miércoles, 25 de julio de 2018

EL NÚMERO 7

 
Clemente de Alejandría dice que de Dios, "Corazón del Universo", parten las indefinidas extensiones que se dirigen hacia arriba, abajo, derecha, izquierda, adelante y atrás; dirigiendo su mirada hacia estas seis extensiones como hacia un número siempre igual, él acaba el mundo; él es el principio y el fin (el alfa y el omega); en él se acaban las seis fases del tiempo y de él reciben su extensión indefinida; he ahí el secreto del número siete.” (P. Vulliaud, La Cábala judía, citado por René Guénon, El Simbolismo de la Cruz, cap. IV).

7 = 1+2+3+4+5+6+7 = 28 = 2+8 = 10 = 1+0 = 1 Cuando vimos la Tetraktys pitagórica observábamos cómo mediante este sistema de reducción 4 también es igual a 1.


 
En el siete la unidad vuelve nuevamente, como lo hará cada tres números (10 = 1+0; 13 = 1+3 = 4 = 1; 16 = 1+6 = 7 = 1; 19 = 1+9 = 10 = 1+0 = 1) hasta infinito. Si la creación fue realizada en seis días, el séptimo es el día del descanso, el Sabbath, en el que todo retorna a la Unidad del Principio. Los siete días de la semana (que es la duración de cada una de las cuatro fases de la luna) son un símbolo de los de la creación. Imitando al Creador al séptimo día el hombre descansa; y en la tradición judía cada siete años se hace descansar la tierra, y al año 50 (7x7 = 49+1 = 50) se celebra el gran jubileo, el yobel, año de liberación.

El número siete es quizá el que más se repite en el simbolismo numérico de todas las tradiciones. Mencionaremos únicamente algunos ejemplos escogidos de entre los múltiples septenarios que se encuentran por doquier. Son siete los seres luminosos que puede el hombre observar en el cielo a simple vista cuyos movimientos son distintos a los de las demás estrellas. Estos siete planetas de la antigüedad se corresponden con exactitud con los siete días de la semana (y los de la creación) y a su vez se relacionan precisamente con los siete metales principales de la alquimia. Se trata de una escala cósmica (macro y micro) que se manifiesta tanto en el cielo como en la tierra. El Domingo corresponde al Sol y al Oro; el Lunes a la Luna y la Plata; el Martes a Marte y el Hierro; el Miércoles a Mercurio y el Mercurio; el Jueves a Júpiter y el Estaño; el Viernes a Venus y el Cobre; y el Sábado a Saturno y al Plomo. Por su parte, la escala musical de siete notas (que reproduce el sonido de los siete planetas en su rotación) ejemplifica el ascenso gradual que de la tierra al cielo realiza el iniciado, el cual conocerá durante su proceso de crecimiento interior siete dimensiones escalonadas del ser.

Esta misma idea se nos revela en el kundalini yoga por el simbolismo de los siete chakras , ruedas o centros sutiles a los que se coloca simbólicamente en siete puntos de la columna vertebral y que representan también siete estados de la conciencia que se abrirán gradualmente como una flor de loto que teniendo al inicio visibles únicamente cuatro de sus pétalos al final del proceso desplegará los diez mil pétalos, símbolo de la conciencia total. La apertura de los siete chakras también es representada por el ascenso de la serpiente kundalini la que, encontrándose enroscada y dormida en la base de la columna vertebral durante el estado de ilusión y sueño que significa la vida profana, con la iniciación recibirá el rayo del conocimiento que la despertará y la hará ascender por el eje vertical y escalonado de esa columna, para salir finalmente liberada por la coronilla hacia los estados verdaderos del ser.

Son también siete las jerarquías angélicas y siete los arcángeles, cada uno de ellos por cierto relacionado a un planeta. En el Antiguo Testamento se menciona el siete setenta y siete veces y en el Apocalipsis Juan nos habla, con un simbolismo cargado de misterio, de siete iglesias, siete estrellas, siete espíritus de Dios, siete trompetas, siete truenos, siete cabezas, siete plagas, siete copas, siete ángeles, siete montañas y siete reyes. Son muchas las tradiciones y escuelas iniciáticas que hablan de siete grados de la iniciación; en el budismo —y también en otros pueblos— se conciben siete cielos, que van siempre de lo más denso a lo más sutil, y que se han de ir conociendo gradualmente en un proceso de ascenso vertical. Por otro lado, el siete nace de la suma del tres (los tres principios) y el cuatro (los cuatro elementos). Esto da lugar a la doctrina pitagórica del trivium y el cuadrivium, base a su vez de la división septenaria de las llamadas artes liberales. Son tres artes relacionadas con la palabra (gramática, lógica y retórica) y otras cuatro que nos definen los temas principales de estudio del iniciado (matemática, geometría, música y astronomía).

También es el siete número de centro. Volviendo al simbolismo planetario desde otra perspectiva, podemos ver un esquema usual, donde aparecen los planetas en una espiral (el símbolo de la espiral está lógicamente emparentado con el de la escala), de la siguiente manera: Allí vemos tres planetas llamados ‘interiores’ (Luna, Mercurio y Venus) y tres ‘exteriores’ (Marte, Júpiter y Saturno), siendo en este caso el séptimo el Sol, en el centro mismo alrededor del cual los demás giran. Este mismo esquema podría servirnos para representar los siete metales de la alquimia, cuyos signos son idénticos a los de los planetas. También el número siete viene a ser el punto central del hexágono, la estrella de David, la cruz cristiana, el cubo y la cruz tridimensional.

El centro del hexágono es el séptimo punto a partir del cual nacen seis radios o rayos. Ese punto central es denominado el séptimo rayo de la creación. Si en la estrella de David veíamos en el trabajo anterior a los seis colores del arco iris, aquí añadimos el color del centro, que contiene y produce (por su descomposición) a todos los demás: el blanco. En el simbolismo constructivo cristiano, la cruz que obtuvimos del desdoblamiento de un cubo, es la que sirve de base para diseñar el suelo del templo. A su alrededor habrá un rectángulo; pero el centro del templo no es el centro del rectángulo, sino el centro de la base del cubo que se mantuvo inmóvil cuando este se desdobló.

Si en el cubo vimos seis lados, el número siete viene a ser su propio centro interior, equidistante de todas sus caras y aristas.

Obsérvese cómo en el simbolismo cúbico de los dados (juego numérico sagrado de origen chino) a la cara numerada uno se le opone siempre la número seis (1+6 = 7); a la dos se opone la cinco (2+5 = 7); y a la tres la cuatro (3+4 = 7). Nos atrevemos a decir que hay un número siete invisible (que en verdad es el principal) en el interior del cubo.

Finalmente podemos ver al número siete en el centro de la cruz tridimensional que nos marca las seis direcciones del espacio. Este séptimo punto es el de referencia; el interior del observador a partir del cual las otras seis direcciones tienen sentido. En la Cábala el “Santo Palacio” o “Palacio interior” está situado en el centro de las seis direcciones del espacio. En la tradición hindú se habla de siete rayos del sol. Seis corresponden a las seis direcciones y el séptimo al centro.

En nuestra Orden el número siete es el que se relaciona al grado de Maestro, por ser la edad de este grado de “siete años y más”; se dice que esto significa que el Maestro Masón domina el significado de este número y tiene profundo conocimiento de su simbolismo. Las siete luces, y los siete dignatarios principales de la Logia, son otra muestra de la importancia que la Masonería concede al septenario.
 
Fuente:
EL NÚMERO SIETE
Fernando TREJOS
 
 
 

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