El H.·. que ha tenido la dicha de ser exaltado al sublime grado de maestro masón, y que desde ese pináculo simbólico se acuerda de lanzar una ojeada al sendero recorrido, ¿siente que real y positivamente ha merecido el diploma? ¿Cree que ostenta su banda adornada del símbolo del septentrión porque ya labró la piedra bruta y porque sus aptitudes como buen compañero lo han hecho digno de recibir el supremo grado de la jerarquía simbólica? ¿Está seguro de que su admisión en la cámara del medio se debe a que ya está apto para conocer la Acacia y se siente con fuerzas para encontrar la palabra perdida, cuyo secreto se llevó a la tumba nuestro bien llorado maestro Hiram?
Pensad cuan triste y humillante será recibir el tercer grado masónico sólo por un mal entendido amor fraternal de nuestras logias, a las que nunca debe introducirse, ni mucho menos formar criterios, el orgullo de las efímeras vanidades humanas.
Meditad, en que no hay equivalencia alguna entre la más brillante posición social o política y nuestros grados, así fuera el humilde de aprendiz. ¿Cómo dirigir y dar buenos consejos a los HH.·. compañeros, si no los superamos, de hecho, en el arte real? ¿Cómo hacernos respetar de los HH.·. aprendices, si no estamos en condiciones de darles luz en masonería?
El maestro masón, debe serlo en el sentido más amplio de la palabra: hombre moral y digno; conocedor del símbolo, filosofía, leyes y tradiciones de los grados azules; humildes y afable, debe de honrar su taller, para que su Tall.·. lo honre; pues el H.·. que vale por sus méritos espirituales, vale mil veces más que si se condecora con todas las pompas mundanas.
¿Qué eran para nuestro humilde maestro Jesús, los orgullosos fariseos? Oíd las palabras del evangelio: sepulcros blanqueados.
Y sobre todo, cuando se trate de nuestra institución, de la enseñanza de nuestros misterios y del ascenso gradual por méritos, por conocimientos, por virtudes, hagamos todo cuanto esté en nuestras conciencias de maestros masones, para no merecer aquel reproche también del Gran Nazareno: "vosotros dispensáis de honrarlos cuando el dinero afluye al templo... sois devotos sin corazón".
Ciertamente que este no es un reproche gratuito y anticipado: solo estamos señalando los principales escollos que deben salvar los QQ.·. HH.·. que se sientan fuertes, potentes y bien preparados para llegar a la cúspide del simbolismo. Así, pues, meditemos, "Conócete a ti mismo y conocerás el universo de los Dioses". He aquí el secreto de los sabios iniciados.
Cuanto más ascendemos en la serie de los organismos, más la mónada desarrolla los principios latentes que en ella están. La fuerza polarizada se vuelve sensible, la sensibilidad instinto, el instinto inteligencia. Y a medida que se enciende la antorcha vacilante de la conciencia, esta alma se vuelve más independiente del cuerpo, más capaz de llevar una existencia más libre. He ahí una enseñanza de nuestro maestro Pitágoras. Conscientes de todo lo que aún nos separa del ideal, midamos la distancia sin flaqueza del corazón, camino de nuestro sendero de perfección, continuemos la ruta alegremente, no considerando esta vida como una maldición, sino como una ocasión del esfuerzo para modelar nuestro carácter, y como una de tantas pruebas para más altas iniciaciones.
Ha sonado la hora de estudiar seriamente, mirando, nuevos Janos, con un rostro perspicaz, hasta la aurora de los siglos, y con otro rostro valiente, más allá de las columnas que marcan, en lo futuro, el "non plus ultra" de los timoratos.
Ciertamente que este no es un reproche gratuito y anticipado: solo estamos señalando los principales escollos que deben salvar los QQ.·. HH.·. que se sientan fuertes, potentes y bien preparados para llegar a la cúspide del simbolismo. Así, pues, meditemos, "Conócete a ti mismo y conocerás el universo de los Dioses". He aquí el secreto de los sabios iniciados.
Cuanto más ascendemos en la serie de los organismos, más la mónada desarrolla los principios latentes que en ella están. La fuerza polarizada se vuelve sensible, la sensibilidad instinto, el instinto inteligencia. Y a medida que se enciende la antorcha vacilante de la conciencia, esta alma se vuelve más independiente del cuerpo, más capaz de llevar una existencia más libre. He ahí una enseñanza de nuestro maestro Pitágoras. Conscientes de todo lo que aún nos separa del ideal, midamos la distancia sin flaqueza del corazón, camino de nuestro sendero de perfección, continuemos la ruta alegremente, no considerando esta vida como una maldición, sino como una ocasión del esfuerzo para modelar nuestro carácter, y como una de tantas pruebas para más altas iniciaciones.
Ha sonado la hora de estudiar seriamente, mirando, nuevos Janos, con un rostro perspicaz, hasta la aurora de los siglos, y con otro rostro valiente, más allá de las columnas que marcan, en lo futuro, el "non plus ultra" de los timoratos.
"Lo que en más alto grado caracterizó la alquimia —escribe M. Hoefer— fue la paciencia. Nunca se desalentó por la falta de éxito. El operador, al que una muerte prematura sorprendía en sus trabajos, dejaba a menudo y en herencia a su hijo un experimento empezado, y no era raro verlo legar en su testamento, los secretos de la experiencia no terminada; de la cual él, a su vez, había sido el heredero de su padre".
Y Liebig comenta, por su parte:
"No basta comprender la química, no basta conocer su historia para tener, como muchas gentes, ese desdén presuntuoso y ridículo por la época de la Alquimia... La transmutación de los metales estaba perfectamente de acuerdo con todas las observaciones del tiempo; no se encontraba entonces en contradicción con ningún hecho conocido... Sin esta idea, la química no existiría en su estado actual de perfección, y han sido necesarios estos 1500 ó 2000 años de trabajos preparatorios para llevarla al grado en que se encuentra ahora. La piedra filosofal, se dice, ha sido un error; pero no se piensa en que todas nuestras verdades han surgido de los errores".
Como sabéis, los alquimistas no fueron otra cosa que nuestros antepasados, cuyos recuerdos conservamos en los grados filosóficos herméticos de nuestra Orden. En el sentido moral y evolutivo, los masones, seguimos siendo alquimistas, y nuestro gran problema aún consiste en hallar la piedra filosofal, con igual fe, con igual paciencia y con igual sacrificio que nuestros antepasados, a los que aún se les hace justicia por hombres de ciencia talentosa como Hoefer y Liebig.
Esa piedra elagábala o heliogábala es el fundamento de la filosofía absoluta; es la suprema e inquebrantable razón.
"Antes de pensar —dice Eliphas Levi— en la obra metálica, es necesario haberse fijado para siempre en los principios absolutos de la sabiduría, es necesario poseer esa razón, que es la piedra de toque de la verdad. Jamás un hombre con prejuicios podrá llegar a ser Rey de la Naturaleza y maestro en transmutaciones. La piedra filosofal es, ante todo, necesaria; pero ¿cómo hallarla? Hermes nos lo dice en su tabla de esmeralda: "Es necesario separar lo sutil con gran cuidado y atención extremada".
Dirigir ese trabajo, en busca de la suprema e inquebrantable razón, tal es, condensando en breves palabras, el programa y la obligación de los maestros. El que se sienta con fuerzas y quiera ir adelante, prosiga sus estudios y haga a la vez labor práctica, cuando el maestro Hiram, de pie sobre la colina iniciática, al levantar en la diestra mano el sagrado tau, lo llame a pasar lista de presente.
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