Al finalizar los trabajos masónicos, el Venerable Maestro, pagados, despedidos y contentos los obreros, previa la invocación, la batería del grado y el juramento de costumbre, cierra los trabajos, siendo Medianoche en punto. El juramento de costumbre consiste en "guardar la Ley del Silencio".
Cada elemento que decora nuestro templo, sus rituales, sus símbolos y sus mitos tiene un profundo valor simbólico y nada es superfluo; como corresponde a la naturaleza polisémica del símbolo, cada elemento, incluido los cargos que ocupan los hermanos, es susceptible de diversas interpretaciones, las cuales podrían encararse según tres niveles de realidad, pues el Templo es una imagen tanto del micro como del macrocosmos y ambos están tradicionalmente constituidos por tres ámbitos paradigmáticos, a saber, Cuerpo, Alma y Espíritu, ámbito Terrestre, ámbito Intermediario y ámbito Celeste, respectivamente.
Ante todo, debe decirse que el juramento nos recuerda aquel que cada uno de nosotros realizamos el día de nuestra iniciación; en este sentido, cada masón se reafirma en su compromiso de "conocerse a sí mismo" y en su pertenencia a la Orden al final de cada Tenida, no en vano es entonces cuando los hermanos, con renovada fuerza y vigor, han "compartido el Pan", es decir, cuando por intermediación del Rito han recibido la influencia espiritual que se esparce por toda la Logia desde su centro, verdadero Nudo vital que mantiene unida todas las partes que la constituyen.
Por otra parte, si se jura guardar silencio es porque no debe ser objeto de comentario ni discusión fuera de la Logia todo lo que durante los trabajos se ha dicho o tenido lugar en ella; y esto es así, porque los trabajos que se enmarcan en su seno acontecen en un tiempo y en un lugar sagrados, luego fuera de los parámetros inherentes al mundo profano.
En efecto, para un profano los asuntos internos de los trabajos masónicos no es que no sean de su incumbencia, sino que cabría preguntarse si no le resultan incomprensibles pues no tiene otra posibilidad más que juzgarlos con parámetros pertenecientes a una realidad bien podría decirse que grosera, en donde todo siempre tiene su contrario, sin el cual nada es posible.
Según lo que acabamos de decir, el hecho de guardar silencio sobre los trabajos masónicos debería resultar una obviedad para el verdadero masón, para aquel que ha comprendido bien una cuestión básica: la diferencia entre lo sagrado y lo profano. Pero también cabría preguntarse si la Ley del Silencio debe observarse igualmente por lo que respecta a las relaciones entre masones de distintas Logias. En este punto, hemos de decir que la fraternidad se esparce por toda la faz de la tierra y que los códigos masónicos abren las puertas al intercambio y al reconocimiento. Pero también debe decirse que las Logias son soberanas y, por lo tanto, capaces de marcar su propio destino; pueden y deben constituir auténticos puntos de vista de la Tradición, siempre ciñéndose a la ortodoxia tradicional que, como decía René Guénon, consiste simplemente en seguir fielmente a la Tradición. En este sentido, ciertos códigos simbólicos pueden conferir una particularidad, luego cierta diferencia, que caracteriza a las Logias en el conjunto de la Masonería. Entonces, vale decir que en los trabajos masónicos de cada Logia, con su propia dinámica e idiosincrasia, la Ley del Silencio debe ser, igualmente, observada, como, obviamente, la memoria de la Logia queda burilada en las Actas de Secretaría que el Hermano Secretario guarda con celo y discreción.
Si encaramos las cosas más en profundidad, desde un punto de vista espiritual y metafísico la Ley del Silencio, ¿acaso no es la expresión, o un símbolo, del Misterio?
Como sabemos, el Misterio, como el Secreto, no es algo que pueda ser dicho; todo lo que puede ser comunicado no conforma un secreto propiamente, por muy pocos que sean los que lo sepan. Cuando en nuestros rituales se habla de "comunicar un secreto", de hecho lo que se comunica es un símbolo del Secreto. El Misterio está más allá, incluso, de los arcanos del Mundo y del Hombre, de las causas primeras que el iniciado se ha comprometido a desvelar para sí mismo, es decir, para identificarse con ellos, para cumplir con su destino en tanto que ser hecho a imagen y semejanza del Principio.
Por lo tanto, la Ley del Silencio, recuerda al masón su meta última: conocerse a sí mismo; en otras palabras, le recuerda que en última instancia, la meta última es la identificación con lo que no tiene ni número ni nombre.
Por otra parte, notemos, también, que en el juramento en cuestión, el Silencio se vincula a la Ley. Este hecho, de una importancia capital en nuestro ritual, nos hace reflexionar acerca de que, efectivamente, tiene que ver con la Ley universal, pues, si el Universo es un símbolo de una realidad que lo trasciende, de la cual él es su expresión formal, la Ley del Silencio es la expresión de los principios que no se dan a presencia si no es a través de los símbolos, ritos y mitos, quienes observan también esta Ley del Silencio porque revelan un contenido que a su vez velan. Es decir, que los símbolos "guardan silencio" sobre una realidad metafísica que sólo se da a presencia cuando el hombre encarna enteramente el símbolo, es decir, cuando se hace intermediario entre Cielo y Tierra; en este momento, si de momento pudiera hablarse, y como dice el Filósofo, se descubren las verdades metafísicas, las mismas que resulta imposible comunicar a los demás.
"— ¿Qué lazo nos une?
— Un Secreto.
— ¿Cuál es ese secreto?
— La Masonería".
Ante todo, debe decirse que el juramento nos recuerda aquel que cada uno de nosotros realizamos el día de nuestra iniciación; en este sentido, cada masón se reafirma en su compromiso de "conocerse a sí mismo" y en su pertenencia a la Orden al final de cada Tenida, no en vano es entonces cuando los hermanos, con renovada fuerza y vigor, han "compartido el Pan", es decir, cuando por intermediación del Rito han recibido la influencia espiritual que se esparce por toda la Logia desde su centro, verdadero Nudo vital que mantiene unida todas las partes que la constituyen.
Por otra parte, si se jura guardar silencio es porque no debe ser objeto de comentario ni discusión fuera de la Logia todo lo que durante los trabajos se ha dicho o tenido lugar en ella; y esto es así, porque los trabajos que se enmarcan en su seno acontecen en un tiempo y en un lugar sagrados, luego fuera de los parámetros inherentes al mundo profano.
En efecto, para un profano los asuntos internos de los trabajos masónicos no es que no sean de su incumbencia, sino que cabría preguntarse si no le resultan incomprensibles pues no tiene otra posibilidad más que juzgarlos con parámetros pertenecientes a una realidad bien podría decirse que grosera, en donde todo siempre tiene su contrario, sin el cual nada es posible.
Según lo que acabamos de decir, el hecho de guardar silencio sobre los trabajos masónicos debería resultar una obviedad para el verdadero masón, para aquel que ha comprendido bien una cuestión básica: la diferencia entre lo sagrado y lo profano. Pero también cabría preguntarse si la Ley del Silencio debe observarse igualmente por lo que respecta a las relaciones entre masones de distintas Logias. En este punto, hemos de decir que la fraternidad se esparce por toda la faz de la tierra y que los códigos masónicos abren las puertas al intercambio y al reconocimiento. Pero también debe decirse que las Logias son soberanas y, por lo tanto, capaces de marcar su propio destino; pueden y deben constituir auténticos puntos de vista de la Tradición, siempre ciñéndose a la ortodoxia tradicional que, como decía René Guénon, consiste simplemente en seguir fielmente a la Tradición. En este sentido, ciertos códigos simbólicos pueden conferir una particularidad, luego cierta diferencia, que caracteriza a las Logias en el conjunto de la Masonería. Entonces, vale decir que en los trabajos masónicos de cada Logia, con su propia dinámica e idiosincrasia, la Ley del Silencio debe ser, igualmente, observada, como, obviamente, la memoria de la Logia queda burilada en las Actas de Secretaría que el Hermano Secretario guarda con celo y discreción.
Si encaramos las cosas más en profundidad, desde un punto de vista espiritual y metafísico la Ley del Silencio, ¿acaso no es la expresión, o un símbolo, del Misterio?
Como sabemos, el Misterio, como el Secreto, no es algo que pueda ser dicho; todo lo que puede ser comunicado no conforma un secreto propiamente, por muy pocos que sean los que lo sepan. Cuando en nuestros rituales se habla de "comunicar un secreto", de hecho lo que se comunica es un símbolo del Secreto. El Misterio está más allá, incluso, de los arcanos del Mundo y del Hombre, de las causas primeras que el iniciado se ha comprometido a desvelar para sí mismo, es decir, para identificarse con ellos, para cumplir con su destino en tanto que ser hecho a imagen y semejanza del Principio.
Por lo tanto, la Ley del Silencio, recuerda al masón su meta última: conocerse a sí mismo; en otras palabras, le recuerda que en última instancia, la meta última es la identificación con lo que no tiene ni número ni nombre.
Por otra parte, notemos, también, que en el juramento en cuestión, el Silencio se vincula a la Ley. Este hecho, de una importancia capital en nuestro ritual, nos hace reflexionar acerca de que, efectivamente, tiene que ver con la Ley universal, pues, si el Universo es un símbolo de una realidad que lo trasciende, de la cual él es su expresión formal, la Ley del Silencio es la expresión de los principios que no se dan a presencia si no es a través de los símbolos, ritos y mitos, quienes observan también esta Ley del Silencio porque revelan un contenido que a su vez velan. Es decir, que los símbolos "guardan silencio" sobre una realidad metafísica que sólo se da a presencia cuando el hombre encarna enteramente el símbolo, es decir, cuando se hace intermediario entre Cielo y Tierra; en este momento, si de momento pudiera hablarse, y como dice el Filósofo, se descubren las verdades metafísicas, las mismas que resulta imposible comunicar a los demás.
"— ¿Qué lazo nos une?
— Un Secreto.
— ¿Cuál es ese secreto?
— La Masonería".
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