En la Masonería, como en cualquier otra organización iniciática y tradicional, la transmisión del Conocimiento se lleva a cabo mediante la revelación de un código simbólico, al ser éste la expresión de una energía espiritual o idea-fuerza emanada directamente del Gran Arquitecto. De entre ese código destaca todo lo que se relaciona con el rito, que es el propio símbolo en acción o en movimiento.
Fundamentalmente, el rito sagrado consiste en una serie de gestos corporales que escenifican la idea-fuerza contenida en el símbolo gráfico o geométrico, generando así, y en virtud de la ley de analogía, determinadas vibraciones sutiles que repercuten en los diferentes estados (corporal, psicológico y espiritual) que integran la individualidad humana, estados que en el hombre profano aparecen como dormidos y aletargados. Así, pues, esas vibraciones iluminativas (que nacen de la comprensión de lo revelado por la idea simbólica) tienen como principal objetivo el «despertar» de nuestras posibilidades latentes, las que una vez desarrolladas de manera ordenada, o simultáneamente a ese desarrollo, coadyuvan a la propia realización iniciática y metafísica.
Asimismo, el arquetipo en el que se inspiran todos nuestros gestos rituales habría que buscarlo en el «gesto» del Arquitecto divino creando el mundo, al fecundar con su Palabra luminosa las tinieblas primordiales de la substancia indiferenciada y caótica. En este sentido, la palabra "gesto", en el contexto masónico, es susceptible de interpretarse de dos maneras distintas, si bien complementarias. Por un lado, el gesto es, efectivamente, un acto o una acción emprendida como una «gesta» en la búsqueda del Conocimiento; pero, por otro, también evoca la idea no menos significativa de «gestación», y, por tanto, de generación o de concepción.
Considerado de esta forma, el gesto ritual, siendo la expresión de una geometría sutil, vendría a ser, pues, una acción creadora que promueve el re-nacimiento o re-generación espiritual. Igualmente, esos gestos permiten a los masones reconocerse mutuamente entre sí, de ahí el llamado «signo de reconocimiento». Pero, al mismo tiempo, también permiten re-conocerse (es decir volver a conocerse) a uno mismo, pues, al fin y al cabo, el gesto ritual es siempre, y en primer lugar, un gesto vivido interiormente.
Desde esta perspectiva, en nuestra Orden los gestos rituales se clasifican en Signos, Palabras y Toques, todos los cuales se ejecutan en un espacio y en un tiempo sacralizado; en el espacio, porque en nuestros desplazamientos en Logia vamos de Oriente a Occidente y de Mediodía a Septentrión, y en el tiempo porque nuestros trabajos se cumplen de Mediodía en punto a Medianoche en punto. Veamos a continuación qué nos dice a este respecto el Manual de Instrucción:
«¿Cómo se hacen los Signos de los masones?
Por la Escuadra, el Nivel y la Perpendicular».
En efecto, todos los signos rituales describen las formas de la escuadra, el nivel y la perpendicular o plomada, que representan las tres principales herramientas de la construcción del templo material y espiritual. Realizando el signo de la escuadra todos nuestros actos y pensamiento son «encuadrados» y delimitados según un orden prototípico que se va encarnando en nosotros a medida que vamos comprendiendo la enseñanza iniciática, a la que debemos abrir nuestro corazón, dejándonos penetrar enteramente por ella. Sólo así llevaremos el necesario equilibrio, armonía y estabilidad a esos mismos actos y pensamientos, que deben ser permanentemente mesurados, es decir «medidos», por la luz de la inteligencia que brota de esa comprensión. A este equilibrio armónico y estable alude el signo del nivel, el cual, como dice el Manual, «corrige las desigualdades arbitrarias», y por lo tanto que no se ajustan al orden mismo expresado por la propia ley del equilibrio y armonía universal, en el que estamos incluidos y del que formamos parte integrante. Y por último, gracias al signo de la perpendicular conoceremos la existencia de un eje invisible y central, que al penetrar nuestra conciencia produce el despertar de los estados superiores y voces internas, que serán los que nos guíen por los senderos del Conocimiento.
Es por ello que la perpendicular figura como el atributo distintivo del Segundo Vigilante, maestro encargado de la instrucción de los aprendices, pues es necesario que éstos reciban el influjo del eje espiritual para que la luz que de él emana ilumine el trabajo de desgrasar la piedra bruta.
La enseñanza masónica, como toda enseñanza tradicional, tiene una lectura que va de arriba a abajo, lo que quiere decir que en primer lugar deben comprenderse los principios, y concebirlos como energías liberadoras capaces de actuar sobre nuestra substancia psíquica desordenada y confusa, imprimiendo en ella un orden. Pero la obra de regeneración no puede llevarse a cabo si no somos, valga la expresión, «cautivados» por el misterio insondable que envuelve la existencia del mundo y de nosotros mismos, y que nos sitúa ante la perplejidad de las tres preguntas fundamentales de la iniciación:
¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy?
En definitiva, si no somos, como el maestro Salomón, unos apasionados amantes de la Sabiduría.
El eje perpendicular es en realidad la «Vía del Medio», considerada universalmente corno la vía recta y luminosa que comunica la tierra con el cielo, lo manifestado con lo inmanifestado, el hombre con su realidad imperecedera.
«Haced el Signo de "al Orden"»
(Lo hace poniéndose al Orden)
Estar «al orden» es un gesto ritual bastante importante en Masonería, pues no hay que olvidar que la propia palabra rito es idéntica al sánscrito rica, que significa "orden", o acción hecha conforme a un orden. Dicho orden está «incorporado» en las posturas realizadas por los brazos, manos y pies, posturas que, efectivamente, describen los signos de la escuadra, el nivel y la perpendicular. Habría que considerar aquí especialmente la posición del brazo y de la mano derecha, posición que es distinta en cada uno de los grados del aprendiz, compañero y maestro, situándose a la altura de la garganta en el primero, en la del corazón en el segundo, y entre las dos caderas o a la altura del ombligo en el tercero. Entre otras cosas esas diferentes posiciones indican la existencia de diversos planos o niveles de comprensión dentro de nosotros mismos, y a los que vamos accediendo conforme progresamos por las «vías que nos han sido trazadas».
Por otro lado, esas ubicaciones de los signos de «al orden» en la región gutural, cordial y umbilical (a los que habría que añadir un signo en la sumidad de la cabeza (o «clave de bóveda») realizado también en el grado de maestro), recuerdan evidentemente la localización de algunos de los centros de energía sutil o chakras en las tradiciones hindú y budista. Esos centros están situados simbólicamente a lo largo de la columna vertebral (una imagen del eje "perpendicular" del mundo), y su «despertar», debido sobre todo a la concentración y a la reiteración del rito, coincide con el nacimiento a un nuevo estado o a una nueva lectura de la realidad cada vez más universal.
El signo de «al orden» del primer grado, donde, volvemos a repetir, se trabaja en el pulimento y desbastado de la piedra bruta, alude a la necesidad por parte del aprendiz de separar en sí mismo lo espeso de lo sutil, o lo profano de lo sagrado. Ha de saber que si el hombre, al igual que el cosmos, es un athanor u horno alquímico, la evolución espiritual se va cumpliendo en la medida en que se produce la cocción, destilación, purificación y transmutación de las energías inferiores en las superiores, en una atracción hacia arriba al encuentro con la unidad de su origen.
Si, como dice el Manual, en el hombre profano «el pecho es un hervidero donde se agitan las pasiones» incontrolables a las que finalmente éste se esclaviza, por el contrario para el iniciado masón, esas mismas pasiones no son sino el reflejo invertido o faz oscura, de las propias virtudes o cualidades inherentes al ser, siendo, por tanto, susceptibles de transmutarse en éstas sabiendo conciliar las oposiciones gracias a los conocimientos proporcionados por el Arte Real. Pero esto no será posible si no permanecemos interiormente «al orden», es decir lúcidos y en un estado de perfecta armonía con nosotros mismos, pues sólo así podrán sernos comunicados los «misterios y privilegios de la Francmasonería».
«Haced el "Signo Penal" o de reconocimiento».
(Lo hace).
El signo penal o de reconocimiento se refiere claramente a la necesidad de guardar la «ley del silencio», tan fomentada por la escuela pitagórica. Fundamentalmente, el silencio de que se trata alude al «secreto iniciático», que si bien en sí mismo es inviolable por pertenecer al ámbito puramente espiritual, no hay necesidad de divulgarlo a quien no tenga «oídos para oír» como se dice en el Libro Sagrado, en el que también aparece esta expresión: «no echar perlas a los cerdos».
¿No se nos advierte acaso, cuando en un momento del rito de la iniciación prestamos el juramento solemne ante las Tres Grandes Luces de la Masonería. que estos secretos no deben ser divulgados «...a quien no tenga calidad (o no esté cualificado) para conocerlos, trazarlos, escribirlos, grabarlos, esculpirlos o reproducirlos de ninguna manera»?
Con este silencio se nos incita a practicar la prudencia (virtud eminentemente masónica), pues se tratan de secretos y misterios sagrados que deben ser, como dicen los rituales antiguos, celosamente guardados «bajo mi seno izquierdo», es decir, en el corazón, órgano corporal que como sabemos es la residencia simbólica del Espíritu vivificador. Recordemos, en este sentido, el gesto del Venerable llevándose la mano al corazón inmediatamente después de decir, durante el ritual de clausura de los trabajos, que hay que guardar «nuestros secretos en lugar seguro y sagrado».
El signo de reconocimiento del primer grado, que como hemos dicho se sitúa al «nivel» de la garganta, está ligado, por tanto, a la petición de la palabra sagrada: «Dadme la Palabra Sagrada». La respuesta a esta pregunta demuestra el estado de ignorancia en que se encuentra el aprendiz, el cual, no habiendo alcanzado aún la plenitud de su iniciación, no sabe todavía leer y escribir en el Libro de la Vida. En todo caso sólo sabe deletrearlo, de ahí que solicite las «luces» de los hermanos que han alcanzado el grado de conocimiento suficiente y que colaboran conscientemente en los planes trazados por el Gran Arquitecto. Asimismo, esto se relaciona con aquella otra pregunta que también se le formula al aprendiz: «¿Sois masón?», a la que éste contesta: «Mis hermanos me reconocen como tal». Sin embargo, desde el punto de vista iniciático, esa ignorancia se considera ya como una cualificación, pues denota que el aprendiz ha comenzado un proceso de purificación y despojamiento de los erróneos hábitos y «saberes» profanos que hasta el momento de la iniciación conformaron su existencia y visión de las cosas. De algún modo, dicha ignorancia equivale a un cierto estado de receptividad que hace posible que la energía salutífera del símbolo, al fecundar la inteligencia, le revele el orden mandálico del mundo, perennemente re-creado por el Logos divino. En este sentido, las palabras sagradas, perteneciendo a la categoría de los símbolos vocales y sonoros, concentran de tal forma las energías celestes que quien las pronuncia e invoca (mediante la oración y la plegaria) participa del influjo espiritual contenido en ellas.
En la Masonería las palabras sagradas y las palabras de paso proceden tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, lo que confirma la herencia judeo-cristiana recibida por nuestra Orden. Cuenta la tradición que el verdadero nombre del Gran Arquitecto, y su correcta pronunciación, desapareció en un momento histórico determinado, siendo David, el rey cantor y poeta que danzaba delante del Arca de la Alianza y que ordenó a su hijo Salomón que edificara un templo a la Gloria del Altísimo, uno de los últimos en conocerlo y pronunciarlo en toda su integridad. Dicho templo, que como sabemos es el modelo del nuestro, tal vez se edificara como una sustitución simbólica de ese Nombre inefable, para que al menos de esta manera su recuerdo no se borrara de la memoria de los hombres. De ahí que, según relata nuestra historia sagrada, el arquitecto que dirigió los trabajos de la construcción del templo, el maestro Hiram, conociera todavía en toda su plenitud el auténtico sentido cosmogónico y metafísico contenido en el Nombre misterioso de Dios.
Con la muerte de Hiram ese Nombre fue sustituido por otro, u otros, que son precisamente los que constituyen las palabras sagradas de cada uno de los grados masónicos. Es por eso que la búsqueda de la Palabra perdida representa uno de los métodos de trabajo más importantes de la Masonería, ya que en tanto que símbolos sustitutivos, manifiestan los diversos atributos o aspectos creadores de la Unidad.
Ese método consiste, principalmente, en conocer el sentido de las palabras sagradas y su correspondiente valor numérico, pues es sabido que los números también expresan las diferentes cualidades de la esencia divina. Además, la combinación de palabras y números conforman la "ciencia de los nombres", la cual permite establecer un tejido ordenado de analogías y correspondencias simbólicas que conducirán, al final de la búsqueda iniciática, al conocimiento efectivo de la Palabra de Vida que nos rescate de la región de los muertos, y ser uno con ella, pues en definitiva es el hombre el que, «reuniendo lo disperso», reconstituye en si mismo la realidad imperecedera del Todopoderoso Gran Arquitecto del Universo.
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