miércoles, 7 de febrero de 2018

SILENCIO, SILENCIO EN LOGIA HERMANOS


Saber callar no es menos importante que saber hablar y este último arte no puede apreciarse a la perfección sin antes habernos adiestrado en el primero, rectificando por medio de la escuadra de la reflexión todas nuestras expresiones verbales instintivas.

Tiene el silencio, cuando el pensamiento se refleja sobre sí mismo, un cierto sentido religioso. El que calla oye las voces que armónicamente hablan en su interior. Apaciguados sus sentidos y extinguida momentáneamente la comunicación con el interior, se logra una relación con el misterio de lo infinito, predisponiéndose a recibir las manifestaciones que emanan de las obras artísticas y filosóficas.

No hay duda de que las grandes producciones e investigaciones se han logrado estando sus autores encerrados en el silencio. De este estado anímico surgieron manifestaciones estelares del espíritu humano, del silencio"interior", del aislamiento, de la abstracción completa. El "ruído externo" no cuenta para el hombre que está encerrado en su mundo interior. Podemos mencionar el caso de Beethoven que produjo la más bella y genial música siendo sordo; como también a Cervantes, que escribió las inmortales páginas de su Quijote en el aislamiento forzado de un calabozo.

Y, en la antigüedad, el beneficio que produce el silencio fue comprendido por Pitágoras, quien expresó: "El silencio es obra más fecunda que los juegos malabares de tantas y tantas energías gastadas en discursos, que son un mar de palabras y un desierto de ideas". Es así que a los jóvenes que ingresaban a su escuela se les imponía cumplir un noviciado que duraba por lo menos tres años. Los novicios estaban sometidos a la regla absoluta del silencio durante las lecciones. No tenían derecho a hacer objeciones a sus Maestros ni a discutir sus enseñanzas. Debían recibirlas con respeto y luego meditarlas largamente y a solas. Para imprimir esta regla en el espíritu del nuevo oyente, se le mostraba una estatua de mujer envuelta en un largo velo y con un dedo sobre los labios, la Musa del Silencio. Pitágoras no creía que la juventud fuese capaz de comprender el origen y el fin de las cosas. Pensaba que ejercitarla en la dialéctica y razonamiento antes de haberle dado el sentido de la Verdad, sólo podía producir cabezas huecas y sofistas presuntuosos.

Pero hay silencios de silencios. El silencio que no es impuesto a la fuerza y que nace del temor, el que valiéndose de represiones de cualquier índole amordaza nuestras palabras y no deja expresar libremente nuestros pensamientos, arrebata al hombre una de sus más preciadas, conquistas, la de expresar libremente sus ideas.

Sin embargo, los estados de concentración y de freno impuestos por la racionalidad a exaltaciones afectivas, hacen del silencio una palabra interior, una conversación consigo mismo, que convierte al hombre de siervo de sus pasiones en dueño de sí mismo.

Saber argumentar y saber parlar son cosas necesarias en nuestras relaciones humanas, pero esto poco sirve en circunstancias donde lo útil es precisamente callar. Para nosotros los masones el silencio encierra una gran virtud: nos concentramos en nosotros mismos para adentrarnos con toda la fuerza de nuestro espíritu en la práctica de nuestra doctrina. No en vano la primera palabra que pronuncia el Ven. Maestro al iniciar los trabajos es:

SILENCIO: "Silencio en Logia, queridos hermanos".

Con estas palabras nos aísla de nuestras preocupaciones fútiles y hace prevalecer en nuestras mentes el silencio interior necesario para absorber las enseñanzas masónicas, lo que nos ayuda a desarrollar con mayor claridad las ideas y conceptos que exponemos en nuestras tenidas. En estas circunstancias nuestras intervenciones deben llevar un sello de fraternidad y prudencia, evitando provocar amarguras y desiluciones que merman nuestro concepto de la verdadera virtud que representan nuestros ideales.

El silencio y la compostura que deben imperar siempre en todos los actos y reuniones masónicos debemos observarlos los francmasones en todo momento, ya sea en la sociedad profana, ya sea en el seno de nuestras logias y debemos hacerlo así para que en nuestros templos exista una verdadera seriedad y orden que nos ayuden a perfeccionar día a día nuestra piedra en bruto.

Nuestra querida Orden nos enseña a darle un valor justo y preciso al silencio. En nuestros deberes masónicos figura como una de sus principales recomendaciones para mejorar nuestra condición humana, pulirla y elevarla por encima de nuestros defectos y pasiones, para así convertirnos en seres más útiles a la sociedad, desarrollando al mismo tiempo los factores positivos de nuestras personalidad.

El silencio bien practicado se eleva al rango de virtud, gracias a la cual se corrigen muchos defectos por lo mismo que se aprende a ser prudente e indulgente con las faltas que se observan. Por eso la Francmasonería simboliza con la llana, con la cual debemos extender en silencio una capa sobre los defectos de nuestros semejantes.

Debemos hablar sólo cuando por medio de nuestras palabras hacemos labor constructiva, contribuyendo a enmendar errores o a esclarecer conceptos. Sólo entonces cumple la palabra su cabal y perfecta misión, vertiendo el consuelo y la luz en las almas. Es más, el silencio guardado en algunos casos puede contribuir a encubrir malas acciones o pensamientos torcidos y, en ese caso, debemos desterrarlo valientemente para encender la luz de la verdad con nuestras palabras.

No podríamos cerrar este trabajo sin antes señalar el deber que nos impone nuestra Augusta Orden de guardar silencio acerca de nuestras prácticas y doctrinas.

Al respecto, creo de interés reproducir algunos de los conceptos que sobre esta materia han escrito los queridos hermanos Adolfo Terrones y Alfonso León en su valioso libro "Los 33 Temas del Aprendiz Masón" y que son los siguientes:

- Si sois masón; guardad silencio absoluto, que oídos profanos nos escuchan. Acordaos de vuestro juramento.

- Vicio es el hábito de contentar nuestros deseos, hábito que pervierte los institntos . La indiscreción es un vicio del que habéis abjurado ante el Ara, sed fieles a vuestros juramentos.

- La palabra es plata, el silencio es oro; acumulad este último guardando silencio sobre todo lo que viereis y oyereis en vuestra logia.

- El primer deber de un masón es un silencio absoluto. Si no queréis sufrir las consecuencias, mantened el secreto de todo lo que ocurra en las logias. Vuestra indiscreción os haría aparecer indignos de pertenecer a una sociedad de hombres honrados.

- Las conversaciones, para ser discretas, deben ser producto del lugar, del momento y del medio. Los asuntos masónicos están reservados para la logia y en tenida abierta.

Hemos tratado de sintetizar en esta breve exposición las diferentes apreciaciones sobre el silencio y del papel que éste desempeña en nuestra Institución. Siendo que la disciplina del silencio es una de Ias enseñanzas fundamentales de la Masonería, practiquemos un silencio constructivo para bien de nuestra querida Orden y, por ende, de la humanidad.





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