lunes, 13 de noviembre de 2017

LOS SOLSTICIOS: FIESTAS DE LOS DOS SAN JUAN


No nos es ajena la enorme importancia que revisten para la Masonería las fiestas solsticiales de los dos San Juan. Todos sabernos que la importancia que nuestra Orden concede al Bautista y al Evangelista obedece, entre otras razones, al hecho de que ambos santos representan, por la extraordinaria riqueza espiritual que sus mensajes contienen, la espina dorsal y el eje invariable que sostiene nuestro edificio.
 
En esta plancha intentaremos señalar algunos aspectos del complejo simbolismo solsticial, ligándolo, en cuanto nos sea posible, a determinados aspectos de la enseñanza iniciática y cosmológica de nuestros dos santos patrones.
 
En primer lugar, hemos de tener en cuenta que los fenómenos astronómicos y naturales, en una sociedad tradicional, o en una organización iniciática como es nuestra Orden, siempre han sido considerados como los símbolos de las realidades invisibles y espirituales, que por tener tal naturaleza no podrían ser aprehendidos por nuestra inteligencia si no fuera por aquello que las sugiere y las expresa, es decir las simboliza. Idéntico punto de vista podríamos deducir de las imágenes y símbolos específicamente iniciáticos y sagrados (como, sin ir más lejos, aquellos que decoran y hacen significativa la Logia), y que fueron diseñados por nuestros antepasados con el único fin de servir de soporte, de estudio y de meditación para conocer la verdad que se oculta tras su apariencia.
 
En su sentido más auténtico los símbolos iniciáticos no son sino las expresiones de los arquetipos universales, de las causas originarias, de las que emanan, como el manantial de su fuente, todas las cosas, siendo este punto de vista, a diferencia de lo que hoy se cree, una constante en el pensamiento de los hombres y de los pueblos a lo largo de la historia. Todo ser tiene un origen temporal, tanto como atemporal y trascendente. Por un lado, un nacimiento físico, condicionado; por otro, la posibilidad de renacer, de volver a nacer a la esfera de lo espiritual, por un acto de su voluntad más íntima y profunda, gracias al conocimiento del lenguaje revelador, evocador y regenerativo de los símbolos sagrados.
 
Las representaciones rituálicas cumplen el mismo objetivo. En su desarrollo gestual, en la propia dinámica de su ritmo, el rito (que es el símbolo en movimiento) produce determinadas vibraciones armónicas que actúan como un detonador en la conciencia, despertándola a la realidad que el gesto ritual simboliza. Por tomar un ejemplo entre muchos, las circumambulaciones alrededor de los tres Pilares que el masón ejecuta en Logia no hacen sino representar simbólicamente el ritmo circular del sol y de las estrellas en su curso aparente por el cielo alrededor de la estrella polar. 
 
Las fiestas solsticiales de los dos San Juan se adornan con los atributos propios de toda celebración litúrgica en la que el sol, el astro de la luz, es el protagonista principal. Sin ir más lejos, el carácter solar de ambas festividades está netamente señalado por las fechas que ocupan en el calendario, es decir el 24 de junio para San Juan Bautista y el 27 de diciembre para el Evangelista, días que como todos sabemos corresponden al solsticio de verano y al solsticio de invierno, respectivamente. Para no alargarme demasiado en estas consideraciones indicaré solamente que la circunferencia o círculo que dibuja la órbita solar al pasar de un solsticio a otro, pasando por los dos equinoccios de primavera y otoño, deviene el esquema simbólico y tradicional del ciclo del año. Y si tenemos "en cuenta las relaciones, correspondencias y analogías que se dan entre el espacio y el tiempo, deberíamos deducir que si el movimiento aparente del sol, así como el de los planetas y restantes cuerpos celestes es circular, el tiempo tiene que serlo también, lo que vale decir que es por naturaleza cíclico. Esto lo podemos advertir igualmente cuando constatamos que a cada punto cardinal, norte, sur, este y oeste, le corresponde una estación temporal invierno, verano, primavera y otoño en un constante reciclaje que hace posible la regeneración permanente del propio tiempo y espacio, tanto terrestre como celeste o cósmico.
 
Las fiestas rituálicas de los dos San Juan, como en cierto modo toda celebración litúrgica reposan pues, sobre este postulado el tiempo cósmico y humano está sujeto a la regeneración perenne, siendo este vaivén rítmico de los solsticios como una imagen y un reflejo sensible y natural de esta ley universal. Ya los antiguos romanos celebraban anualmente las fiestas solsticiales dedicadas al dios Jano, en el que podemos encontrar las mismas significaciones simbólicas que se atribuyen a los dos San Juan. Como ellos, Jano presidía las fases ascendentes y descendentes del ciclo anual, y era considerado como el "portero" (ianitor), que con sus dos llaves, una de plata y otra de oro, abría y cenaba las épocas. Por esto mismo se le denominaba también el «Señor del tiempo», el creador del mundo y padre de los dioses. Jano poseía las claves (de (l'avis, llave) de los misterios ligados a la iniciación.

Las dos llaves estaban relacionadas con los dos rostros que poseía (de ahí también el calificativo de Jano Bifronte). Uno de ellos miraba a la izquierda y estaba relacionado con el pasado, con lo que fuimos, y que como tal condiciona inevitablemente nuestro presente. Al rostro de la izquierda se le adjudicaba la llave de plata, llave (o clave) que abría la puerta de acceso a los misterios ligados a la primera fase de la iniciación, donde el recipiendario tiene que tomar conciencia de si mismo, esfuerzo que necesariamente implica la regeneración total de la psiqué o del alma, elevándola a un plano superior que por su naturaleza le pertenece. A su vez, la llave de oro estaba en posesión del rostro que mira a la derecha y al porvenir. Podríamos decir que el porvenir -donde el tiempo todavía no es- se relaciona simbólicamente con el mundo celeste y uránico (solar), y cuyos misterios están ligados a la segunda fase de la iniciación.
 
Y es precisamente en su papel de «iniciador en el Conocimiento», como fue venerado por los Collegia Fabrorum de la Roma Imperial, antecesores directos de los gremios iniciáticos de constructores y artesanos que florecieron en la Edad Media, periodo histórico donde precisamente Jano fue reabsorbido en la forma cristianizada de San Juan Bautista y San Juan Evangelista, de los que se ha dicho que representan las dos modalidades o aspectos de un solo y mismo ser.
 
Aquí existe una interesantísima correspondencia entre las puertas solsticiales y el dominio propio de la iniciación en los misterios, que no hace sino confirmar el valor simbólico del mundo natural con respecto al espiritual y sagrado. Iniciación que a su vez se desarrolla en dos fases, descendente y ascendente, o concentrativa y expansiva, y que la antigüedad grecolatina hizo corresponder respectivamente a los «pequeños viajes» y a los «grandes viajes», terrestres los unos y celestes los otros, los que conducen al conocimiento integral de la cosmogonía y del verdadero orden del mundo. Estas mismas fases de un solo y único proceso se encuentran claramente expresadas en la iniciación, elevación y exaltación característica de los tres primeros grados masónicos de Aprendiz, Compañero y Maestro, a los que no son ajenos las figuras y atributos del Bautista y del Evangelista.
 
Es bien cierto que como su propio nombre indica, la misión de Juan Bautista es precisamente la de bautizar con agua, simbolizando dicho bautismo la regeneración y el nacimiento a una «nueva vida», aquélla que se nos promete cuando somos recibidos francmasones. A partir de ese momento crucial, que es un comienzo y una entrada, se nos abre una puerta, la que los pitagóricos designaban como la «puerta de los hombres», representada en nuestro ritual por esa matriz cósmica que es la Cámara de Reflexión, donde simbólicamente también descendemos en el fondo de lo humano para reconocer nuestra verdadera identidad en consonancia con nuestro destino. Esto es lo que designan las siglas herméticas V.I.T.R.I.O.L. grabadas en dicha Cámara: Visita el Interior de la Tierra (de ti mismo) y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta.
 
Según el símbolo, descendiendo en el centro tenebroso de la tierra reconocemos el valor supremo de la muerte, de la vacuidad, de lo más pequeño, imprescindible para que una nueva forma de vida, un orden nuevo, reflejo de lo universal, alumbre en nuestra alma. A este respecto, en la rueda astrológica, la «puerta de los hombres» está situada en el signo de Cáncer, que por sus vinculaciones con la luna y el agua (la cual genera al mismo tiempo que corrompe), rige tanto los nacimientos como las muertes. Con el mismo significado la cosmología hindú menciona «la vía de los antepasados» (pirt-yana), por donde el ser que la recorre nace a la generación y a la vida. En el dominio de la realización espiritual esta generación es un nacimiento al cosmos, al orden, una entrada en el templo sagrado, donde los planetas junto con los doce signos del zodiaco marcan los ciclos y los ritmos del universo y del hombre. Hemos de recordar que en el templo de la Logia los doce signos son las doce columnas o pilares que la enmarcan, estando expresados los planetas por los oficiales que rituálica y armónicamente circulan por su interior. Este descenso podría verse también como una paulatina disminución de la naturaleza humana, fácilmente accesible a cualquier tipo de contagio profano. Esto lo anuncia claramente el Bautista cuando exclama: «El, Cristo, conviene que crezca, y yo que disminuya», clara alusión, por otro lado, al trayecto solsticial, descendente-ascendente de la órbita solar. Por otro lado en nuestra tradición, Cristo no es sino el Gran Arquitecto, el Maestro interno de cada uno que desde lo secreto dirige la edificación del Templo de la Sabiduría.

En el solsticio de Invierno el descenso alcanza su máxima declinación, lo que se traduce como el aparente triunfo de las tinieblas nocturnas sobre la claridad diurna. Pero lo que ha alcanzado su mínimo no puede sino crecer, motivo por el cual el solsticio invernal marca también el ascenso de la luz solar; el nacimiento de Cristo (Sol de Justicia) se produce en Navidad, solsticio de invierno.
 
Añadamos que este descenso es una interiorización y concentración en el objeto de nuestra búsqueda, que nos conducirá finalmente al recinto sagrado, iluminado desde su interior y «a cubierto» de cualquier interferencia profana. Para ello, toda aspereza y arista de la piedra bruta tienen que ser trabajadas pacientemente, tomando como ejemplo la propia misión del Bautista, que ya profetizó Isaías con estas palabras: «Aplanad los caminos del Señor, toda montaña y colina serán allanadas». Mensaje de equilibrio, de paciencia y de amor ferviente hacia la Verdad sin mácula que también anuncia el Precursor, hijo de Zacarías.
 
Por esta razón, a Juan Bautista se le atribuye en la Masonería la ciencia de la escuadra y el nivel, útiles imprescindibles para que la base del edificio a construir se encuentre perfectamente allanada y encuadrada, simbolismo que se refiere claramente al trabajo de rectificación que cada uno debe ejercer consigo mismo.
 
Si a la función del Bautista le conviene la escuadra y los misterios terrestres de lo humano, ligados al bautismo de agua, a Juan Evangelista «el águila de Dios» y «el discípulo bien amado», se le considera el apóstol que da testimonio de la luz divina, siéndole encomendado bautizar con el fuego del Espíritu. Porque su Evangelio representa sin duda alguna el aspecto interior y esotérico de la tradición cristiana, la Masonería le asigna la perpendicular y el compás, instrumentos que sirven para trazar el eje vertical que va del centro de la base del edificio hasta su sumidad más alta, donde reside la clave de bóveda.
 
Según una aplicación particular del simbolismo cosmológico a las puertas solsticiales, ese eje vertical o esa plomada indicará el camino ascendente que se abre, según los pitagóricos, con la «puerta de los dioses», la que da acceso a los «grandes viajes», donde el masón, maestro de sí mismo por la muerte y resurrección del maestro Hiram, irá en busca de su verdadero origen y patria que es celeste (el Oriente Eterno), donde podrá encontrar finalmente la reconstitución de la «Palabra Perdida» que compone el Nombre Inefable del Gran Arquitecto, Sol Espiritual y eje polar y central del Universo.
 


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