instrumento usado o corrompido que se disloca, este arquero imperecedero, fuego constructor substituye incesantemente nuevos organismos, más y más adaptados a su misión.

Cada vez, el Hijo de la Putrefacción sucede más resplandeciente a su padre asesinado; como Horus, el Sol matinal, diariamente vuelve a emprender la carrera de Osiris, que declina a partir del mediodía, para hundirse por la noche en las tinieblas del occidente.
 
Pero para resucitar más fuerte y más gloriosa, la masonería, debe precaverse contra el mal que determina su pérdida. Se trata de un triple azote representada por la Ignorancia, la Hipocresía y la Ambición. Tales son los indignos compañeros que constantemente atacan al Respetable Maestro Hiram, es decir, a la tradición masónica personificada.

Puesto que los criminales de la leyenda son obreros que cooperan con nosotros en la construcción del templo, es Adentro, y no afuera, donde debemos buscar los más temibles enemigos de la masonería.

Seguramente que los referidos tres vicios, extienden sus estragos por toda la humanidad, a la que es menester curar gradualmente de la ignorancia, del fanatismo y de la superstición. Pero antes de proponernos orgullosamente ser los médicos de los demás, seamos modestos y procuremos, antes que todo, nuestra propia salud.


La masonería en su obra de saneamiento y regeneración, debe, pues, empezar por sí misma; esforzándose por extirpar de su seno los vicios disolventes. No estará verdaderamente a la altura de su misión, sino hasta el día en que el personaje de nuestra fraternidad sepa mostrarse INSTRUIDO, TOLERANTE y DESINTERESADO. Entonces, y solamente entonces, su influencia intelectual y moral se afirmará irresistiblemente.


Por consiguiente, desenmascaremos a los asesinos de Hiram. Desgraciadamente son muy numerosos, pues muchos son los malos hermanos; pero muy a menudo no saben lo que hacen, puesto que están sumergidos en la ignorancia masónica más deplorable. Precisamente, porque todo lo ignoran en masonería, todo lo censuran con una intransigencia que rebasa los limites de su impotente comprensión. En nombre de un racionalismo a machamartillo, reclaman la supresión de fórmulas y usos de los que no disciernen su razón de ser. Su vandalismo se inspira en una lógica rígida y en un dogmatismo estrecho, cuya imagen es la regla que se abate contra la garganta. Privado de sus signos materiales de manifestación, el espíritu masónico se encuentra, en efecto, reducido a la impotencia, por las mutilaciones y alteraciones que el simbolismo tradicional ha sufrido. Ninguna enseñanza iniciática es posible si los símbolos, sobre los que se basa, no existen.


Racionalizada al gusto de los antisimbolistas, la Francmasonería no sería sino una escuela en la que, los alumnos, que aún no saben leer, hubieran decretado la supresión del alfabeto.

Pero la estrechez del corazón es peor aún que la de la inteligencia. La masonería, enseña a los hombres a amarse, a pesar de sus divisiones. Debemos elevarnos sobre nuestras diferencias, para comunicarnos, por efecto de esta mutua tolerancia fuera de la cual no hay Francmasonería.

¿Qué pensaremos de esos presuntuosos masones que, creyéndose los solos poseedores de la verdad masónica, ven con ira y rencor a los que no piensan según sus propias ideas?

Como se proclaman infalibles en sus opiniones estos pontífices las erigen en dogmas, y fulminan incesantes excomuniones contra los heréticos opuestos a su manera de ser. Tienden a desorganizar la masonería, a reducirla a las dimensiones de una estrecha iglesia, olvidando que la logia se extiende "de oriente a occidente y de sur a norte", para expresar hasta qué punto se impone la universalidad a nuestra institución, esencialmente antisectaria.

Así, infiltrándose entre nosotros, bajo diversos disfraces, el espíritu del sectarismo, reduce a polvo los cimientos de nuestra fraternidad universal, y disocia las piedras del edificio, pretendiendo volverlas a tallar con más exactitud. Es así como con la escuadra de su concepto, muy particular sobre lo justo, los intolerantes, los sectarios y los fanáticos, hieren el corazón del maestro Hiram.

"Como todos los vicios, el fanatismo siempre resulta de la exageración de una cualidad; porque es preciso formarse una convicción para obrar. Eminentemente activo, el compañero no se puede sostener en un escepticismo flotante; forzosamente necesita una base de certidumbre, relativa cuando menos, para edificar. Pero habiéndose determinado libremente, respetará la libertad de los demás, dándose cuenta de las divergencias de opinión que resulta de la compejidad del aspecto de las cosas, de tal manera que, ciertos HH.·. , y con mayor razón los profanos, pueden llegar con toda sinceridad a conclusiones contradictorias".

Cuando la ininteligencia y el sectarismo han hecho su obra, no les resta a Hiram más que recibir el golpe de gracia. Aletargado, se desploma bajo el mallete de los ambiciosos. Estos no piensan sino en sacar partido, en su provecho, de una institución falseada, en vía de dislocación.


Separándole de su elevado, aunque lejano fin, le asignan un objetivo práctico inmediato para servir sus egoístas propósitos.

La Francmasonería, se vuelve así, el Instrumento de una pandilla política, acaparadora del poder, o de una conspiración dirigida contra el bien general; ésta es la muerte del masonismo, en adelante indiferente a su propio cadáver.

 

viernes, 28 de septiembre de 2018

EL SIMBOLISMO DEL DRAMA DE HIRAM


Jubelás, Jubelós y Jubelúm: Los tres asesinos.

La admirable organización, instituida por el más genial y dirigida por el más benévolo de los jefes (Adon-Hiram), debió haber funcionado perennemente de una manera perfecta. Pero la perfección no está nunca en la naturaleza de las cosas: sólo es un ideal hacia el cual tienden los seres y las instituciones; pero que ninguna podía nunca alcanzar. Como no existe sino lo que se puede hacer, el perfecto (o terminado) se excluye de la existencia objetiva.

Por otro lado, Hiram debía comprobar en su misma persona, hasta qué punto la perversidad se desliza insidiosamente en el corazón humano, a pesar de los esfuerzos de la instrucción y cualquiera que sea la sabiduría de las medidas tomadas en el común interés social.


Está desgraciadamente en la naturaleza del hombre, estar mas satisfecho de si mismo que de su suerte. Multitud de obreros, se creen superiores a la situación que se han hecho. Entre sí, los compañeros se persuaden de que la maestría les corresponde; pero que justamente se les rehúsa, siendo dignos de ella, según su propio juicio. La buena opinión que los compañeros se forman de sí mismos, los hace ciegos para sus defectos. Víctimas de su mediana inteligencia, se ilusionan peligrosamente sobre el alcance de su instrucción; pues el que menos sabe, es el que siempre está dispuesto a rebasar los límites del saber humano, en la estrechez de su horizonte mental.

Con acritud, los descontentos critican todo aquello cuya razón de ser no comprenden. Se erigen en jueces infalibles y condenan las opiniones y métodos de trabajos de los demás. De hacerles caso, sólo ellos están en lo justo, y nada hay de cierto sino lo que predican.

En fin, hay miserables que pretenden atribuirse un salario, el cual, ni siquiera tienen conciencia de merecerlo. Estos son los que resuelven llegar a la maestría por violencia, incomodando en odioso complot a los demás compañeros, de los que saben explotar sus malas tendencias.

Bien es cierto que, la leyenda reduce a tres los obreros criminales; pero precisa no olvidar, que cada uno de ellos personifica un estado de espíritu extensamente repartido; lo mismo ahora, como en tiempos muy antiguos.

Los traidores espían a la hora en que los trabajos están en receso, y en la cual el maestro procede sólo a su visita diaria de inspección. La hora meridiana, consagrada al reposo, da esa propicia oportunidad. Su visita terminada, Hiram no desconfía de nadie, y se dirige, para salir, hacia la puerta del sur, cuando ve a uno de los conjurados venir hacia él. El maestro se detiene sorprendido, para preguntar al obrero la causa que lo llevaba al templo en aquella hora insólita.

"Hace largo tiempo, responde el compañero, que me habéis postergado en una categoría inferior; tengo derecho a mi aumento de salario. Admitidme, pues, entre los maestros".

—"Tú no ignoras, le explica con dulzura Hiram, que yo solo no te puedo conceder ese favor. Si eres digno de ser exaltado, preséntate ante la asamblea de los maestros, que te harán justicia".

—"Ya no esperaré más, y no os dejaré mientras no me deis la palabra de los maestros".

—"Insensato, no es así como debe pedirse; trabaja y serás recompensado".

El compañero insiste y amenaza a Hiram, blandiendo una regla, con la cual hiere al maestro, que ha permanecido firme en su respuesta. Dirigido a la garganta, el golpe se desvía sobre el hombro, lastimado el brazo derecho.


Huyendo el forajido, Hiram intenta salir por la puerta de occidente; pero más amenazador aún que el primero, un segundo infame lo detiene pretendiendo arrancarle por la fuerza sacrílegas revelaciones. Exasperado por la firmeza del maestro, el compañero decidió asesinarlo con un furioso golpe de escuadra en el corazón.

El herido, vacilante, se siente ya perdido. Junta, sin embargo, sus fuerzas para encaminarse hacia la puerta de oriente; pero algunos pasos le bastan para quedar en presencia del más perverso de los tres conspiradores. Este se precipita sobre el maestro, lo coge de un brazo, resuelto a arrancarle su secreto o la vida. Hiram, aunque ya muy débil, mira fijamente a su infame agresor gritando:

—"Más bien morir que faltar a mi deber".

Estas fueron sus últimas palabras, porque estremeciéndose de rabia, el traidor lo abatió rápidamente de un formidable golpe de mallete en plena frente.

Habiéndose consumado el crimen, los cómplices se reunieron para comunicarse el resultado, quedan aterrados al reconocer la inutilidad de su monstruosa acción; no pensando ya otra cosa que borrar de ella, las huellas que pudieran delatarlos.

Esperando que la noche les permitiera transportar lejos el cadáver de Hiram, lo ocultaron provisionalmente bajo unos escombros acumulados al norte del templo; después, a media noche, salieron al campo con su fúnebre cargamento...




 

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