viernes, 13 de abril de 2018

RECIBIMIENTO A LOS NUEVOS COMPAÑEROS MASONES


Muy Queridos Hermanos:
 
El grado de Compañero, que forma el segundo escalón de la iniciación Masónica es, por su origen, por su interpretación y por los desarrollos de que es susceptible, uno de los más importantes de la Francmasonería moderna, y también aquel del que desgraciadamente su estudio es más abandonado.
 
Este grado es el que se acerca más directamente, por sus emblemas, al origen que varios autores, y particularmente los ingleses y los norteamericanos, prestan a nuestra institución, quienes la hacen descender de los colegios de constructores romanos, y de las cofradías de masones de práctica de la edad media, así como ya lo habéis visto por las herramientas que han sido puestas sucesivamente en vuestras manos, y de las cuales ya os han dado la explicación simbólica y moral. El se adhiere también perfectamente a la edificación del templo de Salomón, cuyo modelo ha sido puesto ante vuestros ojos, y cuya historia os será referida más tarde.

Lo mismo que los antiguos misterios recuerdan el Origen de su fundación en sus ceremonias, por la representación de todo lo que tenía conocimiento con el descubrimiento o enseñanza de la agricultura, con la civilización de los pueblos y con el establecimiento de las leyes, lo mismo la Masonería, en el gr.·. de Comp.·. parece recordar un antiguo origen, debido a los masones constructores, por la representación de todo lo que tiene relación con el arte de la arquitectura.



En nuestros Estudios anteriores hemos establecido suficientemente la relación que existe entre los Francmasones modernos, v los masones constructores de la edad media y de la antigüedad. Sólo añadiremos aquí, que remontándose en la historia a los tiempos primitivos, encontramos que el arte de fabricar ha sido uno de los objetos más importantes, cuyos primeros legisladores (podría decirse civilizadores), y sacerdotes manejaron con predilección, y que los primeros edificios que han sido fabricados fueron los templos: "Ellos fabricaron palacios para sus dioses, antes de procurarse casas para vivir y abrigarse."

De este modo vemos, en una época que se remonta a la más alta antigüedad, a los tres primeros soberanos de China (nacidos de una virgen, y concebidos por la operación de un espíritu, o del cielo); designados en los libros sagrados:

1º. Fou-Hi, el rey del cielo, el señor de los hombres, que dio a los chinos las primeras leyes civiles y religiosas.

2°. Chin-None, el divino agricultor, que les enseño a sembrar las tierras; bajo su reinado, la tierra hizo producir una fuente de vino, y llovió trigo.

3º. HOANG -T i , que les enseñó á trabajar los metales, el arte de fabricar las casas por medio de ladrillos, y carpintería, el de fabricar los puentes, y construir navíos.

Esta historia, tan fabulosa como sea, indica bien los primeros conocimientos que debieron ser enseñados por todas partes a los hombres, y la gratitud, de los pueblos para sus bienhechores. Además, la tradición ha sido tan escrupulosamente conservada entre los chinos, que, todavía hoy, el emperador va todos los años, en gran pompa, al templo consagrado al divino agricultor, y labra él mismo allí la tierra.



Entre los indostanes, el dios creador, llamado Wisvakarma, es representado teniendo a su lado dos, obreros que llevan en sus manos los útiles de arquitectura, y en actitud de estar preparados a ejecutar las órdenes del maestro.

En las representaciones de los dioses egipcios y griegos, se encuentran también los mismos emblemas. Las mismas musas no son otra cosa más sino las representaciones de las artes, de las ciencias y de la literatura; y sus nombres, si se toma la etimología griega, son "muein", que significa explicar los misterios, o sea, si lo hacemos derivar, como Le-Clerc, de Motsa, que quiere decir: inventar. Explicar los misterios, es enseñar; é inventar, es hacer los planos, componer o hacer los descubrimientos científicos.

Hasta la misma biblia nos presenta ejemplos idénticos:

Leemos en el libro del profeta Amós (cap.VII ):

 ''Y yo vi al Señor de pie sobre un muro con un nivel en la mano. Y el Señor me dijo: Amos qué ves tú. Y yo le dije; el nivel de un albañil. Y el señor dijo: yo no me serviré del nivel en medio de mi pueblo de Israel, y yo no alinearé más las murallas."

Si hacemos esta última citación, es tanto para apoyar la opinión que acabamos de emitir, como para responder a las personas timoratas que, en el mundo profano, se escandalizan cuando han sabido que los francmasones califican a Dios de G.·. A.·. D.·. U.·.,  calificación que corresponde absolutamente al Creador del Mundo.

Después del pasaje del Profeta Amos, que representaba al Señor bajo la forma de un Maestro Masón y después, según el dicho de San Pablo, que en su Epístola a los Hebreos declara que "aquel que es arquitecto y creador de todas las cosas es Dios," esas mismas personas deben convenir que calificando a Dios de Gran Arquitecto del Universo, no nos hemos separado de la letra y del espíritu de las Santas Escrituras; así pues, nuestras intenciones no deben ser, a causa de nuestro sistema alegórico, mal interpretadas.

Bajo otro punto de vista, el grado de Compañero se une también a los misterios antiguos por las enseñanzas que el objeto mismo de los viajes simbólicos permiten desenvolver hasta lo infinito, estableciendo una tesis teórica y práctica sobre cada uno, si no hubiere peligro de entrar por ese medio en el dominio de las discusiones metafísicas y abstractas, puesto que el carácter de la masonería, por sus simbolismo, parece indicar que la iniciación, por lo menos en el primer y segundo grado, debe sujetarse a la simple enseñanza de algunas verdades absolutas é incontestables y universales, y a la exposición de los principios generales que pueden conducir gradualmente al hombre para los descubrimientos de otras verdades.

Las doctrinas discutibles o sujetas a diversas interpretaciones deben ser cuidadosamente separadas de la enseñanza dogmática en los primeros grados, si queremos conservar la armonía y progresión que constituyen el principal ornamento de la masonería.

El emblema de la letra G indica la fecunda mina que los iniciados, tienen que explotar; esto es suficiente para que los mineros infatigables busquen el filón que encierra; pero es preciso conservar el misterio que reina todavía en sus entrañas, hasta que las investigaciones más sabias hayan hecho descubrir los tesoros que ella contiene en su seno.

En los misterios de Isis, la estatua de la verdad no era jamás enseñada desnuda y sin velo y los iniciados solamente en  los grados superiores era permitido contemplarla.

No esperéis pues, queridos hermanos, que os haga penetrar en los arcanos profundos de nuestros misterios, pues esto sería anticiparme sobre conocimientos que deben seros revelados en otro grado.

En vuestra iniciación al primer gr.·. os hemos dicho que el grado de aprendiz representa moralmente el emblema de la niñez, o sea la primavera de la vida, y este emblema está figurado en nuestros templos por la piedra bruta; siguiendo el mismo método de interpretación, veréis que el gr.·. de comp.·. es el emblema de la juventud, representado aquí por la piedra cúbica, figura geométrica perfecta que presenta las superficies unidas.

Para llegar á este grado, habéis pasado de la escuadra al aplomo, señal de la perfección de vuestros conocimientos; y de la columna B.·. habéis pasado a tomar asiento en la columna J.·. , lo que indica un adelanto al progreso. Vuestra edad es de cinco años, en lugar de tres que teníais como aprendiz, recordad vuestros cinco meses de aprendizaje o de trabajo, que expresan los cinco meses de producción de la naturaleza, durante los cuales el sol (del cual el iniciado representa a menudo también la marcha aparente) alcanza en los grados del zodíaco los signos superiores.

La piedra cúbica, sobre la cual los comp.·. afilan sus útiles, lejos de tener el sentido material que los enemigos de la masonería le prestan, (así como la piedra bruta es el símbolo del ap.·.) la cúbica simboliza los progresos hechos por los compañeros en la masonería, así también como las comunicaciones con sus hermanos. No es, pues, más racional interpretar esos emblemas en el sentido propio o material, que lo sería el explicar en el mismo sentido las palabras de Jesucristo: "Pedro, sobre esta piedra yo edificaré mi iglesia". Palabras que han sido tan mal interpretadas por los hombres, para poder crear la jerarquía eclesiástica, y con ella tantos abusos, tanta explotación y tanto absolutismo, en oposición completa a las máximas de igualdad, libertad, fraternidad y humildad que traía el Divino Maestro de la escuela de los Esenios. Erro-cronismo histórico, puesto que ni San Pedro estuvo en Roma, ni hay quien lo atestigüe, y todos los obispos en los primeros siglos de la Iglesia tuvieron la misma autoridad, e iguales deberes.

La piedra cúbica es además todavía considerada como la piedra angular del templo elevado por los masones libres al Gran Arquitecto del Universo; así, pues, esta piedra está compuesta de amor fraternal, de socorros y de verdad.

Antiguamente, para pasar de un grado a otro, los estudios eran largos y verdaderos; es verdad que los misterios eran entonces las escuelas de ciencias, de filosofía y de moral que existían en el mundo, puesto que fue en su seno en donde todos los sabios, filósofos y legisladores de la antigüedad agotaron esos torrentes de luz con que han iluminado a la tierra.

Hoy día, la instrucción es fácil de adquirir, y bastante esparcida para que tengamos necesidad de entregarnos en los templos a la enseñanza de los primeros elementos de las ciencias; pero es fácil comprender por qué se exige a los profanos propuestos que tengan una cierta instrucción adquirida, y conocimientos que les permitan apreciar las altas lecciones ocultas bajo nuestros símbolos y emblemas alegóricos.

Pitágoras dividía a sus discípulos en varias clases o secciones: la primera se llamaba oyentes, porque estaban sujetos a un silencio respetuoso durante cinco años, y en cuyo tiempo no les era permitido a los iniciados hacer preguntas, ni proponer las dudas a los antiguos. Es el mismo período, reducido a meses, que acabáis de pasar como aprendices y los talleres que, para dar una vana satisfacción de amor propio a los masones, adelantan más de lo que conviene a sus grados, se exponen a faltar al objeto que la Institución se ha propuesto, iniciando en grados superiores a miembros que no han tenido tiempo necesario para formar su inteligencia en nuestras doctrinas, ni profundizar el sentido, ni aprender a detener en el justo límite una petulancia, o las pretensiones que el tiempo sólo puede moderar y modificar. El término de aprendizaje estipulado por todos los estatutos generales es de cinco meses, si se quiere formar en masonería obreros perfectos: ese término es absolutamente necesario.

Los misterios de Eulisis, tan célebres en la Grecia, estaban divididos en grandes y pequeños misterios, y tenían también un tercer grado, el de Epoptée, en cuyo grado lo que había de más oculto en el santuario era revelado a los iniciados. Los pequeños misterios servían como de preparación para los grandes, y la recepción a los primeros tenía lugar en un recinto reservado en el exterior del templo, que quedaba cerrado durante esa ceremonia. Es lo mismo que en masonería; acabáis de ver que no es permitido a los compañeros penetrar en el recinto del templo, puesto que habéis llegado cinco veces, y no habéis podido entrar; esta facultad no está acordada sino a los maestros, iniciados en los grandes misterios de la masonería.

En el grado de aprendiz, habéis visto que las dos columnas colocadas en la entrada de nuestros templos recuerdan a aquellas colocadas en el exterior del Templo de Salomón; conocéis ahora los nombres que les damos, conformándonos con el texto de la biblia, y esos dos nombres reunidos forman una frase que significa: "Él funda; él establece con o por la fuerza" lo que expresa el poder creador, o el principio de todas las cosas.

Este emblema se encuentra igualmente en la mayor parte de los templos de la antigüedad, en Egipto, bajo la forma de obelisco; en Asiría, bajo la del Esfinge, o animales con alas: por todas partes ellos representan al dios sol, cuyas imágenes eran el símbolo venerado, Herodoto no nos deja duda alguna sobre este punto, pues leemos en el segundo libro de su historia lo que sigue:

"Ramsés, rey de Egipto, mandó hacer en Menfis el vestíbulo del templo de Vulcano que está al Occidente, e hizo alzar frente a ese vestíbulo dos estatuas de veinte y cinco codos de elevación; la una al Norte, los egipcios la llamaban el verano; la otra al Sur, y la nombraban el invierno.

Adoraban a la que llamaban verano, y la hacían ofrendas; en cuanto a la que llamaban invierno, la trataban de un modo muy contrario."

Ved aquí el símbolo del dios sol representado en otras partes por simples obeliscos. Ved aquí las columnas solsticiales de nuestros templos masónicos. El mismo historiador cuenta también haber visto, en Tyr, Fenicia, un templo de Hércules, en donde, entre otros ricos ornamentos se veían dos columnas, una era de oro fino y la otra de esmeralda, que despedía de noche un deslumbrante brillo. Los sacerdotes de Tyr daban a ese templo del tiempo de Herodoto 2,300 años de existencia, lo que le hace ser 1700 antes del de Salomón.

Considerando a Hércules como una representación del dios sol, las dos columnas del templo de Tyr indican perfectamente los dos solsticios; o bien, si nos fijamos en la materia de que estaban hechas, han podido representar al sol y a la luna, tan venerados en Egipto bajo los nombres de Osiris e Isis.

Según una tradición judía, las dos columnas del templo de Salomón tuvieron por objeto recordar a los Hebreos las dos columnas de nubes y fuego que servían para guiar a Moisés cuando atravesaba el desierto a la salida de Egipto.

El templo de Salomón, lo mismo que las Logias Masónicas, tenía la forma de un cuadrilongo, siendo ésta la forma que los antiguos daban a la tierra; si este templo no tenía las dimensiones colosales que la imaginación de los escritores le han prestado, no es menos verdad que esas proporciones y su estilo lo hacían una de las obras de arquitectura más perfecta de aquellos tiempos, como también su destino, para celebrar lujosamente el culto tributado a un Dios único y eterno, siendo entonces a pesar de la poca celebridad que adquirió en las comarcas de su alrededor, el primer templo del universo.

El edificio perfecto, a cuya construcción habéis contribuido como compañero, es el emblema del edificio moral que nos proponemos levantar en nuestros corazones, bajo el plan directivo de los maestros, al Gran Arquitecto del Universo, sirviéndonos de las virtudes como materiales, de la ciencia y de la sabiduría como herramientas, y del amor fraternal como cimiento. Más tarde, todas las circunstancias relativas a la construcción de ese templo os serán reveladas; y ese emblema os será más claramente explicado.

En vuestra iniciación al primer grado os hemos demostrado que la masonería, siguiendo el desarrollo del espíritu humano y los progresos de la civilización, en su marcha a través de los siglos, pudiera haber cambiado varias veces de objeto para llegar al mismo fin; puesto que el inmenso trabajo que ella se propone, requiere de tiempo en tiempo nuevas fuerzas y nuevos conocimientos, según y a medida que adelanta y progresa; de este modo los antiguos iniciados han sacado las piedras del suelo quedando a nosotros el reunirías y amontonarlas; nuestros antecesores han tallado los materiales, nos obliga el pulimentarlos; los ágiles obreros han confeccionado las diversas piezas que deben componer ese admirable todo que llamamos sociedad o humanidad, restándonos colocarlas en su lugar y por su orden para concluir la obra...

Trabajo inmenso, prodigioso, todo de paciencia y abnegación, cuyo término pedirá quizás tantos siglos de labor y trabajo como han transcurrido para prepararlo, pero que nuestros sucesores verán finalizado, pues todo, en la naturaleza, obedece a la ley del progreso.

La masonería es una institución que lleva al hombre a las investigaciones científicas del origen de las cosas, a estudiar la naturaleza, a concebir y a poner en práctica todo cuanto pueda ser útil a la dicha del género humano, así como al desarrollo y propagación de sus conocimientos.

Si es verdad que la masonería no es religiosa, es preciso decir también que no es enemiga de la religión, como nuestros delatores pretenden falsamente, puesto que ella requiere, como ya lo hemos dicho, el respeto y los más puros sentimientos religiosos.

Resulta que todas las cuestiones de moral y de filosofía pueden ser abordadas y tratadas en las Logias con la misma libertad e independencia de espíritu que en las escuelas de la antigüedad y en las academias modernas, sin jamás tocar ni herir las conveniencias.

La entrada del pórtico de nuestros templos, está como ya habéis visto adornado de losas negras y blancas, arregladas simétricamente, y que llamamos el piso mosaico; este es el emblema del bien y del mal, es decir, de los dos principios opuestos que encontramos en todas partes del universo, en la naturaleza, como en el hombre, en lo físico, como en la moral.

Esto tiene necesidad de explicarse, pues este emblema tan simple cual él sea, ha servido muchas veces de comentarios a las doctrinas que nos han falsamente prestado, y como compañero debéis conocer.

Convencidos, como los antiguos sabios, y coma la mayor parte de los filósofos modernos, que el universo entero es regido por una ley, que, según los objetos o seres a quienes se aplica, se llama amor, atracción, o afinidad molecular, no tememos remontarnos por la escala de los tiempos y de los conocimientos humanos, pues no perdiendo de vista el punto de salida, es cuando se halla uno más cierto de llegar al fin, y es, interrogando a la naturaleza, observando sus leyes, y estudiando la historia de la civilización, como podremos llegar más seguros a la aplicación racional de los principios que deben regir y gobernar a los hombres.

Si vemos hoy nuestros templos adornados de las obras más suntuosas de la creación, no es con el objeto de hacer de ellos un culto, como los antiguos Sábeos, pero sí es para recordar simbólicamente el poder que ha creado todas las cosas, y que conserva todo con un orden tan admirable.

Nosotros seguimos en esto las prácticas de nuestros antiguos maestros, y si el vulgo ignorante, engañado por un vano fanatismo religioso, nos trata de ateos o herejes, nos será fácil responder, con Voltaire: "Que el sabio empezó a consagrar a Dios el buey que labraba la tierra, pero que los ignorantes adoraban al fin al buey y a los mismos frutos producidos por la naturaleza," sin que este error fuese jamás participado por los iniciados.

El símbolo de la serpiente adoptado por Moisés en el desierto, se convirtió en un objeto de idolatría por el pueblo ignorante, alentado este error por los Levitas quienes comerciaron con el culto; y en las vanas representaciones de todos los cultos, si el vulgo poco inteligente adora el ser venerado o la forma exterior, el sacerdote instruido no adora más sino el ser moral e ideal, y deduce que esta forma tiene por único objeto recordar a los hombres su ídolo.

Así pues, los sacerdotes del Sol, de Hércules y de Céres, no adoraban a Ceres, a Hércules o al Sol más que los sacerdotes de nuestros días a las iglesias de San Pedro, San Pablo y San Francisco; no adorando en esencia ni a San Francisco, ni a San Pablo ni a San Pedro; los antiguos sabios adoraban diversas divinidades, como hoy día se veneran a los Santos; ellos tenían una diosa con mil nombres (Isis), que la invocaban en miles circunstancias, tal cual los cristianos adoran a la Santa Virgen bajo mil nombres y calificaciones diversas; sin embargo, ellos reservaban también el verdadero culto de adoración al maestro, al Padre de los dioses, al gran todo, al Creador de los mundos, al ser eterno y todo poderoso, al Gran Arquitecto del Universo.

Todos los símbolos de los cultos antiguos han sido ridiculizados más tarde por aquellos que no quieren comprender el sentido y no se adhieren más sino a la forma exterior del objeto: el ridículo es a menudo el arma o la venganza de los necios, de los ignorantes y de los fanáticos. Así pues, la cebolla de los egipcios, que el vulgo ignorante y supersticioso adoraba, ha sido mucho tiempo el objeto de burla de aquellos que la criticaron sin saber que, por las numerosas películas que la componen, y forma esferoidal que tienen encerradas las unas en las otras, le presenta a los curas egipcianos la imagen vegetal del universo siempre diferente, y siempre el mismo; esas capas representaban filosóficamente para ellos el conjunto de la unidad divina: la cebolla no era pues ni una figura, ni una representación de la divinidad, no era más que un emblema. Que esta explicación os enseñe queridos hermanos a desconfiar siempre de vuestro propio juicio, y a buscar el instruiros antes de pronunciaros categóricamente en cualquier materia que sea, pues la inteligencia del hombre, aunque sea el más sabio, es limitada y circunscrita: Dios únicamente, lo sabe todo.

El emblema del Bien y del Mal, figurado en nuestros templos por el pavimento mosaico, os será presentado más tarde bajo un símbolo más sorprendente todavía; pero lejos de hacer un dogma de creencias religiosas, como los Maniqueos, dogma que atribuyen arbitrariamente a los francmasones para tener ocasión de acusarlos de herejía, nosotros nos limitamos a presentar filosóficamente el hecho, que además, se reproduce incesantemente bajo nuestra vista en toda la naturaleza; como es la luz y las tinieblas, el verano y el invierno, el nacimiento y la muerte, el insecto inofensivo que sirve para el desarrollo del reino vegetal y que produce la industria el insecto nocivo que arrasa los campos y corroe las telas; las lluvias que favorecen y fecundan la agricultura, y las heladas que destruyen todo; el sol que vivifica y el sol que quema y lo seca todo. Pero viendo que la tierra continúa produciendo, que el curso de las estaciones y de los años no es interrumpido, que la existencia de la humanidad se perpetúa, nuestros maestros han sacado de esos principios de antagonismo incesante una gran lección de moral y filosofía que han considerado como presentada por el Gran Arquitecto del Universo, para enseñar al hombre la necesidad del trabajo, a fin de impedir que se duerma en la dulce certidumbre de ver a la tierra producir sin esfuerzos satisfaciendo todas sus necesidades; ellos han calculado juiciosamente que esta enseñanza nos conduciría a emplear nuestra ciencia y nuestra sabiduría, en observar, comparar, juzgar y buscar los medios para el mal, y los arranques para el bien, puesto que desde que sepamos evitar o prevenir el mal, la inteligencia humana habrá hecho su gran conquista, sin que por esto cambie en nada el orden de la naturaleza que es inmutable. 

En la cuestión de los dos principios del bien y del mal, (que Zoroastro presentaba a sus discípulos bajo la figura de Ormudz, dios Luz, y la de Ahriman, sombra Oscura), los francmasones no se preguntan el porque Dios ha creado o permitido el mal; ellos no preguntan por qué el estiércol sustenta la tierra y la hace producir magníficas plantas y deliciosos frutos, pues un antiguo sabio ha demostrado hace más de veinticinco siglos, que el grano de trigo se pudre, y muere en la tierra, efecto del mal, para producir después y dar nacimiento a una espiga, efecto del bien.

Los francmasones saben que Dios, tal como la naturaleza, oculta en su seno los secretos impenetrables de su condición de ser, y que no es posible, sin estudios y sin trabajos, alcanzar un grado más alto de ciencia y de sabiduría; los antiguos maestros han presentado esta lección por la fábula alegórica de los Titanes, contra Júpiter, y por la historia emblemática de la Torre de Babel.

Tal es la doctrina que la sutileza de los Casuistas y Jesuitas han querido interpretar contra nosotros, dándole el sentido dualista religioso que los francmasones no han admitido nunca como punto dogmático; todas las religiones han participado de esa doctrina, como lo indican las personificaciones de Dios y de Satanás, de los Angeles y de los Demonios, de los Buenos y Malos espíritus; y la Biblia da el nombre de Python al mal principio, que los egipcios llamaron Tifón. Por el Levítico, se ve que Moisés ordenó que apedrearan a aquellos que estaban llenos del espíritu de Python, y conocemos la fábula de los griegos que atribuye a Polón la derrota de la serpiente próxima a la villa de Delfos.

Y a veis queridos hermanos, por las consideraciones que anteceden, que la masonería, sin separarse de los dogmas religiosos busca aprovecharse de todas, las enseñanzas; y que su filosofía no tiende más que a aplicar la moral, las lecciones y las leyes admirables que presentan la naturaleza y la historia .

Nos evitaremos entrar aquí en las nuevas apreciaciones sobre los cinco viajes que habéis practicado, y sobre las herramientas que os han entregado, pues todo esto os ha sido suficientemente explicado en vuestra iniciación. Nos limitaremos a recordaros que esos viajes figuran los cinco sentidos del hombre, con el fin de que, aprenda a conocerse a sí mismo.
 
Acostumbraos pues, mis queridos hermanos, a merecer la confianza de los maestros; y no os faltará la recompensa debida a vuestras virtudes y a vuestros trabajos.
 
No podríamos terminar mejor este discurso, sino citando el himno a Ceres que cantaban a la conclusión de los misterios de Eulisis, a fin de haceros penetrar en la pureza de las tendencias de los antiguos iniciados de quienes procedemos.
 
"Salud, oh Dios!
Conserva esta villa
en la concordia y en la abundancia;
 
Haz madurar todo en nuestros campos,
engorda nuestros rebaños,
fertiliza nuestras huertas,
engorda nuestras espigas
y fecunda nuestras estaciones;
 
Haz sobre todo que reine la paz,
a fin de que la mano que siembra
pueda también segar"

Tales son los votos que los francmasones dirigen todavía al G.·. A.·. D.·. U.·. y especialmente en las fiestas solsticiales; nuestro fin y objeto es siempre el mismo: la concordia entre los hombres, y la abundancia para todos, la caridad, ese báculo de la perfección, que sostiene los unos a los otros, y la paz, ese bien supremo; sí, la paz, a fin de que la mano que siembra también pueda segar.

No olvidéis mi queridos hermanos, esta santa oración; decimos santa, aunque ella provenga de aquellos que llaman paganos, por que, para nosotros, todo lo que es noble y puro es santo; y acordaos igualmente de la fórmula de "Adiós" que era usada en los mismos misterios: "Hermanos míos, velad y seamos puros" es decir, trabajemos, y seamos buenos, discretos y virtuosos.





 
 

miércoles, 11 de abril de 2018

LA MASONERÍA PRECURSORA DE LA PAZ Y LA LIBERTAD DE TODOS LOS PUEBLOS


Sostenidos los constructores por el espíritu de innovación, los talleres toman nueva vida y en ellos comienzan a formarse los nuevos hombres. La primera de todas las ciencias, la Geometría, recorre en breve tiempo la escala del progreso, y el operario se llama entonces masón, y el taller Logia, inaugurándose así un período trascendental para la humanidad.

La gramática, la retórica, la aritmética, la música, la astronomía unidas a la geometría, forman la base de la educación y de la civilización de la sociedad. El hombre es libre; el arca de hierro que encerraba su pensamiento, que lo mantenía subyugado a una servidumbre ignominiosa, se había hecho pedazos; el dogma que absorbía su libertad, que oprimía su conciencia, quedaba destruido para siempre, porque se había posesionado de la Ciencia, y esto rasgaba el velo de su ignorancia y ponía ante su vista la grandeza y sabiduría del Dios omnipotente, del Dios justicia, del Dios amor, todo misericordia, todo bondad.

Congregados y unidos por la esencia y la forma de una doctrina sapientísima dictada por la Ley natural a la conciencia del hombre, el constructor la ponía en práctica con inflexible rigor; su vida, jamás volvería a  torcerla, primero la muerte antes que dejar de cumplir una sola frase del precepto.  Y, estos preceptos, que han llegado hasta nosotros, están contenidos en el decálogo de Moisés.

Examinados con atención y escrupulosidad esos preceptos, puede decirse que son la base donde descansa toda la Ley antigua y moderna. Su religiosidad constituye el sistema más grande de doctrina que puede haber. En su esencia se encuentra la libertad sin límites para el hombre y para la sociedad.

Después que la humanidad lleve a la práctica esos preceptos de una manera concienzuda y enérgica, la autoridad exclusiva del gobierno de uno o de varios hombres sobre el común de las gentes no tendrá razón de ser, porque entonces la fraternidad universalmente sentida y practicada, habrá sellado con su amor la santa unión de todos los hombres en una sola familia.

He ahí en resumen las tendencias y fines que se prepone la masonería: buscando la verdad en todas las cosas, logra hacer al hombre tanto más independiente cuanto necesario sea para el logro de su felicidad.

El hombre esclavo sólo se debe a si mismo: moviéndose bien, esto es, teniendo cuidado de ejecutar fielmente las órdenes de su señor le habrá satisfecho, nada más resta que hacer.

Por el contrario: el hombre libre se debe a su prójimo más que a si mismo. Girando dentro de una órbita sumamente extensa, debe comprender que sus intereses están unidos a los de aquellos con quienes está llamado a compartir sus gustos, placeres y comodidades. Su respeto, atenciones y deberes, deben amoldarse al respeto, atenciones y deberes que los demás le guarden: su solicitud, por hermanar sus sentimientos al sentimiento colectivo, debe ir hasta el sacrificio, pues cualquier motivo que tienda a perturbar el conjunto armónico que allí debe reinar, afecta al conjunto social, y muy principalmente a cada uno en particular. Comprendiéndolo así, todos se apresurarán a ser modelos de virtud para evitar los abusos o inmoralidades consiguientes, cuando algunos individuos procuran singularizarse, creyendo que para vivir bien bástales tener fortuna o talento.

Error lamentable de donde nace ese egoísmo brutal que aniquila a la sociedad, convirtiéndola en un carnaval imprudente, donde cada máscara procura hacer su papel lo mejor posible.

Siendo, como lo es, la masonería una escuela de reciproca enseñanza donde el individuo, además de instruir su inteligencia con los preciosos tesoros de la ciencia, aspira al goce supremo del sentimiento religioso depurado de todo error y de todo sofisma, motivos suficientes tiene para inclinar las almas al ejercicio de la beneficencia, elevándose de un modo sublime en medio de sus grandes concepciones, de lo material a lo espiritual, de lo imperfecto a lo bello. Por tanto, su caridad, aunque a veces circunscrita, es grande y noble, porque ocultando su mano aparece pródiga cuando llega el momento de cumplir uno de sus principales deberes. Recapacitando en esto resulta que la institución masónica, tantas veces calumniada, es la que precisamente mayores servicios ha prestado a la humanidad.

Su obra ha necesitado la lentitud de los siglos, es verdad, pero en su hoja de servicios no se halla una sola mancha que pueda empañarla. Su propaganda activa ha hecho cambiar la faz del mundo, introduciendo en el seno de las naciones más belicosas el orden, la armonía y la paz.

Gran Bretaña, siendo aún una potencia regida por un gobierno monárquico, donde la aristocracia conserva su abolengo odioso e irritante, puede servir de modelo a otras cuyo gobierno constitucional es origen de la mayor inmoralidad: Y es porque Inglaterra tiene al frente de su administración hombres morales y religiosos; hombres probos, amantes sinceros de su patria más que de sus propios intereses, y por ella, por su bienestar, por su prosperidad y adelanto están dispuestos a sacrificarse.

Ellos comprenden, porque los principios de la masonería se lo han hecho comprender, que el ciudadano que descuida sus deberes para con la patria, además de ofenderla y degradarla, la pone en los mayores peligros; que así como no puede haber patria sin ciudadanos, estos no pueden existir sin aquella; que todo lo que a ella atañe, es a ellos a quienes puede ofender o agradar; por eso las leyes de Gran Bretaña, si bien tienen lunares que afectan su belleza, puede asegurarse que, dada su condición y carácter, son las mejores conocidas y las mejor practicadas.

Los Estados Unidos de América y la gran República de Suiza son modelos de paz y concordia humanas; y creemos que muy pocas naciones podrán imitarlas, pues en ellas domina el más puro sentimiento de moralidad, ciencia y doctrina de la masonería, demostrándose sintéticamente la grandeza y perfección de esa institución, así como el valor objetivo de la misión que está llamada a desempeñar en el mundo.

Demasiado sabias para comprender las necesidades de las grandes naciones habiendo aprendido en las escuelas de la masonería ese noble principio de desinterés y abnegación; sabiendo cada ciudadano sentir un amor profundo por la patria, centro de las más grandes virtudes, y religiosamente puro, ha sabido distribuir la justicia equitativamente entre todos. Las discordias intestinas no tienen razón de ser en ellas.

Dentro de una Logia, en esos talleres donde las ideas cobran un poderoso vuelo; en donde se rinde culto a la paz y concordia del género humano; en donde el hombre solo se prosterna ante la ciencia y sabiduría del inefable Gran Arquitecto del Universo; en donde la unión más pura santifica a todos los seres, no se ha oído, ni se oirá jamás, una palabra sobre política ni sobre religión. Para el masón los hombres son todos hermanos, el mundo es la patria común, y las creencias particulares tesoro valiosísimo que cada cual guarda en lo más íntimo del corazón al penetrar en el sagrado recinto.

La imponderable influencia que la masonería ejerce en el gobierno de los pueblos libres, se debe a sus principios de moralidad, a la ilustración de sus miembros, a la exquisita prudencia con que reviste todos sus actos. Dentro de su amor no cabe el egoísmo: dentro de su abnegación no puede caber la ambición.

Al proponerse educar al hombre se ha dirigido a su inteligencia, a su corazón y a su conciencia, después se ha elevado a su Espíritu y lo ha perfeccionado obligándolo a que se despoje de las materialidades groseras de la forma, y lo ha envuelto en el purísimo ropaje del sentimiento.

El masón que comprende, que siente y lleva a la práctica los principios de su institución, puede asegurarse que vive más en la vida de lo infinito que en ésta, asiento de todo lo material y deleznable, concordato de veleidosas imposturas, de crímenes y desórdenes.

Bajo el punto de vista que hemos bosquejado, se comprenderán fácilmente los inmensos beneficios que la masonería ha proporcionado al mundo. En primer lugar ha redimido al hombre del fanatismo; pues, aunque las escuelas racionalistas, positivistas y materialistas han tenido por ideal esa cuestión importante, y sin cuya realización imposible hubiera sido la civilización de los pueblos, esas escuelas sólo han seguido la estela o el desenvolvimiento que la masonería había impreso de antemano a esa cuestión.

El profano, al penetrar por las puertas del Templo, siente desde los primeros instantes algo que se escapa a su sensación, y vislumbra en medio de la oscuridad de la noche que lo rodea, algo también que se asemeja a la dudosa claridad de la aurora de un nuevo día.

El pensamiento acostumbrado a la inacción, a no ver en los templos religiosos más que los móviles de una ambición desmedida, de una vanidad fastuosa, queda al penetrar en las Logias bastante sorprendido. Esperaba encontrar allí la continuación de otro sistema religioso igual a los demás, con alguna que otra variante; pero al detenerse y observar, sus ideas cambian, cada símbolo le produce una extraña emoción. Al ídolo de piedra ha sustituido un objeto de ciencia; al creyente compungido y extático ha sucedido el hombre lleno de formalidad que, atento a su conciencia, medita la profundidad de ese algo incognoscible que tan sólo se presiente en las interioridades del alma, cuando ésta, empujada por las fuerzas de la ciencia y de la filosofía, se remonta en alas de las ideas al mundo exterior.


Desde ese instante el error que le dio culto al fanatismo, pierde todo su interés; el culto idolátrico ya no habla a los sentidos; hay otra cosa más grande que nos interesa más, el horizonte de nuestra vida se extiende más allá de los cielos que absortos contemplábamos en los días de nuestra infancia, el corazón siente nuevas esperanzas: en una palabra, el hombre viejo que penetró por aquella puerta, hastiado de sí mismo, con el corazón vacío de toda fe, sale del sagrado recinto con la frente erguida, y nuevas ideas acariciando su corazón, lo hacen revivir. Desde ese momento sus sentimientos se ennoblecen; ama a su semejante porque necesita del amor de los demás, ampara al huérfano y a la viuda, no con la mezquina y estrecha idea de hacer un servicio a Dios, sino porque comprende su deber y se apresura a cumplirlo, se ejercita en la caridad sin esperar de ella la salvación de su alma, porque su alma es inmortal y sobrevivirá al cuerpo obedeciendo a las leyes sapientísimas del Creador; se aleja de los vicios y guarda la Ley para no subordinar su libertad al juicio de la Justicia; respeta y acata la voluntad del Gobierno bajo cuyo amparo vive, porque considera que el orden y la paz son la mejor garantía para el ciudadano; y que cuando se tuercen, el desequilibrio social perjudica los intereses particulares de cada uno de sus miembros, y todo sin resultado alguno de importancia trascendental, porque, cuando una Nación ha de cambiar de ideas, cuando tiene que salir del ostracismo, las corrientes del progreso se le imponen, y entonces sin necesidad de trastornos lamentables, se ve surgir lo necesario de la misma fuerza de la necesidad.

En la sociedad lo mismo que en las leyes a que está sometido el engranage sublime del Universo, los cambios bruscos, lejos de producir un bien, dan por resultado daños inmensos.

En la naturaleza todo se sucede con dulce y plácida armonía, así también en la sociedad. Quizás la impaciencia del hombre a veces precipita los acontecimientos, pero esas precipitaciones no siempre producen resultados felices.

El árbol madura el fruto a su tiempo. La flor en capullo que se troncha, queda cerrada sin belleza y sin perfume.

Las consideraciones antes expuestas las hace el masón que ha comprendido la grandeza de la doctrina filosófica que su institución predica, y las lleva al terreno de la práctica, porque en medio del simbolismo de que se halla rodeado toca de cerca la verdad de las cosas; su Espíritu percibe clara y distintamente la realidad de lo bueno y desechando escrupulosamente las prematuras ilusiones de esa felicidad que, como nube de verano, se asoma de instante a instante en los horizontes de nuestra vida, volviéndose a ocultar en los abismos insondables del destino, sin haber servido más que para estimular nuestra mal entendida impaciencia.

Así es como la masonería desde los primeros tiempos enseñó al hombre a medir sus esfuerzos, a encaminar sus pasos por, el sendero del bien y a regular sus operaciones.

Con exquisita prudencia hizo del hombre un espíritu práctico; combatió su ignorancia y sus errores, y lo puso en condición de poder ser completamente libre aún en medio de la misma esclavitud.

Estos señalados servicios ofreció al mundo, el mundo los aceptó, y de su bondad, constancia y sabiduría los espera aún mayores.



 

martes, 10 de abril de 2018

DOGMA Y RELIGIONES EN LA MASONERÍA


Las inclinaciones buenas o malas del hombre no nacen de su estructura material o de sus órganos más o menos desarrollados; vienen del medio ambiente social qua lo rodea, de las ideas que lo circundan al nacer, de las doctrinas que aprende apenas su razón comienza a formarse, de la sociedad que lo acoge en su seno y le señala el sendero que tiene que atravesar durante el período de su existencia.
 
De aquí la razón por que todos los principios religiosos, desde los vastos y extensos dogmas de la religión Brahamánica, a la que con razón puede llamarse cuna de todas las religiones conocidas, hasta el Deísmo más avanzado de nuestra época, sean el dogal de hierro que oprime la conciencia privándola del libre albedrío o ejercicio de sus facultades, pues debemos considerar que desde el mismo instante en que nacemos hasta aquel en que dejamos nuestra envoltura carnal para volver al mundo de los Espíritus, nuestra verdadera patria, las religiones esclavizan al hombre de tal manera con la infalibilidad del dogma, que lo convierten en un siervo sumiso a la voluntad, no ya de la fuerza y del poder, sino de lo que es peor aún, de los errores y abusos que llevan en sí las fórmulas y exterioridades de un culto, cuyo principal objeto es oponerse tenazmente al paso de la civilización que ennoblece al ser humano, ensanchando con su hermosa luz el espacio inexplorado de su inteligencia, y aumentado el tesoro valioso de sus sentimientos.

Las tendencias de la humana naturaleza, aún en su primitivo desarrollo, han sido siempre obtener en la mayor suma de placeres, la cantidad nominal de sus satisfacciones por los medios menos costosos. De aquí que la intemperancia haya sido en todas ocasiones la norma de la conducta del hombre abandonado a sí mismo  y en su consecuencia, las religiones aprovechándose de ésta deplorable debilidad, y si se quiere, de este refinado egoísmo, han exaltado poco a poco el sentimiento por medios de manifestaciones aparatosas que han tomado el nombre de fe eligiosa, cuando solo era un medio a propósito para cubrir las apariencias del escándalo que, ora levantaba un cisma, ora hacía estallar una guerra horrible y cruel entre dos naciones amigas, bien sacrificaba víctimas en las hogueras en honor del prestigio religioso, o bien sembraba el desaliento y los temores en una fracción política.
 
Entonces el misticismo ideal entonaba los divinos salmos, mientras que las miradas concupiscentes, la sonrisa de los apetitos desordenados, la expresión de una ambición desmedida, estallaban como aplausos infernales en torno de la mentira y de la más pérfida y horrible hipocresía. Para lograr estos fines nada más apropósito que el dogma; El dogma es a las religiones lo que la luz solar es a los planetas; las conmueve, las vivifica, les infunde aliento. Ninguna religión positiva puede subsistir sin ellos, porque ellos son la piedra angular donde descansa el edificio de la fe y esta es, a mi manera de ver, el colmo de la ignorancia, los confines del error.

La religión tiene su origen en la revelación y en la tradición; así lo explican los Teólogos más ilustres del catolicismo Romano. Lo primero es dudoso; lo segundo es absurdo.

Si la religión tiene su origen en la revelación, el origen de toda revelación ha de ser divino: Si es divino, viene inmediatamente de un poder infinitamente sabio y ordenador.

Esa fuerza solo puede residir en una causa anterior y superior al hombre y al Espíritu del hombre; por lo tanto los hermosos versículos del Manú código de la doctrina Brahmánica; los no menos inspirados, del Corán de Mahoma; los textos todos de las mil religiones que se han extendido por el mundo, asegurando ser las depositarías de las verdades eternas, por consecuencia de la revelación divina que ha levantado en cada una de ellas el espíritu y doctrina porque habían de regirse, tienen que reconocerse como inspirados por esa causa Omnipotente que llamamos Dios; luego, si nuestra civilización descubre en esas revelaciones, contradicción, error, sofisma, torpezas, crímenes monstruosos, mentira y engaño, debemos forzosamente convenir, que todo eso viene directamente de su infinita sabiduría, lo cual sería llegar al colmo de la insensatez o al completo extravío de la razón humana, porque observando minuciosamente desde la más ínfima basta la mas grande de las obras de la naturaleza, nadie ha encontrado jamás en ninguna de ellas la más pequeña contradicción.


 
Y no se nos argulla que el criterio de los hombres es insuficiente para juzgar el sentido alegórico de algunas de esas revelaciones, porque sobre el criterio de los hombres está la ciencia que no puede engañarse, y a quien nadie puede rechazar por ser verdad absoluta, única, indestructible, que se desprende del conjunto de los efectos de una causa cualquiera.

Además: ¿Acaso no han sido hombres los que se han tomado el trabajo de interpretar esas mismas revelaciones, dándoles el carácter que les ha parecido conveniente o necesario para el logro de ultérimos fines?

Si por el contrario buscamos su origen en la tradición y hemos de creer en ésta por ser ella la opinión de testigos oculares, desapasionados y sin interés, que dieron noticia de lo que habían presenciado por admiración y convencimiento, inclinémonos ante los proféticos oráculos de la antigüedad qué predijeron multitud de hechos, y qué, según la tradición afirma por boca de la historia religiosa, se confirmaron felizmente en honor de los hechos mismos.

Reverenciemos también a los dioses de la Mitología pagana, pues fueron la causa inmediata que dio origen al esplendoroso foco de civilización que hoy nos envuelve; dioses que fundando su imperio en la bóveda estrellada, hicieron que los hombres descubrieran las grandiosas leyes de la Astronomía, y el ojo potente del telescopio hallase en el pudoroso seno de la hermosa Diana, colosales montañas, mares inmensos y áridos desiertos, mudos y elocuentes testigos de nuestra ignorancia y desaciertos.

Los fundamentos, pues, en que descansa la fe religiosa, y de donde se deriva el andamiaje inmenso y tétrico del dogma, cruje horriblemente amenazando desplomarse cada vez que la conciencia humana, dueña de sí misma, se niega a admitir los hechos no probados, las afirmaciones no sancionadas por la razón y la lógica. Y no puede ser de otra manera.

La humanidad pasó de la inocencia del niño a la fogosidad de la juventud; la contradicción y la mentira fueron las institutrices que formaron y dirigieron sus sentimientos. Llegó a la edad adulta, miró en derredor, y sólo encontró a su lado fantasmas y sombras: Quiso llegarse al fantasma que le inspiraba serios recelos, y al acercarse lo vio desvanecerse en los abismos; tocó la sombra y esta proyecto sobre ella un torrente de luz que la anonadó. Su ignorancia se tornó al punto en desesperación, y . . . dudó de todo.

El error tiene por consecuencia la duda, y la duda es la desesperación, es el cansancio del alma.

Los dogmas religiosos conducen al ser humano a la negación absoluta de toda justicia racional, de toda sabiduría infinita, de toda bondad divina.

Una conciencia libre vive la vida de la verdad; el horizonte de su razón no lo empañan jamás los celajes brumosos de la tarde; el sol que ilumina el día de su existencia permanece en medio del zenit radiante, puro, hermoso.

Si esa conciencia (lo que es imposible) abandona su libertad para encerrarse en el círculo de hierro que el dogma forja, replegase en sí misma, el sol que le daba vida se precipita velozmente al ocaso; aparece en tomo de ella la tarde en su postrimera hora, preñada de negras nubes, y oscureciéndose cada vez más, llega la noche con todo su séquito de horrores y calamidades, desde el nefando crimen del parricidio, hasta ese otro deforme y monstruoso por el cual una mujer ahogando en el interior de su conciencia el sentimiento inmaculado del más purísimo de los amores, se torna en espantosa fiera que devora el fruto de sus entrañas, y se queda luego oculta a los ojos de la vindicta pública, tras la doble reja del tenebroso claustro, a fin de no escandalizar la piadosa fe del contrito creyente que, de rodillas y con lo cabeza inclinada sobre el pecho, presta atento oído al concierto delicado y dulcísimo del celestial coro de vírgenes sin mancilla, que entonan con voz quejumbrosa y doliente el Vénite Creator.

Después que el dogma embota el sentimiento de toda bondad, del amor y de la caridad, destruyendo como consecuencia forzosa, el principio de toda justicia en la conciencia del ser humano, el corazón queda estéril de toda emoción; sus latidos semejan apenas el tic-tac automático del péndulo del reloj; el horario que marcaba las horas plácidas y serenas de su existencia, se pierde para siempre, abriéndose a su lado un abismo de oscuridad glacial que lo hiela hasta dejarlo insensible.

El hombre sujeto al dogma de ese modo y exaltado por la fe, se lanza en el abismo con el vértigo de la fiebre; entonces a esa locura del alma se le llama fanatismo, y el ser humano queda hábil para todos los crímenes; inútil para ningún bien, porque el dogma es la doctrina de las concupiscencias.

Para las religiones positivas la verdad es sancionada por la experiencia de los hechos, de los sucesivos acontecimientos, de la manifestación real de las cosas tales como son en sí mismas, la exposición de esa misma verdad ajustada al compás y a la escuadra de la ciencia que no puede engañarse ni mentir, y que al manifestarse al hombre quiere la perfección de éste, moral y materialmente, por el conocimiento íntimo del origen do las cosas; para esas religiones, repetimos, ese examen de donde dimana tanta luz para el género humano, no es un error venal que ellas se decidirán a perdonar fácilmente, no; todo eso es un crimen a sus ojos, y los crímenes en materia religiosa no tienen ni pueden tener perdón, porque las inteligencias que abortaron el dogma son infalibles, y dudar del principio por ellas establecido, es una ofensa incalificable, que para castigarla se ha ocurrido en todos los tiempos a la barbarie más refinada, a la crueldad más inaudita.

Lo que mejor prueba las conclusiones de la verdad que exponemos a la consideración del lector, son las innumerables víctimas sacrificadas por la fe religiosa en aras del dogma; los cruentos sacrificios impuestos al género humano para sostener los principios donde descansan las fórmulas y exterioridades de un culto inexplicable, dentro de cuyas mallas las almas permanecen estacionadas, confiando a un destino fatal sus esperanzas y sus temores, porque para el creyente la fe es el escudo de su salvaguardia; con la fe el mal será desterrado de la tierra y la prosperidad y el bien se levantarán en todas partes, olvidando desgraciadamente que no siempre por la fe se han trasportado las grandes montañas de la ignorancia y de los errores del hombre; que solamente el trabajo no interrumpido es el que ha echado los sólidos cimientos de la civilización; que el progreso de la humanidad no ha sido jamás obra de la devoción ni de las exterioridades religiosas, sino la consecuencia natural y lógica de los acontecimientos que han forzado al hombre a demoler y reconstruir a la vez; y que para alcanzar los grandes beneficios que hoy la humanidad disfruta, ha tenido que oponerse abiertamente, a las intemperancias del fervor religioso, que siempre ha servido de obstáculo con escandalosa tenacidad, a las conquistas del humano saber; que siempre ha contrariado, sin cuidarse de los medios por bárbaros que fuesen, esas revoluciones operadas santa y pacíficamente en la mesa del geómetra, en el laboratorio del físico y del químico, en el santuario bendito de la escuela y de la cátedra.

Y mientras que la Teología encerraba al espíritu humano en las estrechas mallas del dogma, regulando todas sus acciones a un sistema, que más que sistema era un dogal insoportable que ahogaba no tan solo la respiración del individuo, sino también de toda la sociedad, la Masonería, levantándose de la tenebrosa noche de los tiempos prehistóricos, avanzaba en su grandiosa obra de regeneración individual y social, introduciendo sus grandes conocimientos; conocimientos que eran por decirlo así en aquellas épocas, el substractum o quinta esencia del saber en unos pueblos humillados inicuamente por la espada del más feroz despotismo, las concupiscencias del fanatismo más degradante, y el vergonzoso privilegio de las castas.

Ella principia su obra restableciendo los dogmas santos de la justicia en el seno de una sociedad ingrata a consecuencia de su ignorancia. El obrero, ese ser valiente y generoso que sólo se rinde en la lucha del trabajo al cansancio y a la fatiga del cuerpo; ese ser para quien parece haber sido creado exclusivamente el fantasma de la adversidad, no obstante que es el productor asiduo para todos, menos para él, porque el pan que devora está tasado y tasadas están las horas de su reposo y de sus expansiones, llegando a tal extremo ese género de tasa, que la existencia llega a serle insoportable, concluyendo al fin por tener que abandonar su desdichada familia, y acabar sus días en el triste lecho de un asilo de caridad, olvidado de todos aquellos por quienes se sacrificó; ese obrero, repetimos, fue el primero en sentir los beneficios de esa institución salvadora y justiciera, pues, congregándolos, uniéndolos con el indisoluble lazo de la fraternidad, hubo de regenerarlos ilustrando sus inteligencias, moralizando sus costumbres y ofreciéndoles en cambio del grosero fanatismo que habían heredado de sus antepasados, la religión del sentimiento y del deber, el amaos tinos a otros como si fuerais uno sólo.

Desde ese momento el genio de la libertad comienza a agitar la antorcha que debe servir de faro para la emancipación de los pueblos. La justicia, el amor y la caridad se colocan en sus respectivos puestos, presidiendo el augusto Tribunal de la redención humana. ¡El progreso y la civilización se ponen en marcha! ¿quién podrá impedir el ímpetu de su carrera?

Desde ese día los déspotas inclinan sus cabezas y bajan sus espadas, y en lo alto se oye la voz precursora de toda redención, del G.·. A.·. D.·. U.·.



 

lunes, 9 de abril de 2018

AL APRENDIZ MASÓN: ¿QUÉ ES LA MASONERÍA?


Q.·. H.·. recientemente iniciado:

Acabáis de recibir la luz, es decir, de nacer a la vida masónica, y de ser iniciado en nuestros misterios.

 
Apenas podéis imitar nuestros signos de reconocimiento, balbucear la palabra sagrada, y ni tenéis una idea de nuestros dogmas, y ya vuestra imaginación se impacienta, y se lanza en la senda de las hipótesis: vuestro corazón, quisiera sentir, vuestra inteligencia quisiera, comprender lo que nuestra institución promete a aquellos que el amor al bien y el deseo de ser útil a la humanidad conduce hacia nosotros.
 
Ya sois h.·. masón, y me preguntáis todavía lo que es la francmasonería; nuestros símbolos están expuestos a vuestros ojos, y no los comprendéis; en fin, si el objeto que nos proponemos os es desconocido, ignoráis como podremos llegar a alcanzarlo.


 
¿Qué son los francmasones? ¿De dónde vienen? ¿A dónde van? Tales son las preguntas que surcan en este momento por vuestra mente, y de las cuales voy a ocuparme en responder, si queréis prestarme vuestra atención.

No vayáis a creer, sin embargo, que os descubriré enteramente nuestros misterios, pues os engañaríais; en primer lugar, no podemos revelarlos todos en el primer grado porque la instrucción masónica se completa en las gradas que el iniciado debe todavía subir después de éste; en segundo lugar, procedemos generalmente del mismo modo que los filósofos; preparamos, alumbrando tanto como nos es posible los alrededores, y en seguida dejamos a los iniciados seguir libremente su camino, persuadidos de que la prudencia, la circunspección y el discernimiento los guiarán a través de tantos obstáculos y dificultades con que dicha senda está sembrada.
 
La denominación de Francmasón indica a la vez un carácter, el de libertad y verdad, y un deber, el de trabajo e instrucción. Los tres grados que forman la masonería simbólica están muy lejos de ser jerárquicos, como lo creen en el mundo profano puesto que no tienen otro objeto sino el de señalar alegóricamente las tres edades del hermano masón, o sea las tres épocas de su educación, observando de este modo la ley natural a la cual obedecen todos los seres.
 
Por el solo hecho de haberos incorporado a nuestra Sociedad, habéis contraído numerosas obligaciones, porque, entre nosotros, no hay ni un solo derecho adquirido como masón, que no sea el objeto serio de un deber.
 
Nosotros respetamos los derechos del hombre, pero hacemos todavía más caso de los deberes a que ellos se obligan. Esta reciprocidad de derechos y deberes mutuos constituye el lazo indisoluble que une a los francmasones entre sí; lazo que podéis ver figurar emblemáticamente alrededor del frisado de nuestros templos, y que á menudo veréis formarse simbólicamente entre todos los HH.·. presentes al terminar nuestros trabajos, bajo la denominación de la cadena de unión.
 


La masonería, lo mismo que todas las corporaciones, bien constituidas, tiene una organización que le es propia, su administración y sus leyes. Un Francmasón para ser lo que llamamos regular, debe formar partea de una Logia, asistir a sus trabajos, instruirse, y contribuir tanto a sostenerla como a los actos de beneficencia que en ella se practiquen; en el caso contrario, es un masón ocioso e inactivo, que nosotros llamamos sin oriente.

Una Logia para trabajar regularmente debe estar constituida por un poder masónico reconocido, y obedecer sus leyes, y sus decretos. Los hermanos masones, como hombres de orden y de paz, dan por este medio, la prueba del respeto que ellos profesan a la autoridad de los poderes legítimos, así como el ejemplo de obediencia a la ley.

Para daros una idea completa de las comunicaciones establecidas entre las diferentes Logias masónicas del mundo, me será suficiente deciros, que todas en conjunto no forman más sino una sola y misma corporación en asociación universal, de la que, los GG.·. OO.·. Sup.·. Cons.·.  o sea, GG.·. LL.·.  en cada país, son como los centros públicos, alrededor de los cuales ellas se mueven con todas sus fuerzas y libertad, llevadas todas juntas en obediencia, como los cuerpos celestes siguen una sola y misma ley. Admirable organización que un día podrá dotar a la humanidad del sistema uniforme y regenerador de todos los filósofos y legisladores que han soñado por la dicha de los pueblos.
 
¿Qué es la masonería?, me preguntaréis Q.·. H.·. como si una simple definición pudiera satisfacer la ansiedad de vuestros deseos.

Yo os responderé con una sola frase a esa pregunta, con la frase de Platón, diciéndoos que la masonería es el amor, si no hubieran hecho un abuso, que no nos permite emplear el sentido pura que el divino filósofo le dio; pero para fijar mejor vuestras ideas sobre este asunto, yo me limitaré a exponeros en pocas palabras los tres aspectos principales que ella presenta, sin afectar el carácter especial de cada uno de ellos separadamente, así pues: la masonería no es una religión, y ella requiere sin embargo los sentimientos religiosos o de veneración; la masonería no es una escuela filosófica, en el sentido absoluto de la expresión, y sin embargo sus adeptos buscan las lecciones mas admirables de moral y de filosofía; la masonería no es tampoco una sociedad de socorros mutuos, puesto que nadie puede pretender ni exigir vivir de ella o a su costa; sin embargo la beneficencia es uno de los objetos que llama más nuestra atención, y cuya práctica merece toda nuestra preferencia.

No tenemos solamente por objeto aliviar a los desgraciados, sino que también tenemos el de instruir y despejar a los hombres, para que profesen una moral simple y pura, libre de toda preocupación, libre de todo fanatismo, y proclamando la unión de los pueblos y la fraternidad de los hombres.
 
La masonería no es agresiva, ni exclusiva, ni implacable: es la verdadera Caridad; el objeto que ella tiene en mira no es jamás estrechado ni limitado a un solo hombre, a una familia, o a una clase privilegiada de la sociedad, ni aún tampoco a una nación, puesto que ella se dirige a la humanidad entera; su dogma es la fraternidad universal, y sus medios son la tolerancia, la beneficencia, la propagación de la instrucción, la enseñanza de la verdad y la práctica de las virtudes.
 
Los antiguos también, en sus misterios, tenían un objeto moral y humanitario; sus iniciaciones, tan injustamente calumniadas más tarde, han contribuido poderosamente a la organización de las sociedades y a la civilización de los pueblos: los primeros preceptos de higiene, de moral, de religión y de legislación, así como los primeros elementos de la agricultura, de las ciencias y de las artes fueron enseñados en los templos, y de allí se esparcieron en la sociedad; los iniciados han sido pues por este medio los primeros artesanos de la civilización del mundo.
 
Para completar vuestra instrucción masónica, voy a explicaros algunos de nuestros símbolos, lo que os hará comprender el espíritu de nuestra institución mejor que todo nuestro discurso.
 
Durante vuestra recepción, el Venerable os ha dicho que las pruebas y los viajes a que habéis sido sometido figuran las vicisitudes de la vida del hombre. Para los antiguos, el primer grado de la iniciación era el emblema de la primavera, o sea de todo lo que nace; en el orden moral este emblema simboliza a la niñez, época en donde la vida empieza a desarrollarse, todas las facultades del entendimiento principian a germinar y las fuerzas a ejercer. Esta explicación será suficiente para haceros comprender por qué habéis sido introducidos en la logia con los ojos vendados, medio desnudo, y acompañado de algunos H.·. H.·. experimentados, encargados de dirigir vuestros primeros pasos, y el porque revistiéndoos del mandil, el Venerable os ha dicho que era el primer vestido del masón, y que tenías tres años, edad de la niñez.
 
Siguiendo esta interpretación, la encontrareis todavía indicada por la primera educación que como aprendiz habéis recibido del maestro que os ha enseñado el medio de haceros comprender por signos, primera manifestación del entendimiento humano, y  enseguida el mecanismo del lenguaje con el medio de los elementos de la lectura, primer grado de nuestra inteligencia, y primer paso hacia el estudio y la instrucción.
 
No os sorprenderá cuando, leyendo nuestros reglamentos, veáis que los aprendices no pueden tomar la palabra en logia, pues vuestra edad no lo permite; no sabiendo todavía nada debéis esperar haber visto, observado y estudiado antes de poder tomar la iniciativa, y antes de aconsejar y dirigir.
 
En el momento de vuestra iniciación, vuestros ojos han sido heridos por los rayos de una luz brillante, y es porque desde ese instante el hombre ve la luz que existe verdaderamente; esta alegoría figura el paso de una vida a otra, y completa el símbolo de nuestra llegada al primer paso de la escala misteriosa.
 
Los antiguos dedicaban sus templos, bajo diferentes nombres, a la naturaleza, lo mismo que nuestras salas de reunión, que llamamos templos, presentan en su distribución y en sus ornamentos, la representación elocuente del universo, como indica todo cuanto en este recinto puede llamar vuestra atención: al Occidente se encuentra la puerta de entrada de la logia, al Oriente la representación del sol o sea la luz; a los dos lados laterales el Norte y el Sur, el cielo raso que sirve de techo está pintado de azul salpicado de estrellas como el cielo, y si las logias tienen la forma, de un cuadrilongo, así como los templos griegos y egipcios, es porque los antiguos daban o suponían esta misma forma a la tierra.

El circulo luminoso que veis brillar sobre el altar es el emblema venerado del Dios eterno, cuyo principio vivificante era representado entre los antiguos por un número de rayos iguales a los de los signos del zodiaco, o sea aquel de las esferas conocidas en esos tiempos, o bien solamente al de los planetas; es decir de 12, 9 0 7; ved ahí el porque habernos conservado esta sublime representación alegórica del Creador de los mundos.
 
Después de lo que ya os he dicho de nuestro origen, no os extrañareis al encontrar en nuestros templos las alegorías celestes, y sobre todo solares: el sistema religioso de los Asirios y Caldeos estaba basado sobre el curso y el paso de los astros; el de los egipcios, bajo los cálculos astronómicos; el de los fenicios y griegos, sobre los grandes secretos y las leyes de la naturaleza; y no solamente las divisiones del cielo, sino que también todas las constelaciones tuvieron su representación espléndida en los diferentes templos de la antigüedad; en fin, las bóvedas sagradas de las iglesias de los cristianos se veían todavía hace poco tiempo pintadas de azul y tachonadas de estrellas de oro. Imitando esos ejemplos, los Francmasones colocan también en sus templos las representaciones, los objetos más espléndidos de la creación, no para adorarlos como a los dioses, pero sí para tener presente en el espíritu las obras más admirables del Ser Supremo, llamado por Platón, como por los masones, el Obrero o el Arquitecto del mundo.
 
Esas manifestaciones de las más bellas obras de Dios y los fenómenos de la naturaleza se presentarán a vuestros ojos a cada paso en el recinto de nuestros templos. Por ejemplo, las tres luces principales que alumbran la logia son colocadas como ya lo habéis visto: al Oriente, al Occidente y al Sur, porque esos tres puntos del espacio son los que el sol parece seguir en su curso anual. Esos tres candeleros llevando cada uno tres luces, representan las nueve esferas de los antiguos, es decir, los siete planetas, el sol y el cielo de los fijos.

Bajo otro punto de vista, esos tres candeleros, representan también las tres columnas misteriosas que sostienen nuestro, templo, que llevan los nombres de Sabiduría, Fuerza y Hermosura, lo que significa que para ejecutar una obra perfecta es preciso: la sabiduría, ciencia para crear, la fuerza o la firmeza para dirigir, y la hermosura o el arte para adornar. Esas distinciones en todo clásicas del arte masónico recuerdan a la memoria los nombres de tres diosas que el poeta Hesiodo dio por mujeres al dios Júpiter: Metis, porque ella era la más Sabia, Temis, porque ella era la más Justa, y Eurínome, porque ella era la más Bella.
 
Las dos columnas que veis colocadas a la entrada del templo, representan aquellas que según la Biblia, formaban el pórtico del templo de Salomón; ellas recuerdan también a las columnas de Hércules, que figuraban, como ya sabéis, los últimos límites o el Non plus ultra y la marcha aparente del sol, con el cual ese héroe fue muchas veces comparado.
 
Los misterios de los antiguos comprenden también los cuatro elementos, y las pruebas físicas a que nosotros sometemos a los profanos, se relacionan igualmente. Los viajes simbólicos tenían y tienen todavía por objeto el establecer alegóricamente la identidad de las comunicaciones que existen entre el orden moral y el orden físico, según las leyes de la naturaleza.
 
Después de lo que antecede, debéis fácilmente concebir H.·. míos que la Francmasonería abraza a la vez diversos objetos importantes, tales como el origen de las fábulas, la historia de todas las religiones, la más pura filosofía, la relación de los fenómenos astronómicos y físicos de todas las épocas de la humanidad, la práctica de las ciencias exactas, la interpretación del gran libro de la naturaleza, y que su código se ha formado de todo aquello, en donde la moral era enseñada por los preceptos y máximas aceptadas de todos los pueblos civilizados. La masonería es, pues, una ciencia que para ser bien comprendida, exige muchos estudios de experiencia y de discernimiento.

La educación masónica presenta además tres fases distintas o sea progresivas, por las cuales, es verdad, todos los masones no pueden pasar, pero de las que todos pueden aprovechar, y que son : la iniciación o la revelación de los misterios, la práctica o el trabajo, la enseñanza o el sacerdocio. Los diferentes grados de los antiguos misterios se establecerán sobre esas mismas bases ó divisiones.
 
Me queda poca cosa que añadir para terminar la interpretación de los símbolos que debemos llevar a vuestro conocimiento.
 
Habéis bebido la copa de la amargura, es una práctica que nos viene de los misterios de Eulisis; en el momento en que el neófito la bebía, el Hierofanto le dirigía estas propias palabras:

"Que esta agua sirva  de Lethé (quiere decir, de olvido) a las falsas máximas que hayáis podido oír de la boca de los profanos, y del brebaje de Mnemosyne (quiere decir, de memoria) para las lecciones de sabiduría que os serán enseñadas."
 
Tres alhajas figuran en el grado de Aprendiz y sirven de adorno a los tres H.·. H.·. que están encargados de la dirección de la logia, esas alhajas son la escuadra, el nivel y la perpendicular. El objeto característico de esas tres alhajas indican suficientemente cual es el espíritu que debe presidir a nuestros trabajos, sin que por el momento sea necesario explicar más extensamente su sentido.
 
En fin, tres hermanos dirigen una logia, tres golpes designan el mando, tres cuestiones forman toda la doctrina moral del masón, tres pasos componen su marcha, tres años su edad, y tres grados comprende toda la masonería simbólica. Esta observación del número tres, tan célebre en la antigüedad y que ha caracterizado particularmente vuestro grado, forma uno de los tipos misteriosos cuyas numerosas combinaciones os serán comunicadas más tarde.
 
Habéis prestado un juramento que os liga para siempre a la francmasonería; es muy sagrado, y antiguamente las penas más terribles se imponían a los adeptos perjuros. Las fábulas de Prometeo y de Tántalo no tienen otra significación.  Edipo perdió la vista por haber divulgado el enigma del Fénix. Y Alcíbiades fue desterrado y entregado a las furias por haber revelado los misterios de Ceres.
 
Entre los discípulos de Pitágoras, si algunos de ellos perjuraban o se separaban de la sociedad olvidando sus preceptos y sus leyes, se limitaban a hacerles los funerales como si estuviesen muertos, y prohibían el nunca jamás pronunciar entre ellos el nombre del perjuro. Los hermanos masones guardan igualmente el más grande secreto sobre todo lo que pase en sus reuniones, y deben ser fieles a su juramento.
 
Y a veis, por lo que acabo de exponeros, que todo en la masonería tiene su explicación, y que nuestros símbolos y nuestras prácticas no son misterios más que para aquellos que no trabajan por conocerlos y profundizarlos. No me es permitido levantar enteramente el velo que cubre todavía para vos una parte de nuestros emblemas, pero trabajando y estudiando alcanzareis muy pronto merecer que los maestros os comuniquen todos sus conocimientos así como los secretos del arte que ellos profesan. Acordaos que Pitágoras sometía a sus discípulos a cinco años de silencio y de estudio, y que las pruebas éntrelos antiguos eran tan terribles, que varios iniciados, como el mismo Orfeo, no pudieron soportarlas hasta el fin. Fue probablemente por este motivo el que Virgilio dijera en el canto séptimo de la Eneida "que es muy fácil descender al abismo del Averno, pero que para llegar a salir de ese lugar formidable, y poder subir después hasta las regiones de la luz, era preciso un esfuerzo supremo de parte de un mortal".
 
Hoy en día es bien diferente, porque las pruebas de la iniciación son puramente filosóficas, morales y simbólicas, en vista de que la instrucción está más esparcida y los hombres son más inteligentes; pero tenemos sin embargo, ciertas reglas, a las que los nuevos iniciados deben someterse, y antes de pasar a un grado superior el aprendiz está entregado a cinco meses de estudio, de observación y de trabajo.
 
En resumen, creo haberos demostrado que nuestra dogma es la fraternidad universal vivificada por la caridad, esto sólo os hará comprender porque las discusiones políticas y religiosas están prohibidas entre nosotros; no vayáis a creer sin embargo que esta prohibición sea debida a una longanimidad pueril, o al temor, o a una indiferencia razonada, esto sería un error, puesto que ella es solamente debida a la sabiduría y buen sentido de nuestros maestros que, privando nuestras reuniones y nuestras relaciones de esos dos grandes motivos de discordia y de división entre, los hombres, nos han abierto y preparado de este modo el camino de la paz y de la verdad.

En efecto la masonería, como institución filosófica, y universal, es de todos los países, pues ella tiene buenos y fieles adeptos en todas partes, como en todas las religiones y en todos los partidos políticos; también la masonería rechaza todas las ideas que tiendan a minorar o a  limitar su influencia, localizándola en las barreras estrechas de cualquier nacionalidad, o bien reduciéndola, en un círculo circunscripto de una secta o de un partido.

Resulta que los preceptos de moral y de filosofía adoptados por los hermanos masones, procedente de todo lo que es bueno, justo y santo en todas las religiones, sin preguntarse de donde vienen: sea ya de Moisés, Jesucristo, San Juan, San Pablo, San Jerónimo, o San Agustín, o ya sean, de Buda, Zoroastro, Confucio, Platón, Aristóteles o Cicerón, de modo que sin adoptar ni rechazar a ninguna de las religiones existentes, los hermanos masones, las respetan y las admiten todas, limitándose a reconocer, como doctrina  dogmática la inmortalidad del alma, la existencia de un Dios único y eterno, a quien todos veneramos bajo la denominación más filosófica, y es la del G.·. A.·. D.·., es decir autor y creador de todas las cosas.
 
En fin, los verdaderos masones se guían por la luz de las antorchas que alumbran, pero no por aquellas que incendian, por más que nuestros detractores nos calumnien con lo contrario, olvidándose, sin duda, de los crímenes cometidos por esa Inquisición en nombre de un Dios de paz, de bondad y de caridad; los masones fabrican, pero no destruyen.
 
En consecuencia, hermano mío, lo que distingue a un Francmasón es la tolerancia, tanto en religión como en política, así como un verdadero espíritu de conciliación en todas las relaciones de la vida social.
 
Ya os he hablado de la caridad, y sabéis muy bien que la tolerancia, la paciencia y el espíritu de conciliación son las cualidades esenciales de esta virtud.
 
En fin, como el gran orador romano puedo deciros que trabajamos con un ardor incomparable para propagar la religión conforme a las leyes de la naturaleza, y hasta arrancar las últimas raíces de la superstición, de esa superstición que nos amenaza, nos atormenta y nos mortifica, en cualquier parte que nos encontremos. Pero yo deseo en esto que me comprendáis bien; destruir la superstición, no es destruir la religión.
 
Añadiré todavía con el mismo autor que era iniciado: "el carácter propio de la masonería es no cortar las cuestiones, probar lo que les parezca verosímil, comparar los sistemas, exponer lo que se puede decir en favor de cada opinión, y sin interponer su autoridad, dejar a los auditores una entera libertad de juzgar, siendo fieles a este uso que Sócrates nos ha trasmitido, y con el cual buscaremos siempre la mayor conformidad."
 
Los signos y palabras que os han sido comunicados son suficientes para haceros reconocer como hermano por todos los masones de la tierra. En las capitales más populosas, como en los desiertos y mares, en las iglesias como en las sinagogas, y en los templos de Brahama, en las repúblicas más liberales, como en los imperios más despóticos, en las cosas más pobres como en los palacios de los reyes, por todas partes esos simples signos os preparan una recepción cordial, y os ponen en relación con un amigo, un defensor y un protector; a cada instante ellos os procuran una nueva familia y otra patria, porque no hay extranjeros para los H.·.
 
He concluido mi muy Q.·. H.·. y si he podido lograr en este corto bosquejo, haceros conocer y apreciar nuestra institución, mis deseos están satisfechos y llena mi misión. Estudiad, trabajad, y vos la conoceréis y la apreciaréis mejor todavía; pero recordad siempre que nuestra divisa es Igualdad, libertad y fraternidad, y sabed que nuestro principal secreto consiste en la práctica de esta antigua máxima de los sabios:
 
AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS.


 

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