Para prestar a la Nación todos los servicios que espera de nosotros como ciudadanos plenamente ilustrados, nos es indispensable estar a la altura de nuestro rol de Masones con relación a la Masonería.
En este dominio, como en todo otro, ninguna ilusión debe perturbar la limpidez de nuestro juicio. El organismo masónico tiene sus imperfecciones, sus taras y sus enfermedades curables, a las cuales el Maestro Masón se empeña en ponerles remedios.
Como médico se dedicará desde luego a descubrir el mal, tomando nota de los síntomas alarmantes. Remontándose en seguida a la causa de las perturbaciones constatadas, se hará una idea del desorden y aplicará los remedios. Podrá suceder que la enfermedad sea grave y que hasta parezca incurable. Las cosas están a menudo en un punto en que se está tentado a no reconocer ya a la Franc-Masonería en lo que lleva su nombre. Uno se encuentra entonces en presencia de asociaciones que insensiblemente se han desviado del ideal masónico, unas en un sentido y las otras persiguiendo una evolución diametralmente opuesta.
El Masón instruido y animado del puro sentimiento masónico, llega así a buscar la verdadera Masonería sin encontrarla realizada en ninguna de las agrupaciones existentes. En presencia de las desviaciones que lo ofuscan, se pregunta si la verdadera Masonería no es una utopía, un sueño del dominio espiritual, irrealizable en la práctica, a menos que los hombres no hayan cesado de ser lo que son.
La iniciación exige que muramos para la vida profana, para renacer a una vida superior. Ahora bien, los Masones se contentan con morir muy demasiado simbólicamente: el ceremonial iniciático les basta y olvidan conformarse al programa del cual es la presentación en escena alegórica. Resultado: la Masonería no es sino simbólica y el Masón no es sino el Símbolo de lo que debería ser.
Es preciso que eso no sea más así. La Masonería únicamente ceremonial ha hecho su tiempo. Nuestra institución ya no está en su periodo de infancia en el que cumplía instintivamente piadosos ritos cuyo significado ignoraba. En lo sucesivo Hiram quiere revivir articulando la Palabra Perdida. La Tradición muerta, que la perpetuaba como un cadáver momificado, debe volver a tomar vida en nuestra comprensión y nuestra voluntad.
Reanimemos en realidad a Hiram. Concibamos a este efecto el puro ideal masónico, erigiéndole un altar en el santuario de nuestra inteligencia. Resucitaremos la sabiduría de las edades, evocando el espíritu que da un sentido viviente a las formas incomprendidas.
La Masonería moderna no está destinada a permanecer en lo que ha sido. No ha podido realizar su ideal ni en el pasado ni en el presente; pero el porvenir que se abre ante ella está lleno de promesas. A la faz de inconsciencia infantil y de desenvolvimiento instintivo que marcan los dos siglos que tuvieron fin el 24 de junio de 1917, debe suceder una edad de razón y de discernimiento. La idea masónica no se ha traducido hasta aquí sino en gestos rituales efectuados sin convicción suficiente puesto que los “misterios” permanecían misteriosos.
Apresurémonos en hacerle perder este carácter. La noche del misterio tiene su fin ante las claridades del alba de los nuevos tiempos. Pero el día espiritual no se levanta sin nuestra participación activa: es la conjuración de los Maestros la que obliga al sol intelectual a abrirse paso a través de las brumas del horizonte.
Sepamos, pues, evocar la luz, a fin de que iluminando nuestra comprensión, nos permita enseñar y hacer comprender lo que hayamos profundizado.
Cuando haya en la Masonería Maestros ilustrados, capaces de leer y escribir la lengua sagrada, entonces nuestra institución pasará del Símbolo a la Realidad.
Ella encarnará la Iniciación verdadera y construirá efectivamente el Templo de la suprema sabiduría humana. Haciendo apreciar todas las cosas en su justo valor, el Masón plenamente instruido entonces no se atendrá más a la letra muerta de las más venerables de las tradiciones porque tomará de ella el espíritu vivificante que le permitirá ejercer verdaderamente la Maestría y consumar la gran transmutación de la ignorancia en saber y del mal en bien.
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