Por Sebastian Jans
INTRODUCCION.
La Masonería Simbólica
fundamenta su labor docente a través de los símbolos, y, a partir de aquellos
que físicamente adornan el Templo, promueve el estudio y la acción
transformadora de sus miembros, en su formidable Obra inmaterial, axiológica y
espiritual. Los símbolos que ornamentan este lugar consagrado al Hombre y a su
relación con la Obra del Gran Arquitecto, son motivo de la indagación
intelectual de sus adeptos, desde el momento en que se nos confiere el
privilegio de la Iniciación, siendo conducidos al estudio de la significación
esotérica y exotérica de aquello que se presenta ante nuestros ojos: las
herramientas de cada grado, el ara, el libro, el pavimento mosaico, las columnas
del pórtico, la cadena, la bóveda celestial, las luces de los sitiales, en fin.
Todos ellos nos sugieren un conjunto de posibilidades, que estimulan al
estudio, a la reflexión, y a la más intensa vivencia espiritual.
Miles de horas, miles de
páginas, han dedicado los masones en cada generación, para escudriñar las
alternativas y variables de interpretación, que proponen los distintos
componentes del Templo. Sin embargo, aquel elemento simbólico menos abordado,
es la representación de los signos zodiacales en las 12 columnas que sostienen
la bóveda celestial.
No es un aspecto poco
significativo. De hecho, por ejemplo, desde la fundación de la Revista Masónica
hasta 1994, solo se publicaron en sus páginas tres trabajos relativos al tema,
lo que constituye una muy baja cifra, si consideramos que sobre el simbolismo
de la piedra bruta, se publicaron 38 trabajos.
En los Programas de Docencia de
la Gran Logia de Chile, en las últimas cinco décadas, incluido el actualmente
vigente que data de 1998, temáticamente no aparece propuesto el simbolismo
zodiacal en ninguno de los tres grados simbólicos. Solo se hace presente en los
planes de la Masonería Filosófica o Capitular, a pesar de que, desde el momento
de ver la luz, el Aprendiz ve desplegado ante sus ojos los doce signos,
ordenados de izquierda a derecha, los cuales le acompañarán durante toda su
vida iniciática.
No es una indiferencia menor
respecto a este símbolo, y ha sido, precisamente, aquella falta de intensidad
en las indagaciones simbólicas de la Masonería Chilena, la que me ha motivado,
muy especialmente, para abordar este aspecto simbólico, con la esperanza de
incitar a quienes puedan estar indiferentes frente a su inamovible presencia,
por siglos, en los talleres de la Orden.
Cotidianamente, en nuestros
Talleres nos reunimos entre doce columnas, que, simbólicamente, sostienen el
espacio sideral, en cada una de las cuales se encuentra una imagen que
representa a uno de los signos zodiacales. Allí se encuentran, muchas veces
ignorados en la cotidianidad de nuestras preocupaciones iniciáticas,
sugiriéndonos que, en tiempos pasados, la Masonería originaria quiso dejar en
uno de los lugares más importantes de la logia una presencia simbólica
singular.
Es mi intención, en el plan de
esta plancha, dar una visión que abarque los siguientes aspectos fundamentales:
a) una indagación sobre el conocimiento zodiacal en la historia humana; b) los
contenidos del conocimiento zodiacal en la Masonería; c) tratar de interpretar
la baja opción investigativa de los masones chilenos de las recientes
generaciones frente a éste símbolo fundamental, y d), proponer una visión
personal sobre lo que implica el conocimiento zodiacal, desde una perspectiva
gnoseológica y lo que, masónicamente, su simbolismo representa.
Desde luego, no hay una
pretensión de dar una respuesta definitiva al respecto. Solo es un intento de
reflexión que da cuenta de algunas perspectivas personales, que someto al libre
juicio de los VV\ HH\ de ésta Resp\ L\ de Investigación.
EL ZODIACO Y EL CONOCIMIENTO ASTROLOGICO.
El término "Zodiaco"
proviene del griego, que significa cintura de lo viviente, círculo de la
vida o círculo de los seres vivos. Etimológicamente provendría de los
vocablos Zoon, que quiere decir ser
vivo, y dia, que significa a
través.
El Zodiaco es una zona del
espacio sideral, determinada por un observador terrestre, que se extiende a lo
largo de la ecliptica u órbita descrita por la Tierra, en su movimiento anual
de traslación alrededor del Sol. La determinación del ancho de esa banda, ha
variado con el tiempo, para comprender dentro de ella el desplazamiento
aparente – para un observador terrestre, insisto – de los planetas y astros que
se requieren para el estudio astrológico. Esta franja debe comprender en ella
el tránsito que el Sol, la Luna y los planetas recorren durante un año, pasando
por las constelaciones, que da nombre a cada signo, o aproximándose a ellas.
Desde antiguo, esta franja de
360 grados está dividida en doce partes iguales, de 30 grados cada una, que
reciben el nombre de las doce constelaciones que se encuentran ubicadas dentro
o cerca de ese espacio. El nombre les fue conferido simbólicamente, de acuerdo
a las características que se percibieron en aquellas épocas en cada
constelación: Aries (el carnero), Tauro (el toro), Géminis (los gemelos),
Cáncer (el cangrejo), Leo (el león), Virgo (la virgen), Libra (la balanza),
Escorpio (el escorpión), Sagitario (el arquero), Capricornio (la cabra),
Acuario (el aguador) y Piscis (los peces).
El desplazamiento de los astros,
en el fondo estelar, según un observador ocular desde la superficie terrestre,
ha sido el fundamento para desarrollar el conocimiento zodiacal. Como todos los
planetas cambian de posición en el citado espacio, durante el año, describiendo
singulares derroteros, se establecen distintas lecturas e interpretaciones,
sobre las proximidades que, unos y otros, tengan, en un día determinado, e
incluso, en una hora determinada. Es lo que se conoce como horóscopo (imagen de la hora),
es decir, la hora astral del suceso o evento a estudiar, que presenta
características específicas para ese momento en particular.
Por ejemplo, si observamos el
planeta Marte, tomando como referencia determinadas estrellas, éste se desplaza
durante algunos meses siguiendo una línea ligeramente curva, para luego hacer
un giro ovoide (retrogradación), siguiendo por último, el mismo sentido
anterior. El curso de ese desplazamiento, con respecto al del Sol, de la Luna y
de los demás planetas, permite establecer relaciones frente a determinados procesos,
que tienen que ver con la Naturaleza y con el Hombre, desde un aspecto
individual y/o colectivo.
Primitivamente, los planetas
considerados para el estudio zodiacal, fueron cinco: Mercurio, Venus, Marte,
Júpiter y Saturno, sumados a las dos luminarias: el Sol y la Luna, que, en la
terminología astrológica, se llaman también "planetas". Mas adelante,
con el descubrimiento de los nuevos planetas, se agregaron Urano, Neptuno y
Plutón.
El estudio zodiacal es lo que
conocemos como astrología. Inicialmente, la astrología tuvo una perspectiva
eminentemente natural, es decir, tenía que ver esencialmente con los
fenómenos de la naturaleza. En la medida que se vinculó a los astros con los
acontecimientos humanos, surgió lo que algunos llaman astrología judiciaria.
Durante muchos siglos se
pretendió que, del estudio de los astros, se podían establecer
"presagios" que afectarían los conglomerados sociales (locales,
nacionales, etc.). De allí que se habla de una astrología colectivista.
Sin embargo, a partir del desarrollo astrológico en la Grecia Antigua, tomará
un curso básicamente individual, que apuntará a la determinación del carácter
individual, mas que a la definición del futuro colectivo.
Según la Astrología, el aparente
desplazamiento de los planetas por el Zodiaco, establece relaciones que
determinan influencias en el nacimiento de las personas, moldeando sus rasgos
fundamentales de índole espiritual y física. Ello constituye el hecho
astrológico, expresado en el ciclo de la natividad y el individuo al cual pertenece.
Esta aseveración no tiene demostración científica taxativa, pero, para el
entender de los astrólogos, posee fundamento en el análisis estadístico de las
frecuencias en las tendencias zodiacales.
Como metodología de trabajo, se
construye la Carta Astral, un diseño gráfico, sobre un trazado circular, donde,
a través de ciertas definiciones preestablecidas y algunos cálculos
matemáticos, se ubican los planetas, representados con símbolos específicos,
logrando, en definitiva, hacer una lectura del resultado gráfico que se
obtenga. Para esa lectura existen también ciertas tablas o constantes de apoyo,
de acuerdo a la posición de cada componente en el plano circunferencial de la
Carta Astral, las que señalan determinadas tendencias que ayudan a lograr el
objetivo (definición de rasgos de personalidad, influencias, eventualidades,
etc.).
Como toda forma de conocimiento,
a través de los tiempos, ha ido variando muchas de sus afirmaciones y
conceptos, producto del propio desarrollo del pensamiento humano y de su acción
esclarecedora. Desde las primeras aproximaciones de los caldeos hasta nuestros
días, los cambios de perspectivas y referencias en la astrología han sido
notables, como lo han sido los propios cambios en otras disciplinas mas
reputadas en el ámbito del pensamiento empírico.
Los descubrimientos, los cambios
de perspectivas, la acción de la ciencia, los aportes de la filosofía, en fin,
han permitido modificar la comprensión que tiene el Hombre de la Naturaleza,
así como han tenido un profundo impacto en los parámetros que dan sustento al
estudio astrológico. Constituye un error pensar que la astrología se ha
enclaustrado en sus referencias ptolomeicas o renacentistas. Mucha de la
crítica dura contra el conocimiento zodiacal, basa sus argumentos en las
visiones más arcaicas del conocimiento astrológico, sin considerar que, como el
hombre, el estudio zodiacal, efectuado por hombres, está evolucionando
permanentemente, poniéndose al día, reconsiderando sus afirmaciones cardinales.
A través de los tiempos, las
ópticas de estudio de los fenómenos de la naturaleza y su relación con el
hombre, han variado en su eje o centro de observación. En algunas oportunidades
ha predominado el geocentrismo, es decir, el predominio de observación
teniendo a la Tierra como centro. En otras, ha sido el antropocentrismo,
es decir, una visión que tiene como centro al Hombre. En ocasiones, el
predominio ha sido nomocentrista, es decir, sostenida en las leyes.
También el teocentrismo, la visión a partir de la religión, ha tenido
una presencia muy gravitante, como, en momentos, la visión deocéntrica,
que sostiene la realidad centrada en Dios. En cada una de éstas visiones, la
astrología ha ganado un lugar, compatibilizando sus planteamientos.
Con todo, el estudio astrológico
no es absolutamente objetivo, ya que en él pueden incidir factores subjetivos,
propios de la profundidad del conocimiento del que interpreta los fenómenos
zodiacales. La cuestión a discernir, frente a esta forma de conocimiento, es un
tema de resolución personal. Si los movimientos de los planetas y del Sol y la
Luna, producen efectos en las personas o en la Naturaleza, sigue siendo un tema
de debate que no concluirá en lo inmediato. Si esos efectos tienen un índice de
frecuencias suficiente, como para demostrar el nivel de acierto de la
astrología, es el gran tema a resolver para la aceptación plena de la misma.
LA ASTROLOGIA DESDE SUS ORIGENES HASTA PTOLOMEO.
En el principio de su
civilización, el hombre, en su percepción más elemental e intuitiva, observó la
imponente bóveda celestial, en las sobrecogedoras noches de los tiempos
inmemoriales, y absorto y maravillado, por lo que tenía desplegado frente a sus
ojos, consideró que aquel firmamento tachonado de luces titilantes debía tener
un origen sobrenatural. No pudo evitar, seguramente, asociar aquello a una idea
de divinidad, y estableció entonces formas de culto hacia los luceros y
estrellas, los que identificó con nombres de dioses. Es lo que, para efectos de
estudio, llamamos astrolatría.
Con el paso de los siglos, fue
comprobando que los hechos cotidianos podían relacionarse con aquellos cuerpos
celestiales. La Luna influenciaba las mareas, además de tener alguna
coincidencia con los periodos de fertilidad de las mujeres. El Sol determinaba
los ciclos climáticos. Las estrellas del firmamento permitían la orientación
nocturna.
Sin embargo, a medida que fueron
surgiendo mayores interrogantes sobre lo que ocurría en el cielo, la
experiencia contemplativa fue siendo sustituida por el activo deseo de develar
los misterios de la existencia humana, entendida como un fenómeno estrechamente
ligado a la existencia del cosmos. Así, la astrolatría cedió su sitio a
la astrología.
Sin duda, existió gran actividad
astrológica mucho antes de los primeros documentos de ese carácter que hemos
conocido con posterioridad. Investigaciones llevadas a cabo sobre inscripciones
arqueológicas de la Edad del Hielo, indican, por ejemplo, que el hombre conocía
los periodos lunares hace mas de 32.000 años.
Se han encontrado antecedentes astrológicos
del reino de Sargón de Agade, alrededor del año 2.870 A.de C., que muestran
predicciones basadas en las posiciones del Sol, la Luna y los cinco planetas
entonces conocidos, mas una serie de datos sobre otros fenómenos, incluidos
cometas y meteoritos.
No obstante fueron los caldeos
los primeros en dejar una herencia específica en el estudio zodiacal y en el
desarrollo de la astrología. Los caldeos, astrónomos y matemáticos agudos,
observaron que los acontecimientos del cielo tenían un mismo patrón: las
estrellas en el cielo se movían en el firmamento siguiendo un orden fijo, y los
planetas se desplazaban casi en un mismo plano sobre el espacio estelar. Desde
luego, era una observación simplemente ocular, y de naturaleza eminentemente
terrestre. Estas observaciones los llevó a la conclusión de que los planetas
seguían determinadas leyes, diseñándose las primeras tablas de los movimientos
planetarios, siendo las más antiguas las que datan de la época del reinado
asirio de Asurbanipal.
Para confeccionar su sistema
cosmológico, los caldeos utilizaron doce constelaciones, por las que el Sol y
la Luna pasaban periódicamente. Fundados en esa estructura cognitiva, se
dedicaron a hacer predicciones sobre los grandes acontecimientos que podían
afectarlos como nación, y las repercusiones que ellos podían traer (guerras,
inundaciones, eclipses, en fin). Estos conocimientos fueron heredados por las
culturas posteriores, tales como la egipcia, la griega y romana.
En el Egipto Antiguo, se estima
que fueron introducidos en tiempos también remotos, aunque su mayor difusión
parece haberse logrado en el siglo III A.de C., bajo el Imperio de Alejandro
Magno. En los muros de los templos egipcios es posible aún consignarlo, siendo
el más célebre el Zodiaco esculpido en el Templo de Hathor, en Déndera (Alto
Egipto).
Importancia especial tuvo en la
cultura helénica, el aporte de la escuela pitagórica, la primera en
llamar cosmos a todo lo
existente, implicando una reciprocidad de efectos entre el Universo y el
Hombre, sosteniendo un principio de armonía, no basado en la divinización de
los astros, sino que en su número, medida y en leyes geométricas. Hiparco de
Nicea, en tanto, fue quien reafirmó dentro de la Grecia Antigua la idea de las
doce divisiones, dándoles el nombre de las constelaciones más cercanas, y
detectó el fenómeno conocido como precesión de los equinoccios.
En tanto, durante el apogeo del
Imperio Romano, el arte de la adivinación, sostenido en el conocimiento
astrológico, proliferó de tal manera que se hizo habitual su dominio por
mercanchifles y charlatanes, oportunistas que contribuyeron históricamente al
desprestigio de quienes se dedicaban seriamente al estudio zodiacal, al punto
que, muchas de las descalificaciones que hoy sostienen los argumentos contra la
astrología, descansan en esa herencia cultural.
Otras civilizaciones antiguas
también desarrollaron un importante aporte al conocimiento astrológico. En la
India se han encontrado vestigios de 5.000 años de antigüedad. Los nombres que
los hindúes de hace 2.000 años, dieron a los signos de su zodiaco, fueron
coincidentes, en su gran mayoría, con los nombres usados por los griegos.
Los chinos, en tanto,
desarrollaron su propia interpretación astrológica, dividiendo los signos
astrológicos en 5 moradas – un punto central y cuatro regiones cardinales – y
cinco elementos – madera, fuego, tierra, metal y agua -, los que, a su vez, se
agrupan en dos géneros: el Tang (macho, claridad, actividad), y el Ying
(hembra, oscuridad, pasividad).
Los signos chinos recibieron los
nombres de los animales más próximos a su cultura, y se identificaron con las
características de éstos: rata, buey, tigre, liebre, dragón, serpiente,
caballo, cabra, mono, gallo, perro y cerdo. Estos signos no dividen la franja
del firmamento, como en el zodiaco babilónico, sino en el ecuador, y cada signo
corresponde a cada una de las doce horas dobles, usadas para medir el día y los
doce meses del año. Mucho mas tardíamente, son dignos de mención los estudios
astrológicos de los árabes, que tuvieron a Albumansur, hacia los años 800 D.de
C., como uno de sus principales exponentes. Es importante tener presente, que
los mayas y toltecas, también desarrollaron un estudio zodiacal, a pesar de no
haber tenido, aparentemente, relación con las cultural mediterráneas u
orientales.
Sin embargo, no cabe duda que el
aporte más fundamental al estudio de los astros, y al desarrollo científico de
la astrología, provino de la cultura griega y del helenismo. No es una
casualidad, si consideramos el contexto cultural que favorece esa potenciación.
En Alejandría, capital del
Egipto desde el siglo III A.de C., gracias al sistemático trabajo de Ptolomeo
(138-180 D.de C.), se establecen los enunciados sobre los cuales se
interpretará el Universo a través de mas de un milenio. Es él quien formula una
cosmovisión geocéntrica del mundo, especialmente en su libro Almagesto, que, mas allá de
sistematizar la perspectiva astronómica de su época, indicaba que la Tierra era
el centro del Universo, lo que le lleva a interpretar una visión humana del
mundo, donde el conocimiento astrológico es lo medular. Recordemos que para los
griegos la visión de la Tierra era esferoide, ya desde Eratóstenes (siglo III
A.de C.), concepción que cambiaría en el mundo cristiano con Kosmas (500 años
D.de C.), que aplicó la doctrina eclesiástica de un mundo plano, en el cual, el
Paraíso estaba en el Este. En su obra Tetrabilón,
Ptolomeo ordena las herencias astrológicas mesopotámicas, egipcias y griegas,
formula la categoría de los signos, respecto de los llamados "planetas
regentes" y plantea la importancia del horóscopo individual, apartándose
de la astrología colectivista que había predominado hasta entonces.
Esta visión ptolomeica era
absolutamente compatible con los valores y el sentido de armonía de los
griegos, donde el hombre se sentía en el centro del Universo, y la finalidad de
su existencia era el desarrollo total y armónico del cuerpo y el alma. Las dos
máximas que estaban grabadas en el Templo de Apolo : "Nada en Exceso"
y "Conócete a ti mismo", eran las referencias que servían para
indicar el camino del autoconocimiento, del autodominio y la moderación, con
relación a sí mismos, y en relación con el Universo.
A la luz de la historiografía
modernista, hoy día el legado de Ptolomeo es reconocido en el ámbito de la
astronomía, de las matemáticas, de la física y de la cartografía, ocultándose
que no fue un astrónomo, sino que un astrólogo, cuyo aporte a la comprensión
del hombre en el Universo, estuvo marcado por una cosmovisión que contenía lo
fundamental del hombre griego que exaltó Alejandro Magno.
LA IMPORTANCIA DE LA ASTROLOGIA EN EL RENACIMIENTO.
Con el advenimiento de la Edad
Media, se expresó claramente el dilema de los teólogos, en torno a clasificar a
la astrología como ciencia o como arte adivinatorio prohibido. La pérdida
irreparable de Alejandría y de su influencia cultural en el mundo mediterráneo,
el anatema sobre aquellos pensadores cristianos que estaban en contradicción
con la impronta de San Agustín de Hipona, creó las condiciones para la
satanización religiosa de la astrología. Así, por ejemplo, John de Salisbury
(1115-1180) plantearía que aquella usurpaba las prerrogativas del Creador. Pese
a ello, algunas Universidades de la Edad Media, enseñaban astrología, como la
de Bolonia (desde 1125) y Cambridge (1250)
En el siglo XIII, San Alberto
Magno (1200-1280), separaría claramente la astrología de sus asociaciones
paganas, planteando que las estrellas no podían incidir en el alma humana,
aunque podían influir en el cuerpo y en la voluntad de los hombres. Santo Tomás
de Aquino (1225-1274), reforzando aquel punto de vista, llegó a afirmar que la
astrología podía considerarse un complemento de las visiones que la Iglesia
tenía del Universo. El planteamiento tomista adquirirá tal arraigo, a nivel de
la jerarquía esclesiástica, al punto que varios Papas contaron en su círculo de
asesores o cortesanos, a uno o mas astrólogos.
En los siglos inmediatamente
siguientes, el estudio astrológico adquirirá gran relevancia y gran difusión,
como consecuencia de la expansión espiritual que significó el Renacimiento.
Esta época constituyó la reposición o recuperación de los conceptos
fundamentales del helenismo, luego de casi mil años de oscuridad cultural,
impuesta por los dogmas de la fe y el poder confesional. Los conceptos griegos
de armonía, de un Universo en que todo estaba relacionado, y cuyos componentes
eran inter-dependientes, recuperó presencia en el mundo cultural occidental.
En virtud de ello, la astrología
cobró especial importancia, así como se pudo desarrollar la alquimia. Había una
valoración de los componentes de la Naturaleza, dentro de los cuales estaba el
Hombre, como expresión culmine de la Obra del Creador. Por eso, se recuperó la
singular valoración por la belleza humana, por el sentido armónico entre éste y
Dios (recordemos el notable fresco de la Capilla Sixtina, obra de Miguel Angel,
en que el Hombre y su Creador, refulgen en sus anatomías físicas, el uno junto
al otro, componiendo una misma realidad). El antropocentrismo significaba que
el Hombre estaba, pues, en el centro de la Creación, no que era el centro
mismo, ya que el centro estaba ocupado por el Creador.
Consecuencia de esto, en la
primera parte del Renacimiento, hubo intelectuales de trascendente importancia
para la civilización occidental, que no fueron ignorantes del estudio astral y
a su posible gravitación en el ser humano.
Uno de estos fue, sin duda
alguna, Theophrastus Bombast von Hohenheim (1490-1541), mas conocido como
Paracelso, verdadero padre de la medicina basada en la quimioterapia. Médico,
alquimista, filósofo, astrólogo. Sin duda, representa a un arquetipo del hombre
renacentista. A pesar de que nunca incursionó en la definición de horóscopos,
avanzó profundamente en la relación de los astros con el cuerpo humano, así
como con los minerales y las plantas. Esto fue muy gravitante en sus
formulaciones respecto del uso de sustancias químicas en el tratamiento e
enfermedades. Una de sus afirmaciones mas relevantes, que, desde hace algún
tiempo, cobran especial fuerza en el estudio psicosomático, es la relativa a la
relación de los fenómenos físicos con los psíquicos, en una concepción unitaria
del cuerpo humano, que Paracelso relaciona íntimamente con la influencia
astral.
Vale considerar en ésta
perspectiva, en el mismo contexto, al sabio de Vinci, Leonardo (1452-1519),
quien, con celo investigador y una profunda mirada, no se sustrajo a ese espejo
de la armonía universal, que es el cielo estrellado, donde seguramente encontró
la confirmación de que había descubierto, en la indagación del cuerpo humano y
en su sensibilidad humanista: el mundo en miniatura – el hombre o microcosmos –
es una reproducción de un modelo más grande – el universo o macrocosmos.
Casi contemporáneamente a
Leonardo, el concepto geocéntrico de Ptolomeo, comenzaba a desmoronarse con las
tesis de Copérnico, que, en 1543, el mismo año de su muerte, plantea en su
libro De revolutlanbus arblum
caelestlum, que la Tierra no era el centro del Universo, sino que el
Sol, en torno al cual giraban los planetas.
La teoría de Copérnico afectó
profundamente las tesis de los astrólogos, y la Iglesia Católica se declaró
enconada enemiga de la misma, porque echaba por tierra su propio planteamiento
de planitud terrestre. Quien sufriría los peores embates a causa del
planteamiento copernicano, será Galileo, quien trató de hacerlas evidentes, a
través de sus observaciones efectuadas con un telescopio, recibiendo las
condenas de la jerarquía de la iglesia papal, que lo obligó a retractarse. Como
sabemos, esta teoría será luego profundizada por Kepler, quien formula la ley
del movimiento planetario, la velocidad de los planetas y la naturaleza de sus
órbitas alrededor del Sol.
Kepler (1571-1630) sostuvo que
"la ciencia de los astros se divide en dos partes: la primera, la
astronomía, se refiere a los movimientos de los cuerpos celestes; la segunda,
la astrología, a los efectos de los mismo cuerpos en un mundo sublunar".
De hecho, su decidida opción astrológica, lo llevó a escribir varios libros al
respecto.
Sementovsky-Kurilo plantea que
la intención de alejar a Kepler de la astrología, por parte de ciertos
historiadores, pretende superlativizar al científico en relación al hombre,
pues, su obra, como expresión coherente de su personalidad, fue profundamente sensible
a la armonía estructural de las cosas que hay en la naturaleza. "La
astrología aparece a los ojos de Kepler – dice ese tratadista – como una
ciencia, en sus premisas fundamentales, debido a los descubrimientos de la
astronomía, y como un arte, en su aplicación práctica, que exige del astrólogo
una aguda sensibilidad, lo que, en lenguaje cotidiano, significa asociación
imaginativa de intuición psicológica".
Kepler, no solo se limitó a
crear un sistema cosmológico con carácter genérico, sino que supo intuir la
forma efectiva en la que se concretan las relaciones entre el cosmos y el
hombre, proponiendo la existencia de un elemento activo, irradiado por los
cuerpos celestes, que constituye algo así como la quintaesencia en movimiento,
y que puede hoy homologarse con las comprobaciones de la física contemporánea
respecto de la masa y onda de la luz.
Se puede decir, dice
Sementovsky-Kurilo, que, con Kepler, termina la era de las grandes cosmologías.
Nada de lo que se ha hecho, posteriomente, alcanza la profundidad y amplitud de
aquellas. Lo que siguió en adelante, fueron la fragmentación, la
unilateralidad, y el reduccionismo.
Efectivamente, en un momento del
Renacimiento, hubo una ruptura entre el humanismo, que centraba sus objetivos
en el Hombre y en su desarrollo espiritual, para centrarlo exclusivamente en el
desarrollo material. El antropocentrismo, es decir, el Universo centrado en el
hombre, fue sustituido y reemplazado por una visión en que el Universo es el
hombre, ignorando el efecto de su acción en el resto de la cadena de la vida.
En un trabajo titulado
"Refilosofía", propuse el siguiente criterio, que quiero traer a
colación en esta oportunidad: "...el Humanismo renacentista estuvo
predominado ampliamente por el antropocentrismo, es decir, aquella condición en
la cual el hombre era puesto al centro de la Naturaleza, en armonía con un
Universo que era comprensible - dentro de los límites del conocimiento de la
época - respecto del transcurso humano. En cambio, lo que predomina a partir
del apogeo modernista, es el antropicismo, que pone al hombre sobre la Naturaleza, la que supone
funcional al propósito humano. Ergo, siendo el hombre parte de esa Naturaleza,
éste se hace también funcional al hombre".
La ruptura con la astrología y
el conocimiento zodiacal, se produce cuando la cultura europea opta
abiertamente por un conocimiento espiritualmente neutral. Interesa del estudio
de los astros solo aquello que permita definir las leyes que los gobiernan, no
la relación de los astros con los hombres. En lo mismo que ocurre con el
alquimismo, donde se acepta el manejo de las sustancias químicas, pero, no
cualquier valoración de tales sustancias, como elementos de la naturaleza que
forman parte de un sistema común, del cual es parte el ser humano. La ruptura
con la astrología, es, ni más ni menos, que la ruptura con una concepción de la
realidad, de la vida y del Universo, para imponer una concepción de la
Naturaleza "objetiva", neutra, amoral, ideologizada.
Tal, pues, que, la depredación
del medio ambiente, el deterioro progresivo de los recursos, la
deshumanización, han sido expresiones de un gran desequilibrio que se producirá
en adelante con la incontrolable acción transformadora del hombre, que busca,
en la conquista de la Naturaleza, un exclusivo beneficio material.
LA ASTROLOGIA EN LA MODERNIDAD.
Una de las características del
mundo cultural, determinado por la concepción occidental – empírica y
reduccionista -, que podemos calificar de "cientifiquista", es el
manifiesto desprecio por todo aquello que no está caracterizado por la impronta
científico-empírica. Todo aquello que tenga otros componentes, otras raíces,
otros parámetros de análisis, ha sido catalogado de "sospechoso",
"subjetivo", "arcaico", "mitológico",
"retrasado", "ignorante", "charlatanería", etc.
De este modo, se ha
minusvalorado conocimientos ancestrales, formas de vida, comunidades sostenidas
sobre otros basamentos espirituales. Basados en una idea de
"progreso" que implica esencialmente una agresión cultural, una
dictadura espiritual, se ha impuesto un molde único, una forma de entender la
realidad, en que solo puede tener valor aquello que es calificado como moderno,
científico o racional.
La ruptura del equilibrio
espiritual de muchas pequeñas civilizaciones, en los últimos 100 años, el
avasallamiento de las culturas autóctonas, el envilecimiento de la idea de
desarrollo, la imposición de una concepción espiritual excluyente, han marcado
con patetismo el rumbo de una civilización que lo domina todo, que destruye
toda originalidad civilizacional, y que moteja de modo categórico lo que no se
encuadra en sus parámetros exclusivos. La ruptura, hacia finales del
Renacimiento, entre la ciencia, la filosofía y la religión, provocará la
progresiva fragmentación del conocimiento.
En la medida que se consolidó la
visión empírica de la ciencia, progresivamente, se inició una fuerte arremetida
contra el estudio zodiacal, que fue considerado cercano a la superchería.
Contribuyó a esa embestida la Iglesia Católica, desde sus esferas de poder
político, en las cortes europeas. Emblemático en esa escalada, será el Ministro
de Luis XIV, rey de Francia, Jean-Baptiste Colbert, que, en 1666, ordenó
excluir la astrología de la Universidad de París.
En tanto, la superación del
sistema ptolomeico, será decisiva para la separación de la astrología y de la
astronomía. Ello obligó a los estudiosos de la primera, a revisar profundamente
sus premisas teóricas y sus métodos de trabajo. No obstante, aquello permitió
también superar muchas de sus debilidades, pues, pudieron resolverse muchos de
los problemas interpretativos que permanecían poco claros bajo el esquema
geocéntrico. Al respecto, Sementovsky-Kurilo sostiene que "la sustitución
del sistema geocéntrico por el heliocéntrico, no significaba sino la desviación
del punto de observación, un cambio de perspectiva, por lo que, la relación
real entre el cosmos y el hombre, no sufrió ningún cambio fundamental".
Con todo, la dispersión de las
ideas cosmológicas y la consiguiente disgregación de todo el complejo astrológico,
en campos de observación independientes, será una de las causas de la carencia
de una visión humanista. Contribuirá, en esa perspectiva, el concepto
cartesiano donde solo es considerada aquella que se basa en principios
racionalistas y empíricos.
Uno de los esfuerzos realizados
para recuperar esas perdidas visiones, aunque solo de un modo parcial, fue el
realizado por Helena Blavatsky (1831-1891), al dar forma a una visión que llamó
teosófica, pero, que tenía la limitación de ubicarse solo en un ámbito
esotérico. Revisando las ciencias actuales, tal vez solo la física moderna y la
biología, así como el pensamiento holónico y el pensamiento complejo, sean los
espacios que tienden a recuperar aquella intensión de sabiduría, que la
especialización reduccionista ha buscado sepultar.
La astrología, en las últimas
décadas, ha ido recuperando su prestigio en ciertos círculos científicos e
intelectuales. En cierto modo, contribuyó a ello, la opinión de Carl Gustav
Jung, en la primera parte del siglo XX, que consideró los fenómenos zodiacales,
de manera franca, para explicar muchos de los problemas de la mente humana.
Promotor de la psicología de la profundidad, Jung ha permitido
encontrar, en su trabajo sobre el inconsciente colectivo, una persuasiva
conformación científica de la astrología contemporánea. Según sus estudios, los
elementos de la astrología presentan todas las características de lo que llama
"elementos integrantes de la estructura arquetípica del alma humana".
En base al concepto fundamental de los arquetipos, Jung define la astrología
como un método experimental, que permite reconocer las leyes psíquicas y el
conjunto de las características humanas.
Con la masificación de la prensa
escrita, desde fines del siglo XIX, se abrió un espacio para la horoscopea
cotidiana, de la mano de oportunistas e inhábiles astrólogos de baja monta,
muchos de los cuales se han movido en el mínimo espacio de la especulación de
las creencias. Objetivamente, su calificación cae derechamente en la astromancia,
y no en la astrología, los que, lejos de dar prestigio al conocimiento
zodiacal, han contribuido a su desprestigio y a su descalificación.
Pero, ello no ha sido óbice,
para que muchas personas, con ideas menos prejuiciosas, especialmente, personas
de estudio y de juicio sereno, busquen de manera creciente profundizar en el
conocimiento astrológico, y en sus alcances metodológicos. El estudio
astrológico hoy descansa fuertemente sus argumentaciones en las estadísticas,
lo que ha permitido establecer índices de frecuencia, que demuestran tendencias
claras, relativas a la influencia determinativa de los astros zodiacales en
factores tales como: la personalidad, los ciclos de ciertos procesos
fisiológicos, factores de determinación psíquica de las personas, aspectos
referidos a herencia astral, diagnóstico de enfermedades, etc.
Esto ha provocado que, desde
mediados del siglo XX, muchas investigaciones han descansado en la posibilidad
astrológica, tanto en universidades como en diversos institutos de
investigación científica. En esa misma tendencia, se han fundado organismo e
instituciones que buscan mantener el prestigio y la adecuada interpretación
astrológica. Reputación, en ese ámbito, tiene la Sociedad Internacional de
Investigación Astrológica.
Pero, volviendo a la concepción
cosmovisional del Universo, que, luego de Kepler, se perdiera por la fuerte
tendencia cientifiquista, las nuevas teorías y los cambios en el pensamiento,
producidos por la crisis de la modernidad, permiten vislumbrar una tercera gran
cosmovisión unificadora del pensamiento humano, en que nuevamente habrá cabida
para una concepción interpretativa del hombre, mas estrechamente relacionada
con el Universo en el cual se encuentra.
LA REFUTACION A LA ASTROLOGIA.
En nuestro tiempo, el
conocimiento zodiacal y la astrología, como método de aplicación y estudio, han
sido refutados desde diversas concepciones del pensamiento, muchos de los
cuales tienen arraigados orígenes en la cultura occidental. De modo sintético,
podemos hablar de tres refutaciones fundamentales: la cultural, la científica y
la religiosa. En el campo de la filosofía es poco lo que es posible constatar,
fundamentalmente porque la astrología no ha sido un motivo de preocupación
especulativa, y cuando ha existido una opinión, esta ha sido adoptada desde los
criterios de la religión o de la ciencia.
La refutación cultural.
Esta se funda en las tradiciones
anti-astrológicas de nuestra civilización, con influencias de tipo laica o
secular, muchas veces, con arraigos ideológicos o sociológicos de diverso
origen. Se nutre de aspectos de percepción colectiva, que entiende a la
astrología como un arte propia de la subcultura de la adivinación o de la
especulación ocultista.
El uso de la astrología por
parte de individuos que se dedican a beneficiarse de sus supuestas capacidades
adivinatorias, a través de diversos artes – entre ellos, la horoscopea -, ha
contribuido a acendrar la opinión cultural, en una parte de nuestra sociedad,
de que, todo lo relacionado con el estudio zodiacal, tiene que ver con timadores
y charlatanes, o falacia circense.
La creencia de cierta gente, de
que la astrología tiene relación con las llamadas ciencias ocultas o con
ciertas energías desconocidas, que requerirían una especie de iniciación
mística para acceder a su conocimiento, ha contribuido para catalogarla como un
arte de parlanchines.
La acusación más común,
entonces, señala que la astrología, es una ciencia falsa, un simple arte o
doctrina con perfiles ocultistas, desprovista de valor ético – una simple
creencia profana -, basada en afirmaciones indemostrables e inverificables.
Algunos de los criterios
populares, para denostar el conocimiento zodiacal, son las siguientes:
- La división del
zodiaco en 12 casa o signos, es una simple arbitrariedad, lo que demuestra
su inconsistencia. Los distintos sistemas astrológicos, dan como resultado
distintas divisiones, en las distintas escuelas astrológicas:
mesopotámica, grecolatina, china, celta, maya, etc.
- El estudio zodiacal
tiene su origen y fundamento en las culturas inter-tropicales (entre los
trópicos de Cáncer y Capricornio), donde es posible establecer los
parámetros de la franja zodiacal. La influencia astral pierde todo sentido
sobre esos parámetros, en las regiones polares, donde se distorsiona la
visión de la eclíptica.
- Las supuestas
influencias astrales no son demostrables ni como fuerzas ni como energías,
por lo que son indefinibles.
- Siendo la
astrología un esquema que funciona en la Tierra, sobre la base de la
observación terrestre de los astros, carecería de sentido ante un eventual
nacimiento de un individuo fuera de la Tierra.
- La relación de los
signos zodiacales con las constelaciones que reciben esos nombres es
ridícula, ya que éstas no están comprendidas en la franja zodiacal.
- El fenómeno de la precesión
equinoccial, o desplazamiento de la esfera celeste en un movimiento
rotatorio, que cada 2.150 años produce una diferencia de 30 grados,
provocando que la franja zodiacal vaya variando con el paso de los siglos
en su ancho, lo cual hace insostenible la tesis astrológica a través del
tiempo.
- El efecto de los
astros sobre la natividad de un individuo es una falacia, ya que, si
hubiese una influencia posible, esta debería manifestarse en el momento de
la gestación, pero, como eso ocurre en un momento más inestable como dato,
no se toma en cuenta.
La refutación religiosa.
Nuestra referencia, para esta
refutación, por cierto, se centra en la opinión de las religiones de origen
cristiano – católica y/o protestantes –cuya presencia es predominante en
nuestro ámbito civilizacional occidental.
La refutación que hacen las
religiones, no se centra en una crítica respecto de los aspectos metodológicos
que pueda contener la astrología, sino que en el fundamento de ella. Bajo el
punto de vista teológico cristiano, la práctica de la astrología es una
manifestación irreligiosa, de claras tendencias paganas, que se manifiesta ante
la falta o la debilidad de la fe.
La existencia de la astrología –
como la del tarot, runas, y otras manifestaciones de tipo adventicio-pagano –
es contraria a la debida observancia de las doctrinas de la Fe. Teológicamente
no es posible concebir la existencia de una práctica o metodología, que
pretenda escrutar el misterio de la concepción humana o del porvenir, pues,
ellos están determinados solo y exclusivamente por el designio divino.
Para el cristiano, para quien se
considera un verdadero creyente, el hombre está hecho a la imagen de Dios y es
producto de su determinación, y no puede haber otra influencia en el proceso de
natividad de un individuo, que la voluntad de Dios, ya que la vida es
consecuencia de su creación, y solo a él está subordinada.
La refutación científica.
La refutación que la ciencia ha
hecho de la astrología, no tiene mas de tres siglos, puesto que, antes de la
separación de la astronomía y la astrología, esta última era considerada como
una ciencia más.
Sin duda, influirán en la
refutación científica respecto de la astrología, la noción científica que se
impone a partir a Descartes, en el siglo XVIII, empírica y reduccionista, y la
concepción newtoniana (recordemos que Newton fue un entusiasta astrólogo) de un
Universo determinado por leyes y por principios matemáticos, que tendrá su
máximo exponente en la noción que entrega el Marqués de Laplace.
Desde un punto de vista clásico,
la ciencia es entendida como un conocimiento sistematizado, organizado a través
de la experiencia sensorial, objetivamente verificable. Tiene, en ese contexto,
un valor universal, que se caracteriza por un método determinado, que se funda
en objetivos controlables, así como en observaciones y pruebas repetibles y
verificables.
Hasta hace algunas décadas, se
afirmaba que la ciencia no podía admitir una afirmación que no fuera
verificable desde un punto de vista empírico, y toda búsqueda del conocimiento
tampoco podía desligar la ciencia pura – la investigación científica sin
objetivos concretos – de la ciencia aplicada – la búsqueda de usos
prácticos del conocimiento científico - y de la tecnología, a través de la cual
se hace tangible y práctico el conocimiento científico.
De éste modo, si los preceptos
de la astrología no podían ser objeto de un estudio empírico, si sus conceptos
no podían ser reducidos a la más mínima escala de análisis y verificación, no
tenía valor científico. Dentro del concepto empírico, se llegó a la conclusión
de que, en el estudio de los astros, solo tenía valor el estudio de las leyes
que regían su comportamiento (desplazamiento, rotación, gravitación, etc.),
eliminando toda influencia del logismo, para dar valor solo al nomismo.
La concepción de la ciencia, en
la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, comenzó a variar hacia la segunda
mitad, fundamentalmente con los profundos cambios que se manifiestan a partir
de la física, donde determinados procesos solo son posibles de sostener a
través de la teoría, bajo ciertos modelos y condiciones, derrumbando la noción
de Laplace, quien había afirmado que el Universo era completamente
determinista, y que bastaba conocer un conjunto de leyes en un instante de
tiempo del Universo, para predecir lo que sucedería en otro instante de tiempo.
Sin embargo, será desde la
física donde vendría un nuevo argumento para liquidar toda viabilidad del
conocimiento astrológico, específicamente, con el principio de incertidumbre,
que enuncia Werner Heisenberg, en 1927. Este principio sostiene que existe un
límite de precisión para determinar las coordenadas de un suceso dado, a escala
subatómica. Para predecir la posición y velocidad futuras de una partícula, hay
que tener la capacidad de medir con precisión la posición y velocidad actual de
esta. El modo obvio de hacerlo, es iluminando con luz una partícula. Como
algunas de las ondas de luz son dispersadas por la partícula, es posible
constatar su posición.
Sin embargo, no es posible
determinar la posición de la partícula con mas precisión que la que se produce
entre dos crestas consecutivas de una onda de luz (la ondulación de la luz
forma crestas y valles). Para poder medir con mas precisión se requiere de luz
de onda más corta, pero, como ello no es posible, porque las ondas de luz y
rayos X, no se pueden emitir en cantidades arbitrarias (constante de Planck),
no existe la posibilidad de determinar la dirección de una partícula, y, en
consecuencia, su velocidad, sino entre dos cretas de una onda de luz. Así, cuanto
mayor sea la precisión necesaria para predecir la posición de una partícula,
menor será la precisión para medir su velocidad, y viceversa.
Heisemberg señaló que la
incertidumbre en la posición de una partícula, multiplicada por la
incertidumbre en su velocidad y por la masa de la partícula, nunca puede ser
más pequeña que una cierta cantidad. Este límite no depende de la forma en que
se trata de medir la posición o velocidad de un tipo de partícula, sino que es
una propiedad fundamental, ineludible, del mundo. Hawking sostiene que el
principio de incertidumbre marcó el final del sueño de Laplace, ya que no se
puede predecir los acontecimientos futuros con exactitud, si ni siquiera se
puede medir el estado presente del universo en forma precisa.
Este principio tiene efectos en
la astrología de un modo concluyente, ya que sería imposible establecer efectos
físicos de los planetas o astros, sobre el proceso de la natividad de un
individuo, en fenómenos que ocurran – vía fuerzas y/o energías – en escalas mayores
a la velocidad de la luz.
LA APOLOGIA DEL CONOCIMIENTO ASTROLOGICO.
Frente a la refutación cultural.
La primera comprobación que
debemos reconocer respecto del conocimiento zodiacal, es que, como toda forma
del conocimiento humano, está expresada a través de la acción de estudiosos
serios, por un lado, y por otro, de charlatanes que hacen un uso perverso de
ciertos aspectos de ese conocimiento. Es lo que ocurre con otras disciplinas
del conocimiento. ¿Cuantos falsos médicos, por ejemplo, encontramos hoy día,
encastillados en ciertas atalayas de las comunicaciones, entregando un falso
conocimiento doctoral, medrando sobre la base de la labor anónima de aquellos
que honestamente se han entregado a la labor de buscar soluciones al
sufrimiento humano, a través del estudio y la honesta dedicación? ¿Se
desprestigia la labor del médico consagrado, por la acción de aquellos que
hacen usufructúo del conocimiento medicinal para enriquecerse, gracias a
manejar ciertas técnicas y conocimientos?
En virtud de esta consideración,
si asignamos validez de estudio zodiacal, a aquello que hacen los
quirománticos, los brujos, los horoscopistas matutinos, los timadores de la
adivinanza, o los escrutadores de bolas de cristal, no estamos siendo realmente
rigurosos, y solo estamos siendo inocentes víctimas de nuestros propios
prejuicios. No corresponde, con verdadero rigor intelectual, poner en una misma
balanza, lo que ha sido al aporte de grandes sabios al conocimiento
astrológico, a través de los tiempos, con el usufructúo de los oportunistas.
Un segundo criterio apologético
es el planteamiento que contradice la visión cultural anti-astrológica. Este
punto de vista nos señala que la astrología, como método de estudio zodiacal,
no se encuentra concluido en sus alcances ni absolutamente definido en su
ámbito de investigación. La astrología, como todas las metodologías del
conocimiento humano, está sujeta a profundización, modificaciones, correcciones
y perfeccionamiento.
De hecho, los verdaderos
astrólogos consideran que el estudio astrológico aún tiene mucho que aprender
de los fenómenos astrales, como el hombre mismo tiene mucho que aprender aún
del Universo. Por lo cual, la astrología tiene las debilidades e insuficiencias
que puede caracterizar a otros campos del saber. En la medida que la astrología
vuelva por sus fueros en el ámbito de la investigación científica, que las
instituciones de investigación abandonen sus prejuicios, en la medida que la
rigidez empírica abandone los ámbitos académicos, será posible que la astrología
adquiera un nuevo desarrollo, y muchas de sus insuficiencias podrán superarse.
Un tercer aspecto, dice relación
con los alcances que tiene la influencia astral en nuestro planeta. Los
estudios y metodologías existentes indican que la influencia de los astros se
manifiesta en todo el globo terrestre, a pesar de que el modelo de estudio esté
planteado ecuatorial o inter-tropicalmente. Es posible que los efectos de la
influencia astral puedan sufrir variaciones de un tipo no definido aún, debido
a la mayor o menor distancia relativa del punto exacto de perpendicularidad del
efecto astral, pero, ello no impide que ese efecto sea aplicable sobre cada
parte de nuestro planeta. Es como lo que ocurre con la luz del Sol: los efectos
de intensidad y perdurabilidad están sujetos a variaciones, en el norte y sur
ecuatorial, por el efecto del desplazamiento del eje de la Tierra a través de
año, pero, ello no es óbice para que la luz del sol tenga efecto sobre todo el
planeta. Por lo que, la fustigación anti-astrológica, respecto del origen
inter-tropical del estudio zodiacal queda desechada en su fundamento.
Respecto la imposibilidad de
aplicar el estudio astrológico fuera de nuestro planeta, no es algo que sea
posible de determinar aún. El hombre solo a explorado la Luna, es decir, aún no
sale del ámbito propio de nuestro planeta. Eso, en verdad, es una falencia que
tienen muchas ciencias que son aplicables solo a escala terrestre. La física ha
demostrado taxativamente, que determinados fenómenos se expresan a una escala,
y que, en otra escala, ellos se expresan de otro manera. Por lo demás, ya
existen visiones distintas dentro de la astrología, que demuestran perspectivas
de estudio distintas. De la escuela zodiacal tradicional, se ha
desprendido una escuela sideral, que no basa su estudio en los astros y
planetas solares, sino en relación con las constelaciones. Incipientemente,
también debemos constatar que se comienza a expresar una escuela astrológica
holónica, que busca relacionar el estudio zodiacal tradicional con las
revisiones metodológicas de la ciencia.
Por último, las presuntas
incoherencias que hay entre las casas zodiacales y las constelaciones
que le dan nombre, ellas parten de un criterio equivocado. Desde el punto de
vista del estudio zodiacal tradicional, las constelaciones no tienen
relevancia, salvo haber utilizado sus nombres para designar a los signos o
casas. Por otro lado, la naciente astrología sideral, no tiene como referencias
exclusivas a aquellas constelaciones, sino el conjunto del universo conocido
por el hombre.
Frente a la refutación religiosa.
La apología del estudio
astrológico, con relación a la refutación religiosa, afirma que ésta no niega,
ni relativiza, ni soslaya la divinidad. Por el contrario, como lo afirmaban los
teólogos renacentistas, la creación de Dios está a disposición del Hombre para
ser descubierta en todas sus maravillas.
Si Dios impone su voluntad en la
Naturaleza, ella sigue estando antes que los fenómenos posibles de constatar a
través del estudio zodiacal, y la astrología es, como otras formas de
conocimiento humano, una alternativa mas del ser humano, que dispone para
escrutar el designio divino.
Pretender que solo la religión
es el único camino para descubrir a Dios, o para interpretar sus designios,
para descubrir la verdad, es la misma pretensión de detentar la verdad que
pueden tener la ciencia o cierta filosofía. La posición excluyente, que optan
los religiosos, es propia del fundamentalismo que se manifiesta en las
creencias de las personas, ante sus propias debilidades.
Frente a la refutación cientifiquista.
Los científicos de la
modernidad, han anatemizado a la astrología de un modo determinante.
Conceptualmente, desde un punto de vista axiológico, la ciencia lejos de
marginar a la astrología, la acoge. Pero, quienes han hecho ciencia, se han
negado a aceptarla, por no responder a ciertos parámetros de investigación y
por estar fundamentada en errores.
Sin embargo, ante esa
afirmación, es válida la interrogante planteada desde el ámbito de la
astrología, en cuanto a que ¿si la astrología se ha sostenido en un error,
cuantos errores han sostenido aquellas ciencias basadas en la metodología
empírica? Por lo demás, ¿es importante que la astrología sea una ciencia, en
vez de ser, como lo es, una forma de conocimiento?
El anatema empírico contra la
astrología, sin embargo, ha comenzado a derrumbarse con las nuevas percepciones
del hombre. La emergencia de las nuevas visiones, que han cambiado la
interpretación del hombre y del universo, producto de los propios descubrimientos
científicos, y la revalorización de la metafísica como camino de búsqueda,
hacen posible una comprensión distinta del antecedente astrológico.
La teoría holónica o Teoría
General de Sistemas –TGS – propuesta por Von Bertalanffy, ha permitido, de un
modo importante, dar un nuevo aliento al conocimiento astrológico o zodiacal.
Contra la crisis gnoseológica planteada por el pensamiento
empírico-reduccionista, la TGS propone la integración de las ciencias naturales
y sociales, a través de principios conceptuales y metodológicos unificadores.
La noción predominante, bajo
esta teoría, es que hay "una totalidad orgánica", la cual es
dicotómica con el paradigma anterior que se funda en una imagen inorgánica de
la vida y la realidad. Si entendemos la vida y el Cosmos como un sistema, en el
cual están expresadas las nociones de la TGS, no nos puede sorprender que la
(s) relación (es) interna (s) o externa (s), del o los sistemas que lo
integran, apuntan a expresar, de un modo evidente, el valor de una teoría como
la que, en lo sustancial, la astrología expone. Objetivamente, la relación
entre los elementos de un sistema y su ambiente, es un hecho inevitable del
proceso vital.
En el mismo sentido, la visión
bioética, que ha configurado uno de los grandes cambios en la percepción de la
vida, y que nos lleva a asumir ante nuestras consciencias la constatación que
el proceso de la vida es mucho más inconmensurable que nuestra cotidianeidad
antropológica. Entender el proceso de la vida, mas allá de nuestras propias necesidades
como especie, requiere entender que, intrínsecamente, somos solo una parte
ínfima en un Universo vital, al cual estamos indisolublemente ligados.
Por último, en el capítulo
anterior, desde un punto de vista científico, indicábamos que con el principio
de incertidumbre se había llegado a la conclusión definitiva, en cuanto a la
imposibilidad humana de predecir el futuro, ya que físicamente ello tenía la
insalvable barrera de predecir la dirección y velocidad de una partícula entre
dos crestas de una onda de luz (nada hay más rápido que la luz).
Ello, empero, da margen para la
especulación teórica respecto de lo que no está en condiciones de ser medido o
controlado, pues, hay una circunstancia física en la cual queda mucho por
resolver, y donde caven sucesos que están más allá de nuestra capacidad
inmediata de resolver como sujetos cognoscentes. Recordemos que la enunciación
del principio de incertidumbre provocó una fuerte tendencia mística entre
muchos científicos.
A ello debemos sumar, en el
mismo contexto, las actuales conclusiones que pueden sacarse de los resultados
del Proyecto Genoma, en su informe de febrero de 2001, que darán bríos a los
apologistas del conocimiento astrológico, al comprobarse que las diferencias en
el mapa genético entre los animales, incluido el hombre, parecen no ser tan
sustanciales como se suponía, y que, para explicarse al hombre como entidad
espiritual, no basta solo saber su origen y tránsito genético.
VALORACION DE LA ASTROLOGIA FRENTE A LA CRISIS DE LA MODERNIDAD.
No cabe duda que la concepción
predominante, en el mundo científico occidental de los siglos XVIII al XX, ha
sido empirista. Aún más, el mundo de la modernidad se ha fundado en la
superlativa valoración de la ciencia, donde el esquema cartesiano-laplaciano ha
sido la impronta que ha moldeado las distintas variables epistemológicas y
gnoseológicas predominantes.
En consecuencia, el
conocimiento, en los últimos dos siglos, ha quedado condicionado a la exclusiva
paternidad de la ciencia, única forma legitima para acceder a la
búsqueda de la verdad de un modo racional. A la luz de esa forma de
entender la actividad cognoscente, todo aquello que no tiene asidero en la
ciencia empírica y en el método reduccionista, no puede ser aceptado como respetable,
serio o racional.
Esta tendencia no solo ha
invalidado y motejado cualquier forma de conocimiento que no tenga ese
"reconocimiento científico", sino que ha creado el dogma del cientifiquismo, en el cual nada
existe que no tenga una demostración empírica y que no pueda reducirse a su más
mínima escala fenomenológica. Solo lo que proviene de ella es considerada como
fundadamente serio, lógico, verdadero y/o real.
Esta tiranía axiológica proviene
de la pretensión de reducir todas nuestras facultades cognitivas al método experimental.
Pero, aún suponiendo que el método experimental descubra todo lo inteligible de
los hechos, cabe preguntarse seriamente: ¿es esa razón teórica la única
facultad espiritual por la que entramos en relación con el Universo?
La ciencia nos ha permitido
avanzar de un modo extraordinario en el conocimiento de la Naturaleza, nos ha
permitido acceder a un extraordinario avance tecnológico, ha logrado solucionar
muchos males que afectan al hombre, y ha permitido develar grandes misterios
del Universo. Sin embargo, la superlativización modernista respecto de su rol
ha conducido a serias aberraciones axiológicas y profundos errores.
Boutroux señalaba en el siglo
XIX, que cada vez mas, a la ciencia se le hace aparecer como un riguroso
encadenamiento de verdades demostradas o de leyes descubiertas, cuya forma más
perfecta es la ciencia matemática, que nos representa al mundo sometido a un
determinismo inevitable, cuya última expresión parece ser la necesidad
matemática. Para este pensador francés, sin embargo, la ciencia efectivamente
se refiere a los hechos de la realidad, pero, es el espíritu humano quien la
construye y la va formando con ayuda de signos, conceptos, símbolos, que
inventa para manejar a su modo objetos que para él son heterogéneos.
En virtud de esa comprobación,
sostenía que la ciencia es radicalmente impotente para abarcar la complejidad y
riqueza de los seres. El dato diario, para cualquier individuo, en cualquier
tiempo, en cualquier lugar del mundo, es eminentemente subjetivo, ya que la ciencia
no nos da todo lo real, sino solo el hecho cuantitativo – lo real descompuesto
en sus elementos –, lo real que puede reducirse progresivamente a la unidad,
conforme a las leyes de nuestro entendimiento (reduccionismo). Lo que hace la
ciencia es comprobar. No ordena, ni aconseja, ni apoya.
¿Cuales son las muletas
espirituales, entonces, en las que hombre se apoya para enfrentar el desafío
cotidiano de vivir? Tal vez, en ese aspecto, sean la moral, la religión, la
filosofía, la astrología, los factores más determinantes, aunque muchas veces
estén en abierta contradicción con la recomendación o el dato científico. Los
problemas de la vida son múltiples y su área de procesamiento es básicamente
subjetiva. Las angustias, la alegría, el sufrimiento, el éxtasis, el placer, el
dolor, la pena, tal vez podamos explicarlas de un modo científico, pero, cuando
el hombre siente, es decir, cuando comprueba sus sentimientos, no explica
aquello como consecuencias de determinadas reacciones químicas, eléctricas,
atómicas, sino como consecuencias de los factores subjetivos que desencadenan
sus emociones. Reconocer que el hombre es esencialmente emocional, no
eminentemente químico, es lo que permite aproximarnos a una percepción más
integral respecto de la plenitud de su complejidad.
Si analizamos los problemas de
la existencia humana, que sobrevienen de su realidad de vida, en mas de un 99%
dicen relación con problemáticas espirituales, psicológicas o emocionales, y
menos de un 1% tienen relación con problemáticas de índole material o física.
Los problemas con los hijos, los conflictos de pareja, los problemas en el
medio laboral, las dificultades en el medio social, en fin, todos los que se
derivan de la relación con los demás, en definitiva, los determinados por
nuestra emocionalidad, son mejor resueltos desde al ámbito de las creencias,
desde el ámbito de la subjetividad, antes que desde el punto de vista de la
racionalidad científica, y eso es tangible, desde el momento en que podemos
comprobar, v.gr., que va mas gente a las iglesias que al psicólogo.
Tal pues, que, el mundo que nos
ha mostrado la modernidad en su apogeo cientifiquista, en el cual todo funciona
perfectamente, de acuerdo a determinadas leyes, sin embargo, se ha venido
diluyendo con los propios descubrimientos de la ciencia. Por ejemplo, el
segundo principio de la Termodinámica, a hecho zozobrar toda la imagen del
Universo construida desde Copérnico hasta hace no más de cien años, haciendo
variar profundamente la idea de realidad, que impuso el empirismo. El
sustancial aporte de la física, en el último siglo, ha debilitado la idea de
realidad modernista, sobre la base de relativizar la idea de la materialidad, a
partir de la ampliación de la noción de energía. Obviamente, ya no es posible
concebir el Universo según un único principio. Al privar al Universo de un
Centro, de un Orden, la visión respecto de éste se vuelve acéntrica,
dispersiva, turbulenta y deflagrante. La gran incertidumbre sobre la naturaleza
del Cosmos, que provoca la crisis de la modernidad, es que no sabemos de donde
y por qué ha surgido, ni para dónde va.
A pesar de haber avanzado
extraordinariamente, en los últimos cien años, como nunca había ocurrido en
otras etapas de la humanidad, el conocimiento del hombre respecto del universo
en que vive, sigue siendo extraordinariamente limitado. Es lo que Hawking trata
de ejemplificar cuando cuenta una anécdota, en la cual una señora contradice a
Beltrand Russell, que explicaba en una conferencia cómo la Tierra gira
alrededor del Sol. A juicio de la señora, la Tierra era una plataforma
sostenida por una tortuga. Esta anécdota da pie para que Hawking se pregunte:
¿en que nos basamos para creer que conocemos mejor el Universo que aquellos que
creían que la Tierra era plana, y que estaba sostenida sobre una gigantesca
tortuga? ¿Qué sabemos realmente del Universo? ¿De donde surgió, hacia donde va?
En general, todo hombre
ilustrado, o con un grado de información científica básica, será capaz de
explicarse una teoría como la del big bang, en sus distintos niveles de
desarrollo, hasta aceptar que tal noción se puede comprobar a través de los
espectros de color de las estrellas, que indican que estas se alejan unas de
otras. Sin embargo, ésta afirmación sigue siendo una teoría sustentable en el
tiempo, como lo fue durante siglos el esquema teórico ptolomeico.
¿Qué nos lleva, entonces, a
descartar que pueda haber una relación entre los cuerpos siderales y el cuerpo
humano (relación macrocosmos-microcosmos)? ¿Por el contrario, que nos lleva a
pensar que esta existe? ¿Tanto sabemos del Universo para tomar una postura
definitiva, a favor o en contra? ¿Aquello que sabemos permite realmente
descartar una eventual influencia astral en nuestras vidas? ¿Acaso no puede el
Hombre estar determinado por la influencia astral, como lo puede estar respecto
de la vegetación que le rodea, respecto de las condiciones del paisaje, del
medio ambiente, en fin?
Hay aspectos que, al analizar el
estudio astrológico, tienen importancia relativa. Por ejemplo, centrar la
discusión sobre el valor del conocimiento zodiacal, respecto de cuantos son los
planetas que influyen, o que son gravitantes en la determinación del carácter o
temperamento del individuo, no tiene tanta importancia como la tiene el hecho
de aceptar o rechazar que hay un Cosmos que nos determina o influye. Si
aceptamos esto último, los mecanismos o metodologias pueden ser secundarias,
perfectibles, modificables, en cuanto son herramientas que permiten estudiar,
analizar y descubrir la forma como esa influencia se expresa.
Con esa premisa, el estudio
zodiacal adquiere un valor mas allá de las técnicas con que trate de escudriñar
lo escrutable de la Creación. Aceptémosla como una teoría en desarrollo. Al
decir de Kopper, una teoría debe caracterizarse por predecir un número de resultados
que pueden ser refutados o confirmados por la observación. Cada vez que se
comprueba que un experimento está de acuerdo con las predicciones, la teoría se
sustenta y aumenta la confianza en ella. Puede que la teoría se ajuste a un
modelo de observación, y que en otro no funcione, o que funcione a cierta
escala, y que en otra escala fracase.
Von Bertalanffy, sostenía
quetoda teoría científica de gran alcance, tiene aspectos metafísicos, y, como
concepto, tiene que ver con la idea de paradigma. Por cierto, la astrología y
su teoría interpretativa sobre la influencia astral, es paradigmática, y
contiene muchos aspectos metafísicos que se deben considerar en su evaluación.
En virtud de lo cual, mas allá de los errores que pueda contener el uso de determinadas
técnicas o métodos para profundizar en el estudio zodiacal, esa crítica no es
un fundamento concluyente para ignorar los contenidos y posibilidades que el
estudio astrológico pueda tener.
La astrología, en las antiguas
culturas, era entendida como una de las ramas de los antiguos misterios y se
estudiaba en las escuelas iniciáticas mas reputadas por la historiografía. Los
astros del universo sideral observables por el ojo humano, eran considerados
como vehículos de energías astrales, desde un punto de vista metafísico
trascendente, relacionado con el universo humano – con el alma individual -. Su
doctrina se basaba en la naturaleza, en el ser, en el destino del hombre, en su
función en la vida y en el universo.
La valoración que debemos hacer
de ella, a la luz de la crisis de la modernidad, debe partir de esa premisa,
erradicando la apreciación superficial que podamos tener, sobre la base de
prejuicios sustentados en aquellos aspectos de vulgarización o deformación que
son fáciles de advertir en nuestra cultura contemporánea. Hay que separar, en
ese contexto, la verdadera astrología del "horoscopismo" u
"horoscopea", que no es otra cosa que el burdo conocimiento de la
astrología, como mero arte adivinatorio. Debe separarse también de su estudio,
un cierto laplacismo, que convierte a la astrología en un conjunto de
operaciones matemáticas, con una lectura determinada y esquematizada. La
matematización del estudio zodiacal es funcional a un conjunto de
estandarizaciones, disponibles en manuales de poca monta, que, aprovechando
ciertos conocimientos, solo buscan ediciones de consumo popular masivo.
Por último, debemos reconocer
que el conocimiento astrológico se encuentra estancado, porque no cuenta con
una base de investigación relevante. No hay posibilidades prácticas que
coadyuven a su desarrollo. La investigación en su ámbito no se puede traducir,
desgraciadamente, en ningún producto para el mercado. ¿Qué valor práctico puede
tener para una Universidad o Instituto de Investigación, un conocimiento que no
contribuirá al autofinanciamiento, y que no interesa a las corporaciones que
financian investigaciones para claros objetivos tecnológicos cuyo destino es el
mercado?
Ante la crisis de la modernidad,
producto del derrumbe de los paradigmas ideológicos cartesianos, la opción de
retomar los caminos abandonados del antropocentrismo, permite re-pensar las
construcciones espirituales que nuestro antropismo abandonó, y que nos pueden
llevar a un re-encuentro con el humanismo perdido. En ese contexto, lo que el
estudio zodiacal propone, tiene una legitimidad que se ganó en la lucha por el
esclarecimiento, de la mano de la filosofía y de la ciencia, y, por que no, de
la religión, cuando éstas estaban pensadas y direccionadas en función del
hombre, en armonía con el Universo, la Gran Obra del Creador.
VISIONES SOBRE EL SIMBOLISMO ZODIACAL EN LA MASONERIA CHILENA.
Como todos los símbolos que
ornamentan el templo masónico, los signos zodiacales presentan múltiples y
hasta contradictorias interpretaciones, según el punto de vista de cada miembro
del colectivo masónico. Resulta interesante conocer la opinión de cuatro
masones, cada uno de una década distinta, y, por que no decirlo, de
generaciones distintas de iniciados. La primera opinión tiene una data de hace
casi sesenta años, la segunda tiene poco menos de medio siglo. La tercera
refleja la opinión de un masón que vive la prodigiosa década de los sesenta, y
la última es la expresión de los desvelos de un Aprendiz de una década ya
dominada por la ultranza tecnológica, por la aceleración de la crisis de la
modernidad, y por la ambigüedad postmoderna.
En l944, un masón de la logia #
57, analizaba en un trabajo el simbolismo zodiacal, indicando: "es nuestra
opinión que el Zodiaco, ha sido colocado en nuestros templos, por dos motivos:
como un homenaje a la cultura de aquellos pueblos, y por el simbolismo que
ellos encierran. La sabiduría de todos los sabios y lumbreras de la antigüedad,
que ha llegado hasta nosotros, es simbólica, porque simbólica fue la primera
instrucción que recibió el hombre inteligente. Todas las proposiciones
teológicas, políticas y científicas, fueron eminentemente simbólicas, porque
los símbolos suplían con gran eficacia la deficiencia de lenguaje, que es
simbólico también, porque las palabras en último resultado, no son mas que
símbolos convencionales, por medio de los cuales damos expresión a nuestras
ideas. Los modernos podemos formular nuestras ideas en proposiciones
abstractas, pero, los antiguos tenían que hacerlo por medio de alegorías. El hombre
aprende mejor por medio de las comparaciones, que por cualquier otro medio. Los
trabajos del hombre están limitados por el tiempo. Los masones en sus trabajos
en el taller tienen representado simbólicamente el tiempo por medio de los
signos del Zodiaco. El tiempo pasa faltamente, y los masones no deberán
desperdiciarlo si pretenden llegar al ocaso de su vida por el camino de la
verdad. La arquitectura del Templo se sustenta en las doce simbólicas columnas
zodiacales. Es el tiempo indestructible y eterno en que descansan la Moral y la
Sabiduría Masónica"
Algunos años después, en un
trabajo publicado en la misma revista, el autor identificado con las iniciales
E.H.H. señala: "Estimamos que el Zodiaco solo tiene valor positivo como
símbolo del año y los meses, la sucesión de los meses, o sea, el tiempo. Si el
Templo todo representa una imagen espacial del Universo, éstos signos nos
darían una imagen temporal. En este sentido constituirían otra advertencia:
¡Cuidado, el tiempo transcurre inevitablemente! Empleadlo bien. Solo disponéis
de unos pocos años. Cultivaos y aportad vuestro grano de arena al mejoramiento
de la Humanidad: así habréis cumplido la misión superior del hombre.
Finalmente, consideramos que los doce signos del Zodiaco, constituyen uno de los
temas más instructivos, valiosos y atrayentes del Programa del Aprendiz. Su
investigación nos conduce principalmente al estudio de la historia, la
geografía, las religiones, y especialmente de la astronomía. Resumimos: Se
pueden ver en los signos zodiacales las primeras supersticiones del hombre, el
nacimiento de las religiones y de la ciencia, la lucha entre la ignorancia y la
verdad, un símbolo del tiempo y una poderosa incitación al estudio como el
mejor medio para combatir el error".
En 1964, en un artículo
elaborado en un miembro de la Logia "Unión Fraternal", se sostiene
que: "los Templos Masónicos están fundamentados en doce columnas iguales,
a las cuales se ornamenta con los doce símbolos zodiacales, con el objeto de
poner en evidencia que el Hombre y el Cosmos constituyen una sola estructura
orgánica, sus ritmos vitales presentan notables correspondencias, y la
inter-acción e inter-relación son notorias y evidentes, tanto en sus múltiples
funciones como en sus reacciones y movimientos. Por esto, al Círculo Zodiacal,
la Geometría Iniciática de Pitágoras le denominaba el Dodecaedro. Es
decir, la figura que tiene doce lados, por cuanto es el mismo número de
los signos zodiacales y en medio de ellos se inscribía el pentágono (Estrella
Radiante, Penta Alpha), que simboliza al ser humano como Iniciado en sus
dimensiones áureas. En consecuencia, el Pentaedro inscrito en el Dodecaedro,
significa el Microcosmos (Hombre) como centro rector del Universo
(Macrocosmos), presentando ambos una perfecta analogía en todos sus ritmos
vitales y vibraciones energéticas. De manera que, cada movimiento que realiza
el sistema solar en la periferia de las doce columnas o constelaciones
zodiacales, presentan un equivalente proporcional en todo los individuos de la
especie humana, cuyo conjunto armónico es una verdadera estructura
diversificada funcionalmente, para la mejor ejecución de nuestras labores en su
forma integral".
En tanto, en un artículo
publicado en 1985 , se dice: "La Masonería ha sido sabia al incluir los
signos zodiacales en el Templo, ya que con ello nos recuerda que todos los
hombres no son iguales, somos de personalidad diferente, de diferentes
caracteres, nacidos en diferentes etapas, bajo diferentes signos del zodiaco, y
lo más importante, debemos tolerarnos, así como la armonía silente del Universo
mantiene en perfecto equilibrio a cuerpos celestes desde ya diferentes unos de
otros".
"Esa característica del
Universo, representada en el Zodiaco, - agrega - nos imprime un orden, nos
orienta al trabajo en silencio y a imitar su grandiosidad que solo será posible
conociendo el real significado de cada uno de los símbolos que están
representados en el templo, y que, a veces, solo nos conformamos con observar
sin comprender, mirar sin ver, sin entender".
Los puntos de vista citados,
constituyen, sin lugar a dudas, visiones distintas, valiosas, sinceras y
audaces, que buscan dar un sentido simbólico, una significación a la presencia
zodiacal en nuestros trabajos cotidianos. Es lo poco que se ha publicado al
respecto, con reales propósitos interpretativos, puesto que la mención de los
signos zodiacales, objetivamente, es más habitual que su análisis.
ZODIACO Y MASONERIA.
Algunas de las aspiraciones que
rodearon el esbozo de este trabajo, lamentablemente han quedado al débito,
considerando, por un lado, que no hay antecedentes bibliográficos sobre la
materia, y por otro, porque se requiere de un proceso investigativo mas
prolongado, que rebasa largamente los límites de la oportuna entrega de éste
trabajo.
En esa perspectiva, no ha sido
posible, dentro de los límites de tiempo de su desarrollo– el verano de 2001 -,
poder determinar documental o bibliográficamente, cuando aparecen los signos
zodiacales en la decoración del templo masónico. Tampoco ha sido posible
encontrar elementos concluyentes que indiquen la relación de esta simbología en
el Templo, con alguno de los grados simbólicos en particular. En muchas
oportunidades, he escuchado debates sobre la pertinencia de que los signos
zodiacales integren la decoración del Templo del Aprendiz y/o del Compañero.
Obviamente, el uso simbólico de
los signos del Zodiaco, tiene que tener un origen, pero, ante la imposibilidad
de tener antecedentes específicos al respecto, me permito esbozar una teoría,
sobre la base del estudio de la propia evolución de la Masonería, desde sus
raíces operativas hasta su consolidación especulativa.
Como ya sabemos, en la segunda
década del siglo XVIII, funcionaban en Londres cuatro logias: la del Ganso y
de la Parilla, que se reunía en una cervecería cercana al cementerio de la
Parroquia de San Pablo; la Logia de la Corona, cuyas reuniones se
efectuaban en una cervecería ubicada en el Callejón de Parker, cerca del
Callejón de Drury; la Logia del Manzano, que funcionaba en una taberna
de la calle de Charles, en Convent-Garden; y la Logia del Rom y las Uvas,
que tenía sus actividades en la taberna ubicada en Channel-Row, en Wéstmister.
Estas logias serían convocadas para la formación de la Gran Logia de Londres,
considerada como el hito que da cuenta del nacimiento de la Masonería Moderna o
Especulativa.
Todo parece indicar, que, hasta
entonces, las prácticas masónicas eran esencialmente de mesa, no
existiendo las prácticas esotéricas como usos doctrinarios de la Fraternidad.
Luis Umbert Santos sostiene la idea de que, solo a mediados del siglo XVIII,
las actividades masónicas comenzaron a semejarse a las que conocemos ahora. La
práctica de la iniciación esotérica, también parece adquirir importancia en ese
periodo histórico. De hecho, en la medida que se robusteció el uso de la
masonería de iniciación, se fue consolidando la riqueza simbólica. Ello se verá
reflejado en la ornamentación del Templo, que debió cobijar todos aquellos
componentes que dieran sentido a los contenidos propuestos.
Previamente, los usos pudieron
ser otros. Carlos Gayán esboza la teoría de lo que, seguramente, ocurrió
durante la masonería operativa, donde se construía una logia, antes de
comenzar la construcción, la cual, era "una pieza o barraca que tenía
múltiples usos y también era un lugar de reunión para organizar los trabajos.
Pero, en un momento determinado, esta sala o pieza se convertía en un templo,
en el que se confirmaba la socialización del oficio. Esta transformación se
conseguía dibujando previamente en el piso los símbolos o herramientas
idealizadas, transformadas en virtudes. Al término del trabajo ritualistico, se
borraban estos dibujos y el templo también dejaba de ser tal". Esta
costumbre de dibujar los símbolos en el piso, dice Gayán, sería reemplazada,
posteriormente, por una tela que tenía los símbolos necesarios para ese efecto,
y que se colocaba en el piso o se colgaba en la pared, costumbre que prevalece
en el rito inglés, donde se cuelga una tela con los elementos simbólicos en la
pared, o en el Rito de Schroeders, que utiliza una alfombra.
Tal pues, que, en la medida que,
hacia mediados del siglo XVIII, la Masonería se consolida y adquiere una
condición más institucional, con el uso de sedes definidas y templos estables
la decoración permanente adquiere una importancia relevante.
No debemos pasar por alto que,
en la época a la cual nos referimos, se vive una etapa en que la ciencia aún no
tomaba su camino segregado de las demás formas de conocimiento. En el siglo
anterior, los grandes hombres de ciencia, aún basaban su bagaje en elementos
que tenían otros componentes, mas allá de la razón científica, que
imperaría en los siglos inmediatamente siguientes. Anteriormente indicamos, por
ejemplo, la importancia del estudio zodiacal en Kepler. A fines del siglo XVII
e inicios del XVIII, sin lugar a dudas, la figura de Newton llena un espacio
singular.
El célebre matemático, que
estableció a ley de gravitación universal y los principios fundamentales de la
dinámica, prestó especial importancia a algunos estudios que son componentes
masónicos de fundamental importancia, y que se explican en Newton, por su
concepción de la realidad, que veía determinada por el Creador, y donde el
hombre tenía por misión ir desentrañando las pistas que aquel manifestaba en su
Creación. Por eso indagaba en la Biblia, que consideraba un compendio de
sabiduría revelada, y en el estudio astrológico y alquímico, sosteniendo la
teoría de que las grandes creaciones arquitectónicas del hombre, estaban
asociadas a determinadas conjunciones astrales.
De esa dedicación de Newton,
surge su libro "El Templo de Salomón" , que escribiera en 1684, donde
es posible percibir que sostenía la idea de que la Naturaleza es un Gran Templo
del Gran Arquitecto del Universo, y que el propósito de la religión verdadera
es proponer a la Humanidad, mediante la estructura de los antiguos templos, el
estudio de la estructura del mundo como el verdadero Templo de Dios.
Considerando la condición
contemporánea de Newton con aquellos que promovieron la fundación de la Gran Logia
de Londres, y la perspectiva esotérica que comenzó a primar en su
estructuración, después de las dos primeras décadas, no sería extraño que las
tesis de éste científico, sobre el carácter de la creación, sobre la influencia
astral y sobre el templo de Salomón, haya permeado fuertemente las concepciones
de quienes dieron forma y contenido a la emergente masonería especulativa.
Si analizamos los nombres de
algunos de los primeros líderes de la emergente Gran Logia de Londres, no
podemos ignorar lo que intelectualmente pesaban. George Payne, segundo Gran
Maestro, por ejemplo, era un anticuario, profesión u oficio que, entonces,
gozaba de gran reputación cultural, pues, se trataba de personas con un vasto
conocimiento, producto de la propia naturaleza de su trabajo. Teófilo
Desagulliers, quien le reemplazará, era un hombre de formación científica en el
campo de la física, además de ser un pastor hugonote. James Anderson, además de
ser un pastor presbiteriano, era un doctor en filosofía.
No estamos hablando de personas
ignorantes, ni seguidores de sectas extrañas, sino, de hombres que estaban
vinculados al conocimiento y la cultura de su tiempo, en el siglo que vio
brillar, precisamente, las luces de la Ilustración.
¿Cuánto influyó Newton, y otros
autores que trabajaron abundantemente, en esa época, en los masones que
concibieron la masonería especulativa?
Esta es una interrogante que
rebasa lo estrictamente relacionado con lo central de esta plancha, pero, que
da pie, para sostener que en el periodo de fundación y asentamiento de la
masonería moderna, el estudio zodiacal tenía una reputación y un valor, que lo
hicieron necesario de incorporar en la simbología del Templo Masónico.
Pero, también, hay otro aspecto
que abordaremos en esta parte, y que dice relación con el hecho que no existe
una disposición reglamentaria o decreto potencial, o algún texto oficial u
oficioso de nuestro poder regulador – la Gran Logia de Chile -, que indique
como debe decorarse un templo constructivamente. Cuando digo "constructivamente"
me refiero a aquella decoración permanente del Templo, que forma parte de su
estructura física, considerando que existen componentes simbólicos que se
incorporan para las necesidades rituales de cada grado. En ninguno de los
textos propios de la Orden en Chile, se mencionan los usos simbólicos permanentes
en el Templo, aquellos que corresponden a la universalidad simbólica de los
grados,
Lo actualmente en uso, no
corresponde a normas establecidas, sino, esencialmente a la tradición no
escrita y al más venerable uso consuetudinario. Ello da pie, para que surjan
interpretaciones que niegan pertinencia al estudio simbólico de los signos
zodiacales en los grados menores.
En el Libro del Aprendiz,
de Wirth, que tiene circulación oficial en la Gran Logia de Chile, es posible
tener una descripción de los elementos necesarios del templo para el trabajo de
Primer Grado. En la parte final de éste texto, se hace una descripción de los
componentes del Templo del Aprendiz, entre los cuales, está la cadena de unión,
que puede ser hecha con un lazo, el que debe tener 12 nudos, seis en cada
costado del templo, "para corresponder así a los signos del Zodiaco".
No hay mas alusión ni un tratamiento más extensivo de este símbolo. En tanto,
en el Manual del Aprendiz de Lavagnini (Magister), se citan los signos
como componentes del Templo del Primer Grado, también de un modo discreto, al
describir el cielo del templo, y la ubicación de la cadena de unión, que
descansa sobre los capiteles de doce columnas "distribuidas así: seis en
el lado Norte y seis en el lado Sur, simbolizando los seis signos ascendentes y
los seis signos descendentes del zodiaco"
En el Libro del Compañero,
de Wirth se definen los elementos adicionales que deben incorporarse para los
trabajos en Logia de Compañeros. En ninguno de los componentes se mencionan los
signos. Lo propio ocurre con el texto de Lavagnini.
En el Libro del Maestro,
no se indica nada con relación a lo que debe contener el Templo del Maestro,
sin embargo, existe una extensa interpretación sobre los signos zodiacales, a
partir del estudio del duodenario. En el alternativo Manual del
Maestro (Magister), por el contrario, no se hace alusión a ellos.
Aparte de lo que hemos señalado,
en la bibliografía disponible en Chile, hay pocos antecedentes que nos permitan
una definición específica respecto de la relevancia que pueda tener el Zodiaco
respecto de cada uno de los grados simbólicos en particular. La información
enciclopédica masónica, tampoco arroja luz para indicar, decisivamente, alguna idea
respecto a la relación específica con alguno o con todos los grados simbólicos.
Sin embargo, hay muchos usos que nos indican en un sentido claro, que los
signos del Zodiaco son parte de aquella simbología que tiene alcance en todos
los grados, a partir del Primer Grado.
Tal pues, que, la tradición y el
uso consuetudinario, nos indican que los 12 signos en las 12 columnas, son
elementos permanentes del Templo, y por lo tanto, parte de su diseño
constructivo y de su decoración básica. Ello porque el Templo es la simbólica
representación del Universo, y todo aquello que decorativamente apunta a poner
en evidencia esa condición, es un componente permanente y transgradual.
¿Cuales son los otros
componentes permanentes y transgraduales, además de las 12 columnas con los 12
signos zodiacales? Las dos columnas del pórtico, el pavimento mosaico, el ara,
la bóveda celestial, la cadena de unión, el Sol y la Luna, el Delta Luminoso.
Todo otro componente es parte de la circunstancialidad del o de los Grados.
VALORACION DEL SIMBOLISMO ZODIACAL.
Todos los símbolos que adornan
el templo masónico, tienen un antiguo origen, algunos de los cuales exceden los
ámbitos exclusivamente masónicos. A estos símbolos tangibles, se suman aquellos
de carácter conceptual, que no están físicamente presentes en la ornamentación
del templo, y que son parte de la docencia de cada grado: rituales, números,
toques, palabras, signos, etc.
Todos los símbolos, no por
antiguos, no por su data inmemorial, dejan de tener un valor esencial para
nuestras prácticas y doctrinas. No por su antiguo origen dejan de adquirir,
cada día, una vital y nueva significación para el trabajo cotidiano del hacer
masonería. Es que, la Francmasonería reconoce la sabiduría mas allá de su
condición temporal, en los elementos que son necesarios para que el Hombre
alcance una mayor comprensión de su condición fundamental.
La contemporización es un factor
necesario para que el hombre sepa vivir en al condición propia de su tiempo. El
masón, por cierto, debe ser un hombre que vive su tiempo, lo que requiere un
denodado esfuerzo de contemporanización, ergo, una expresión secular de su
integración y comprensión del mundo en que se desenvuelve.
Por ejemplo, si quisiéramos
contemporizar, de acuerdo a los niveles de conocimiento que el hombre del 2.000
tiene a su disposición, resultaría absurdo que hablemos de los 4 elementos-
agua, tierra, aire y fuego, doctrina sostenida por Empédocles, 250 años A. de
C.-, cuando la ciencia actual considera que los elementos son mas de 100. Pero,
ello no constituye una condición excluyente para saber acoger benéficamente,
melioristamente, el sentido fundamental del relicto del ayer.
¿Y, acaso, una natural
contemporización no iría en contra de la significación, que para nosotros puede
tener, por ejemplo, la idea de dualidad representada por el Sol y la Luna en el
Oriente? ¿Y, acaso, no resultan innecesarias, desde ese punto de vista, muchas
de las costumbres, usos y contenidos masónicos, frente a la complejidad y
sofisticación del mundo actual?
Precisamente, el prurito de lo
nuevo cuajó en la modernidad hasta un nivel paroxismático, al punto que, lo
anterior, lo viejo, lo ancestral, lo vernáculo, quedó siempre cercano o
equivalente a la obsolescencia. Si contemporizamos, si nos desarrollamos en la idea
de la innovación, ¿qué categoría ocupa en nuestras preocupaciones el relicto
vivo de las antiguas simbologías, de los antiguos ritos, de las antiguas
prácticas y doctrinas?
Debemos, pues, ser cautos y
saber buscar el equilibrio necesario entre aquello que recibimos como herencia
y lo que constituye lo fundamental de lo nuevo. Tengamos presente que,
contemporizar nuestro conocimiento a ultranza, es una circunstancia que, muchas
veces, en muchos aspectos de la vida, termina por erradicar muchas de nuestras
acendradas visiones.
¿Acaso, como un reflejo de
contemporización modernista, los signos zodiacales que adornan el templo, no
provocan muchas veces una sutil irritación, que se esconde en la acidez de un
comentario liviano, tenuemente ácido, planteado de modo de no ofender cierta
idea sacra de los componentes masónicos?
Desde luego, la tendencia de no
abordar decididamente el estudio zodiacal, en nuestros talleres, tiene una
explicación que podemos relacionar con la influencia cultural occidental
cartesiana y modernista.
Como ya hemos planteado, hasta
hace poco, en el mundo intelectual occidental, bajo la influencia de las
visiones empíricas y reduccionistas, se hizo anatema de la religión, de la
astrología, de la sabiduría vernácula de los pueblos originarios, de la
filosofía. Desde esa visión se aseveró que los únicos problemas genuinos eran
los problemas científicos. Se afirmó que la metafísica carecía estrictamente de
sentido, y que a la filosofía no le quedaba mas camino que la práctica del
análisis dirigido hacia las teorías y conceptos que impone la ciencia.
Desde la óptica modernista, la
ciencia ha revelado las formas, los números y las leyes que instauran el
Universo, que es una máquina perfecta, una armazón matemática, que se mueve
perpetuamente, de manera autofundante y autosuficiente. Esta visión ha
despreciado a aquellas que no tengan un asidero empírico, que no sean evidentes
a través del método científico, minusvalorando las manifestaciones de búsqueda
de la verdad sustentadas en premisas eminentemente espirituales.
Tal concepción, típicamente
occidental y profana, permeó a la F\ M\ de los países europeos y
americanos, y, en consecuencia, a la chilena, pues, la intelectualidad que ha
nutrido las filas de la Orden, desde el siglo XIX, ha sido, de un modo muy
significativo, influida por ella. La compresión de muchos masones, entonces, ha
estado determinada por el culto a la verdad científica, donde todo sustento
teórico ha descansado en las "evidencias científicas de la naturaleza y
del progreso humano". En la consolidación de esa visión han influido
también dos concepciones ideológicas, que han estado también presentes en los
masones chilenos: la liberal y la socialista.
Estos contenidos, sin duda, han
generado una dicotomía fundamental en la F\ M\ , que ha estado presente desde
los orígenes de la Orden en Chile: aquella que se manifiesta entre el verbo
cientifiquista, de una parte de sus miembros, y la conminación esotérica –
desde luego, acientífica, esencialmente subjetiva – de su simbología. El
trabajo masónico, por excelencia, se basa en el estudio de símbolos, en el
cual, se manifiesta la relación entre el simbolizante, es decir, la
imagen del elemento perceptible, y lo simbolizado, lo no perceptible, lo
que para cada individuo constituye el significado. Para Jung, el símbolo
representa algo mas que su significado inmediato y obvio, "tiene un
aspecto inconsciente más amplio que nunca está definido con precisión". Es
más, cuando hay cosas más allá del entendimiento humano, dice Jung,
"usamos constantemente términos simbólicos para representar conceptos que
no podemos definir o comprender completamente".
A partir de elementos
simbólicos, el masón construye alegorías y conceptos, que corresponden a
interpretaciones singulares, que son coincidentes en los aspectos formales, con
las que expresan los demás, pero, que, íntimamente, son una construcción
personal, en la cual se conjugan las funciones afectivas y valorativas, es
decir, su emocionalidad. Y es, a partir de nuestras emociones, como construimos
nuestras ideas del mundo, de la realidad, de lo que nos rodea. Ellas nos
permiten hacer inteligible lo que percibimos, desde nuestra singularidad como
personas.
Las distintas opciones del
conocimiento humano – la filosofía, la ciencia, la religión -, si bien ofrecen
posibilidades para responder las grandes interrogantes del masón - ¿Qué somos?,
¿De donde venimos?, ¿Para donde vamos? -, no le permiten una respuesta mas allá
del ámbito de sus propias creencias, de su recursividad, de su construcción autopoiética.
Ergo, si el trabajo masónico se
funda en la especulación - filosófica, axiológica, epistemológica, metafísica –
sin duda, un conocimiento especulativo, como es la astrología, es compatible
con lo que regularmente determina nuestras prácticas y doctrinas, pues, ésta se
liga, en lo fundamental, con lo que constituye el ser y el hacer masónicos:
conocer al hombre. De tal modo, que, la valoración del simbolismo zodiacal que
planteo, descansa en la convicción de que, los signos del Zodiaco en el templo
masónico, ponen en evidencia un conocimiento que busca relacionar al hombre de
una manera más integral con el Cosmos del cual es parte, y que, como todos los
seres vivos, estamos determinados por ese Cosmos de un modo definitivo.
Pero, la Masonería también nos
plantea que hay diversas lecturas que podemos hacer, para comprenderlo, porque
el Cosmos, la Naturaleza, la realidad, son escrutables, desde la visión que
cada cual tiene, porque cada observador, cada conciencia, es un observador
singular, individual y único. Esto es muy importante, en la postura del
empirismo, la relación entre el observador y lo observado nunca fue planteada
como un problema radical, puesto que la realidad era considerada como una
entidad en si misma, y el observador debía mirarla tal cual era, desde el
ángulo de un simple testigo, de un modo neutral. Sin embargo, la visión que
impone el pensamiento complejo y las visiones post-racionalistas, es que la
realidad es multiprocesal y multidireccional. La observación de un observador depende
de un orden que él introduce, y de la cual él es parte integrante.
Al estudiar el simbolismo
zodiacal, desde el punto de vista masónico, ambas alternativas - la empírica y
la compleja - tienen un espacio en la especulación iniciática. Sin embargo, a
mi modo de ver, el empirismo tiende inevitablemente al reduccionismo, y como
dice Edgar Morin "la tendencia a la reducción es la que nos priva de la
potencialidad de la comprensión". Como masones, debemos buscar respuestas
más amplias, mas integrales que la sola asimilación de información. Debemos
buscar una comprensión mayor del Universo del que somos parte, o del
Multiverso, la complejidad que surge de muchos y distintos observadores. Somos
buscadores de la Verdad, a partir de nuestra individual capacidad cognoscente,
y, según una antigua máxima masónica, el mejor templo de la Verdad es el
Universo. El estudio zodiacal, es una perspectiva de gran alcance en ese
sentido.
CONCLUSION.
Al concluir esta plancha,
quisiera sintetizar algunas de las ideas expuestas, en términos de poner
énfasis respecto de ciertos criterios vertidos en su desarrollo.
En primer lugar, creo
conveniente insistir en que el simbolismo zodiacal merece una preocupación
mayor, que la posible de observar en los actuales planes docentes de las logias
y del gobierno superior de la Orden. En cuanto exista una recurrencia mayor del
estudio de este símbolo, sin duda, permitirá una perspectiva más amplia en las
concepciones individuales, respecto de los orígenes de la F\ M\ , en relación a sus objetivos,
así como una comprensión mayor respecto de las visiones del pensamiento que
emergen frente a la crisis de la modernidad.
Considero, frente a lo expuesto
en el desarrollo de este trabajo, que la lectura del simbolismo que nos
plantean las doce columnas, adornadas por los doce signos, nos propone que la
Gran Obra es imposible de sostener sin una profundización en la búsqueda de
respuestas frente al enigma de la vida, de tal modo que, de manera esencial, el
Zodiaco simboliza la búsqueda del hombre - su esfuerzo cognoscente -, la
búsqueda tras las claves de la vida, del Universo y del hombre mismo, por lo
cual, se hace necesario su estudio desde el momento mismo en que la impronta
del "Buscar y encontraréis" determina la conducta del
Iniciado.
Pero, también es importante
tener presente que los signos zodiacales y las columnas, así como todos los
símbolos que ornamentan el Templo, son una creación humana. La bóveda de la
logia, que representa lo infinito, lo inconmensurable, descansa en las
columnas. Ello nos dice que cualquier visión que tengamos del Universo,
descansa en nuestros conceptos, en nuestras limitaciones, en nuestras
fortalezas y debilidades. Por lo demás, no debemos olvidar que los conceptos de
finitud e infinitud, han sido creados también por el hombre, en su propósito de
interpretar la integridad cósmica.
Otra idea expuesta es que, los
signos zodiacales en el templo masónico, nos hacen notar que hay un
conocimiento que está simbolizado de modo coherente, en consecuencia, con una
percepción humanista del Cosmos. Este conocimiento implica una cosmovisión, una
forma de ver la realidad, de ver el Universo centrado en el Hombre. Desde sus
orígenes auténticos, la astrología es una manifestación del pensamiento
humanista, porque su preocupación esencial es el Hombre, al dedicarse al
estudio del eventual influjo de ciertos astros en las personas.
Obviamente, también es una forma
de conocimiento, una forma de desarrollo de las perspectivas cognitivas, que
permite tener una comprensión del individuo, respecto de su rol en la vida y en
la realidad.Esa forma de ver el Universo implica un reconocimiento, una
valoración, una comprobación de la relación entre el Hombre y el Universo, que
debemos entender de manera holística, en toda su complejidad.
El conocimiento zodiacal se
asocia con la filosofía, desde un punto de vista metafísico; se asocia con la
ciencia, desde un punto de vista metodológico; con la religión, desde un punto
de vista paradigmático. Pero, por sobre todo, se asocia con el complejo
esfuerzo de tratar de entender el Universo y la Naturaleza, desde su particular
método interpretativo de los fenómenos que pueden determinar la vida del
hombre.
Cuando observemos, entonces, los
doce signos en las doce columnas, sosteniendo la cadena de unión, y sobre el
friso, la bóveda celestial que se abre hacia la inmensidad cósmica, démonos el
tiempo para pensar que la Gran Obra es inconmensurable en su proporciones y
alcances, y que nos falta mucho que aprender de ella, por lo cual, nuestras
concepciones y convicciones mas arraigadas, solo son un minúsculo esfuerzo por
tratar de comprender el Universo.
Démonos, pues, tiempo para
indagar, con libertad, libre de prejuicios, en torno a lo que la sabiduría de
los masones o los sabios de otros tiempos nos dejaron como herencia, porque
solo en verdadera conciliación con el pasado, podemos darle un sentido real a
lo nuevo, y a nuestra marcha entre columnas, bajo las constelaciones del
firmamento.
Siempre encuentro muy buenos trabajos, gracias
ResponderEliminarMARAVILHOSO. ESTE ESTUDO. OBRIGADO EXCELENTE
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