lunes, 19 de marzo de 2018

LOS RITOS SAGRADOS DIONISIACOS


Examinaremos ahora, detalladamente los misterios que están más íntimamente relacionados con la historia de la francmasonería, y cuya influencia se siente con mayor fuerza en su organización actual.

La pluma satírica de Aristófanes no ha perdonado ni los festivales dionisiacos; pero la burla y el sarcasmo de un autor cómico se pueden escuchar siempre con cierta condescendencia, pues por lo menos, ha tenido la candidez de confesar que nadie podía iniciarse si era culpable de un crimen contra su país o contra la seguridad pública.

Eurípides hace proclamar al coro en su BACCHAE que los misterios se practicaban únicamente con propósitos virtuosos. Sin embargo, las iniciaciones llegaron con el tiempo a tener cierto carácter licencioso en Roma; pues ya dice Sainte Croix: "no se puede dudar de que la introducción de las fiestas de Baco en Italia aceleró los progresos del libertinaje y de la intemperancia en éste país".
 
San Agustín prorrumpe en invectivas contra la pureza de las ceremonias correspondientes a los ritos sagrados de Baco, practicadas en Italia; pero, no niega que fueron practicadas con carácter religioso, o por lo menos supersticioso: "Sic videlicet liber deus placandus fuerat". La propiciación ofrecida a la divinidad era en realidad un acto religioso.

De todos los misterios paganos instituidos por los antiguos no hubo ningunos más difundidos que los del Dios griego Dionisios, los cuales se establecieron en Grecia, Roma, Siria y Asia Menor. Entre los griegos y sobre todo entre los romanos, los ritos celebrados en los festivales dionisiacos eran de carácter licencioso; pero en Asia adoptaron una forma diferente. Allí, como en todas partes, la leyenda (ya hemos dicho que cada misterio tenía su leyenda), relataba el asesinato de Dionisios por los titanes. En las ceremonias se representaba lo que decía la leyenda.
 
La doctrina secreta no era tampoco diferente en Asia que en las naciones occidentales; pero había algo peculiar en su sistema. Especialmente los misterios de Dionisios celebrados en Siria, no tenían solamente carácter teológico, pues, además de aceptar las opiniones secretas de la unidad de Dios y de la inmortalidad del alma, comunes a todos los misterios, practicaban sus discípulos el arte arquitectónico dedicándose a construir templos y edificios públicos, mientras buscaban la verdad divina. Sólo se puede explicar la gran pureza de estos ritos sirios adoptando la ingeniosa teoría de Thirwall, según la cual "todos los misterios eran restos de un culto anterior a la mitología helénica. Sus ritos auxiliares se basaban en una idea menos fantástica y más real adecuada de la naturaleza con objeto de despertar el pensamiento filosófico y el sentimiento religioso".
 
Thirwall supone además, que como los asiáticos, debido a su situación geográfica, no incurrieron tan pronto como los griegos en los errores del helenismo, pudieron conservar mejor la pureza y la filosofía de la doctrina pelástica, que indudablemente había emanado directamente de la religión patriarcal, o sea, de la francmasonería pura del mundo autediluviano. Sea como fuere, nosotros sabemos que "los dionisiacos de Asia Menor constituían una sociedad de arquitectos e ingenieros que gozaban del exclusivo privilegio de construir templos, estadios y teatros, bajo la misteriosa tutela de Baco, y se distinguían de los habitantes no iniciados o profanos por la ciencia que poseían y por los signos y toques privados con los que se reconocían entre sí".
 
Esta sociedad especulativa y operativa, especulativa por las lecciones teológicas y esotéricas que se enseñaban en sus iniciaciones, y operativa por el trabajo arquitectónico a que se dedicaban sus miembros, se distinguía por muchas características que la asimilan a la institución francmasónica.
 
En la práctica de la caridad, los hermanos más opulentos debían subvenir a las necesidades y contribuir al sustento de los más pobres. Por convenir así al trabajo y a su dirección, se dividían en organismos más pequeños, los cuales estaban dirigidos, como nuestras logias, por oficiales superintendentes. Empleaban en sus ceremonias los instrumentos de la albañilería, y tenían, como los francmasones, un lenguaje universal de signos convencionales para reconocerse, con los cuales los hermanos podían conocerse tanto en la luz como en las tinieblas, sirviendo para unir a todo el organismo en una fraternidad común, en cualquier parte en que se encontraran sus miembros dispersos.
 
En las obras de los autores antiguos se encuentran pruebas evidentes de la existencia de estos signos y palabras de paso empleadas en los misterios. Por ejemplo, Apuleyo dice en su Apología: "Si qui forteadest corundem Solemnium mehi particep, signum dato", etc., lo cual quiere decir que "si entre los presentes hay alguien que haya sido iniciado en los mismos ritos que yo, estará en libertad de escuchar lo que yo guardo con tanto secreto, si me da el signo".
 
Plauto alude también a esta costumbre, cuando hace que Milfidipa diga a Pirogopolónices, en su miles Clóriosus, act. IV, sc. 2: "Cedo signum, si harunc Baccharum es", o sea, "Dadme el signo si sois uno de los báquicos" o iniciados en los misterios de Baco.
 
Clemente de Alejandría llama a estas maneras de reconocerse es decir, medios de salvación. En otra parte, Apuleyo emplea la palabra memoracula, para denotar la palabra de paso, cuando dice "snctíssime sacrorum signa et memoracula custodire", que debe traducirse "conservar escrupulosamente los signos y palabras de paso de los ritos y símbolos sagrados".
 
Ya hemos dicho que la leyenda de los misterios de Dionisios relataba la muerte de este héroe-dios y el descubrimiento de su cadáver. Pero, para apreciar debidamente los hechos, es preciso dar más detalles sobre la naturaleza del ritual dionisiaco. En estos ritos místicos, el aspirante representaba de un modo simbólico y dramático los acontecimientos relacionados con la muerte del Dios de que derivaban su nombre los misterios.
 
Después de una serie de ceremonias preparatorias, en las que ponían a prueba su fortaleza y valor, se procedía a figurar el afanismo o muerte mística de Dionisios; y el griterío y las lamentaciones de los iniciados, con el entierro del candidato en el pastos, cofre o ataúd, constituía la primera parte de la ceremonia iniciática. Después empezábase a buscar los restos de Dionisios, lo cual se hacía en medio de la mayor confusión y de gran tumulto. Por fin, se encontraba al Dios; la tristeza se transformaba en alegría, la luz sucedía a las tinieblas, y se investía al candidato con el conocimiento de la doctrina secreta de los misterios: la creencia en la existencia de un solo Dios y un futuro estado de recompensas y castigos.

Tales fueron los misterios practicados por los arquitectos (mejor dicho por los francmasones), de Asia Menor. En Tiro, la ciudad más rica e importante de esta región, memorable por el esplendor y magnificencia de sus edificios, existieron colonias o Logias de estos arquitectos místicos. Este hecho debe tenerse presente siempre, pues constituye un importante eslabón de la cadena que posteriormente une a los Dionisios con los francmasones.

Pero, para completar los eslabones de la cadena, es necesario demostrar que los artistas místicos de Tiro, fueron por lo menos contemporáneos de la construcción del templo de Salomón. Tal es lo que vamos a intentar a continuación.

Lawrie, cuyas minuciosas investigaciones sobre este asunto han dejado poco ya por descubrir, sitúa en la época de la emigración jónica, la llegada de los Dionisios al Asia Menor cuando "los habitantes del Atica, descontentos de la pequeñez de su territorio y de la pobreza del suelo, salieron en busca de tierras más extensas y fértiles. Habiéndoseles unido algunos habitantes de las provincias limítrofes, embarcaron para Asia Menor, de donde expulsaron a los aborígenes, apoderándose de las mejores posiciones y uniéndose bajo el nombre de Jonia, por ser la mayor parte de los refugiados procedentes de esa provincia griega".

Valiéndose de sus conocimientos en las artes escultórica y arquitectónica, en las cuales habían ya los griegos hecho grandes progresos, llevaron los emigrantes a las nuevas tierras sus costumbres religiosas, e introdujeron en Asia los misterios de Atenea y Dionisios, mucho tiempo antes de que el libertinaje del país paterno los corrompiera.
 
Ahora bien, Playfair sitúa la emigración jónica en el año 1044 antes de Cristo; Gilles, en el 1055, y el Abate Barthelemy, en el 1076. La última de estas fechas es anterior en cuarenta y cuatro años al comienzo de la construcción del templo de Salomón, y da un margen de tiempo suficiente para que se pudiera establecer en la ciudad de Tiro la fraternidad dionisiaca e iniciarse "Hiram el Constructor" en sus misterios.

Sigamos ahora el eslabonamiento de los acontecimientos históricos que, finalmente, unieron esta purísima rama de la francmasonería espúrea de las naciones paganas con la francmasonería primitiva de los judíos de Jerusalén.
 
Cuando Salomón, rey de Israel, iba a empezar, de acuerde, con los propósitos de su padre "una casa dedicada al nombre de Jehová su Dios", quiso hacer sabedor de su deseo a Hiram, rey de Tiro, pues sabía cuán diestros eran los arquitectos dionisiacos de su país, y rogó a este monarca que le prestara su colaboración con el fin de llevar a feliz término su piadoso propósito. Cuentan las escrituras que Hiram satisfizo los ruegos de Salomón y le envió trabajadores para que le ayudaran en su gloriosa empresa. Entre los enviados estaba un arquitecto, a quien describe brevemente el primer libro de los Reyes, como "hijo de una viuda de la tribu de Neftalí, y su padre había salido de Tiro: trabajaba él en bronce, lleno de sabiduría, inteligencia y saber en toda obra de metal", y con más detalle en el segundo libro de las crónicas, donde se dice:
 
"Yo, pues, te he enviado un hombre hábil y entendido, que fue de Hiram mi padre. Hijo de una mujer de las hijas de Dan, mas su padre fue de Tiro, el cual sabe trabajar en oro, plata y metal, en hierro, en piedra y en madera, en púrpura y en cárdeno, en lino y en carmesí; asimismo para esculpir todas figuras, y sacar toda suerte de diseño que se le propusiere".
 
A este hombre (a este hijo de viuda, como dice la sagrada escritura y refiere la tradición masónica), le confió el rey Salomón un importante cargo entre los trabajadores del sagrado edificio que se erigía sobre el Monte Moria. Sus conocimientos y experiencias de artífice y sobresaliente pericia en todo género de "primorosas y sabias manufacturas" pronto le colocaron al frente de los trabajadores judíos y tinos, como arquitecto jefe y director principal de las obras.
 
A él es a quien atribuimos la unión de dos pueblos tan antagónicos por sus razas, tan desemejantes en costumbres y tan opuestos en religión, como el judío y el tirio, en una fraternidad común, que vino a convertirse en la institución francmasónica. Para conseguirlo debió de servirse de la influencia que le daba su elevada posición. Hiram, como tirio y como artífice, debió estar en relación con la fraterniad dionisiaca y no fue un humilde miembro a juzgar por la elevada posición de sus afectos en la corte del Rey de Tiro.
 
Por tanto, debió de conocer todas las costumbres ceremoniales de los artífices dionisiacos, y gozar una larga experiencia de las ventajas de la disciplina y del gobierno por ellos practicados en la construcción de los numerosos edificios sagrados en que trabajaban. No cabe duda de que él introduciría algunas de las costumbres del ceremonial y de la disciplina entre los trabajadores de Jerusalén. Para ello les unió en una sociedad, parecida en muchos de sus aspectos a la de los artífices dionisiacos; enseñó lecciones de caridad y de amor fraternal; estableció una ceremonia de iniciación para poner a prueba experimental la fortaleza y valía de los candidatos; adoptó modos de reconocimiento, e inculcó las obligaciones del deber y los principios de la moral, valiéndose de símbolos y alegorías.
 
A los peones y cargadores, los Ish Sabal, así como a los albañiles, correspondientes al primero y segundo grados de la Francmasonería más moderna, se les confiaban pocos secretos. Sus instrucciones, semejantes a la de los aspirantes a los misterios menores, consistían simplemente en purificar y preparar para pruebas más solemnes y para el conocimiento de verdades más sublimes, que se aprendían en el grado de maestros, a imitación de los grandes misterios, en el que se descubrían, exponían y corroboraban las grandes doctrinas de la unidad de Dios y de la inmortalidad del alma.
 
Pero aquí es donde al parecer se levanta un obstáculo infranqueable que impide continuar la semejanza de la francmasonería con los misterios dionisiacos. Ya hemos dicho que en los misterios paganos estas lecciones se enseñaban alegóricamente por medio de una leyenda. Ahora bien, en los misterios de Dionisios esta leyenda era la de la muerte y resurrección del Dios Dionisios; pero hubiera sido completamente imposible enseñar a los candidatos esta leyenda como base de las instrucciones que debían de recibir; porque cualquiera alusión a las fábulas mitológicas de sus colindantes los gentiles cualquiera celebración de los mitos teológicos paganos, hubiera sido igualmente ofensiva a las inclinaciones y repugnante a los prejuicios religiosos de la nación judía educada de generación en generación en el culto a un ser divino, celoso de sus prerrogativas, que se había dado a conocer a su pueblo con el nombre de Jehová, el Dios del tiempo presente, pretérito y futuro.
 
No sabemos de qué modo habría podido saltar este obstáculo el fundador israelita de la orden. No cabe duda de que habría tenido que inventar un sustituto en el que se comprendieran todos los requisitos simbólicos de la leyenda de los misterios, o sea, de la francmasonería espuria, sin violar los principios religiosos de la francmasonería primitiva judía. Pero no fue preciso recurrir a invención semejante, porque dícese que antes de la terminación del templo, ocurrió un triste suceso, que sirvió para cortar el nudo gordiano: la muerte del arquitecto jefe, que ha proporcionado a la francmasonería su leyenda, leyenda, que, como la de todos los misterios, sirven para testimoniar nuestra fe en la resurrección del cuerpo y la inmortalidad del alma.
 
Antes de concluir este tema, vamos a decir algo sobre la autenticidad de la leyenda del tercer grado. Algunos francmasones distinguidos creen que es un hecho histórico, mientras que otros lo consideran bella alegoría, lo cual no tiene importancia alguna en lo atañente al simbolismo de la francmasonería. Quienes defienden su carácter histórico, se fundan en lo siguiente:
 
Primero.
 
Porque el carácter de la leyenda cumple todos los requisitos del bien conocido axioma de Vicentius Lirinenses sobre lo que debe creerse de la tradición: "Quodd semper, quod ubique, quod ab omnibus traditum est".

O sea, que debe creerse todo aquello que se ha trasmitido por tradición y por todas las personas en todos los tiempos y lugares. Opinan que la leyenda de Hiram Abif está completamente de acuerdo con esta regla, pues ha sido universalmente admitida y abonada casi en su integridad por los francmasones, desde los tiempos más antiguos. No hay prueba histórica de que la francmasonería existiera sin esta leyenda desde la época del templo de Salomón en adelante. Está ella tan íntimamente ligada al sistema general, formando su parte esencial, y dándole su más definido carácter, que es evidente que la institución no podría existir sin la leyenda.
 
Quienes abogan por el carácter histórico de la leyenda creen que esto es por lo menos una probabilidad de la verdad.

Segundo.
 
La historia contenida en las segundas escrituras sobre la construcción del templo, no contradicen esta leyenda. Y, por tanto, en ausencia de la única autoridad escrita sobre este tema, quedamos en libertad de depender de la tradición, con tal de que ésta sea razonable y se apoye en una sucesión ininterrumpida, como en este caso ocurre.

Tercero.
 
Se pretende que este mismo silencio de las escrituras sobre la muerte de Hiram el Constructor es un argumento en favor de la misteriosa naturaleza de su muerte. Es dificil que a un hombre que llegó a ser el favorito de dos reyes (enviado por uno y recibido por el otro como don inapreciable y digno de historiarse) se le dejara en olvido una vez terminado su trabajo, sin dedicarle tan siquiera unas lineas de recuerdo, a menos que su muerte hubiera acontecido en circunstancias tales que fuera impropio darlas a la publicidad. Esto es precisamente lo que se cree que debió ocurrir. Ella se convirtió en leyenda de los nuevos misterios, que, al igual que las de los más antiguos, sólo se podía divulgar cuando se acompañaba de instrucciones simbólicas que se trataban de inculcar en las almas de los aspirantes.

Además, aun admitiendo que la leyenda del tercer grado sea mera ficción, que todo el relato masónico y extraescritural de la vida de Hiram Abif sea simplemente un mito, esto no afectaría en lo más mínimo a la teoría que tratamos de demostrar. Ya observó el sabio Müller que en el relato mítico van íntimamente unidos el hecho y la imaginación, lo real y lo irreal. Puesto que, según la opinión de este mismo autor, el mito nace siempre de una necesidad inconsciente por parte de sus creadores y por principios que actúan del mismo modo en todos, debemos remontarnos hacia la francmasonería de los dionisiacos en busca del principio que condujo a la formación involuntaria de este mito hirámico.

Así, pues, llegarnos al mismo resultado que el indicado antes, es decir, que la necesidad del sentimiento religioso en el alma judía, que hubiera rechazado la introducción de la leyenda de Dionisios, llevó a la sustitución de ésta por la de Hiram, en la cual las partes ideales de lo narrativo van íntimamente ligadas a las transacciones reales.

De modo que la existencia de Hiram Abif, arquitecto-jefe del templo de Jerusalem y amigo confidencial de los reyes de Israel y de Tiro, como indica su título de Ab, o padre, y el hecho de que no se vuelva a oír nada sobre él después de terminado el templo son hechos rigurosamente históricos. Su muerte violenta descrita por la leyenda masónica, puede ser cierta o, también, un elemento mítico incorporado a la narración histórica.

Pero sea o no cierto esto (que la leyenda es hecho o ficción, historia o mito) lo indudable es que los francmasones salomónicos la adoptaron como sustituta de la leyenda idolátrica de la muerte de Dionisios, perteneciente a los misterios dionisiacos de los trabajadores tirios.
 
 
 

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