Esta breve plancha es una reflexión surgida a raíz de los ejercicios de trazado y dibujo geométrico que forman parte del método masónico. Con frecuencia, en esos ejercicios o prácticas utilizamos el compás, uno de nuestros símbolos-herramientas más importantes y emblemáticos.
Como sabemos, el compás forma parte, junto con la escuadra y el Libro de la Ley Sagrada, de las Tres Grandes Luces de la Masonería, las que describen de una manera extraordinariamente sintética la estructura y el proceso mismo del acto cosmogónico, que nuestros ritos ciertamente ejemplifican. A este respecto, en la iconografía medieval legada por nuestros antepasados, era habitual representar al Dios creador con un compás en su mano trazando un círculo sobre la materia caótica y amorfa, lo cual recuerda aquel versículo de los Proverbios de Salomón: «El Señor traza un circulo sobre la faz del abismo».
Ese círculo determina los límites arquetípicos de la manifestación universal, permitiendo que ésta sea. Sin esa previa determinación, sin ese mandato del Arquitecto Supremo, la idea de orden (de cosmos) plasmándose y fecundando la substancia de la vida hasta en sus más mínimos detalles, no sería evidentemente posible.
Asimismo, el círculo es también un plano horizontal, el cual simboliza tanto a la manifestación universal considerada en su conjunto como a un estado, ser o mundo contenido dentro de ella, es decir, que puede aplicarse tanto al macrocosmos como al microcosmos. Pero ese plano horizontal existe gracias a un centro, a partir del cual se inicia una onda vibracional que se expande en todas las direcciones de dicho plano, hasta alcanzar sus propios limites, conformándolo. Dicho centro es el punto donde incide la proyección del eje vertical o rayo celeste a través del cual se ejerce la Voluntad creadora del Gran Arquitecto.
En nuestro esquema ese eje vertical, que es el Eje del Mundo unánime a todas las tradiciones, no es otro que el compás. Uno de los Brazos de este es, en efecto, vertical y es el que permaneciendo inmóvil «dirige», no obstante, el movimiento giratorio del otro brazo, que es el que verdaderamente traza el circulo o piano de reflexión horizontal. Esto viene a ilustrar la siguiente frase del Rig Veda hindú, complementaria con el anterior pasaje bíblico: «Con su rayo (el compás) ha medido los limites del Cielo y de la Tierra».
El Fiat Lux cosmogónico es tanto una palabra como un gesto arquetípico que el sumo Arquitecto realiza en su Toda-Posibilidad infinita; palabra y gesto que en su acción, y con respecto a nosotros, seres manifestados, se polariza en esencia y substancia, en Cielo y Tierra, simbolizados respectivamente por el eje vertical y el plano horizontal, o lo que es igual, por el punto central y la periferia del circulo dibujado por el compas. Y es ese mismo gesto creacional y formativo el que se hace en nosotros —al menos virtualmente— cuando durante el transcurso de nuestra recepción prestamos el juramente iniciático ante las Tres Grandes Luces de la Orden, con los pies en escuadra y teniendo en una mano el compás con su punta apoyada sobre el corazón, el centro simbólico de nuestro ser. Esa Punta, que penetra en nuestra carne, simboliza el extremo inferior del eje cósmico, el cual no solo ordena, por la irradiación luminosa que de el emana, todas las indefinidas modalidades y aspectos de nuestro estado individual, sino que también nos liga con el polo metafísico y primordial, es decir, con el Principio uno y eterno. Sin duda es este el instante preciso, estando situados entre la escuadra y el compas o entre la Tierra y el Cielo, cuando se nos comunica ritualmente la influencia espiritual que va a determinar nuestro pasaje del mundo de las tinieblas al mundo de la luz, del caos profano al orden.
En este sentido, el espacio interior que delimita el círculo se convierte en el recinto sagrado o athanor alquímico donde se va a producir la transmutación de la conciencia, lo que se visualiza como un desarrollo ascendente efectuado alrededor del eje vertical e inmóvil. Entonces, desde la perspectiva de la evolución espiritual, el circulo no permanece cerrado sobre si mismo (solo es así visto desde el exterior), a la manera de la serpiente Uroboros, sino que en realidad se trata de una espiral cuyo movimiento helicoidal nos ofrece la posibilidad de elevarnos por encima del plano horizontal, ilimitado y condicionado, en el que actualmente nos encontramos.
Por consiguiente, cada vez que en nuestros ejercicios de concentración y meditación utilizamos el compas, estamos cumpliendo un gesto análogo al del Artesano divino, es decir, lo estamos simbolizando, siendo en este hecho donde reside todo su valor. Aunque representado exteriormente, dicho gesto es principalmente interno, pues de lo que realmente se trata es de la identificación con la Idea metafísica que la propia forma simbólica y ritual revela y expresa, lo cual siempre se produce en la cámara secreta del corazón, al "abrigo de la agitación exterior".
Y nos preguntamos, ya para finalizar, ocaso no es a esa identificación a la que conduce el caminar "por las vial que nos han sido trazadas" a las que alude el ritual de apertura? Y no son en el fondo "esas vías trazadas" la propia herencia tradicional cuyo origen está en aquel gesto primigenio, y a la que tenemos que actualizar transmitiéndola en el ciclo histórico que nos toca vivir?
Y nos preguntamos, ya para finalizar, ocaso no es a esa identificación a la que conduce el caminar "por las vial que nos han sido trazadas" a las que alude el ritual de apertura? Y no son en el fondo "esas vías trazadas" la propia herencia tradicional cuyo origen está en aquel gesto primigenio, y a la que tenemos que actualizar transmitiéndola en el ciclo histórico que nos toca vivir?
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