lunes, 20 de noviembre de 2017

SOBRE EL NOMBRE SIMBÓLICO

 
En el momento del nacimiento, y antes incluso, nuestros proge­nitores nos imponen un nombre, el cual servirá desde entonces para identificarnos, aportando además información sobre aspectos de nuestra naturaleza física y anímica. Este nombre es una de nuestras primeras señas de identidad, la cobertura más externa de nuestro ser y uno de los puntos de partida del autoconocimiento.
 
Con la Iniciación a los Misterios, que supone una primera muerte simbólica, y por tanto real, y un renacimiento simultáneo, el se­gundo nacimiento o la apertura a la sacralidad de la vida y de no­sotros mismos, se hace necesario descubrir el nuevo nombre que corresponde a una modalidad diferente del ser. A diferencia del primero, éste solamente puede designárselo uno mismo, lo cual da idea del proceso totalmente interior y esotérico que supone la Ini­ciación.

Después de la muerte iniciática supe que me llamaba María Magdalena, apelativo que sintetiza el error y el sin sentido en el que había vivido hasta entonces, entregada siempre a mil empre­sas exteriores, complacida en los egos, deseos y pasiones aunque siempre insatisfecha, y al mismo tiempo representa el descubri­miento de la posibilidad de empezar una vida nueva, real y con sentido vehiculada por los símbolos y ritos iniciáticos.

Más allá de una lectura puramente literal, descubrimos en Mag­dalena la mujer prostituta, el símbolo de ese aspecto femenino de cada ser humano que se libra a innumerables amantes, represen­tantes de los falsos masculinos con los que deseamos desposarnos, y que la hacen permanecer apegada al error, ignorancia y al olvido del Sí mismo. Así son las cosas cuando uno se aferra a la dimen­sión profana de su ser y del mundo. Pero Magdalena se arrepiente, en el sentido de reconocimiento de su error, y al derramar el perfu­me de nardo sobre la cabeza de Cristo, besar sus pies y enjugarlos con sus lágrimas y cabellos, representa a la humanidad entera re­gresando a su verdadero Esposo.

La feminidad inconsciente, que se traduce en un afán de gene­ración indefinido, insaciable y sin rumbo, se orienta hacia una actividad totalmente receptiva, hacia un desapego de todo lo superficial e ilusorio (ya sean prejuicios, egos, estereotipos, moralinas, etc.), y hacia una apertura a la dimensión sagrada de su ser. Magdalena es la que reconoce en Cristo el masculino con el que realizar las nupcias interiores y más allá de eso, el origen y destino, el principio y el fin de toda su labor.

Con Magdalena puede empezar la obra alquímica de transmu­tación, que simbólicamente se traduce en la realización de su primer nombre: María. Esta es el arquetipo de la Virgen-Madre-Esposa, el símbolo del alma individual y universal que debe someterse a un proceso de regeneración integral para poder ir siendo desposada por el Espíritu en los sucesivos matrimonios que pueblan el camino hacia la Liberación total de toda contingencia, y la consecución de lo que en el hinduismo se denomina la Identidad Suprema.

Después del aumento de salario a compañera reconocí un nue­vo nombre en mi interior: Estrella, como símbolo de una realidad más profunda de mi individualidad, y con tal nombre os ruego que me llaméis. R. Guénon, en el capítulo dedicado a los nombres profanos y simbólicos del libro Apreciaciones sobre la iniciación, dice así:

"Podemos ir aún más lejos: a cada grado de iniciación efectiva co­rresponde todavía otra modalidad del ser; aquel [refiriéndose al Iniciado] deberá pues recibir un nuevo nombre por cada uno de es­tos grados... Un nombre será tanto más verdadero cuando corres­pondo a una modalidad de orden más profundo ya que, por ello mismo, expresará alguna cosa que estará más próxima a la verdadera esencia del ser".
 
La Estrella Pentagramática es uno de los símbolos fundamenta­les del compañero masón. Situada sobre el sitial de la Ven.-. Maes­tra, entre el Sol radiante y la Luna espejante, decora el cielo del Oriente y es nuestra guía y esencia como compañeras.
 
Recordemos la carta XVII del Tarot que lleva dicho nombre, y en la que aparece una mujer desnuda, cubierta todavía de una túnica de piel, libe­rándose de toda atadura y prejuicio, abierta a los efluvios celestes simbolizados por las ocho estrellas que bañan su cabeza. Imagen arquetípica del hombre nuevo, regenerado por el mensaje univer­sal de la Tradición, ésta no opone ninguna resistencia a la llamada del Espíritu, tan es así que su vacuidad le permite oír nuevas voces y mensajes representados por el pájaro negro, mensajero de los dioses y memoria de todo lo que aún debe ir muriendo. Esta carta es un canto a la poética, al arte de conocerse a sí mismo, a la natu­raleza como vehículo de dicho conocimiento, a la belleza del uni­verso como expresión de la Verdad inexpresable, a la fluidez de todo cuanto se sabe que parte de un todo indivisible.

Y en medio de este cántico el ser humano deviene un interme­diario entre lo alto y lo bajo, que recibe y da y nada guarda para sí, ni su propio paso por este estado del ser universal, hecho que que­da reflejado en las dos vasijas que sostiene la mujer cuyo contenido acuoso es derramado al caudal de la vida. La larga cabellera azul que cubre su cabeza a modo de cascada nos sugiere que el dominio que se nos brinda como soporte, estudio y meditación es el del alma, individual y universal, mas recordando que es el Espíritu el que alumbra todo conocimiento. El suelo sobre el que se apoya es dorado, presagio de la tierra prometida, de las delicias que aguar­dan a todo ser que decide entregarse a la aventura de conocerse a Sí mismo y encarnar y ser uno con el Misterio insondable.

Para terminar recordaremos un nuevo fragmento del capítulo del hermano R. Guénon citado anteriormente:

"Ahora bien, todo lo que hemos dicho hasta aquí de esta multiplici­dad de nombres que representan otras tantas modalidades del ser, se relaciona únicamente con extensiones de la individualidad hu­mana comprendidas en su realización integral, es decir, iniciáticamente, con el dominio de los "misterios menores", tal como lo explicaremos a continuación de una manera más precisa. Cuando el sol pasa a los "misterios mayores", es decir, a la realización de esta­dos supraindividuales, pasa por ello mismo más allá del nombre y de la forma, ya que, como enseña la doctrina hindú, éstos (nâma-rûpa) son las expresiones respectivas de la esencia y de la substancia de la individualidad. Tal ser, en verdad, ya no tiene nombre, ya que éste es una limitación de la cual está liberado en lo sucesivo; él podrá, si ha lugar, adoptar cualquier nombre para manifestarse en el dominio individual, pero ese nombre no le afectará de ninguna manera y le será tan "accidental" como una simple vestidura que se puedo quitar o cambiar a voluntad.

Así pues, estos nombres simbólicos son el revestimiento, el ropaje con el que se cubre el ser, que a lo largo del camino iniciático debe ir siendo desenmascarado, para dar nacimiento a ese verdadero NOMBRE que somos y que en sí es impronunciable, sin atributo, sin medida, que todo lo es y no lo es.
 
 
Este trazado pertenece al volumen de arquitectura:
La Logia Viva, Simbolismo y Masonería, publicado por Ed. Obelisco.
Barcelona, julio 2006.




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