viernes, 20 de julio de 2018

EL TRABAJO MASÓNICO Y HERRAMIENTAS SIMBÓLICAS


 
En la Masonería, la arquitectura es una forma simbólica del Arte Real o Regia, la que persigue, como afirma el hermetismo, la realización de la Gran Obra.
 
Lo que se construye es la «casa de Dios», el «Templo», el «habitáculo divino» por excelencia (el modelo del cosmos), el que se concibe como una perfecta cristalización del Plan del Gran Arquitecto del Universo, adoptando a su vez un sentido macro y microcósmico por la doble aplicación del simbolismo y la analogía.


 
Traspuesto a nivel individual y microcósmico, coincide pues con la perfección del ser humano, la regeneración psicológica y el nacimiento espiritual del iniciado. Pero también es cierto que allí en donde se hace necesaria una labor de construcción, reconstrucción u ordenamiento, es que nada definitivo, completo, permanente y estable existe aún.
 
Lo mismo podríamos pensar de la necesaria promulgación de una ley, de la fijación de un limite o un encuadre determinado cualquiera. Es decir, que el caos no sólo preexiste al orden (cosmos), sino que de algún modo también coexiste con él, lo que inmediatamente los relativiza.
 
Es impensable un caos o un orden absolutos en un universo en devenir. La consciencia ilusoria de un mundo material fijo, acabado y listo para utilizar y consumir, es extraña al pensamiento tradicional. Por el contrario es unánime la consciencia de un mundo inacabado, en trance de realización, que se está haciendo, en permanente estado de comienzo.
 
Sólo el Principio, el Espíritu, el Gran Arquitecto, es inmutable, y perfecto, el Ser único en sí; todo lo demás, lo que aparece como manifestación suya u «otro que Él», deviene y muta, es transitorio y no posee su última y principal razón de ser.
 
El papel inmóvil del punto con respecto al móvil de la circunferencia, ilustra perfectamente esta idea, así como la imagen correspondiente de la rueda, que gira gracias a la inmovilidad de su eje. De hecho el concepto de mundo o cosmos como creación definitiva, es una incongruencia en sí. Es prácticamente una visión «mineral» del ser y del movimiento vital, el que se concibe como una maquinaria cerrada sobre sí misma.
 
Si el judaísmo, el cristianismo y el Islam hablan de «creación», es a puro título simbólico, aparte de que estas tradiciones entienden siempre a esta creación efectuándose a diferentes niveles de realidad.
 
Igualmente, ese mismo concepto puede haber cambiado profundamente de sentido con el transcurrir de los siglos, siendo completamente extraño en otros tiempos el carácter inmovilista, literal y grosero que ahora tiene. Lo que nos hace ver al mundo como algo denso, solidificado, sin alma. Esa es en realidad la visión mineral propia de la cultura profana, totalmente cerrada sobre sí misma y en estado de completa materialización. Cultura que ha perdido de vista las referencias principales del ser auténtico del cosmos, y de la naturaleza eminentemente simbólica del tiempo y del espacio. Lo que redunda en detrimento del individuo, al que se ve como algo únicamente corporal y material, también cerrado sobre sí mismo, sin apertura con lo espiritual, es decir, con lo universal.
 
A esta concepción moderna de la creación ha de sobreponerse la idea tradicional de manifestación de un Principio —siempre actual— a diferentes niveles de sí mismo, como estados múltiples de un ser único y universal, estados, niveles o escalas de realidad, tanto más condicionados, relativos y contingentes cuanto más alejados del centro de irradiación se encuentran.


 
Cuerpo, alma y espíritu, entendiéndose así como diferentes modalidades de un único principio en estado de manifestación simultánea y actual. La figura de indefinidos círculos concéntricos disponiéndose alrededor de un punto central, es ilustradora de esta idea. La progresión vertical de la consciencia en la vía iniciática, se refiere precisamente al conocimiento de esos otros estados universales del ser, potencialmente implícitos, por otro lado, en el iniciado o ser microcósmico humano.
 
Todo lo operativo y lo rituálico desempeña por ello un importante papel iniciático. Y justo es decir que se trata de una verdadera teurgia, o sea, de una colaboración consciente en la Obra de la creación o Gran Obra, la cual completa en si mismo el iniciado; colaboración que se efectúa básicamente y en primer lugar, no interceptando ni alterando el orden mismo en que esta «creación» se desenvuelve.
 
Extraer el orden del caos es cosmogonizar, acto doble que empieza con una necesaria destrucción o paralización de lo deforme y amorfo a fin de construir una forma nueva y permanente. Es también sacar la vida de la muerte, la luz de las tinieblas, dar realidad a una posibilidad. latente y dormida. Amansar a lo indómito, cultivar lo salvaje.
 
Masónicamente es convertir la piedra bruta en cúbica después de una cuidadosa talla; extraer de la masa potencial amorfa de la materia, la forma pura que en ella se oculta y que la alquimia interpreta corno una regeneración o palingénesis del ser, un verdadero renacimiento que sigue a una muerte iniciática, doble operación idéntica que le permite completar sus propias posibilidades estancadas por lo profano, es decir, de recrearse a sí mismo al disolver, filtrar y coagular su substancia más íntima, posibilidades que de otro modo permanecerían por siempre latentes y sin desarrollar.
 
En cuanto a los instrumentos y herramientas que facilitan esta creación o reconstrucción están patentes en el arte de la albañilería y la arquitectura, poseyendo efectivamente un sentido simbólico preciso, aunque a decir verdad son los símbolos mismos las verdaderas herramientas del trabajo iniciático.
 
Todo el utillaje masónico debe trasponerse, pues, simbólicamente. Cada instrumento se asimila a una potencia que ha de dinamizarse por el rito, y equivale también a un nombre divino, un atributo cósmico, a una facultad interna, a una virtud o una fuerza espiritual.
 
La escuadra (llamada «norma» en griego), nos indica rectitud y juicio, permitiendo la estabilización de la base, el encuadre justo del edificio y la rectificación del terreno.
 
El nivel: equilibrio, ecuanimidad;
 
La plomada: verticalidad, unión de lo alto y lo bajo.
 
El mallete, fuerza de voluntad, perseverancia.
 
El cincel, discernimiento, inteligencia.
 
La palanca, multiplicación de la fuerza.
 
El compás, serenidad, comprensión y poder ordenador, etc.
 
En este sentido, y a pesar de las variaciones que con el paso del tiempo pueden haber sufrido las formas rimíticas de la Masonería, los instrumentos del Arte Real continúan siendo idénticos a sí mismos, conservando siempre el valor significativo de su verdadera funcionalidad.
 
Todo acto creativo se nos aparece siempre como una conjunción o interacción de dos fuerzas; como la acción de un principio o energía luminosa y constructora que se sobrepone activamente a un conjunto de tendencias, preexistentes también, pero amorfas y primarias. Si el principio se define siempre como algo activo, luminoso o ígneo, su contraparte deviene lo oscuro, lo pasivo y lo húmedo. Si lo primero es lo duro, lo segundo es lo blando; si uno conlleva la forma, lo otro es lo amorfo, lo que carece aún de ella.
 
En su acción, la energía creadora del principio se expresa a través de intermediarios e instrumentos, los que en la Masonería son fundamentalmente de «medida». Asimismo, todas las tradiciones nos hablan de ángeles y dioses, de intermediarios celestes entre la deidad y el mundo humano y natural, los que para ella vienen a ser como instrumentos creativos, y para nosotros un medio para remontarnos hacia los mundos superiores.
 
También en su sentido más restringido la herramienta es siempre una prolongación, natural o artificial, de las propias potencialidades del ser, el que habrá de utilizarlas al unísono si pretende la realización del Plan Divino, modelo y arquetipo de toda construcción, creación u obra, el que se nos revela gracias a la presencia simultánea de sus tres luces invariables, la Sabiduría, La Fuerza y la Belleza, arquetipos actualizados por el número, el peso y la medida precisa de todas las cosas manifestadas.

Cuando se dice que los principios son «informales», no significa, desde luego, que sean «amorfos», sino que al ser arquetipos, contienen todas las formas sin quedar limitados por ninguna, como la esfera que contiene toda posibilidad formal diferenciada. Y de hecho, en el correcto manejo de las herramientas consiste, junto al conocimiento de los materiales de la obra, el conocimiento del oficio.

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