jueves, 5 de julio de 2018

ATRIBUCIONES Y OBLIGACIONES DE LOS MAESTROS MASONES

 
El Hermano que ha alcanzado la Maestría debe conocer perfectamente las calidades que el orden exige del Masón perfecto y consumado, como también el orden que se debe seguir en la administración de las Logias.

Tiene voz consultiva y deliberativa en todas las asambleas de su Logia y aun está obligado a dar su parecer en todos los asuntos Masones. Este voto solo será consultativo en G.·. L.·. cuando se trate de leyes y asuntos generales.

Para poder cumplir dignamente con los encargos que la Logia pueda confiarles, tienen obligación los Maestros de saber y conocer a fondo los reglamentos generales del orden y los particulares de su Logia pues elevado a la Maestría está elegible para todos los asuntos y empleos Masones.

No debe solicitar honores ni dignidades, pero tampoco los rehusará sin motivos poderosos

Los Maestros Masones tienen obligación de visitar las Logias de todos los grados, y de contribuir con todo su poder a hacerlas agradables e instructivas.

Como las obligaciones del Mason deben ceder el paso a los deberes del ciudadano, será para un Hermano suficiente excusa el hacer ver que por ocupaciones inherentes a su estado civil, no ha podido presentarse en Logia, pero el que se dispense de concurrir bajo el frívolo pretexto de imposibilidad (sin dar otras razones convincentes) procediendo solo de poca voluntad y ninguna adhesión por el orden, nadie sino su conciencia le impondrá la pena que merezca.

El derecho de proponer personas que soliciten su recepción en una Logia pertenece exclusivamente a los Maestros, que solo deben favorecer en este caso a los que sean dignos de pertenecer a la sociedad, pues son responsables a ella de la conducta de aquellos.

El derecho de expedir circulares pertenece exclusivamente a los Venerables, Vigilantes, Secretario, Tesorero y Limosnero. Cualquiera otro Hermano que se arrogase tal facultad, se le suspenderá por un tiempo limitado, según lo requiera la naturaleza del caso. Si el intento de su circular fuere para favorecer una promoción, procurando los votos de los Hermanos o para hacer abolir una ley o determinación, hecha legalmente en Logia, se le declarará por rebelde y perturbador del orden y se le juzgará con todo el rigor de las leyes.

Mi Muy Querido Hermano:

Vuestros ojos recorren con asombro este recinto lúgubre donde creíais encontrar la mas profunda y mas perfecta obra de la sabiduría, y una morada de paz y de luz que debía ser el asilo inviolable de la felicidad, ilusiones facticias, ¡no nos lisonjee con vanas esperanzas! no hay sobre la tierra Hermano mío, retiro seguro contra los vicios y las pasiones desenfrenadas.

 
La ambición y la avaricia son los enemigos crueles que nos acometen para robarnos las recompensas de la virtud. Clamores impíos hacen resonar las bóvedas sagradas del Templo: las manos del parricidio manchan sus pórticos; la sangre de la inocencia corre sobre sus mármoles y las antorchas fúnebres con su pálida luz alumbran los atentados del crimen y los tristes cendales de la muerte.
 
Tal es Hermano mío el espantoso cuadro que nos presenta la muerte de Hiram, cuya memoria está consagrada para el 3º grado de la Masonería.
 
La historia no la ha conservado en los monumentos sagrados que nos quedan sobre la construcción del Templo, y su tradición no se ha guardado sino entre los Masones,  sea que el tiempo o motivos que no conocemos la haya echo olvidar al resto de los demás hombres, o que esta historia no nos presente sino una alegoría figurativa de acontecimientos mas recientes y no menos horribles. Respetemos, aumentemos sí es necesario, el velo que la sabiduría ha extendido sobre estos melancólicos objetos, para contentarnos con las lecciones útiles que presenta a los Masones, las circunstancias de la narración que se ofrece a nuestra meditación:

Hiram fue escogido por Salomón para dirigir todas las obras del Templo que erigía al Señor. Su habilidad, su celo, y su justicia, le habían hecho digno de esta elección que acreditaba con su conducta; todos los buenos obreros le aplaudían y todos procuraban merecer por su trabajo las recompensas a que se juzgaban acreedores, y que eran repartidas con discernimiento y equidad.

Este jefe virtuoso tenia bajo sus ordenes muchos Maestros que había escogido para trabajar con él. En un lugar separado, practicado en lo interior del Templo, se reunían, y de este consejo, salían los doctos planes del edificio, el orden de los pagos, y el adelantamiento de la obra.
 
Para prevenir los abusos en la distribución de salarios, había Salomón establecido grados y palabras para distinguirles, como hacemos nosotros. Los Aprendices se juntaban en la Columna del Norte, los Compañeros en la del Mediodía, y los Maestros en la sala del medio: allí recibían los salarios señalados a sus grados, y proporcionados a sus servicios.

El celo y emulación que nacían de un orden tan bello, animaba los trabajos, y mostraba en todas sus obras la noble animación del genio. Así reunió en un instante el Templo en su seno, las obras maestras de las artes, y las riquezas de las tres partes del mundo. El oro de sus soberbios techos disputaba su brillo con el resplandor del sol; el Ser Supremo veía con complacencia elevarse hasta las nubes, el magnífico edificio que había escogido para su morada, y la tierra contemplaba con admiración una de sus mas grandes maravillas.

El orgullo y la avaricia destruyeron esta dichosa armonía. Tres Compañeros emprendieron usurpar por medio de la industria, preferencias que una justa autoridad les rehusaba.

Solicitaron, se quejaron, y a las murmuraciones de los reprimidos, sucedieron el despecho, la rabia, y el odio. Abrazó al fin el crimen como su último recurso y estos indignos obreros conspiraron entre sí, para arrancar con violencia la palabra de Maestro, que había de saciar su ambición, y salvarles de trabajos penosos.

Los negros velos de la noche cubrían Jerusalén, el Templo, y las tramas de la perfidia. Los oficiales y Arquitectos, olvidaban las fatigas del día en un profundo sueño; pero la vigilancia no puede dormir.
 
Hiram entra en el Templo por la puerta del O.·., examina los trabajos hechos en el día, dispone los del siguiente, y cuando hubo recorrido todas las partes del edificio, dirigió sus pasos para buscar su reposo. Va a salir por la puerta del Med.·.
 
¡Oh, crimen! ¡Oh, traición!

Uno de los conjurados le detiene, y le pregunta con arrogancia la Palabra Sagrada de los Maestros.

Una ojeada de indignación es la única respuesta del intrépido Maestro. Al instante se siente herido; pero el cobarde asesino espantado de la enormidad de su crimen, deja caer de sus manos sacrílegas el instrumento de muerte, tiembla, y aprovechándose de la confusión en que quedaba Hiram, huye lejos de aquel sitio, sin pensar en perseguir su victima.

Hiram quiere salir por la puerta del O.·. pero otro traidor le agarra y pregunta imperiosamente por la palabra de cuya conservación depende la gloria y el suceso del Templo.

Hiram, inalterable, recibe otra herida mas cruel que la primera, que le derriba al suelo, y mientras el asesino que le crecía muerto, se disponía a juntarse a sus cómplices, el desgraciado Hiram, bañado en su sangre se levanta con trabajo, y se encamina ala puerta del Or.·. esperanzado en que podrá salvarse por allí; pero encuentra en ella el mas cruel de sus enemigos bajo del pórtico. Este asesino esperando vencer su fidelidad, se vale de la astucia, la mentira, y la amenaza, para moverle y seducirle; pero encontrándolo firme en su resolución, llevado el bárbaro de cólera, al ver la inutilidad de sus esfuerzos, se quita en fin la máscara, y con una mano furiosa agarra los cabellos ensangrentados de su desdichado Maestro. Le arrastra sin piedad sobre las gradas del Templo; le da una herida mortal y le ve expirar á sus pies.
 
Los asesinos de Hiram se juntaron para despojar el cadáver lívido y sangriento de su victima, pero aquel rostro cárdeno, aquellos ojos apagados, parecían aun amenazarlos y anunciarles el suplicio que les esperaba. Se pidieron la Palabra Sagrada de Maestro, y ninguno la sabia.
 
El espanto y la vergüenza, helaron sus corazones feroces; no se podían mirar los unos a los otros sin estremecerse, y creían el cielo y la tierra armados contra ellos. Para ocultarse quisieran aniquilar los vestigios y testigos de su crimen, destruyendo todo el edificio con el cadáver que los acusaba, pero viendo que todo era inútil, lo sacan secretamente del Templo, y lo llevan sobre una montaña lejana. Lo cubren de tierra, y con algunas ramas de Acacia, recargan aquella indigna tumba, para ocultarla mas. Vanas precauciones, velos engañosos que pueden esconder por algún tiempo los crímenes a los ojos de los hombres, pero nunca asegurar el reo contra la flaqueza e infidelidad de sus cómplices, contra los remordimientos de su propio corazón y las justas venganzas del cielo irritado.

La obscuridad de la noche se disipa, el fuego brillante de las estrellas desaparece, la aurora se muestra en el O.·. desplegando sus velos de púrpura y oro, la hora del trabajo se acerca y llama a los obreros en el Templo, pero Hiram no parece, y los trabajos se atrasan; le llaman, no responde, le esperan, más en vano. Siete días se pasaron en inquietud y temores. En fin viendo Salomón que no venía, nombró nueve Maestros para hacer la pesquisa mas exacta de su paradero.

Condujo la suerte a estos fieles servidores sobre la montaña donde los reos se lisonjeaban haber sepultado para siempre las trazas y memoria de su delito. Una rama de Acacia plantada sobre una tierra nuevamente movida, parecía indicarles la desdicha que temían; con pasos apresurados se acercan de aquella tierra, y la mueven; ¡Mas dolor! ¡Oh consternación! En un montón infecto de carnes, huesos, y podredumbre, reconocen a su Respetable Maestro.
 
La expresión del horror es la primera señal y el espantoso objeto que se les presenta a la vista, se convierte en palabra de reunión; exhuman el cadáver y lo conducen a Jerusalén, con un santo respeto, llorando amargamente sobre aquellos deplorables restos, como un depósito caro y precioso, triste prueba de su celo, constancia y firmeza.

¡Quien podrá expresar la desolación del Templo a vista de tal espectáculo! ¡La mas terrible indignación y el dolor mas acerbo se imprimieron en el semblante del Monarca! Rasgó sus vestidos, y juró no descansar mientras no descubriera los infames cómplices de tal atentado. Bañado en lágrimas y lleno de congoja, ordenó la pompa fúnebre de su digno servidor. En medio del Templo, delante del Santuario mismo, mandó construir una soberbia Tumba. El circuito del Templo se cercó de una triple muralla para libertarlo de las maquinaciones del crimen, y ocultarlo a las miradas indiscretas del mundo profano.
 
Los fieles obreros cubiertos de ceniza y vestidos de luto, seguían el cuerpo de su desgraciado y Respetable Maestro haciendo resonar el aire con sus llantos y gemidos lamentables. De este modo se depositaron en la tumba aquellos restos tan amados, y desapareció para siempre de la tierra su alegría, su esperanza, y el mas tierno de los amigos y de los padres. Hubieran querido todos ellos sepultarse con él, para participar de una misma suerte, pero su celo por el templo, y el deseo de vengar sus ultrajes, fue lo único que les pudo hacer consentir en conservar sus vidas.

Tal es Mi Querido Hermano, el principio de este aparato que os admira.
 
El objeto misterioso del grado que se os acaba de dar, el fundamento de las ceremonias lúgubres que han acompañado vuestra recepción, y la historia de la muerte de Hiram, todo nos ofrece la imagen de los excesos donde nos arrastra por grados la lisonjera seducción del vicio, y hasta donde puede elevar el heroísmo a una alma pura, y bien firme en el cumplimiento de sus deberes.
 
Que la firmeza de Hiram sea vuestro modelo Hermano mio: que su celo os anime para con el Templo del Dios vivo; y que imitándole en un todo, os dispongáis a guardar como él, a costa de vuestra sangre; el inviolable depósito de su gloria y de sus secretos.
 
¿No tendrán por ventura estas instrucciones otro objeto que el de alucinaros? ¿No será mas que una ficción, la aplicación, de los tristes acontecimientos que acabáis de oír ?
 
—¡No Hermano mió! La Historia de Hiram es la nuestra; y no solamente debe ser él, nuestro modelo, sino que fue realmente nuestro jefe y nuestro padre. Sucumbió bajo manos parricidas, y su muerte es la época de nuestras desgracias y el principio de nuestros respetos.
 
El templo esta destruido, manos traidoras lo han derribado hasta los cimientos, las herramientas se han roto, las palabras se han perdido, los obreros se han dispersado, el jefe ha sido asesinado, y la augusta habitación del Todo Poderoso no es mas que un vasto teatro de ruinas y desolaciones.
 
A nuestros triunfos los han reemplazado los gemidos y los llantos, y s nuestros cantos de alegría los gritos del dolor y de la venganza.
 
¡Que es lo que digo Hermanos míos! ¿Cual será el indigno Masón que no envidiará la muerte de Hiram? muere, pero lleva consigo su inocencia, su gloria, su secreto, y la veneración de sus Hermanos Masones.

¿Y que muerte mas cruel que la misma vida que conservan sus cobardes asesinos? Lloremos al malvado, Hermanos míos, hasta en sus sucesos dichosos, ellos tendrán un término, y los de la virtud durarán tanto como el mismo Dios que debe ser el remunerador y el premio.

¡Sublime emanación de la Esencia Divina!
 
¡Espíritu, inmortal que constituyes mi ser!
 
¿Limitarías tú, tus deseos y esperanzas, a mover esta débil máquina, esta miserable porción de materia que te envilece y encadena?
 
¿Triste juguete del error y de la injusticia, avasallado por las necesidades, tiranizado por las pasiones, humillado sobre la tierra a la vil condición de los brutos, temería yo ver aproximarse el instante que debe disolver estas ligaduras indignas?
 
¿Me atemorizaría la voz que me llamara a la vida gloriosa de los Angeles?
 
No: la tierra no me encadenará. Que los hombres me persigan y me desgarren, que el mundo se desplome, o que los elementos se confundan; nunca mi alma se anonadará, porque si la justicia me acompaña la vida no me abandonará.

G.·. Arq.·. del U.·. los males que nos afligen son tus beneficios. Redóblalos, si deben purificar nuestros corazones y elevarlos hasta ti. Si quieres experimentarlos con las falsas prosperidades del siglo, aparta de nosotros las inclinaciones viciosas, la dureza, el orgullo y la seguridad engañosa que las acompañan. Sed en fin nuestro Juez y nuestro guía, para que en todos los momentos de nuestra vida, tengan nuestros Hermanos  la seguridad de encontrarnos entre la escuadra y el compás.
 
 
 

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