En su forma extraña, esa expresión enigmática puede encerrar más de un significado: es ciertamente, ante todo, una suerte de contracción fonética de lapis lapsus ex caelis, ‘la piedra caída de los cielos’; además, esa piedra, en razón misma de su origen, está como “en exilio” en la morada terrestre, de donde, por otra parte, según diversas tradiciones concernientes a esa piedra o sus equivalentes, ha de remontarse finalmente a los cielos.
En lo que respecta al simbolismo del Graal, importa señalar que, si bien se lo describe más habitualmente como un vaso y ésta es su forma más conocida, se lo describe también a veces como una piedra, según es, en particular, el caso en Wolfram von Eschenbach; por otra parte, puede ser al mismo tiempo una y otra cosa, pues se dice que el vaso había sido tallado de una piedra preciosa que, habiéndose desprendido de la frente de Lucifer cuando su caída, es igualmente “caída de los cielos”.
Por lo demás, lo que parece aumentar aún la complejidad del simbolismo, pero en realidad puede dar la “clave” de ciertas conexiones, es lo siguiente: si el Graal es un vaso (grasale), es también un libro (gradale o graduale); y en ciertas versiones de la leyenda se trata, a este respecto, no precisamente de un libro propiamente dicho, sino de una inscripción trazada en la copa por un ángel o por el mismo Cristo. Ahora bien; inscripciones de origen igualmente “no humano” aparecen también en ciertas circunstancias en el lapsit exillis; éste era, pues, una “piedra parlante”, es decir, si se quiere, una “piedra oracular”, pues si una piedra puede “hablar” produciendo sonidos, puede hacerlo igualmente (como el caparazón de tortuga en la tradición extremo-oriental) por medio de caracteres o figuras que se muestren en su superficie.
Ahora bien: es también muy notable desde este punto de vista que la tradición bíblica menciona una “copa oracular”, la de José, que podría, en este respecto al menos, considerarse como una de las formas del mismo Graal; y, cosa curiosa, se dice que otro José, José de Arimatea, llegó a ser poseedor o guardián del Graal y lo llevó de Oriente a Bretaña; es sorprendente que no se haya prestado nunca atención, al parecer, a estas “coincidencias”, harto significativas sin embargo.
Para volver al lapsit exillis, señalaremos que algunos lo han relacionado con la Lia Fail o ‘piedra del destino’; en efecto, era ésta también una “piedra parlante” y, además, podía ser en cierto modo una “piedra venida de los cielos”, ya que, según la leyenda irlandesa, los Tuatha de Danann la habría traído consigo de su primera morada, a la cual se atribuye un carácter “celeste” o al menos “paradisíaco”. Sabido es que esa Lia Fail era la piedra de consagración de los antiguos reyes de Irlanda, y que lo fue después la de los de Inglaterra, habiendo sido llevada por Eduardo I, según la opinión más comúnmente aceptada, a la abadía de Westminster; pero lo que puede parecer cuando menos singular es que, por otra parte, esa misma piedra haya sido identificada con la que Jacob consagró en Beyt-el. Esto no es todo: esa piedra de Jacob, según la tradición hebrea, parecería haber sido también la que siguió a los israelitas por el desierto y de donde manaba el agua de que ellos bebían, piedra que, según la interpretación de San Pablo, no era sino el mismo Cristo; habría sido después la piedra setiyáh o ‘fundamental’ colocada en el Templo de Jerusalén debajo del lugar del Arca de la Alianza, marcando así simbólicamente el “centro del mundo”, como lo marcaba igualmente, en otra forma tradicional, el Ómphalos délfico; y, puesto que estas identificaciones son evidentemente simbólicas, puede decirse con seguridad que en todo ello se trata, en efecto, de una misma y única piedra.
Debe señalarse, empero, en lo que concierne al simbolismo “constructivo”, que la piedra fundamental de que acaba de hablarse no debe confundirse en modo alguno con la “piedra angular”, puesto que ésta es el coronamiento del edificio, mientras que aquélla se sitúa en el centro de su base; y, así colocada en el centro, difiere igualmente de la “piedra de fundación” en el sentido ordinario del término, la cual ocupa uno de los ángulos de la misma base.
En las piedras de base de los cuatro ángulos había como un reflejo y una participación de la verdadera “piedra angular” o “piedra cimera”; aquí, también puede hablarse de reflejo, pero se trata de una relación más directa que en el caso precedente, pues la “piedra cimera” y la “piedra fundamental” en cuestión están situadas sobre la misma vertical, de modo que la segunda es como la proyección horizontal de la primera sobre el plano de la base; podría decirse que esta “piedra fundamental” sintetiza en sí, aun permaneciendo en el mismo plano que las piedras de los cuatro ángulos, los aspectos parciales representados por éstas (estando este carácter parcial expresado por la oblicuidad de las rectas que las unen a la sumidad del edificio). De hecho, la “piedra fundamental” del centro y la “piedra angular” son respectivamente la base y la cúspide del pilar axial, ya se encuentre éste figurado visiblemente, ya tenga una existencia solo “ideal”; en este último caso, la “piedra fundamental” puede ser una piedra de hogar o una de altar (lo que, por otra parte, es en principio la misma cosa), y de todos modos corresponde en cierto modo al corazón” mismo del edificio.
Hemos dicho, acerca de la “piedra angular”, que ella representa la “piedra descendida del cielo”, y hemos visto ahora que el lapsit exillis es más propiamente la “piedra caída del cielo”, lo que, por lo demás, puede ser puesto también en relación con la “piedra rechazada por los constructores”, si se considera, desde el punto de vista cósmico, a esos constructores como los Ángeles o los Deva; pero, como no todo “descenso” es forzosamente una “caída”, cabe establecer cierta diferencia entre ambas expresiones.
En todo caso, la idea de “caída” no podría aplicarse en modo alguno cuando la “piedra angular” ocupa su posición definitiva en la sumidad; se puede hablar aún de un “descenso” si se refiere el edificio a un conjunto más extenso (esto en correspondencia con el hecho, que ya hemos señalado, de que la piedra no puede ser colocada sino desde lo alto); pero, si se considera solo el edificio en sí mismo y el simbolismo de sus diversas partes, esa posición puede llamarse “celeste”, ya que la base y el techo corresponden respectivamente, en cuanto a su “modelo cósmico”, a la tierra y el cielo. Ahora hay que agregar, y con esta observación terminaremos, que todo cuanto se sitúa sobre el eje, en diversos niveles, puede considerarse en cierto modo como representación de las diferentes situaciones de una sola y misma cosa, situaciones que están a su vez en relación con diferentes condiciones de un ser o de un mundo, según se adopte el punto de vista “microcósmico” o el “macrocósmico”; y, a este respecto, indicaremos solamente, con carácter de aplicación al ser humano, que las relaciones de la “piedra fundamental” del centro y la “piedra angular” de la sumidad no dejan de presentar cierta conexión con lo que hemos dicho en otro lugar acerca de las “localizaciones” diferentes del lûz o “núcleo de inmortalidad”.
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