domingo, 12 de junio de 2016

EL SIMBOLISMO DEL SOL


Teogónicamente expresa el momento de máxima actividad heroica en la transmisión y sucesión de poderes que se verifica a través de las generaciones de deidades. Así, tras Urano, Saturno y Júpiter, aparece Helio Apolo.
 
En alguna ocasión, surge el Sol como sucesor directo e hijo del dios del cielo. Señala Krappe que hereda uno de los atributos más importantes y morales de ese dios que lo ve todo y, en consecuencia, lo sabe todo.
 
En la India, Sürya es el ojo de Varuna; en Persia, el de Ahura Mazda; en Grecia, Helio es el ojo de Zeus (como Urano). En Egipto es el ojo de Ra’. En el islam es el ojo de Allah. Con su carácter «juvenil» y filial dominante, el Sol queda asimilado al héroe, por oposición al padre, que es el cielo, aunque a veces se identifique con él. Por ello, el arma del cielo es la red (estelar), el poder de ligar; y el arma del héroe es la espada (asimilada al fuego). También por esta causa los héroes son exaltados al rango solar e incluso identificados con el Sol. En un período determinado de la historia, y en un nivel cultural dado, el culto solar es el dominante si no el exclusivo.
 
Mircea Eliade, sin embargo, señala que Frazer ha hecho notar la inconsistencia de los elementos solares en la sacralidad de Africa, Australia, Oceanía en general, América del Norte y del Sur.
 
El culto solar sólo alcanzó desarrollo, en el Nuevo Continente, en México y Perú, que precisamente fueron los dos centros más avanzados.
 
Deduce de ello el autor citado, que siendo éstos los únicos países de la América precolombina que lograron una auténtica organización política, pudiera establecerse una concordancia entre la supremacía de los cultos solares y las formas «históricas» de existir humano. No podemos olvidar que Roma, el máximo poder político de la Antigüedad y la creadora del sentido de la historia, entronizó la hierofanía solar, que en el Imperio dominó netamente a veces en íntima relación con Mitra. Una fuerza heroica y generosa, creadora y dirigente, este es el núcleo del simbolismo solar, que puede llegar a constituir una religión completa por sí misma, como lo prueba la «herejía» de Akhenatón, en la XVIII dinastía egipcia, y cuyos himnos al Sol son, aparte de su valor lírico profundo, teorías de la actividad benefactora del astro rey. El Sol en el horizonte era ya definido por los egipcios del Imperio Antiguo como «brillo, esplendor». También relacionaron, con hondísimo sentido de la analogía, la ocultación diaria del Sol con el solsticio de invierno.
 
De otro lado, era forzoso que la imaginación primitiva y astrobiológica estableciera una relación entre el Sol y la Luna, similar a la existente entre el cielo y la tierra. Sabido es que, para la inmensa mayoría de pueblos, el cielo es símbolo del principio activo (asimilado al sexo masculino y al espíritu), mientras la tierra simboliza el principio pasivo (femenino y materia); sin embargo, en alguna ocasión aparece invertida la identificación.
 
Lo mismo acontece con el Sol y la Luna. El apasionamiento, por así decirlo, solar; su carácter heroico y llameante habían de situarlo en clara correspondencia con el principio activo; mientras que la pálida y delicada condición de la luz lunar y su relación con las aguas (y el ritmo de la mujer) habían de designarla en el grupo femenino. Tampoco estas correspondencias son constantes, pero el hecho de que existan excepciones no invalida la esencial disposición acertada. Físicamente incluso, la Luna no hace sino desempeñar el papel pasivo de reflejar la luz que el Sol en su actividad le envía.
 
Muchas tribus primitivas consideran que los ojos del cielo son el Sol y la Luna, situados a ambos lados del «eje del mundo» y hay dibujos prehistóricos y grabados que pueden ser interpretados de este modo. Mircea Eliade dice que, para pigmeos y bosquimanos, el sol es el ojo del dios supremo.
 
Los samoyedos ven en el Sol y la Luna los ojos del cielo; el primero es el ojo bueno, el segundo es el ojo malo (se advierte aquí ya, inequívoca, la ampliación del dualismo por integración de la polaridad moral). Refuerza el carácter invicto del Sol una creencia. Mientras la Luna, para llegar a su ocultación mensual de tres días, precisa sufrir un despedazamiento (menguante), el Sol no necesita morir para bajar a los infiernos; puede llegar al océano o al lago de las aguas inferiores y atravesarlos sin disolverse. Por esto, la muerte del Sol implica necesariamente la idea de su resurrección y llega incluso a no ser concebida como muerte verdadera. Por esto también, el culto a los antepasados se liga al solar, para asegurarles una protección y un símbolo salvador.
 
Los monumentos megalíticos dependen de la asociación de ambos cultos. Así, la determinación más amplia y valedera dictamina que el Sol es el reducto cósmico de la fuerza masculina, y la Luna de la femenina. Esto implica que las facultades activas (reflexión, juicio y voluntad) son solares, mientras las pasivas (imaginación, sentimiento, percepción) son femeninas, quedando acaso la intuición en cierta androginia. Las principales correspondencias del Sol son el oro entre los metales y el amarillo en los colores. La alquimia lo considera «oro preparado para la obra» o «azufre filosófico», en contraposición a la luna y el mercurio que es lunar.
 
Otro concepto alquímico, el del Sol in homine (jugo invisible procedente del Sol celeste que favorece el fuego nativo del hombre), ya señala la dirección en que el astro será comprendido por el psicoanálisis, en sentido reductor: fuente de energía, calor como equivalencia a fuego vital y libido. Por ello, Jung indica que el Sol es, en realidad, un símbolo de la fuente de la vida y de la definitiva totalidad del hombre, aunque aquí hay una desviación probablemente. Pues la totalidad sólo está representada por la coníunctio del Sol y la Luna, como rey y reina, hermano y hermana. En algunos folklores, cuando se quiere aludir al supremo bien, imposible por definición, se habla de «unir el Sol y la Luna». Ahora bien, habiendo dejado establecidos los principales sentidos del simbolismo solar, como imagen heroica (Sol invictus, Sol salutis, Sol iustítiae), ojo divino, principio activo, fuente de energía y de vida, volvemos al dualismo del Sol en su etapa escondida, de «viaje nocturno por el mar», símbolo de inmanencia como el color negro, y también de culpa, ocultación y expiación.

En el Rig Veda, recuerda Eliade, el Sol es ambivalente; de un lado es «resplandeciente» y de otro «negro» o invisible, siendo entonces asociado a animales ctónico-funerarios como el caballo y la serpiente.

La alquimia recogió esta imagen del Sol níger para simbolizar la «primera materia», el inconsciente en su estado inferior y no elaborado. Es decir, el Sol se halla entonces en el nadir, en la profundidad de la que debe, con esfuerzo y sufrimiento, ascender hasta el cenit. Este ascenso definitivo, pues no se trata del curso diario, sino que éste se toma como imagen, es simbolizado por la transmutación en oro de la primera materia, que pasa por los estadios blanco y rojo, como el Sol en su curso.

Por su indudable interés y sentido adicional, que delata la intensidad del sentimiento solar, recordaremos que Tácito y Estrabón hablaban del "ruido" hecho por el Sol al nacer en Oriente y al hundirse en las aguas de Occidente.
 
La desaparición brusca del Sol tras el horizonte se relaciona con la muerte violenta de los héroes, como Sansón, Heracles, Sigfrido, etc.
 
Es el arcano decimonónico del Tarot. La imagen alegórica muestra el disco del astro rey rodeado por rayos alternativamente rectos o llameantes, dorados y rojos, que simbolizan la doble acción calórica y luminosa del Sol.
 
Bajo éste, del que caen gotas doradas, hay una pareja juvenil, sobre un verde prado y al fondo una muralla. Esta pareja simboliza el Géminis bajo la acción benefactora de la luz espiritual. El Sol es el astro de fijeza inmutable, por eso revela la realidad de las cosas, no sus aspectos cambiantes como la Luna. Se relaciona con las purificaciones y pruebas a causa de que éstas no tienen otra finalidad sino tornar transparentes las opacas cortezas de los sentidos, para la comprensión de las verdades superiores.

Pero el Sol, además de iluminar y dar calor es el distribuidor de las supremas riquezas, simbolizadas en la alegoría por las gotas de oro que caen, como en el mito de Dánae, sobre la pareja humana. En sentido afirmativo, este arcano simboliza gloria, espiritualidad, iluminación. En sentido negativo, vanidad o idealismo incompatible con la realidad.


 

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