¡Compañero! Tocáis ya el lugar venerado de la masonería, os aproximáis al arca misteriosa colocada en el Sancta Sanctórum del Templo que ninguno debe abrir si no ha abjurado de los vicios y errores, y elevado su espíritu a la alta concepción de nuestros emblemas.
Sabéis que el fin de la iniciación primitiva, fue el conocimiento de la naturaleza y de cuanto podía interesar a la felicidad del hombre; mas no tardó en hacerse patrimonio de los privilegios en la India y el Egipto.
Vais, con ellos, a conocer la acacia.
Si meditáis acerca de la historia de Hiram, comprenderéis que es la alegoría de la marcha del Sol en los signos inferiores del zodiaco, durante los tres meses que corren después del equinoccio de otoño, y que son los tres conspiradores, causas inmediatas de su muerte aparente en el solsticio de invierno.
Los tres meses sucesivos, simbolizan a los maestros que procuraron levantarle, y no lo consiguen hasta que emplean sus esfuerzos combinados, o sea al llegar a la primavera.
En el catecismo de maestro, se lee también lo siguiente:
— Fuera del sentido moral de la maestría, ¿no hay otro en la leyenda de Hiram? "
—Hay el astronómico; pues nuestros antepasados expresaban con signos los fenómenos de la naturaleza y las ideas morales que de ellos derivan. Hiram Abif es el Sol, Abif padre; Hiram, elevado, y los doce compañeros son los meses del año, de los cuales, los tres de otoño, se conjuran para destruirle, y hasta que los tres de invierno reúnen su influjo, vuelve a culminar en la primavera.
—Si un maestro se perdiere, ¿dónde lo hallaríamos?
—Entre la Esc.·. y el Comp.·. es decir, entre la tierra que aquella simboliza como regulada, y el cielo que el otro representa como regulador; porque el digno y verdadero Maestro domina las afecciones materiales y se remonta a su origen celeste.
Muchos consideran la LEYENDA DE HIRAM como la relación de un simple hecho histórico, y como una especie de ayuda de memoria simbólica. En caldeo, la palabra Hiram es la expresión más elevada de la vida.
Como personaje alegórico, Hiram es evidentemente el Osiris de los egipcios; el Mithra, de los persas; el Atis, de los frigios; el Adonis, de los fenicios; el Baco, de los griegos, etc. Como todos ellos, es el emblema del Sol, que recorriendo en su marcha aparente los doce signos del zodiaco, ilumina y fecunda el hemisferio septentrional; desciende después sobre el Ecuador, y lleva el calor y la vida al hemisferio austral.
Orfeo, en uno de sus himnos inmortales, dice que Adonis habita tan pronto el antro oscuro como saliendo luego de él y remontándose hacia el Olimpo, hace renacer la verdura y da la madurez a los frutos. Los físicos según Maclovio, han dado el nombre de Venus, al hemisferio superior que nosotros habitamos, y el de Proserpina, al hemisferio inferior. Lo mismo sucede, añade, entre los egipcios, bajo diferentes nombres religiosos. Puesto que Isis llora a Osiris, es evidente que éste no es otra cosa que el Sol y que aquella no es otra que la Tierra o la naturaleza.
En todas las leyendas, en todos los misterios antiguos, lo mismo que en la iniciación masónica, el ceremonial de recepción figuraba las revoluciones de los cuerpos celestes y su fecunda influencia sobre la Tierra; en todas ellas se encuentra a un héroe herido de muerte por un genio, o un monstruo, o un asesino, y tiene una esposa y un hijo. El héroe es siempre el Sol, su esposa la Tierra, y el hijo el hombre.
Aunque difieran frecuentemente las diferentes leyendas, todas van, sin embargo, al mismo fin, aunque por distintos caminos: unas veces el héroe resucita; en otras le reemplaza su hijo, el nuevo Sol, y ambos casos se representan en la leyenda masónica.
A pesar de que muchas tradiciones tengan a Salomón como fundador de la Francmasonería, sin embargo, el principal personaje que figura en ellas es Hiram, arquitecto del templo de Jerusalén. Hiram, lo mismo que Osiris, que Mithra, Baco, Balder y que todos los dioses célebres de los antiguos misterios, es una de las mil personificaciones del Sol.
Hiram, que en hebreo significa vida elevada, explica perfectamente la posición de aquel astro de la Tierra. Era hijo de Ur, que significa el fuego, y se llama Hiram-Abif, Hiram-Padre, así como los latinos decían Jovispater, Júpiter-padre; Liber-pater; Baco-padre; pudiendo notar que entre Hiram e Hiram-Abif, existe la misma diferencia que entre los egipcios había; por ejemplo, entre oro (Horus) y Osiris, puesto que este último es el Sol que declina en el solsticio de invierno, mientras que el otro es el que se puede decir que renace en la misma época.
La alegoría que nos representa a Hiram como jefe y director de todos los obreros del templo, es la misma que se encuentra en los mitos del paganismo y hasta en la misma Biblia. Así vemos a Apolo, o el Sol, trabajar como masón albañil en la construcción de los muros de Troya, y a Cadmo que también simboliza el Sol, edificando la ciudad de Tebas con sus siete puertas, de las que cada una lleva el nombre del planeta que representa. Un arquitecto escandinavo se compromete a construir una ciudad para los dioses, y sólo pide en recompensa de su trabajo, el Sol y la Luna; y últimamente, en el libro de los proverbios, se encuentran estas expresivas palabras: "La sabiduría ha edificado su casa y ha librado las siete columas".
Si seguimos paso a paso la tradición siriaca relativa a la construcción del templo de Salomón y la leyenda de Hiram, encontraremos la confirmación de estas hipótesis. Estando las obras para terminarse, es decir, habiendo recorrido el Sol las tres cuartas partes de su curso anual, tres malos compañeros, que son los tres meses del otoño, conspiraron contra la existencia del maestro Hiram Abif. Para consumar su atentado se apostaron en las tres puertas del templo, situada al mediodía, al occidente y al oriente, o sean los tres puntos del cielo por donde se deja ver el Sol. ¿Y a dónde se va a colocar Hobbhen (Jubelón)? A la puerta del oriente, es decir, en el punto por donde el Sol aparece sobre el horizonte (oben); Sterké (Jubelás), se coloca a la puerta del mediodía, en el sitio en donde el Sol está en toda su fuerza (sterke); en fin Austerfluth (Jubelós) se sitúa en la del occidente, que es donde el Sol termina su marcha aparente, en donde toca al fin de su curso (aus der flucht); y en el momento en que Hiram, habiendo acabado su oración, se presenta a la puerta del mediodía, uno de los tres compañeros le exige la palabra sagrada que Hiram no podía revelar: la palabra que representa la vida.
Habiendo rehusado darla, recibe en el instante un golpe en la nuca con una regla de 24 pulgadas, número igual al de las horas del día, o sea de la revolución diurna. Hiram cree poder huir por la puerta de occidente; pero ahí se encuentra con el segundo compañero, que viendo que se negaba a darle la palabra, le hiere el corazón con una escuadra. Si se divide en cuatro partes el círculo de la eclíptica, y desde los puntos de intersección más inmediatos se trazan dos rectas convergentes hacia el centro, obtendremos un ángulo de 90 grados, o sea una escuadra. Este segundo golpe alude a la segunda división del tiempo del año, en cuatro estaciones.
Por último, creyendo poder huir por la puerta de oriente, se presenta en ella, y allí el tercer compañero, después de pedirle en vano, a igual que sus cómplices, la palabra, le asesta un terrible martillazo en la frente, tendiéndole muerto a sus pies. La forma cilíndrica de este instrumento figura el completo círculo de la eclíptica.
Consumado el delito, se apresuraron los arrepentidos compañeros a lavar las huellas de su crimen, y ocultaron el cadáver debajo de un montón de escombros; imagen de las lluvias, de los hielos y en general de la tristeza que inspira al mundo la llegada del invierno; transportándole después al monte Líbano, en donde lo enterraron.
Esta montaña desempeña también un importante papel en la leyenda de Adonis a Adonaí, cuyos misterios, establecidos entre los sirios, fueron adoptados por los judíos que dieron a Dios el nombre de Tammus. Adonis fue muerto sobre este monte por un jabalí, emblema del invierno, y allí fue también a buscarlo la diosa Venus, afligida por su desaparición.
Salomón, ansioso por la desaparición de Hiram, manda a nueve compañeros en su busca, que representan los nueve meses del año que comprenden las demás estaciones. Llegados a la cumbre del monte Líbano, descubre el cadáver, y para reconocer el sitio, plantan sobre la fosa en que yacía un ramo de acacia, que los antiguos árabes, bajo el nombre de huzza habían consagrado al Sol. Esta planta era también el Mirto de los griegos, el ramo de oro de Virgilio, el muérdago de los druidas y el oxicanto de los cristianos.
Por último, exhumado el cadáver, la palabra fue encontrada; lo que alude evidentemente al renacimiento del Sol.
Tal es la alegoría del grado del maestro, que, como se ve, se halla íntimamente relacionado con la de todos los mitos solares de la antigüedad. En todos ellos, la víctima que se inmola es un hombre virtuoso, un bienhechor de la humanidad; en todos domina el mismo pensamiento, oculto bajo el velo del más ingenioso simbolismo.
En el catecismo de maestro, se lee también lo siguiente:
— Fuera del sentido moral de la maestría, ¿no hay otro en la leyenda de Hiram? "
—Hay el astronómico; pues nuestros antepasados expresaban con signos los fenómenos de la naturaleza y las ideas morales que de ellos derivan. Hiram Abif es el Sol, Abif padre; Hiram, elevado, y los doce compañeros son los meses del año, de los cuales, los tres de otoño, se conjuran para destruirle, y hasta que los tres de invierno reúnen su influjo, vuelve a culminar en la primavera.
—Si un maestro se perdiere, ¿dónde lo hallaríamos?
—Entre la Esc.·. y el Comp.·. es decir, entre la tierra que aquella simboliza como regulada, y el cielo que el otro representa como regulador; porque el digno y verdadero Maestro domina las afecciones materiales y se remonta a su origen celeste.
Muchos consideran la LEYENDA DE HIRAM como la relación de un simple hecho histórico, y como una especie de ayuda de memoria simbólica. En caldeo, la palabra Hiram es la expresión más elevada de la vida.
Como personaje alegórico, Hiram es evidentemente el Osiris de los egipcios; el Mithra, de los persas; el Atis, de los frigios; el Adonis, de los fenicios; el Baco, de los griegos, etc. Como todos ellos, es el emblema del Sol, que recorriendo en su marcha aparente los doce signos del zodiaco, ilumina y fecunda el hemisferio septentrional; desciende después sobre el Ecuador, y lleva el calor y la vida al hemisferio austral.
Orfeo, en uno de sus himnos inmortales, dice que Adonis habita tan pronto el antro oscuro como saliendo luego de él y remontándose hacia el Olimpo, hace renacer la verdura y da la madurez a los frutos. Los físicos según Maclovio, han dado el nombre de Venus, al hemisferio superior que nosotros habitamos, y el de Proserpina, al hemisferio inferior. Lo mismo sucede, añade, entre los egipcios, bajo diferentes nombres religiosos. Puesto que Isis llora a Osiris, es evidente que éste no es otra cosa que el Sol y que aquella no es otra que la Tierra o la naturaleza.
En todas las leyendas, en todos los misterios antiguos, lo mismo que en la iniciación masónica, el ceremonial de recepción figuraba las revoluciones de los cuerpos celestes y su fecunda influencia sobre la Tierra; en todas ellas se encuentra a un héroe herido de muerte por un genio, o un monstruo, o un asesino, y tiene una esposa y un hijo. El héroe es siempre el Sol, su esposa la Tierra, y el hijo el hombre.
Aunque difieran frecuentemente las diferentes leyendas, todas van, sin embargo, al mismo fin, aunque por distintos caminos: unas veces el héroe resucita; en otras le reemplaza su hijo, el nuevo Sol, y ambos casos se representan en la leyenda masónica.
A pesar de que muchas tradiciones tengan a Salomón como fundador de la Francmasonería, sin embargo, el principal personaje que figura en ellas es Hiram, arquitecto del templo de Jerusalén. Hiram, lo mismo que Osiris, que Mithra, Baco, Balder y que todos los dioses célebres de los antiguos misterios, es una de las mil personificaciones del Sol.
Hiram, que en hebreo significa vida elevada, explica perfectamente la posición de aquel astro de la Tierra. Era hijo de Ur, que significa el fuego, y se llama Hiram-Abif, Hiram-Padre, así como los latinos decían Jovispater, Júpiter-padre; Liber-pater; Baco-padre; pudiendo notar que entre Hiram e Hiram-Abif, existe la misma diferencia que entre los egipcios había; por ejemplo, entre oro (Horus) y Osiris, puesto que este último es el Sol que declina en el solsticio de invierno, mientras que el otro es el que se puede decir que renace en la misma época.
La alegoría que nos representa a Hiram como jefe y director de todos los obreros del templo, es la misma que se encuentra en los mitos del paganismo y hasta en la misma Biblia. Así vemos a Apolo, o el Sol, trabajar como masón albañil en la construcción de los muros de Troya, y a Cadmo que también simboliza el Sol, edificando la ciudad de Tebas con sus siete puertas, de las que cada una lleva el nombre del planeta que representa. Un arquitecto escandinavo se compromete a construir una ciudad para los dioses, y sólo pide en recompensa de su trabajo, el Sol y la Luna; y últimamente, en el libro de los proverbios, se encuentran estas expresivas palabras: "La sabiduría ha edificado su casa y ha librado las siete columas".
Si seguimos paso a paso la tradición siriaca relativa a la construcción del templo de Salomón y la leyenda de Hiram, encontraremos la confirmación de estas hipótesis. Estando las obras para terminarse, es decir, habiendo recorrido el Sol las tres cuartas partes de su curso anual, tres malos compañeros, que son los tres meses del otoño, conspiraron contra la existencia del maestro Hiram Abif. Para consumar su atentado se apostaron en las tres puertas del templo, situada al mediodía, al occidente y al oriente, o sean los tres puntos del cielo por donde se deja ver el Sol. ¿Y a dónde se va a colocar Hobbhen (Jubelón)? A la puerta del oriente, es decir, en el punto por donde el Sol aparece sobre el horizonte (oben); Sterké (Jubelás), se coloca a la puerta del mediodía, en el sitio en donde el Sol está en toda su fuerza (sterke); en fin Austerfluth (Jubelós) se sitúa en la del occidente, que es donde el Sol termina su marcha aparente, en donde toca al fin de su curso (aus der flucht); y en el momento en que Hiram, habiendo acabado su oración, se presenta a la puerta del mediodía, uno de los tres compañeros le exige la palabra sagrada que Hiram no podía revelar: la palabra que representa la vida.
Habiendo rehusado darla, recibe en el instante un golpe en la nuca con una regla de 24 pulgadas, número igual al de las horas del día, o sea de la revolución diurna. Hiram cree poder huir por la puerta de occidente; pero ahí se encuentra con el segundo compañero, que viendo que se negaba a darle la palabra, le hiere el corazón con una escuadra. Si se divide en cuatro partes el círculo de la eclíptica, y desde los puntos de intersección más inmediatos se trazan dos rectas convergentes hacia el centro, obtendremos un ángulo de 90 grados, o sea una escuadra. Este segundo golpe alude a la segunda división del tiempo del año, en cuatro estaciones.
Por último, creyendo poder huir por la puerta de oriente, se presenta en ella, y allí el tercer compañero, después de pedirle en vano, a igual que sus cómplices, la palabra, le asesta un terrible martillazo en la frente, tendiéndole muerto a sus pies. La forma cilíndrica de este instrumento figura el completo círculo de la eclíptica.
Consumado el delito, se apresuraron los arrepentidos compañeros a lavar las huellas de su crimen, y ocultaron el cadáver debajo de un montón de escombros; imagen de las lluvias, de los hielos y en general de la tristeza que inspira al mundo la llegada del invierno; transportándole después al monte Líbano, en donde lo enterraron.
Esta montaña desempeña también un importante papel en la leyenda de Adonis a Adonaí, cuyos misterios, establecidos entre los sirios, fueron adoptados por los judíos que dieron a Dios el nombre de Tammus. Adonis fue muerto sobre este monte por un jabalí, emblema del invierno, y allí fue también a buscarlo la diosa Venus, afligida por su desaparición.
Salomón, ansioso por la desaparición de Hiram, manda a nueve compañeros en su busca, que representan los nueve meses del año que comprenden las demás estaciones. Llegados a la cumbre del monte Líbano, descubre el cadáver, y para reconocer el sitio, plantan sobre la fosa en que yacía un ramo de acacia, que los antiguos árabes, bajo el nombre de huzza habían consagrado al Sol. Esta planta era también el Mirto de los griegos, el ramo de oro de Virgilio, el muérdago de los druidas y el oxicanto de los cristianos.
Por último, exhumado el cadáver, la palabra fue encontrada; lo que alude evidentemente al renacimiento del Sol.
Tal es la alegoría del grado del maestro, que, como se ve, se halla íntimamente relacionado con la de todos los mitos solares de la antigüedad. En todos ellos, la víctima que se inmola es un hombre virtuoso, un bienhechor de la humanidad; en todos domina el mismo pensamiento, oculto bajo el velo del más ingenioso simbolismo.
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