sábado, 31 de marzo de 2018

CON RELACIÓN AL NÚMERO CUATRO


En la Masonería, al referimos al lenguaje simbólico, observamos cómo todo lo que se manifiesta en la creación es el símbolo de un ser invisible que en ella se expresa; o sea, que cada uno de los seres existentes obedece a algún arquetipo, es decir, a una «idea» (en el sentido platónico del término), de la que el ser manifestado es sólo un reflejo ilusorio.
 
A su vez, podemos ver cómo esos arquetipos, emanados del Ser primordial, son los atributos del Gran Arquitecto, que produce el universo como una exhalación de su gracia, imponiendo simultáneamente en forma rigurosa los límites necesarios a la creación, para aspirar nuevamente todas las cosas manifestadas hacia Si.
 
Se nos dice que el templo masónico, lo mismo que el hombre, es un modelo del cosmos. Por lo tanto, hay una clara relación simbólica hombre-templo-universo; y es por eso que construyendo nuestro templo interno colaboramos en la obra de la creación del templo universal, sumándonos de esta manera a la Gran Obra o Arte Real, enseñado y transmitido desde el origen de los tiempos, por hierofantes, constructores y alquimistas, de los que somos herederos.

El hombre fue creado para coronar la obra de la Creación. Cuando logra, mediante el arte supremo de conocerse a sí mismo, descubrir su esencia íntima, es decir, el centro de su ser, logra el Conocimiento y la identidad con la causa primera.

En nuestra Orden se nos enseña a construir. Todos nuestros instrumentos de trabajo están relacionados con este arte. El arte de la construcción no es un fin en sí mismo, sino un medio de alcanzar nuestra suprema meta. La Palabra perdida, impronunciable, es el secreto inviolable que nuestra Orden guarda celosamente; es el misterio inefable, objeto eterno de la búsqueda del hombre, que permanecerá siempre oculto en la profundidad de su esencia misteriosa.

Nuestra labor no es la de descubrir el misterio, incognoscible por su propia naturaleza. Nuestra tarea es la de guardar ese secreto misterioso, que es el espíritu mismo de la Masonería, oculto en el Ara de nuestro templo y en el corazón de nuestro ser. Esta idea nos despierta la búsqueda de lo milagroso y nos hace recuperar el sentido mágico de la vida, mediante el reconocimiento de que guardamos y transmitimos ese secreto misterioso.

Esa custodia y transmisión es la razón de ser de la iniciación en los misterios, que comenzamos a recibir en el interior de la caverna y que debemos profundizar a medida que avanzamos por nuestro camino, construyendo nuestro templo (un cosmos, un orden), que nos permitirá salir finalmente de él rumbo al Eterno Oriente.

Para tener una noción más clara de lo que fue nuestra Orden en la antigüedad, y de los misterios que ésta guarda y conserva, tendríamos que atenernos al punto de vista sagrado, esotérico, iniciático y tradicional.

Este tipo de ideas, según lo que heredamos de los griegos, se transmite a través de las ciencias escilricas, y particularmente de las cuatro principales ciencias numéricas: la aritmética, la geometría, la música y la astrología, temas de estudio y meditación que, como sabemos, son habituales en todas las logias del mundo.

En nuestros últimos trabajos, hicimos énfasis en el sentido cualitativo y esotérico de los números y vimos algunos aspectos simbólicos de los tres primeros, que constituyen la Gran Tríada, la Trinidad Suprema, símbolo de lo inmanifestado. Decíamos que la unidad es indimensionada, como el punto geométrico su equivalente. Este no tiene alto, ni ancho, ni largo; es lo más pequeño, pero a su vez lo más grande de todo; se encuentra en todas partes y en ninguna. Observábamos cómo esta unidad se polariza produciendo al número dos, la línea recta, la primera dimensión, simbolizada por nuestra regla de 24 pulgadas, y cómo en el tres y en la figura geométrica del triángulo se producen ya las dos primeras dimensiones (base y altura). Pero se dice que los hombres somos seres tridimensionales, pues percibimos el mundo en tres dimensiones.

En nuestro simbolismo, este pasaje del mundo de dos dimensiones al de tres (es decir, del número tres al cuatro), se expresa como el pasaje del plano al volumen, o sea, de la geometría plana a la construcción. No podemos conocer el arte de la construcción si no conocemos el arte de la geometría; no podríamos conocer ésta sin conocer la ciencia de los números; y no podremos realizar nuestro templo sin conocer la armonía que nos enseña la música y la astrología que nos muestra el cosmos. Es por esto que la numerología nos da una base fundamental y un orden, sin el cual no sería posible ningún tipo de construcción ni de comprensión; y las cuatro ciencias aludidas, son un todo, que nos permitirá realizar la armonía en nuestro templo, dentro de nosotros mismos, y eventualmente en el mundo. Geométricamente, esta tridimensionalidad se produce mediante la aparición de un punto central en el triángulo.

Es lo que simboliza nuestro triángulo con el ojo en el centro. La unidad se suma así al temario, produciendo el cuaternario y las tres dimensiones. Esta figura geométrica resultante, el tetraedro regular, es la primera figura volumétrica: una pirámide de cuatro caras, cada una de las cuales está compuesta por un triángulo equilátero, siendo por lo tanto todos sus lados iguales: esto es símbolo, como hemos dicho, de la primera manifestación y también del mundo de la construcción y de la creación.

El número cuatro simboliza al cosmos, mientras que los tres primeros son considerados supracósmicos

Según la cábala, la primera trinidad es el mundo de lo trascendente, y con el cuatro comienza lo inmanente, los números de construcción cósmica.

El cuatro es la unidad en otro plano. Siguiendo la Tetraktys pitagórica, podemos ver cómo: 4 = 1 + 2 + 3 + 4 = 10 = 1 + 0 = 1.

Es decir, que el número cuatro expresa a la unidad inmanifestada en el mundo de la manifestación; a la vez que este número se encuentra íntimamente unido al denario, que incluye a todos los números naturales.

También se representa al cuatro en la geometría con los símbolos del cuadrado y de la cruz, que fijan los límites en el espacio y el tiempo. Precisamente, la unión de estos dos conceptos nos ayuda a intuir la presencia de otra dimensión que no perciben nuestros sentidos externos, pero que según la tradición constituye la realidad verdadera.

Este número también está presente en la idea de los cuatro elementos, de los cuatro mundos cabalísticos y de las cuatro partes en que puede ser subdividida toda jerarquía.


 

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