El toro: Es símbolo de potencia fecundante, de propagación vital. Asociado por sus cuernos con la luna y sus influjos.
Entroncado con la figura mítica del Minotauro, con el toro egipcio Apis, con las danzas taurinas de la antigua Creta, y con el culto de Mitra.
El culto de Mitra tuvo un gran auge en el Imperio Romano entre los siglos I y III. Fue practicado por los soldados romanos; poseía ritos de iniciación. Uno de sus momentos fundamentales era el sacrificio del toro, acto de gran envergadura simbólica, que remite a un toro primordial en el que se concentraban las energías originales, iniciales de la vida.
En muchas culturas antiguas, es un símbolo de gran fuerza. En las imágenes de las cuevas de las grutas de culto paleolíticas las representaciones de bóvidos salvajes junto con las de caballos constituyen el motivo más importante (bisonte y uro). El toro primigenio debió de causar la impresión de fuerza vital y de poder masculino, aunque simbológicamente sigue siendo dudosa su interpretación.
En tanto que la fuerza y el carácter salvaje impresionan, la sorda brutalidad de sus ataques, tal como los experimenta el ser humano, infunden temor.
Desde el punto de vista de la historia de las religiones, el papel del toro es sumamente importante, lo cual se manifiesta en el culto de que es objeto y que se refiere sobre todo al poder procreador del animal; también son importantes sus cuernos, que hacen pensar en la Luna, pero en relación con esto se considera también la vaca; por ejemplo en fiesta de los dinkas sudaneses. Las jóvenes a punto de ser cortejadas portan cuernos de vaca. Los hombres que las cortejan se presentan con bueyes mimados a los que llaman "toros cantarines".
Por otro lado hay un sinfín de ritos simbólicos que se refieren a la victoria sobre el toro y al sacrificio de este animal. Los antiguos cultos cretenses, que probablemente eran conocidos también por otras culturas en forma parecida, convierten el toro en objeto de danzas con saltos por encima, mediante las cuales el hombre trata de demostrar su superioridad y supera la naturaleza toscamente animal tan profundamente sentida del toro. Con esto se relaciona el afán por domar este bóvido y ponerlo al servicio del hombre. En tanto que para el trabajo se utilizan bueyes, los toros sin castrar suelen permanecer en el ámbito sagrado (por ejemplo, el egipcio Apis, al que también se momifica) y son venerados como especímenes de las fuerzas reproductoras de la naturaleza.
La fecundidad, la muerte y la resurrección, muchas veces, por ejemplo, en el culto de Mitra, de la Antigüedad tardía, se relacionan con el toro. El Minotauro de la antigua Creta, un ser mixto de hombre y toro, primero vive escondido en el laberinto, pero después es muerto por Teseo.
La corrida de toros del sudoeste europeo no debe considerarse primordialmente un espectáculo deportivo, sino una forma ritualizada de espectáculos taurinos del Mediterráneo antiguo que terminan con un sacrificio del representante tan respetado como temido de la indómita fuerza de la naturaleza.
En el simbolismo astrológico del zodiaco, el toro (tauro) es el segundo signo, un "signo de tierra", y a los nacidos bajo este signo se les atribuyen cualidades tales como pesadez, vinculación a lo terreno, firmeza y vitalidad.
Este signo estelar domina el período de tiempo entre el 21 de abril y el 21 de mayo, y Venus tiene en él su "casa nocturna", lo cual hace pensar en relaciones mitológicas del dios toro con la diosa del amor, las leyendas astrológicas de los griegos ven en el toro celeste el Minotauro, pero también aquel bóvido salvaje que en cierta ocasión devastaba los campos de los alrededores de Maratón y que fue abatido por el héroe Teseo.
Detrás del toro celeste se encuentra el nebuloso grupo de estrellas de las Pléyades, las siete hijas de Atlas, que fueron perseguidas por el cazador Orión hasta que primero se convirtieron en palomas y luego en estrellas. El ojo brillante del toro celeste es la estrella fija de Aldebaran.
MITRA Y EL SACRIFICIO DEL TORO
El toro de Mitra no es otra cosa que el espíritu del grano. La importancia atribuida al símbolo de las espigas corresponde a la relación directa que la teología del misterio quiere establecer entre el sacrificio del toro y el banquete sagrado: la sustancia del toro divino está en el pan de la cena de los iniciados, tal como estará en el alimento de los bienaventurados.
Pero el mito no supone que el toro sea sólo una víctima de cosecha, que encarna al final de la estación al espíritu del grano. La puesta en escena no responde de ningún modo a esta hipótesis. La persecución del toro salvaje concuerda con las costumbres de un pueblo cazador: el toro no está todavía domesticado, los que al comienzo lo inmolaron, no se dedicaban regularmente a la agricultura; era una ruda población de montañeses que no podía tener grandes campos de trigo. El toro debe de haber encarnado el espíritu de la vegetación, la renovación de la naturaleza, el regreso de la primavera, que parece haber sido la época de las iniciaciones mitríacas y no coincide con el tiempo normal de la siembra ni con el de la recolección del trigo.
El sacrificio del toro tenía pues una significación tan amplia como el corte del pino de Atis, como el sacrificio del jabalí que debe de constituir la base de uno de sus principales mitos. También se ha dicho de Atis, en tiempos del sincretismo grecorromano, que representaba el grano recogido, tal como se lo ha dicho, y mucho más antiguamente, de Osiris.
El sacrificio del toro tenía pues una significación tan amplia como el corte del pino de Atis, como el sacrificio del jabalí que debe de constituir la base de uno de sus principales mitos. También se ha dicho de Atis, en tiempos del sincretismo grecorromano, que representaba el grano recogido, tal como se lo ha dicho, y mucho más antiguamente, de Osiris.
En el comienzo de los tiempos se ha ubicado el sacrificio del toro como principio de vida sobre la tierra, precisamente porque se lo destinaba no a significar, como se ha dicho muchas veces, sino procurar la renovación de la naturaleza. Apenas puede hablarse de transposición mítica. Bastaba que se pensara en un comienzo de las cosas, para que se ubicara en él el sacrificio que cada año procuraba un nuevo inicio.
¿No será que el mismo rito eficaz que todos los años reanimaba la vida de la naturaleza, despertaba las energías del mundo vegetal y del mundo animal, y probablemente aseguraba también el predominio del día sobre la noche y producía la estación florida, debió dar origen al proceso de la vida sobre la Tierra, y que de tal sacrificio debieron nacer al comienzo los seres vivientes, ya que su reproducción perpetua dependía de él en la actualidad?
No hace falta preguntar cómo se pudo inmolar un toro antes que existieran animales. Tampoco había hombres en esa época, ni ningún ordenen las cosas. Este primer toro era más un espíritu viviente que un animal, prototipo del toro del sacrificio, que lleva en sí la simiente de los seres vivos. No hay que olvidar que el toro anualmente sacrificado no era una bestia vulgar; era la manifestación de la vida universal, su expresión más perfecta, y en él se condensaba, por así decirlo, la virtud de ésta: tal virtud podía difundirse entonces mediante el sacrificio en toda la naturaleza.
Así ocurría con el toro primordial. La víctima anual era verdaderamente divina; el toro original lo había sido de modo especial. En cuanto a las circunstancias del sacrificio de aquél, era materia de imaginación, como el toro mismo. Las ideas debían ser mucho menos firmes sobre estas circunstancias que sobre el hecho, pues es la muerte del toro, y no su ocasión particular, lo que constituyó el principio de la vida. Además era inevitable una incertidumbre en las ideas acerca de las condiciones accesorias del sacrificio original, por el hecho mismo de que la víctima era divina, encarnaba el espíritu, y había sido primero, en los sacrificios reales, de algún modo un dios inmolado y no una víctima ofrecida a un dios.
Por ello el toro primordial era dios; no se había convertido en tal, sino que había seguido siéndolo.
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