La riqueza simbólica de los dos solsticios es verdaderamente inagotable y nos ofrece siempre diferentes niveles de lectura, todos ellos perfectamente coherentes entre sí.
Quiero señalar de forma muy breve uno de los aspectos de esa simbólica, aquella que se refiere a las letras J y B, que como sabemos son las iniciales de las dos columnas que enmarcan la entrada de nuestro templo, y también del templo de Salomón, su prototipo y modelo.
Estas dos iniciales se corresponden con las de Juan Bautista y Juan Evangelista, también llamado Juan Boanergés, nombre que significa "Hijo del Trueno", referido tanto al Evangelista como a su hermano Santiago, que es el patrón de los alquimistas como todos sabéis.
Que las iniciales de los nombres de los dos patrones de la Masonería (Juan Bautista y Juan Boanergés = J y B) sean las mismas que las de las dos Columnas no ha de deberse a una simple "coincidencia" o "azar", que no existen para la Ciencia Simbólica, sino que ha de responder a algo mucho más profundo relacionado con la enseñanza cosmogónica e iniciática de nuestra Orden.
Tengamos en cuenta que las dos columnas son una sola en su realidad arquetípica, pues ambas están situadas en los extremos de un mismo eje, el eje de los solsticios, significando la palabra solsticio "el sol se detiene", que es lo mismo que decir que el tiempo simbólicamente no transcurre, esto es, que no existe, y que por tanto la idea de dualidad, movimiento y sucesión propia del transcurrir temporal ha sido reintegrada en la Unidad de su origen eterno.
Asimismo los dos solsticios ocurren simultáneamente, pues cuando en el hemisferio norte es el solsticio de invierno, en el hemisferio sur es el solsticio de verano, y viceversa, de ahí que se diga que cuando la "puerta de los dioses" se abre (en el solsticio de invierno), también lo hace simultáneamente la "puerta de los hombres" (en el solsticio de verano).
Por otro lado, las letras J y B son también las iniciales de Jerusalén y Belén, que como sabemos son las dos ciudades, o los dos extremos en el espacio y el tiempo, entre los que transcurre la vida de Cristo, que no es otro que esa realidad arquetípica en la que se unen los contrarios aparentes representados por los dos San Juan o los dos solsticios.
El mismo Cristo, en cuanto a su condición humana es salido del tronco de David y por tanto de la tribu real de Judá, que junto a la de Benjamín (B), fueron las dos tribus que constituyeron el reino de Judá.
Toda esta simbólica, que nos describe una historia y una geografía sagradas, adquiere un sentido nuevo cuando advertimos que las mismas iniciales J y B son también las de las letras hebreas Iod y Beth (la J es idéntica a la I), y cuyos valores numéricos son 10 y 2 respectivamente. Atendiendo a esos valores numéricos, el primero (10) expresa la idea de ciclo completo y acabado, en tanto que el segundo (2), indica más bien la idea de comienzo y principio, pues Beth es asimismo la inicial de Bereshit, la primera palabra con la que se inicia el Génesis y el Prólogo del Evangelio de San Juan:
"En el Comienzo", o "En el Principio".
En relación con el tiempo esos valores numéricos se están refiriendo al comienzo y al fin de la manifestación, o de cualquier ciclo, como por ejemplo la vida de Cristo "encuadrada" entre Belén y Jerusalén. Pero si sumamos, es decir si unimos, 10 y 2 el resultado es 12, que en este contexto se corresponden con las 12 puertas de la Jerusalén Celeste, o con los "doce soles" que aparecen simultáneamente en el centro de ella como los doce frutos del Árbol de la Vida, cuando todo el ciclo de la humanidad (el Manvántará) haya sido consumado en la Unidad, dentro de la cual "no hay acepción de personas", o de individualidades.
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