Definida de este modo la institución a que nos honramos pertenecer, por uno de los hombres más eminentes de la literatura francesa, ¿qué hemos de decir nosotros que no sea un pálido reflejo de lo que en sustancia y esencia en sí abarca tal pensamiento?
Todas las ideas, tanto políticas como religiosas o de cualquier carácter que sean, han hecho su aparición en la sociedad de una manera aislada y contingente: dos o más individuos las han aceptado, y en virtud de los beneficios que idealmente prejuzgaron reportaría a los demás hombres, pasaron a popularizarlas. Así fue que se formaron las escuelas.
La idea de cada escuela es hija de la necesidad de una época. Cada época ha necesitado desenvolverse de las que le han precedido, depurando los hechos, examinando las causas, y buscando en la observación la mayor cantidad de verdades, necesarias para ordenar el conjunto uniforme de la sociedad.
¡He ahí el gran trabajo del espíritu humano, La Civilización!
Trabajo sublime que no se realiza sino por medio de esfuerzos gigantescos, de grandes sacrificios, de un valor casi sobre humano, al cual sólo llegan ciertos hombres no sin gran postración, pero al que deben acercarse todos los demás, tanto por el deber en que están de ayudarse recíprocamente, cuanto porque la Ley universal que rige los destinos de los seres humanos, los arrastra hacia él, fustigándolos por medio de ciertas emociones que son otros tantos sentimientos imposibles de evitar.
En esa labor próspera y fecunda el hombre se trasforma en héroe, el héroe en mártir, y el mártir en Ángel de luz. Si hay alguno que al contemplar el escabroso camino de su perfeccionamiento vacile, más le valiera desistir de ser hombre.
En una época y en un día, día y época perdidos en la sucesión interminable del tiempo, apareció bosquejada imperfectamente en un número de hombres, una idea.
Los hombres desaparecieron sin dejar un solo recuerdo de quienes fueron ni como se llamaron; empero, la idea le sobrevivió, tampoco se sabe de que manera ésta se sostuvo; es más, como creció y formó más tarde un cuerpo de doctrina, dando lugar a que se le erigiese en escuela; pero escuela de principios tan universales, que aún después de estudiada y comprendida, nadie que se precie de criterio recto y de ilustrada razón, se atrevería a formar un juicio definitivo de su verdadera grandeza.
Esa escuela es la Masonería, institución extendida universalmente como esas federaciones creadas por el profético genio de Pi Margal, y entrevistas en no lejano día por la mirada audaz del inmortal Víctor Hugo; institución, repetimos, que participa de todo lo grande, de todo lo bello que contiene la filosofía, porque así como ésta señala de un modo matemático las evoluciones del ser humano a través de sus realizados progresos, la masonería, determinando las grandes reacciones en la política y en la religión, acentúa el desenvolvimiento progresivo de las ideas, y pone en marcha a la humanidad en busca de esos grandes medios, hasta ahora desconocidos, que han de realizar su perfeccionamiento moral, intelectual y material.
En efecto: la masonería, orientándose en la esencia y forma de la ley natural, procura sacar a la humanidad del trillado camino del dogmatismo ortodoxo; quiere la libertad del entendimiento del hombre, de su conciencia, de su razón; y quiere igualmente esa libertad para todos los seres que lo rodean, porque la libertad supone igualdad de derechos, y esto es lo mismo que si dijéramos dignificación humana, pues los hombres aún son esclavos, y donde la esclavitud constituye un galardón social, ni puede haber civilización, ni progreso, ni estabilidad en las Leyes, ni orden en las cuestiones económicas, ni respeto a la personalidad: en una palabra, la anarquía del exclusivismo y el absolutismo se convierten en leyes de fuerza prepotente de las cuales se sirven unos hombres para humillar e incapacitar a los débiles. Y esto que por sí sólo es una violación del derecho individual, constituye además el mayor de los crímenes sociales.
Pues bien: comprendiéndolo así la masonería, ha procurado por los medios más persuasivos, y de los cuales también sabe disponer en los momentos oportunos, sin alterarse ni darlo a conocer siquiera por de pronto, corregir esos yerros que lastiman hondamente no tan solo la dignidad, sino también los intereses de todo un orden social; que después, por medio del titánico trabajo de la ilustración acabará por completo con ellos, haciendo que todos los hombres se reconozcan como hermanos y que como tales se amen y respeten.
De esta manera solemne, esa institución más grande por sus fines que todos los códigos llamados divinos, y aún más que las leyes preceptuadas por todos los legisladores conocidos, reasume el principio del bien universal por medio del amor y de la beneficencia, sin coartar de ningún modo el divino derecho del libro albedrio, don precioso que el Autor de la naturaleza concedió al hombre para dignificarlo como correspondía, dada su aptitud en medio de los demás seres creados.
Los que desconozcan la escuela a la que pertenecemos se extrañarán, sin duda, al leer nuestras afirmaciones, y creerán que exageramos el juicio que se desprende precisamente de los hechos consumados; empero, vendrán a darnos la razón si tienen en cuenta que los hombres de todas las naciones, de todas las creencias religiosas, de todos los sistemas políticos y de todas las categorías sociales, forman en la masonería un cuerpo docente vinculado por los estrechísimos lazos de una fraternidad inviolable, de una moral purísima, y de una abnegación a toda prueba.
Además: basta observar el orden y armonía que presiden a todas esas obras que se ejecutan mediante su bienhechora influencia, para que desde luego, y sin necesidad de otras pruebas, se la reconozca como la más benéfica de todas las instituciones creadas hasta hoy.
Ella ha hecho confraternizar a los hombres divididos por razón de los exclusivos privilegio de las castas, que las religiones positivas hicieron nacer del seno de una misma sociedad, donde antes todos formaban una sola familia. Ella ha sido en todas ocasiones el baluarte inexpugnable donde los débiles oprimidos por las miserias humanas encontraron generoso amparo. Ella cerró para siempre las puertas de esas escuelas de viciosos extravíos, a los que se acogieron bajo su protectora influencia; y a las pasiones mal contenidas las abrieron de par en par a la sombra de la impunidad que la ortodoxia de las religiones les ofrecieron, y en donde, con frecuencia harto lamentable, sucumbieron y aun sucumben, lo mismo el adolescente joven que empieza la carrera de su vida rodeado de todos los medios de ilustración necesarios para ser útil a su familia y su patria, como el infeliz anciano que toca al ocaso de su existencia envuelto en la penumbra horrible de la ignorancia, madre celosa de todas las deformidades y de todas las utopías.
La masonería siempre recatada y pundonorosa, eludiendo todas esas manifestaciones entusiastas que pueden halagar la sensibilidad de ciertos hombres, ha marchado firme y decididamente trabajando en la obra cien veces secular, que lleva emprendida desde hace algunos centenares de siglos sin retroceder un momento; obra que, como dejamos dicho y repetiremos siempre, tiene por objeto la rehabilitación humana por medio do una justicia equitativa, y de una moral racional; por esto no es extraño que la generalidad, no conociendo sus laudables fines, la confunda con una de tantas sectas religiosas empeñadas en destruirse mutuamente, por ser una misma su índole y tendencias; o bien se la considere como una institución exclusivamente benéfica sin mas objeto que hacer la caridad entre sus mismos sectarios, esa caridad de que tanto blasonan las creencias que establecen sus fundamentos en la ley, y la cual, si se la examina con criterio desapasionado y razonable, sólo es un escarnio lanzado audazmente a la faz humana.
¡El mendigo que cubierto de harapos, sin luz en sus ojos, convulso por el hambre, y tembloroso de vergüenza va de puerta en puerta extendiendo su mutilada mano en demanda de un pedazo de pan, que a menudo se le niega, es el inteligente obrero de ayer que contribuyó a levantar el suntuoso palacio del encopetado señor que lo ve pasar volviendo el rostro temeroso de contagiarse con tanta miseria!
La masonería no es una beneficencia; no es tampoco una religión como vulgarmente se ha creído; es más, pero mucho más que todo eso.
En sus relaciones con la moral es la escuela de la filosofía, porque estudiando a los hombres bajo su aspecto fisiológico, penetrando hasta el fondo de sus almas, y arrancando de ellas los inmutables principios de los deberes humanos, puede trazarles la amplia senda por la cual dirigirán sus pasos con acierto, sin exponerse a caer en las tenebrosas simas que se ocultan en el camino de la vida.
Con el concurso de sus conocimientos los dispone a penetrar en un orden de verdades reales y objetivas, tanto más hermosas, cuanto qué sin acudir a la razón ni a la experiencia, pueden comprobarlas en las mismas causas de que se desprenden, porque en la realidad de las cosas está la verdad, y la verdad en la masonería es el principio fundamental e indestructible de todas sus obras, de todos sus hechos.
En sus relaciones con la política es la escuelas de los grandes principios, porque a la luz de la ordenación establecida en las leyes naturales y divinas, forma el más recto criterio con la razón, y aunándolas a la voluntad del hombre, despierta el sentimiento de su justicia, única y sólida garantía del derecho, del bien común y de la libertad.
Ella es la que en medio de la corrupción de los gobiernos, y alzándose vigorosa y enérgica junto a las calamidades públicas, consigna en un día memorable para toda la humanidad y en una declaración solemne, los derechos naturales del hombre, derechos tanto mas inalienables y sagrados, cuanto que nacen de la soberanía del pueblo, que es el alma de toda nación.
Desde aquel hermoso día, la libertad y la razón han sido los luminares espléndidos que han esparcido su luz sobre la abatida frente de los seres humanos, hasta entonces esclavos de la tiranía, de la inmoralidad y la corrupción de los gobiernos pie habían hecho de las leyes un objeto de utilidad propia.
En sus relaciones con la civilización es la escuela que ensancha los horizontes del hombre, guiándolo al través de las investigaciones científicas hasta los últimos límites del progreso humano, que debe ser en sustancia la perfectibilidad del espíritu.
Ella le muestra el conjunto inexplicable de todas las cosas creadas; somete a su consideración lo infinito que se levanta sobre su cabeza, y lo infinito que se extiende debajo de sus pies; luego corre a sorprender los misteriosos secretos de la naturaleza, para iniciarlo en las futuras conquistas del pensamiento que, ávido de encontrar verdades que destruyan su letal ignorancia, promueve ese movimiento universal que sin solución ni medida, lo envuelve todo en una aspiración generosa y siempre creciente, desde la simple arista que se mueve sin cesar en torno de sí misma, hasta los gigantescos mundos que mas allá de las regiones estelares ruedan en sucesión eterna e inalterable, en busca de su centro de perfección y grandeza.
Las deducciones, las hipótesis, las esperanzas de alas doradas y poderoso vuelo de que están llenas la mayor parte de las leyendas científicas, no tienen valor alguno bajo la penetrante mirada de la Masonería. Su ojo escrutador, al que ninguna ilusión fascina, vela desde el fondo de la más pura razón, buscando la solución de los problemas donde se oculta la felicidad y el bienestar del hombre, sin caer jamás ni en la superstición de los que son indolentes, ni en el frío escepticismo de los que se sacrifican en la actividad constante de un trabajo estéril y superficial, que solo produce confusión y desorden.
En sus relaciones con el progreso es el término medio entre la suma de todas las perfecciones, porque coloca al hombre en actitud de ser con el Cristo, modelo de todas las virtudes
Ella, instruyéndolo y alejándolo de las frivolidades del mundo profano, lo enseña a ser libre sin que llegue jamás a los extremos de la licencia. Lo hace grande sin que el orgullo y la torpe presunción desdoren un solo momento su carácter de hombre, título más que honroso cuando el ser humano sabe sostenerlo en el lugar que le corresponde. Lo hace humilde sin que nunca llegue a olvidarse de sí mismo para descender a la bajeza. Siempre justo, firme, severo, sumiso y valeroso, defenderá al oprimido, protegerá al inocente, estará al lado de los débiles sin que recuerde en ninguna ocasión los favores y servicios prestados, ni las ofensas e injurias que se le hayan inferido.
Por estas razones y otras más que damos al olvido, es que de su seno se han levantado esos generosos benefactores, que dando vida a los pueblos por medio del trabajo y siendo ejemplo de virtudes y de valor, se han conquistado un nombre imperecedero, que la humanidad recuerda a veces con sincera y expresiva veneración.
Por último: la masonería elevando al hombre al pináculo de todas las grandezas morales y materiales, le ha devuelto su carácter divino que el Gran Arquitecto Del Universo imprimió sobre su frente, distinguiéndolo así de los demás seres creados.
Por tanto: la honrosa liberalidad que la distingue y enaltece en todas sus obras, si bien es verdad que puede ser un motivo para colocarla en la regia categoría de las instituciones benéficas, no es razón objetiva para que exclusivamente se la considere como tal, ni mucho menos se haga alto en el abolengo religioso que la popularidad le ha dado por virtud de su carácter evangélico, de su misión de paz y concordia humana, porque, como hemos dicho antes, su labor constante y grandiosa se extiende aun más allá. Y si no, veámosla frente a frente de los sistemas religiosos.