Cuando os mostré las correspondencias que existen entre los diferentes reinos de la naturaleza y los cuerpos sutiles del hombre (cuerpos etérico, astral, mental, causal, búdico y átmico), os expliqué que el agua, los árboles y toda la vegetación, presentan correspondencias con el cuerpo etérico.
Al igual que las plantas, que están enraizadas en el suelo pero que, al mismo tiempo, se comunican con el cielo, el doble etérico está enraizado en el cuerpo físico y, a la vez, en comunicación con los cuerpos superiores.
Sin la vegetación la vida no sería posible. La vegetación y el agua son indispensables para que exista vida sobre la tierra, y se corresponden con el doble etérico que tiene dos misiones que cumplir: asegurar la vida del organismo y darle sensibilidad. Lo mismo que el agua da la vida a las plantas, el cuerpo etérico da la vida al cuerpo físico. Privad de agua a la tierra y la vida desaparecerá de ella; separad el doble etérico de un hombre y éste morirá. La vida está ligada al cuerpo etérico, y el hombre puede prolongar su existencia si sabe cómo trabajar sobre este cuerpo.
La vegetación hace un gran trabajo sobre la tierra. La tierra tiene necesidad de ser removida, transformada, y son las plantas las que se han encargado de esta tarea. ¿Quién hubiera aceptado ocuparse de la tierra? Los animales, no. Los animales son egoístas y se contentan con comer una materia ya elaborada. Los primeros obreros, los más tenaces y los más abnegados, son las plantas. Han tomado una forma y una actitud llena de humildad, y se han puesto a trabajar por todas partes para transformar la tierra. Crecen incluso en los sitios donde no se encuentran ni hombres ni animales; por todas partes veréis a las plantas poblar la tierra.
El deseo de las plantas... evidentemente no se trata de un deseo consciente, sino más bien de una tendencia secreta que la Inteligencia cósmica ha puesto en ellas, decía pues, que el deseo de las plantas es no dejar ni un átomo de tierra sin vivificar. Y, ¿cómo lo consiguen? Conectándose con el cielo.
El árbol comulga con el cielo mediante la extremidad de sus ramas y a través de sus hojas y, al mismo tiempo, se hunde muy profundamente en la tierra con sus raíces. Las extremidades de las ramas y las raíces son las partes más importantes del árbol, el cual recibe la energía a través de estos dos polos. ¡Si pudieseis sentir con que tenacidad y con qué perseverancia lo hace! Todas sus ramas son antenas que se esfuerzan día y noche en captar las energías de la atmósfera, y la savia transporta estas energías hasta las raíces, en donde se realiza el gran trabajo de transformación de la tierra.
La tierra es inerte, pasiva, pero está llena de sustancias, de elementos y de fuerzas que no puede manifestar si no es a través de las plantas. Las plantas son, pues, como alquimistas: se extienden por toda la superficie de la tierra a fin de extraer los materiales que ésta contiene para dados, a continuación, bajo la forma de flores y de frutos.
Como la vegetación, el doble etérico penetra en el cuerpo físico, pero posee, al mismo tiempo, ramificaciones en las regiones superiores para captar en ellas energías que introduce en el organismo.
También vivifica la materia, haciendo aparecer en ella las cualidades ocultas. Es un intermediario entre el cuerpo físico y los cuerpos sutiles. La naturaleza del cuerpo etérico no es aún bien conocida y la medicina oficial no sabe que muchas anomalías físicas tienen por causa trastornos del cuerpo etérico.
Hasta los espiritualistas lo consideran menos importante que los cuerpos astral y mental... Es cierto que no tiene el mismo poder que los otros cuerpos, pero es esencial para la vida. Y, ¿qué se puede hacer sin la vida? Es la base de todo.
Existen numerosos medios para reforzar el cuerpo etérico. Como es un cuerpo y al mismo tiempo un fluido, una energía, está conectado con todas las fuerzas de la naturaleza y es, por tanto, muy sensible al calor, a la luz, a la electricidad y al magnetismo. Si os exponéis a los rayos del sol consciente e inteligentemente, escogiendo el momento adecuado, si hacéis ejercicios de respiración, vuestro doble etérico se refuerza, se vivifica, se exalta, y conserva al cuerpo físico en buena salud.
Debéis aprender a trabajar sobre vuestro cuerpo etérico. Os he dado numerosos métodos: con el agua, con la tierra, con la llama de una vela, etc... Y si, por ejemplo, sentís un dolor, concentrad vuestro pensamiento en el cuerpo etérico, proyectadle todos los colores de la luz y él sabrá cómo poner remedio al mal; actuará sobre las células, pondrá en relación el cielo y la tierra, establecerá una comunicación como lo hacen las plantas, y la parte enferma será de nuevo vivificada.
Gracias al cuerpo etérico el cuerpo físico posee la vida y la sensibilidad. Está conectado con él mediante lo que se llama el cordón de plata. Este cordón tiene cuatro ramificaciones: la primera tiene un punto de conexión en el cerebro, la segunda en el corazón, la tercera en el plexo solar, y la cuarta en el hígado. Hay, pues, cuatro puntos o gérmenes: el germen del cuerpo físico, el germen del cuerpo etérico, el germen del cuerpo astral o cuerpo del deseo, y el germen del cuerpo mental. Cuando el hombre viene a encarnarse en la tierra, trae estos cuatro gérmenes que son unos átomos minúsculos en los cuales está inscrito y registrado todo lo que debe poseer en cuanto a caracteres físicos y psíquicos propios. Son los espíritus luminosos de lo alto, los Veinticuatro Ancianos, con sus servidores los Angeles, los que estudian todos los actos y la conducta del hombre a lo largo de sus vidas anteriores y le dan estos gérmenes en correspondencia exacta con lo que se merece; y todo está registrado en estos gérmenes.
Todos los cuerpos invisibles del hombre, los cuerpos etérico, astral y mental, se forman de la misma manera que se forma el cuerpo físico del niño en la matriz de la madre, de acuerdo con las mismas leyes. Cuando el padre ha depositado el germen, se lleva a cabo en el seno de la madre un trabajo inconsciente. Sin que ella se dé cuenta, las fuerzas de la naturaleza trabajan en su seno para aportarle los materiales cuya cantidad y cualidad correspondan exactamente al germen. Este germen es también comparable a las líneas de fuerza según las cuales, en el mundo material, las partículas se organizan para formar un cristal.
Chladni es un físico y músico alemán del siglo dieciocho que estudió las vibraciones de los sólidos. Esparcía polvo o arena fina sobre una placa metálica y, a continuación, con un arco de violín, hacía vibrar la placa. Según la naturaleza del metal, su espesor, etc... las vibraciones producían figuras geométricas de todo tipo, simétricas o asimétricas.
En efecto, las ondas vibratorias crean líneas de fuerza que atraen a las partículas y ciertos puntos en vibración, a los que se llama puntos vivos, rechazan las partículas hacia los puntos que no vibran, los puntos muertos. Por consiguiente el trazado de las figuras geométricas se efectúa alrededor de los puntos muertos.
Así es como se forma todo en la naturaleza. Cada semilla contiene ya unas líneas de fuerza determinadas y a partir del momento en que, regada por la lluvia y calentada por el sol, empieza a crecer, los elementos que la nutren comienzan a ordenarse de acuerdo con estas líneas de fuerza para formar el tallo, las ramas, las hojas y, más tarde, las flores y los frutos. En cierto sentido, algo así sucede en un transistor.
Hace años se hacían unos aparatos muy voluminosos y muy pesados, pero ahora algunos elementos que abultaban mucho han podido ser reemplazados por circuitos impresos. Cuanto más progresa la técnica, más utiliza materiales.
Ligeros, tenues y sutiles, que permiten reducir la dimensión de los objetos. Pues bien, si queréis, la semilla posee, también, un circuito impreso como el transistor...
Todo se construye y funciona de acuerdo con unas líneas de fuerza, incluso el destino. Hay unas líneas, unos puntos, y los acontecimientos se producen exactamente en función de esta líneas y de estos puntos. El germen es minúsculo, pero contiene toda una organización. ¡Plantadlo, regadlo, y veréis! La madre es el terreno, y cuando el germen está plantado, ella lo riega, lo calienta, hasta que un día se transforma en una planta, su hija. Las leyes son siempre las mismas.
En la Tabla de Esmeralda se dice: «Como es abajo es arriba, y como es arriba es abajo». La tierra posee, también, un cuerpo etérico, un cuerpo astral y un cuerpo mental, así como otros cuerpos superiores que mencionaré más adelante. El hombre está impregnado por todos los cuerpos, el etérico, el astral y el mental, la tierra, los planetas, el sistema solar, el sol y las estrellas, que le penetran, le nutren y le hacen crecer. Pero el hombre, que ha nacido en la tierra, no ha nacido aún en los demás planos y está conectado mediante varios cordones con las demás matrices, que actúan como madres una detrás de otra. Para nacer en un mundo hay que cortar el cordón umbilical y hacerse así independiente.
El hombre es independiente aquí, en el plano físico, puesto que el cordón umbilical que le unía a su madre ha sido ya cortado; pero los cordones que le conectan con los demás planos no están cortados, y no ha nacido aún, es decir, todavía no es independiente en los planos astral, mental y espiritual.
Cuando va a nacer un niño, el germen mental que desciende debe formarse en un cuerpo, y el cuerpo mental cósmico le sirve de matriz; allí es donde se forma el cuerpo mental del hombre, pero para ello se requiere un cierto tiempo. A continuación, mucho más abajo, en el cuerpo astral cósmico se formará el cuerpo astral, y también ahí será necesario un cierto tiempo. Después le toca al cuerpo etérico y, finalmente, al cuerpo físico: y entonces el niño nace en la tierra.
Si tuviese que hablaros de todos los cuerpos, de los materiales de que están hechos, de su naturaleza, de sus funciones, de cómo se encajan y ajustan entre sí, tardaría demasiado. Hoy me detendré solamente en el cuerpo etérico porque es éste el que nos proporcionará información sobre el cuerpo de gloria, el cuerpo de resurrección.
El cuerpo etérico está hecho de una materia física, pero impalpable, invisible, sutil. Ya os lo dije: todavía no se conoce el mundo físico; la gente se imagina que éste se limita a los estados sólido, líquido, gaseoso e ígneo de la materia. No, éste no es más que su aspecto grosero, inferior. La materia es mucho más rica y sutil, ya que se prolonga en el plano etérico en el que volvemos a encontrar, de nuevo, cuatro divisiones.
El primer plano del cuerpo etérico se llama, en la Ciencia iniciática, éter químico; éste es el que permite el crecimiento, la eliminación... Esta primera división corresponde a la tierra. El segundo plano, más sutil, corresponde al agua; se trata del éter vital. El éter vital permite la procreación y da la sensibilidad al cuerpo físico: sensibilidad a las heridas, a las quemaduras, etc... Luego, mucho más arriba, está el éter de luz. Este es el que mantiene el calor, la vitalidad, pero, sobre todo, es la sede de las percepciones. Finalmente, el cuarto plano, el éter reflector, es la sede de la memoria. Ahí, en esta capa, se graban todos los acontecimientos de la vida del hombre, sus pensamientos, sus sentimientos, sus actos. Ahí es donde se encuentra también el germen que reúne todas las facultades, todas las cualidades del cuerpo que se está formando.
Todo sucede exactamente como en el árbol. Cada árbol proviene de un germen y produce, a su vez, gérmenes, semillas, simientes. También el cuerpo etérico produce, obligatoriamente, por lo menos una semilla, en la que se condensan todas sus cualidades. Y es ahí, precisamente en este germen, donde va a formarse el cuerpo de gloria. Este germen, que es un átomo, se encuentra en el corazón, en la punta del ventrículo izquierdo, y graba los movimientos más insignificantes de la vida del hombre.
En realidad, todos los gérmenes de los diferentes cuerpos están conectados unos con otros: el germen físico, el germen etérico, el germen astral y el germen mental, porque se suceden y se comunican entre sí. Ved lo que sucede cuando tenéis tal o cual pensamiento: no permanece aislado en el cuerpo mental sino que se comunica con el plano del sentimiento, el mundo astral, en donde están las emociones, los deseos, las pasiones; después con el cuerpo etérico, y, finalmente, con el cuerpo físico, realizándose entonces el pensamiento. Todo está así coherentemente relacionado.
Evidentemente, estos cuatro cuerpos no son del mismo tamaño, ni tienen el mismo desarrollo, ni la misma resistencia. La prueba está en que algunos, que poseen unas facultades intelectuales formidables, tienen un corazón poco desarrollado: son, con frecuencia, egoístas, avaros, calculadores, interesados, y hasta a veces malos y crueles; mientras que otros, que tienen muy escasas facultades intelectuales, poseen una bondad y una generosidad extraordinarias. También los hay que son fuertes, activos, dinámicos, capaces de desenvolverse con maña, pero sus otros dos lados, intelecto y corazón, no están muy desarrollados.
Existe pues, realmente, una correspondencia, una comunicación entre estos cuatro cuerpos, físico, etérico astral y mental, pero a menudo no se encuentran en el mismo grado de desarrollo. Ello se explica por la vida que han llevado los seres en otras encarnaciones, pero también por las circunstancias que les empujaron a trabajar en tal nivel y a descuidar tal otro. No siempre los hombres han sido capaces de desarrollarse convenientemente en todos los niveles, en todas las regiones, y por eso presentan ahora una diversidad extraordinaria en su desarrollo y en sus manifestaciones.
Quisiera deciros ahora algunas palabras respecto a la forma en que están conectados con el cuerpo físico los diferentes cuerpos, etérico, astral y mental. El cuerpo etérico está conectado con el plexo solar y el bazo. Ambos, pues, el plexo solar y el bazo, son órganos importantes para el cuerpo etérico que capta, a través de ellos, las energías solares y las distribuye por todo el organismo.
Recordad que ya os hablé del plexo solar, subrayando su importancia para la vida. En ruso, esta región del vientre y del plexo solar se llama «jivot», y «jivot» en búlgaro, significa «vida». El estómago es el que envía a todo el cuerpo, e incluso al cerebro, las energías producidas por la alimentación, y el plexo solar hace el mismo trabajo en el plano etérico. El es el que restablece las funciones, repara los desórdenes y da energías al cerebro. Cuando vuestro cerebro esté bloqueado, dad unos masajes al plexo solar, y al poco rato sentiréis que se despeja.
Si el cuerpo etérico no existiese el hombre sería destruido por su cuerpo astral. El cuerpo etérico y el cuerpo astral están en perpetua lucha, ya que el cuerpo astral consume energías continuamente y agota al cuerpo físico con los sentimientos, las emociones y las pasiones que lo agitan. Pero, durante la noche, el cuerpo etérico se esfuerza por restablecerlo todo eliminando las impurezas. El cuerpo etérico, pues, nos protege; sin él, pronto estaríamos envenenados, porque el cuerpo astral está en conexión con el hígado en donde se depositan todos los venenos que luego serán eliminados.
Sabéis que si el hígado está enfermo, es debido, con frecuencia, a los apetitos inferiores, a los deseos y sentimientos desordenados, a la ansiedad... El hígado es una de las sedes del cuerpo astral; la otra se encuentra en los órganos sexuales. En cuanto al cuerpo mental, tiene su sede en el cerebro y en la médula espinal. El cuerpo etérico, el cuerpo astral y el cuerpo mental están, pues, cada uno, conectados al cuerpo físico por dos puntos: el cuerpo etérico por el plexo solar y el bazo; el cuerpo astral por el hígado y los órganos sexuales, y el cuerpo mental por el cerebro y la médula espinal.
Mirad ahora este esquema, muy simplificado, que os explicará la estructura del ser humano tal como los Iniciados lo han comprendido y analizado desde hace miles de años.
Hay, pues, en total 6 divisiones. Algunos esoteristas ponen 7, porque colocan el cuerpo etérico entre el cuerpo fisico y el cuerpo astral, y colocan el cuerpo mental como límite entre el mundo humano y el mundo divino.
Según las circunstancias me sirvo de uno u otro esquema. Puesto que el cuerpo etérico pertenece al cuerpo físico, no es necesario atribuirle siempre un lugar particular, y se tiene así: el cuerpo físico (que comprende el cuerpo etérico), el cuerpo astral, el cuerpo mental, el cuerpo causal, el cuerpo búdico y el cuerpo átmico.
Os expliqué en otra conferencia que lo que está más arriba, el mundo divino, está conectado con lo que está más. abajo, el mundo físico: el cuerpo átmico está conectado con el cuerpo físico, el cuerpo búdico con el cuerpo astral, y el cuerpo causal con el cuerpo mental. Lo que está abajo es, pues, como lo que está arriba, pero invertido. El cuerpo átmico es, en el registro superior, la repetición del cuerpo físico, el cuerpo búdico la repetición del cuerpo astral, y el cuerpo causal la del cuerpo mental. El hombre está hecho de tres principios: la voluntad, el sentimiento y el pensamiento, y, en el plano superior, el plano de los principios sublimes, piensa, siente y obra divinamente.
Si damos un lugar particular al cuerpo etérico, vemos, estableciendo las mismas correspondencias, que el cuerpo etérico está conectado con el cuerpo búdico, y es ahí donde debemos buscar el cuerpo de resurrección, el cuerpo de gloria.
Pero aquí, es necesario que os dé algunas explicaciones. Los diferentes cuerpos del hombre no están separados unos de otros; en realidad están conectados y actúan los unos sobre los otros: el cuerpo mental, por ejemplo, actúa sobre el cuerpo astral, el cuerpo astral sobre el cuerpo físico... Acabo de hablaros de las conexiones que existen también entre los cuerpos superiores y los cuerpos inferiores; el cuerpo átmico y el cuerpo físico, el cuerpo búdico y el cuerpo astral, el cuerpo mental y el cuerpo causal. Existen, pues, dos clases de conexiones: las primeras ponen en relación los diferentes cuerpos tal como éstos se presentan verticalmente en el gráfico, y las segundas están indicadas por los círculos concéntricos.
Ahora comprenderéis mejor cómo está conectado el cuerpo búdico con el cuerpo etérico. Con las emociones y los sentimientos elevados del cuerpo búdico, el Iniciado actúa sobre su cuerpo astral purificándolo, y el cuerpo astral purificado actúa sobre el cuerpo etérico. Así pues, es fácil de comprender: el cuerpo búdico actúa sobre el cuerpo etérico por intermedio del cuerpo astral, y así, el cuerpo de gloria, que tiene su germen en el cuerpo etérico, se refuerza y crece.
Os dije hace un rato que el plano más sutil del cuerpo etérico se llama éter reflector y que es la sede de la memoria. Pero esta memoria tan sólo concierne al ser humano en particular; se trata de sus archivos personales. Para conocer los archivos del universo, hay que ir a buscar una memoria más elevada en el plano búdico, ya que es allí donde se graban los acontecimientos del universo.
El cuerpo búdico es el cuerpo del amor desinteresado, de la beatitud absoluta, de la pureza absoluta.
Cristo y Buda han sido ejemplos perfectos de amor, de sacrificio, de pureza. Por eso el discípulo instruido en esta ciencia debe procurar desarrollar los sentimientos y los deseos más desinteresados, los más puros, para poder alimentar a su cuerpo etérico y a su cuerpo búdico. Los alimenta como alimenta la madre a su hijo: con su propia sangre.
Ya os expliqué este proceso cuando os hablé de la Navidad y del segundo nacimiento, porque, en realidad, el segundo nacimiento y la resurrección no son sino dos maneras diferentes de presentar la regeneración del hombre, su entrada en el mundo espiritual. Según la calidad de su propia sangre, la madre tiene un hijo sano o enfermo; de la misma manera, el ser humano forma sus cuerpos espirituales con el alimento que les da. Con el trabajo desinteresado, el sacrificio, el amor divino, el hombre construye su cuerpo de gloria, lo amplifica en la luz y en la belleza, y, gracias a este cuerpo de gloria, resucita y se hace inmortal.
Así es como hay que comprender la resurrección de Jesús. Jesús, que poseía todos estos conocimientos, pudo alimentar tan divinamente a estos dos gérmenes del cuerpo etérico y del cuerpo búdico, con pensamientos y deseos siempre luminosos y puros (lo vemos en sus palabras y en su vida), que llegó a formar su cuerpo de gloria. Y cuando resucitó, no lo hizo con su cuerpo físico; salió de la tumba con su cuerpo etérico y su cuerpo búdico. Por eso dijo a María Magdalena: «¡No me toques!»
No podía dejar que le tocasen antes de que su cuerpo se hubiese hecho más sólido, más material. Después, permitió que Tomás le tocase, pero antes no podía ser.
Por otra parte, si os acordáis, cuando Jesús se apareció a María Magdalena, al principio ella no pudo reconocerle, y ello tiene una explicación: como acabo de deciros, su cuerpo etérico no estaba todavía suficientemente materializado y no había tomado aún la apariencia y los rasgos de Jesús. Por eso pensó que se trataba del jardinero, sino, ¿cómo ella, que conocía tanto a Jesús, se habría equivocado de esta manera? Cuando llega a materializarse, el cuerpo etérico toma los mismos rasgos, la misma apariencia que el cuerpo físico, porque es la reproducción exacta de éste.
Ved que todo se explica: Jesús no resucitó con su cuerpo físico, no, sino que se apareció con su cuerpo etérico, su cuerpo de gloria, y sigue aún viviendo con este cuerpo de gloria, porque no ha abandonado la tierra.
Y aún, en el momento de la transfiguración, cuando se apareció con Moisés y Elías a sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, era tan luminoso y radiante que estos no pudieron soportar tanta luz y cayeron con el rostro en tierra. Esta transfiguración era, también, una manifestación del cuerpo de gloria. No había llegado aún el momento de separarlo definitivamente del cuerpo físico, pero ya podía manifestarse. Independientemente de la forma en que los religiosos traten de explicarla, en realidad, la transfiguración sólo puede explicarse por las vibraciones del cuerpo de gloria que habían alcanzado una intensidad tal que éste se había hecho belleza, luz y resplandor.
Y puesto que Jesús logró formar su cuerpo de gloria para resucitar, sus discípulos, si llegan a poseer los conocimientos necesarios y trabajan en el mismo sentido, pueden también llegar a formarlo. Todos los discípulos de Cristo pueden transfigurarse y resucitar, todo depende de la intensidad de su amor y de su fe. En primer lugar deben saber que hay unos gérmenes que alimentar. Pero, ¿cómo? Cuando tenéis momentos de vida espiritual muy intensa, éxtasis, cuando escucháis música, cuando os conmovéis ante un espectáculo de gran belleza, entonces alimentáis vuestro cuerpo de gloria, lo reforzáis.
Estos sentimientos de amor y de admiración, estas emociones místicas, son los elementos gracias a los cuales lo alimentáis, exactamente de la misma manera que una mujer encinta alimenta a su hijo con su sangre, sus pensamientos y sus sentimientos.
Sólo podéis alimentar vuestro cuerpo de gloria con los elementos más puros y más luminosos ; por eso debéis estar atentos seleccionando y clasificando vuestros pensamientos y vuestros sentimientos. Y cuando lleguen momentos difíciles en los que os sintáis turbados, en los que experimentéis odio, celos, deseos de venganza, acordaos inmediatamente que vais a retrasar la formación de vuestro cuerpo de gloria y cambiad vuestro estado.
Algunas personas han podido ver el cuerpo de gloria de ciertos Iniciados cuando éstos tenían estados de arrobamiento y de éxtasis: su rostro resplandecía, la luz brotaba de todo su ser. Gracias a este cuerpo los Iniciados pueden viajar por el espacio, atravesar las montañas e incluso penetrar hasta el centro de la tierra, porque ningún obstáculo material lo detiene. Hasta puede actuar a distancia sobre las criaturas para ayudarlas. Sí, aunque vuestro cuerpo físico esté en muy mal estado podéis enviar ayuda, porque el cuerpo físico y el cuerpo de gloria son dos cosas totalmente diferentes. Podéis estar moribundos, pero vuestro cuerpo de gloria está ahí, vivo, radiante, y puede llegar a las criaturas a través del espacio. Incluso le es posible al hombre separarse de su cuerpo físico para vivir solamente con el cuerpo de gloria, y vivir así eternamente. Mientras que con el cuerpo físico no hay nada que hacer: no se puede rejuvenecer, no se puede reforzar, envejece, se debilita y muere.
Únicamente el cuerpo de gloria es inmortal, porque los elementos de los que está hecho son de una materia incorruptible, no se descompone. En cuanto al cuerpo físico, no hay que contar demasiado con él. Actualmente se hace todo lo que se puede por el cuerpo físico, embelleciéndolo, flexibilizándolo, reforzándolo... Está bien, no hay que descuidar el cuerpo físico como hacían en el pasado algunos religiosos o ascetas. Pero un día el cuerpo físico muere, y el cuerpo de gloria empieza a manifestarse.
Ya os lo dije: lo que está muerto no resucita; lo que está vivo es lo que resucita. Ciertos muertos son resucitados, pero porque sólo estaban muertos en apariencia; en realidad, estaban en coma. Los que resucitan son los que no estaban muertos, es decir, aquellos cuyo cordón de plata no se había roto. Pero no se puede resucitar a nadie una vez que el cordón de plata se ha roto. Una vez que el alma se ha ido, es inútil representar comedias para hacerla volver. Sobre esta cuestión hay muchas historias falsas, inventadas por ignorantes.
Se habla de magos y de brujos que lograron resucitar a muertos. En realidad, no se trataba de verdaderas resurrecciones: mediante ciertos métodos que ellos conocían, estos brujos conseguían evocar a entidades terrestres o subterráneas que se introducían en el cuerpo del muerto para vivificarlo.
No era el espíritu del muerto el que volvía, sino otras entidades que, mediante conjuros, lograban hacer entrar en este cuerpo y que permanecían en él durante algún tiempo. Todos los pretendidos resucitados no habían muerto en realidad, aunque se hubiera creído así porque su corazón ya no latía. La verdadera muerte no se produce cuando se para el corazón sino cuando éste ha perdido su calor. Dejar de respirar tampoco significa la muerte. Mientras el corazón conserva su calor el hombre puede volver a la vida mediante fricciones u otros cuidados, o incluso con los medios de la magia divina. Pero cuando el calor le abandona y se rompe el cordón de plata que conecta el cuerpo físico con el cuerpo etérico y el cuerpo astral, ya no se puede hacer nada por él.
Los grandes Iniciados nunca se han ocupado de resucitar cadáveres; son los nigromantes los que pretenden hacerlo, cuando, en realidad, no hacen más que atraer a otras entidades al presentarles elementos que les agradan: comida, sangre, etc... Ni siquiera Jesús resucitó a los muertos. Diréis: «¿Y Lázaro? Llevaba ya tres días muerto...» No, los demás le creían muerto, pero, en realidad, estaba todavía vivo. Ello no disminuye en nada, de todas formas, el mérito de Jesús, porque Lázaro habría muerto realmente si no hubiese venido Jesús a arrancarle de la tumba. En cuanto a lo que se dice de la muerte de Jesús, ¿es real?.. Pero no tocaré este cuestión para no escandalizar las conciencias cristianas.
El muerto no resucita; es el vivo el que resucita, el que está vivo pero aletargado: como el árbol cuyas ramas mueren durante el invierno, como las semillas sepultadas en la tierra. En apariencia, la semilla muere antes de crecer, y por eso se dice: «Si no morís, no viviréis».
Hay que morir permaneciendo vivos. La palabra «muerte» presupone, pues, otra forma de vida. Al decir: «Si no morís, no viviréis», Jesús quería significar: si hacéis morir vuestras tendencias egoístas, viviréis en el espíritu, en el esplendor. No se trata, pues, en realidad, de una verdadera muerte, porque el que está verdaderamente muerto, no resucita.
Hoy habréis comprendido que únicamente el cuerpo de gloria es inmortal. Jesús no resucitó con su cuerpo físico, y lo que los cristianos no saben es que aún está vivo, que no ha abandonado la tierra.
Además, él mismo lo reveló cuando dijo: «Id, instruid a todas las naciones... Y yo estoy con vosotros, por siempre hasta el fin del mundo.» El cuerpo de gloria está en nosotros en forma de semilla, de germen. Y, ¿qué hacemos con una semilla? La plantamos, nos ocupamos de ella, la regamos, y así crece, se convierte en un árbol, es decir, en un cuerpo desarrollado, poderoso. Este cuerpo ya está ahí, contenido en la semilla, con todas sus posibilidades de desarrollo futuro: su tamaño, su belleza, sus frutos. Pero si no lo alimentamos con nuestro rocío, es decir, con nuestros pensamientos, con nuestros sentimientos, nuestro calor y nuestra luz, entonces muere.
No creamos el cuerpo de gloria; cada ser lo posee originalmente en forma de un átomo, y el trabajo del discípulo consiste, precisamente, en darle calor, protegerlo y alimentarlo con sus pensamientos, sus sentimientos, sus anhelos, sus sacrificios. Cuando le da toda su sangre, toda su fuerza, el cuerpo de gloria se convierte en su propio cuerpo; abandona su cuerpo físico y se va por el espacio con su cuerpo luminoso, visitando las estrellas y todas sus criaturas.
Y esto es la resurrección: la vida intensa que el hombre ha logrado dar a su cuerpo de gloria con sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos, que llevan el sello de la Divinidad, es decir, que están impregnados de altruismo, de abnegación y de sacrificio. Mientras que aquél que no hace nada por nadie será sepultado en la muerte, porque la muerte es, precisamente, la falta de amor. Todos los grandes Maestros han insistido en la necesidad de dar, de ser capaz de arrancar algo de sí mismo para el bien de los demás. El hombre sólo puede elevarse dando con la mayor luz y pureza. Por eso, en el pasado, estaba prescrito ofrecer a la Divinidad las primicias de las cosechas y de los rebaños: el primer trigo, la primera uva, los primeros corderitos, es decir, lo que de mejor y más puro poseía el hombre.
Y vosotros, como ya os dije, cuando experimentéis una alegría porque habéis contemplado algo hermoso, leído poemas o escuchado música, cuando todo vuestro ser se estremece y se expande, acordaos, entonces de consagrar estas partículas de gozo puro que brotan de vuestro ser para que vayan a alimentar vuestro cuerpo de gloria.
Sí, pensad en todos los medios que tenéis a vuestra disposición para acelerar este proceso. Porque se necesita, evidentemente, mucho tiempo para construir este cuerpo; ¡mirad cuántos años necesita una bellota para convertirse en un gran roble! Hay que dar, pues, al cuerpo de gloria un alimento más frecuente y abundante: eso quiere decir que debéis conformar vuestra vida de manera que tengáis las mejores condiciones para vivir la vida espiritual. ¿Comprendéis ahora por qué insisto siempre en la necesidad de no cortar la conexión con la Divinidad, de no dejar de dar, de irradiar, de proyectar lo mejor de vosotros mismos?
El cuerpo de gloria es, de momento, una pequeña semilla que el hombre lleva dentro de sí; pero esta semilla está predestinada gloriosamente a hacer de él una divinidad. Si Jesús resucitó, también nosotros podemos resucitar. Bien sé que la mayoría de los cristianos dicen: «Jesús era el hijo de Dios, vino ya perfecto, así que a nosotros, que no somos Dios, ¡déjenos tranquilos!» ¡Y de esta manera justifican todas sus debilidades!
No, mis queridos hermanos y hermanas, la Iglesia ha cometido un gran error al enseñar que únicamente Jesús era hijo de Dios, y este error ha producido resultados deplorables. Jesús era hijo de Dios, y nosotros también somos hijos de Dios, menos grandes y menos elevados, pero somos de la misma naturaleza que él y podemos llegar a ser como él.
Jesús resucitó, y nosotros podemos, también, resucitar. Porque Dios ha puesto en cada uno de nosotros este germen minúsculo, este átomo del cuerpo de gloria que es susceptible de hacer de nosotros una Divinidad. Por eso Jesús dijo: "Aquél que crea en mí hará, también él, las obras que yo".