martes, 10 de julio de 2018

DISCURSO AL GRADO DE MAESTRO MASÓN


Mi Querido Hermano:
 
Cuando los Emblemas del grado de Aprendiz se os explicaron, los resultados de sus preceptos morales, debieron grabarse en vuestro corazón, con tanta mas facilidad, cuanto, que es la misma moral adoptada universalmente por todas las sociedades, es decir sectas o religiones; amar a Dios y al prójimo como asimismo, no hacer a los demás hombres lo que no quisiéramos que nos hicieran, ser buen padre, buen hijo, buen hermano, buen amigo, buen esposo, y buen ciudadano, son deberes que debemos llenar indispensablemente, tanto en la sociedad civil como en la Masonería. Pero la práctica de esta virtud aunque es el objeto del grado de Aprendiz se recomienda siempre muy particularmente al Masón porque si es vicioso en vano se entregará al estudio de la sabiduría, porque no produciría efecto alguno.


En el grado de Compañero que se os dio después, debíais saber que aquellos emblemas tienen un sentido moral, y otro físico, el uno para disponer el corazón a detestar el vicio, construyendo en él sus prisiones, elevando al mismo tiempo templos a la virtud y el otro para arrojar las tinieblas del espíritu, ilustrándolo en los principios generativos de todas las cosas naturales; por este motivo hicisteis un viaje misterioso, y se os hizo marchar hacia atrás, volviendo sobre vuestros pasos encontrasteis la estrella flamígera, cuyos maravillosos efectos percibiríais claramente en la explicación del segundo grado.

En el hombre, es decir en vos mismo, si habéis meditado profundamente sobre todo lo que se os ha comunicado, encontrareis la luz que representa la estrella misteriosa.

El grado sublime de Maestro que acabamos de daros, abre una nueva carrera de meditaciones al Masón estudioso que trata de conocer los verdaderos principios de las cosas materiales que le rodean en este mundo enigmático, que siempre será mirado como tal por los que dudan de todo, o que ven solamente movimiento y materia, pero todas las partes de este gran enigma se disuelven fácilmente al conocer el nombre la palabra principal.

Esta gran palabra, es Dios: es el Gran Arquitecto del Universo, principio de todas las cosas creadas. Lo mas necesario para el hombre es conocerle: para llegar a este conocimiento, es suficiente abrir los ojos a la luz; el espectáculo del Universo que se les presenta delante, atesta su existencia, y todos los seres publican su gloria.

Los planetas cuyo centro y antorcha es el Sol, las estrellas sin número, que la noche descubre a vuestras miradas, todo lo que vive o vegeta sobre la tierra, todo lo que sus entrañas encierran, son otras tantas voces que lo divulgan, y cuyo unánime concierto ha rendido homenaje a la Divinidad desde el principio del mundo. Lo proclamaron desde entonces, y no cesarán de anunciarlo a los siglos venideros: es un libro vivo cuyos caracteres indelebles llevan la gran marca de su inmortal autor, y su estilo está al abrigo de todas las revoluciones. Este libro ensena la verdad a los hombres en todos los siglos y en todas las naciones, y los sabios de la antigüedad no conocían cosa ninguna mas a propósito para sacar las instrucciones mas importantes.

Vamos a procurar enseñaros en este discurso de instrucción, que los principios de esta gran obra de la naturaleza han sido creados, porque no es dado ni a la naturaleza ni al hombre, el crear principios. Quien dice principio, dice cosa existente por sí misma.

Añadiremos, que los principios de las cosas naturales, no son los solos creados por el Gran Arquitecto, sino que también son emanaciones suyas los de la razón, de la justicia y de la verdad; y que el Masón estudioso halla en estos principios naturales y morales ocultos por nuestras emblemas y ceremonias, los medios de conocer la luz que brilla en medio de las tinieblas, de que resultará, que la Masonería está cimentada sobre fundamentos verdaderos; no obstante, cada uno quiere establecer otros nuevos, y formar sistemas de moral y física, según la pureza o corrupción de su corazón.

El hombre justo que padece en este mundo tiene al menos la esperanza de hallar en el otro, la recompensa de sus virtudes, pero el perverso que no teme la recompensa ni el castigo, cree que el Alma muere con el cuerpo, considerándola como material y que debe volver a su primer principio, por consiguiente, está interesado en dudar todo lo que pueda disipar su error.

Si fuera posible que este hombre degenerado estuviese delante de nosotros, le diríamos, ¿Conocéis acaso las funestas consecuencias que resultan del pretendido principio que tratáis establecer? Si todo muere con el cuerpo ¿las máximas de equidad, y amistad, la buena fe y reconocimiento, no son mas que fantasmas y errores populares, puesto que nada debemos a esos hombres que no nos pertenecen en ningún grado, y para con los cuales no tenemos ningún nudo ni vínculo de esperanza que nos una, que mañana volverán a caer en la nada de donde salieron, y que ya no existen? Si todo muere con nosotros, los dulces nombres de hijo, padre, amigo, y esposo, no son sino nombres de farsa y de teatro, títulos vanos que nos engañan pues que la amistad misma, que viene de la virtud, ya no es vínculo durable; que nuestros padres que nos precedieron, ya no son nada, que la sociedad sagrada del matrimonio no es mas que una unión brutal, de donde por una reunión caprichosa y casual, salen criaturas, que ríos asemejan; pero que nada tienen de común con nosotros si no es la nada, si todo muere con el cuerpo, las cenizas de nuestros padres y nuestros amigos, ya no son otra cosa que un polvo vil y despreciable, que es menester echar al viento por que no pertenece a ninguna persona: las últimas intenciones de los moribundos, tan sagrada aun entre los bárbaros, no son pues sino los últimos sonidos de una máquina que se disuelve y para decirlo todo de una vez, si todo muere con nosotros, la justicia es pues una usurpación sobre la libertad de los hombres; la ley del matrimonio, un vano escrúpulo; el pudor, una preocupación; y la probidad, una quimera; los incestos, los parricidios y las negras perfidias, juegos de la naturaleza, y nombres que los institutores de las primeras sociedades inventaron para mantenerlas.


A esto se reduce la filosofía licenciosa y soberbia de los ateos, cuyos sofismas tan ponderados no son propios sino para inocular el crimen en nuestro corazón. ¡Ved allí la pureza y la sabiduría que ellos están exagerando eternamente!

Si convenimos con sus máximas, el universo entero volverá a caer en un horrible caos, todo se confundirá sobre la tierra, y las ideas del vicio y la virtud se trastornarán; las leyes mas inviolables de la sociedad se desvanecerán y la disciplina de costumbres perece. El género humano no será mas que una reunión de insensatos bárbaros, impúdicos, furiosos, engañosos, traidores e inhumanos, que no tendrán otra ley que la de la fuerza, otro freno que el de las pasiones y el temor de la autoridad, otra ligadura, que el desenfreno desarreglado, ni otro amigo sino ellos mismos.

Esta es la sociedad de los ateos; ¡Horrible sociedad, si acaso pudiera existir alguna en el universo, enteramente compuesta de tales monstruos, y en donde ninguno pudiera merecer el derecho de ser admitidos en ella, sino por la impiedad!

Así es que por la corrupción de las costumbres, se precipita insensiblemente el hombre en las tinieblas del materialismo; donde se desvanecen la buena fé, la probidad, y todas las virtudes que caracterizan el hombre honrado. Pero es aquí; es en la sala del medio, es en el punto central, o mas bien, en el alma, que ocupa el centro del cuerpo, en donde debemos reconocer las verdades eternas como ellas son. ¡Corrupción del corazón! ¡Descarrío del espíritu! ¡Materialismo insensato, principio de nuestros errores! ¡Apartaos de este sagrado lugar! ¡Salid de entre nosotros! ¡Vuestros sistemas impíos son los verdaderos profanos!

La tumba es el límite que separa el mundo visible del invisible y al hombre exterior del interior; el Masón debe pues, bajo este principio, aprender a conocerse exterior e interiormente. Las tinieblas del cuerpo no perciben la luz del alma, pero la que luce en las tinieblas las da a conocer, y no debe dejarse obscurecer por ellas.

El hombre nace y se cría libre, por consiguiente, arbitro de su destino, conoce el mal y el bien, si hace el primero y no el segundo, es doblemente culpable. ¿Pero donde está esa luz que debe darle a conocer el mal para evitarlo, y el bien para practicarlo ? Hermano mío, en vos mismo la tenéis.

Salido del sepulcro, en este instante, vos mismo sois el emblema de esta luz. Vuestra alma no se considera ya como cautiva en la prisión de su cuerpo. Desprendida de las ligaduras que la oprimían, y de su masa grosera e informe, contemplará en este momento al Arquitecto que la creó, y le reconocerá por el primer principio de la existencia del Universo.

Libre, inmortal, e inalterable, sobrevive al cuerpo, porque toda substancia indivisible y sin partes, es por ella misma indisoluble y no puede ser destruida por ninguna fuerza natural. ¡Hombre nuevo, hombre regenerado!

Debéis conocer que la razón es tan natural a el alma, como los sentidos lo son al cuerpo; el hombre no ha formado ni los órganos que nos unen a los objetos exteriores, ni estos objetos. Inmediatamente que se presenta alguno, el sentido con quien tiene relación, se ampara de él, y con la mayor rapidez hace pasar su impresión hasta el alma, por medio de una estrecha correspondencia, de esta obra portentosa no puede ser autor el hombre.

Tampoco lo es de la razón, ni de la verdad que una armonía tan perfecta une a aquella, y que la comprende fácilmente cuando se presenta; también, todo lo que ve, siempre es tal como le parece, y lo que es evidente para ella en aquel momento, lo era antes de ofrecerse a su vista. Sin esta realidad de verdad, sin esta infalibilidad de la razón, seriamos eternamente el juguete de la mentira, y nuestras ideas jamás tendrían un objeto solido.

Demasiadas veces nos sucede, (lo confieso y el hombre regenerado no lo ignora,) caer en el error, pero nada se puede concluir contra la razón, pues no es ella quien nos engaña. Nunca se engaña el hombre sino por haber precipitado su juicio sin consultar a su oráculo, que es él mismo. El germen de la verdad, está en el espíritu, y el corazón lleva grabado dentro de sí mismo la ley que debe seguir; el mismo rayo de luz hace brillar a nuestros ojos, las reglas de nuestra conducta, y los principios de nuestros conocimientos, en fin, del mismo modo lo justo, que lo verdadero. Si la razón nos extraviase en uno de estos dos caminos, mal nos guiaría en el otro, pero ella nunca engaña.

Ved pues como se eleva un edificio regular: la escuadra forma cuadros exactos de todas las piedras que deben entrar en su composición; el nivel guía la mano que las junta e indica la perpendicular; el arquitecto inspecciona y recorre con una mirada la obra entera; de otra ojeada examina, y juzga las diferentes partes de ella, velando siempre sobre su resultado final. De este modo, el orden y la perfección responde a sus ideas. Pero este arbitro de tantas operaciones, está sujeto a leyes inalterables porque su arte se funda sobre reglas invariables, que subsistían antes que él.

Tal es la naturaleza de los principios, tanto de nuestras acciones como de nuestros conocimientos, no es dado pues al hombre el crearlos; (quien dice principio, dice cosas existentes por ellos mismos, eternas, inmutables) son independientes de nuestra voluntad, la que no puede hacerles perder su naturaleza.  El hombre no estaría sujeto a errores, ni seria criminal si no tuviera verdades que creer, ni deberes que practicar a menos que por falta de luces dejara de conocer sus obligaciones.

El alma tiene delante de los ojos una ley fija, un arquetipo invariable; cuando ella guía bien nuestro corazón en sus afectos, o al espíritu en sus juicios, debemos concluir que anterior a todo sistema humano hay cosas que deben ser hechas, y son las que se llaman justas; y otras que deben ser creídas, y es lo que llamamos verdades, estos dos principios, que tienen un mismo origen uno y otro, dependen del hombre, o son independientes de él. Hay pues una justicia primitiva, como una verdad.

¿Dudaríais en tratar de insensato a cualquiera que os dijera que la noche es mas clara que el día? no lo creo, ¿pero porque? Porque la razón os instruye que lo que él niega, es por contra la mas grande evidencia y porque estamos interiormente ilustrados por la luz que nos conduce a las verdades de este genero; si el mismo hombre, para llegar al nacimiento de un rio, tomara el camino de su desembocadura, o si obligado por una sed ardiente, quisiera sacar agua en una red, ¿no volveríais a tacharle de locura? ¿ porque? Porque obraría abiertamente contra la ley de la razón, que quiere que se llegue al punto de la dificultad por el camino conveniente, y no por medios opuestos; conoced pues, dentro de vos mismo una luz que os dicta estos principios.

La justicia, y la verdad, no son invenciones de los hombres. ¿Serían estas dos virtudes recomendables únicamente por las ventajas que producen? no, Hermano mío, no nos imponen con su sola autoridad la veneración y respeto que les debemos: su origen refluye al Gran Arquitecto, sabemos muy bien, que muchos de los reglamentos establecidos son frutos de la sabiduría humana, pero hay una sabiduría superior, una ley que desde su principio imprimió en el corazón de todos los hombres el G.·. A.·. D.·. U.·. 

Aunque esta ley no se desenvuelva con la misma rapidez en todos, hay entre ellos una armonía tan perfecta, que haciendo hablar a los unos obedecen los otros su voz con docilidad esta ley suprema es la que reina en el santuario del alma; es la que nos hace conocer lo malo para evitarlo, y lo bueno para practicarlo; es la que nos inspira cuando pensamos bien, la que nos reprende cuando obramos mal. Así se os ha explicado en el grado de Aprendiz.

Hablando de los principios de las cosas creadas, pasaré en silencio los que sirven a la formación del cuerpo; no os haré la descripción de las partes que forman este edificio maravilloso, que es un tejido de piezas relativas, cuya reunión ofrece pruebas muy multiplicadas, de designios y de genio para no anunciar en su autor una ciencia profunda; si queréis saberlo, interrogad a aquellos Hermanos que entre nosotros han adquirido el conocimiento de ellas por un estudio particular de su profesión. Os dirán que no hay una parte en el cuerpo humano que por su forma y sus funciones, no sea una maravilla digna de admiración, sin embargo no puedo dejar de hablar del corazón, la mas noble de todas ellas.

El corazón en que los Masones guardan la llave de sus secretos, es el centro y el origen de la sangre, distribuidor de este precioso fluido, está suspendido en el centro del edificio, como el sol en medio del mundo planetario para aclarar su vasta circunferencia.

La construcción de este templo vivo, es portentosa; ¡pero cuantas veces mas grande no es la luz que lo habita! admiramos un navío a vela que surca los mares hendiendo las olas , pero, ¿cuanto mas digno de admiración no es el capitán que lo manda?

Aunque la instrucción relativa a la glorificación del alma está especialmente unida a los grados superiores, tiene no obstante, su principio en el Grado de Maestro. En este punto central, en esta sala del medio, es donde lo puro se separa de lo impuro, y por consiguiente, donde el hombre regenerado abandona sus despojos terrestres.

El templo del cuerpo está destruido, y habéis marchado sobre sus tristes restos pasando de la escuadra al compás. Perdiéndoos en el camino que debía llevaros al centro de la verdad, tres Hermanos, con tres golpes, os han vuelto a poner en la vía recta, adquiriendo sobre ellos el mismo derecho.

Todo Maestro debe andar entre la escuadra y el compás, y si percibe a alguno de sus Hermanos fuera de estos dos puntos, está obligado a volverlo a traer. Las reliquias de la impureza que habéis hollado con vuestros pies han desparecido, como el vicio, y el error que ellas os causaban; ya tenéis en vuestras manos el ramo de Acacia, la blancura de sus flores, es el emblema de una alma bella que sobrevive a una separación mortal, para elevarse al seno del Arquitecto Todo Poderoso.

El cuerpo, ese compañero que esta misma alma misma se da, y al que debe siempre mandar, se subleva contra ella por la violencia de sus apetitos sensuales y desordenados, y llega a ser su asesino: entonces es cuando las tinieblas obscurecen la luz.

Bienaventurada el alma que manda al cuerpo, y bienaventurado el Maestro que halla docilidad en su compañero.

Os estimulamos Hermano mío, para que entregándoos totalmente al estudio y conocimiento de esta alma divina, sepáis responder cuando se os pregunte si sois Maestro: conozco la Acacia.

La escala que está sobre el cuadro, es el emblema de la escala misteriosa invisible a los ojos del cuerpo, por donde suben y bajan los espíritus celestes, tal como apareció a Jacob cuando se quedó dormido sobre la piedra de Betel, sobre esta piedra cúbica, con punta, que reconoció al despertar, ser el Templo del Gran Arquitecto, y un lugar terrible.

La serpiente enroscada mordiéndose la cola, es un emblema de los antiguos sabios que representa el mismo sentido que la escala misteriosa; su circunferencia demuestra que el Gran Arquitecto no tiene principio ni fin, porque él, es el principio y fin de todas las cosas.

De todos los emblemas, el compás es el que, por la simplicidad de sus operaciones, nos lleva mas fácilmente a los verdaderos principios de las artes, y de la naturaleza. Su mecanismo, es hacer un punto, formar una línea cuando se abre, y trazar una circunferencia cuándo se gira sobre el primero. Nos da en estas tres figuras (cuya simplicidad no se admira demasiado) los primeros elementos de geometría, todas las que se pueden inventar participan de aquellas tres primeras, porque siempre son puntos, líneas, y partes de círculo. Así se os enseñó en el grado de Compañero, que la letra G, independiente del Gran Arquitecto, significaba también geometría.

Si el Compás, emblema que pertenece al Sublime Grado de Maestro está siempre puesto sobre el altar, es para que su punto central nos recuerde al Gran Arquitecto, aquella luz creativa e inteligente que al tiempo de la formación del hombre, le animó especialmente con su soplo inmortal. De ella provienen las causas segundas, y su poder es una llama invisible cuya extrema pureza se introduce en todas las cosas, sin que nada pueda penetrarla, es la misma que se manifestó a Moisés en las zarzas del monte Sinaí, y es en fin la vida de todos los cuerpos celestes que embellecen el firmamento. Esta luz creadora fue llamada Hermes por nuestros sabios institutores.

La línea que sale del centro, nos recuerda la luz que habita en el Sol, y que este astro brillante, como un mediador entre Dios y la naturaleza, derrama en el universo sus luces benéficas, y hace producir con un solo rayo de ella las semillas de todo lo creado, es decir, las hace nacer, y multiplicarse, como las vemos, por la atracción geométrica de el magnetismo que contiene cada mixto, y la recibe por peso, número y medida, según la fuerza magnética que constituye la especie del ser que la atrae. Esta luz fue llamada por el mismo Salomón Sabiduría.

La tercera luz es la de los cuerpos opacos que están en la circunferencia de la luz céntrica, el globo terráqueo y su atmosfera, están llenos de ella, es un fuego oculto, y durmiente que estaría siempre en reposo, si no se excitara con la luz celeste. Inmediatamente que se pone en movimiento, se eleva con las nubes hasta la altura de la atmosfera, donde no pudiendo traspasar el círculo que el Gran Arquitecto le ha delineado en el firmamento, del mismo modo que ha señalado otro a las aguas del océano, sobre la tierra, se revienta, y bajo la forma del rayo cae en el seno de la tierra, que es su receptáculo natural; como lo prueban los efectos de la máquina eléctrica, no hallando su fuerza esta lux, sino entre los dos astros, fue nombrada fuerza de Dios.

Estas tres luces, son las tres columnas que sostienen las grandes Logias, cuya longitud se extiende desde el Oriente hasta el Occidente; su ancho, desde el Norte hasta el Mediodía; y su profundidad, desde la superficie, hasta el centro; su altura, codos sin número; y su techo, un dosel sembrado de estrellas.

Con justa razón se llaman estas tres luces las tres columnas que sostienen el edificio del universo; porque son los grandes principios que dan a la naturaleza los medios de ejecutar la ley de la reproducción. Por la llana eterna se ha construido el edificio, y ella es la que lo conserva, y la que hace continuamente desaparecer los accidentes que pudieran destruirlo. Así pues, la llana, en manos de los Maestros, es el Emblema de la caridad que les hace cubrir y sostener los defectos de sus hermanos. También es por su forma el emblema del Delta o triángulo, en cuyo centro está el nombre del Eterno. Esta triple luz, tan a menudo recordada en nuestras baterías, penetra todos los cuerpos, y deja donde quiera que pasa, las señales de su existencia en los tres cuerpos que contiene, aun después de su destrucción.

Esta verdad se hace ver diariamente a nuestros ojos, en los resultados de las substancias de los vegetales que el fuego descompone, la parte mercurial se escapa en el humo, la oleosa o sulfúrea, se manifiesta en las llamas, y la salina se extrae fácilmente de las cenizas que restan. Estas tres substancias no son mas que una materia inerte, incapaz de producir por sí sola, en conclusión, no es mas que un vaso vacío que debe ser adornado de nuevo por otras influencias y gérmenes productivos, para ser útil.

El compás es además, el emblema de la sencillez, y por consiguiente de la naturaleza; entendemos por la palabra naturaleza, la causa segundaria que hace nacer las semillas criadas, porque cada una tiene su naturaleza distinta. Esta no cría nada, porque no produce por sí sola, ni es mas que un agente fiel del Creador, que deposita en su núcleo todas las plantas, fluidos, y minerales que existen desde el origen del inundo, y ella las perpetua por medio de sus semillas y reproducciones que siguen unas en pos de otras invariablemente; si por causas segundas o accesorias, quebranta las leyes que el Gran Arquitecto le ha prescrito, no produce entonces otra cosa que monstruos que no se pueden reproducir. De donde resulta, que la ley de la reproducción se observa estrictamente por la naturaleza, cuya sencillez en operar es el portento mas admirable; abrir y cerrar, atar y desatar, ved ahí sus misterios.

Solamente el hombre formado a la imagen de Dios, tiene el poder de mandar a la naturaleza, provisto de todas las simientes creadas por él, ha hecho que la naturaleza las perpetúe a  su antojo desde el momento en que salió del Caos, y las hace crecer alternativamente sobre un mismo terreno.  Si un árbol da malos frutos, lo arranca y lo reemplaza con otro de distinta especie; hace mas, aprovechándose del rayo de luz divina que posee exclusivamente, y con el cual penetra en todos los arcanos de la naturaleza transforma por medio del experto un ciruelo en alberchigo, un manzano en peral, y cambia una especie mala en buena; por este medio no solamente manda a la naturaleza, sino que la dirige a su perfección.

¡Oh hombre, profundiza tu poder, y cuando lo conozcas te pasmarás al ver las maravillas que el Gran Arquitecto del Universo te ha dado facultad de obrar!. La raíz de todas ellas está en la sabiduría; si os queréis deleitar con el néctar que produce, sacadlo de vos mismos, porque la sabiduría ni se compra ni se vende, dice Salomón, ni tampoco se empresta, porque no puede ser sino el resultado y la recompensa de nuestras propias obras. Esta verdad se indica por una ley fundamental de nuestra institución, que nos prohíbe servir a nuestros Hermanos en los banquetes, obligándonos a servirnos nosotros mismos, cuando amenizamos esta misma sabiduría por triples fuegos.

Nuestros sabios institutores han puesto algunas veces una apariencia contradictoria entre las leyes que nos han proscripto, sin duda para hacernos adivinar con reflexiones, el verdadero origen del arte Masónico. En efecto, como conciliar las consideraciones, los servicios que nos debemos mutuamente en calidad de Hermanos  con la ley que prohíbe expresamente el servirnos el néctar mutuamente, y la estricta obligación de hacerlo nosotros mismos.

¡Oh, Hermanos míos! que alta lección nos da esta aparente contradicción,  si queréis gozad los encantos de la sociedad y sin duda los hallareis entre los Hermanos que el culto de la sabiduría os ha dado, pero si queréis gustar el delicioso sabor de este precioso don, no lo encontrareis sino en vos. Deseáis gozar de la verdadera dicha, en vos mismo la tenéis, porque no puede ser sino vuestra propia obra. No se os vendaron los ojos la primera vez que entrasteis en nuestro templo, sino para daros a conocer que la luz que buscabais la traíais consigo.

Dentro de vos, encontrareis la luz y la sabiduría que nos puede dejar gozar la verdadera dicha, nadie puede aspirar ni respirar por vos el triple fuego Masónico que purifica el eslabón o anillo precioso que representáis, y que añadimos a esta cadena misteriosa, cuya pureza debe ser semejante a la del oro de Ofir. Esta cadena es la expresión de la dulce, agradable y estrecha unión que debe reinar entre los Masones.

Sobre esta unión santa está cimentado el verdadero amor del prójimo, y el Gran Arquitecto derrama sus bendiciones sobre el que la observa recibiendo en cambio, por su boca las alabanzas de su honor y gloria.

Los tres grados que esta Respetable Logia os ha conferido, son como tres antorchas puestas de distancia en distancia para iluminar la entrada del santuario de la verdad, dichoso el Masón, que firmemente apoyado sobre J.·. y B.·. no se deja descarriar de la vía de perfección; que llegado al santuario, medita silenciosamente en el retiro, las parábolas de la Escritura, y las alegorías de los sabios, y que interiormente satisfecho del salario que recibe por su trabajo y vigilias, da gracias al G.·. A.·. esforzándose tanto cuanto le es posible, para contribuir a la dicha de sus Hermanos.

Así es como el Masón ilustrado sobre la verdadera luz e inmóvil en sus principios, pone en práctica la moral sublime del 1º grado, corrige sus faltas, procura la perfección, y no hace con sus semejantes lo que no quisiera que le hiciesen a él, y en fin, que no goza con tranquilidad del tiempo desocupado, mientras halla modo de hacer el bien, y adquirir conocimientos nuevos.



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