En el Trinity College, antiguo manuscrito de nuestra Orden, se formula la siguiente pregunta:
- ¿Dónde se sitúa el maestro? y la respuesta que se da es:
- En una cátedra de hueso en medio de un pavimento rectangular.
Tal respuesta encierra profundas significaciones simbólicas. Una cátedra (palabra que procede del griego Kátedra y que significa asiento) evoca la forma del cuatro, número de la creación, del despliegue universal de todo lo que es como reflejo de lo que no-es, y se relaciona con el arcano cuatro del Tarot, El Emperador, el cual está sentado en un trono de color carne, al tiempo que cruza las piernas de tal forma que dibuja una cruz o una escuadra, según se mire. A propósito de esta carta nos dice Federico González en su libro El Tarot de los Cabalistas:
"Con sus piernas realiza el signo de la cruz, el cuaternario que sirve de fundamento a las leyes del tiempo y del espacio... Como arquitecto, diseña los planos constructivos de su imperio, que se levanta y acrecienta bajo su autoridad. En nuestro interior es aquella energía que nos gobierna y controla, ordena nuestras ideas, disciplina las acciones, y nos enseña a cumplir una misión".
La cátedra sugiere así la idea arquetípica de creación, y siendo una palabra derivada del griego Kráter o Kráteros cuya etimología significa "pilar de fuente" o "vasija" en donde se mezclan el vino y agua sacrificiales, pondría en relación a esa creación con la copa vacía que se llena de los líquidos de vida a partir de cuya circulación se construye simbólicamente el edificio universal regido por unas leyes jerárquicas e invariables. Pero, ¿por qué es de hueso?
En hebreo, hueso es ETSEM (ayin, tsade, mem) que significa esencia (y pronunciado OTSEM con las mismas consonantes, "fuerza, energía, vigor"), y al mismo tiempo la raíz ETS (ayin, tsade) es árbol; si como hacen los cabalistas invertimos las letras del primer vocablo obtenemos el verbo MATSO (mem, tsade, ayin) que quiere decir "estar en medio". Además, encontramos la raíz TS en MELKI-TSE-DEK), que tal como explica Rene Guénon en su libro El Rey del Mundo es el símbolo del principio ordenador y regulador del universo, Sacerdote del Dios Altísimo y Rey de Justicia, lo que lo convierte en el representante viviente de la Tradición Primordial en el mismo seno de la Tradición judía. En una nota a pie de página de ese mismo libro se dice:
"Tsedeq es también el nombre del planeta Júpiter".
Y más adelante:
"En la India, el mismo planeta lleva el nombre de Brihaspati, que igualmente es el Pontífice Celeste".
Por otra parte, Tsedeq es la justicia, y citando nuevamente al hermano Rene Guénon:
"Aquí se trata de la justicia distributiva y propiamente equilibrante en "la columna del medio" del Árbol Sefirótico".
Finalmente si buscamos los valores numéricos de ayin, tsade y men final, vemos que son respectivamente de 70, 90 y 600 y que sumados dan 760 = 7 + 6 + 0 = 13 = 1 + 3 = 4.
"En la India, el mismo planeta lleva el nombre de Brihaspati, que igualmente es el Pontífice Celeste".
Por otra parte, Tsedeq es la justicia, y citando nuevamente al hermano Rene Guénon:
"Aquí se trata de la justicia distributiva y propiamente equilibrante en "la columna del medio" del Árbol Sefirótico".
Finalmente si buscamos los valores numéricos de ayin, tsade y men final, vemos que son respectivamente de 70, 90 y 600 y que sumados dan 760 = 7 + 6 + 0 = 13 = 1 + 3 = 4.
De una forma maravillosa, la etimología y la numerología del vocablo hueso en hebreo ya indican, antes de decirlo explícitamente el manual, que el maestro está en medio, cual árbol cósmico cuyas raíces están ancladas en el cielo, alimentándose de los estados suprahumanos, siendo el tronco el eje axial que conecta permanentemente lo de arriba con lo de abajo y a través del cual circulan todas las energías celestes y telúricas (lo que le asigna la función de Pontífice Celeste); el ramaje es el despliegue universal de toda la manifestación, expresada en la horizontalidad. He ahí nuevamente la forma de la cruz, del cuaternario, surgida a partir de un punto central invisible.
Si ahora reconocemos al hombre como un universo, como un todo en pequeño, o bien como un árbol cósmico, tenemos que su esqueleto, asimilable al tronco del árbol o al eje del mundo, puede adoptar la forma de cuatro y también la de la cruz, por lo que estar sentado en medio significa beber directamente de la fuente primordial, fusionarse con la inmutabilidad e intemporalidad del centro de esa cruz y, cuando la rueda de la vida inicia su danza, sumarse conscientemente a la obra creacional, dominando y nombrándolo todo con amor y rigor. De esta manera el hueso deviene en el ser humano uno de los símbolos del Centro, residencia del Misterio, y punto a partir del cual se ordena y manifiesta el universo entero, en perfecta justicia y equilibrio, además de revelar la herencia en el seno de la Masonería de la tradición hebrea, que a su vez queda entroncada con la Tradición Primordial por la figura de Melki-Tse-dek.
Por otro lado, en el interior de los huesos hallamos la médula, dentro de la cual se forman los glóbulos rojos de la sangre, que impulsados por el corazón transportan el aliento vital a todo el cuerpo y al mismo tiempo purifican el organismo.
La última parte de la respuesta del manuscrito dice:
"... en medio de un pavimento rectangular".
Es evidente que ese espacio sagrado, perfectamente encuadrado y protegido, se refiere a la Logia, al templo masónico, análogo al Templo de cualquier otra tradición y por tanto también al cosmos en su totalidad. La cátedra de hueso donde se sienta el maestro se apúntala en el centro de ese espacio, punto señalado por la plomada que pende directamente del G.·.A.·.D.·.U.·., o de la estrella polar si se utiliza el simbolismo astrológico, y que simboliza el eje del universo que atraviesa todos los estados del ser, desde el Cénit al Nadir.
Este punto es el eje de la norma; es el centro inmóvil de una circunferencia en cuyo contorno se mueven todas las contingencias, distinciones e individualidades; del que sólo vemos un infinito, que no es ni esto ni aquello, ni sí ni no. Verlo todo dentro de la unidad primordial aún no diferenciada o desde una distancia tal que todo se funde en uno, constituye la verdadera inteligencia. El "eje de la norma" es lo que casi todas las tradiciones llaman "Polo", es decir, el punto fijo alrededor del cual se realizan todas las revoluciones del mundo, según la norma o ley que rige toda la manifestación y que no es otra cosa que la emanación directa del centro, es decir, la expresión de la "Voluntad del Cielo" en el orden cósmico.
Simbólicamente los trabajos del maestro se desarrollan en la "Cámara del Medio", lo cual reafirma la idea que se viene repitiendo en lodo el trazado. Además, en el centro de la Logia, sobre el pavimento mosaico, están los tres pilares formando una escuadra; el de la Sabiduría presidiendo la construcción del edificio, el de la Fuerza sosteniéndolo, y el de la Belleza adornándolo, y cada uno de ellos irradia respectivamente la Paz sobre la Tierra, el Amor entre los Hombres y la Alegría en los Corazones. Y justo en medio del espacio que queda delimitado por los tres, más el cuarto que es tácito e invisible y que sería el masón recibido, se ubica el altar con las Tres Grandes Luces de la Masonería: el Libro de la Ley Sagrada, la Escuadra y el Compás.
Si ahora reconocemos al hombre como un universo, como un todo en pequeño, o bien como un árbol cósmico, tenemos que su esqueleto, asimilable al tronco del árbol o al eje del mundo, puede adoptar la forma de cuatro y también la de la cruz, por lo que estar sentado en medio significa beber directamente de la fuente primordial, fusionarse con la inmutabilidad e intemporalidad del centro de esa cruz y, cuando la rueda de la vida inicia su danza, sumarse conscientemente a la obra creacional, dominando y nombrándolo todo con amor y rigor. De esta manera el hueso deviene en el ser humano uno de los símbolos del Centro, residencia del Misterio, y punto a partir del cual se ordena y manifiesta el universo entero, en perfecta justicia y equilibrio, además de revelar la herencia en el seno de la Masonería de la tradición hebrea, que a su vez queda entroncada con la Tradición Primordial por la figura de Melki-Tse-dek.
Por otro lado, en el interior de los huesos hallamos la médula, dentro de la cual se forman los glóbulos rojos de la sangre, que impulsados por el corazón transportan el aliento vital a todo el cuerpo y al mismo tiempo purifican el organismo.
La última parte de la respuesta del manuscrito dice:
"... en medio de un pavimento rectangular".
Es evidente que ese espacio sagrado, perfectamente encuadrado y protegido, se refiere a la Logia, al templo masónico, análogo al Templo de cualquier otra tradición y por tanto también al cosmos en su totalidad. La cátedra de hueso donde se sienta el maestro se apúntala en el centro de ese espacio, punto señalado por la plomada que pende directamente del G.·.A.·.D.·.U.·., o de la estrella polar si se utiliza el simbolismo astrológico, y que simboliza el eje del universo que atraviesa todos los estados del ser, desde el Cénit al Nadir.
Este punto es el eje de la norma; es el centro inmóvil de una circunferencia en cuyo contorno se mueven todas las contingencias, distinciones e individualidades; del que sólo vemos un infinito, que no es ni esto ni aquello, ni sí ni no. Verlo todo dentro de la unidad primordial aún no diferenciada o desde una distancia tal que todo se funde en uno, constituye la verdadera inteligencia. El "eje de la norma" es lo que casi todas las tradiciones llaman "Polo", es decir, el punto fijo alrededor del cual se realizan todas las revoluciones del mundo, según la norma o ley que rige toda la manifestación y que no es otra cosa que la emanación directa del centro, es decir, la expresión de la "Voluntad del Cielo" en el orden cósmico.
Simbólicamente los trabajos del maestro se desarrollan en la "Cámara del Medio", lo cual reafirma la idea que se viene repitiendo en lodo el trazado. Además, en el centro de la Logia, sobre el pavimento mosaico, están los tres pilares formando una escuadra; el de la Sabiduría presidiendo la construcción del edificio, el de la Fuerza sosteniéndolo, y el de la Belleza adornándolo, y cada uno de ellos irradia respectivamente la Paz sobre la Tierra, el Amor entre los Hombres y la Alegría en los Corazones. Y justo en medio del espacio que queda delimitado por los tres, más el cuarto que es tácito e invisible y que sería el masón recibido, se ubica el altar con las Tres Grandes Luces de la Masonería: el Libro de la Ley Sagrada, la Escuadra y el Compás.
Estos cuatro pilares también pueden verse como las cuatro patas del "Toro del Dharma", la Ley, que al mismo tiempo sería el trono sobre el que se asienta Manú, el Rey del Mundo, el Legislador Universal. El verdadero maestro se hace uno con este Principio universal, y desde este punto central que no existe escribe en el Libro de la Vida y cumple una misión:
"Él es, no sólo el centro de nuestro universo, sino también el mediador entre Cielo y Tierra: como el Emperador atraía la lluvia sobre los campos de sus súbditos, así el Hombre Verdadero es el conducto por el que las gracias del Cielo descienden sobre la Tierra; él es también quien puede santificar la Creación entera, elevándola hacia su Principio.
Para que pueda efectivamente desempeñar el papel en cuestión, respecto a la Existencia universal, es necesario que el hombre llegue a situarse en el centro de todas las cosas, es decir, que al menos haya alcanzado el estado de "hombre verdadero"; en este caso sólo lo ejerce para un grado de la Existencia y realizará plenamente dicha posibilidad cuando alcance el estado de "hombre trascendente". Ello equivale a decir que el verdadero "mediador", en quien la unión del "Cielo" y la "Tierra" se encuentra plenamente realizada por la síntesis de todos los estados, es el "Hombre Trascendente", idéntico al Verbo."
"Él es, no sólo el centro de nuestro universo, sino también el mediador entre Cielo y Tierra: como el Emperador atraía la lluvia sobre los campos de sus súbditos, así el Hombre Verdadero es el conducto por el que las gracias del Cielo descienden sobre la Tierra; él es también quien puede santificar la Creación entera, elevándola hacia su Principio.
Para que pueda efectivamente desempeñar el papel en cuestión, respecto a la Existencia universal, es necesario que el hombre llegue a situarse en el centro de todas las cosas, es decir, que al menos haya alcanzado el estado de "hombre verdadero"; en este caso sólo lo ejerce para un grado de la Existencia y realizará plenamente dicha posibilidad cuando alcance el estado de "hombre trascendente". Ello equivale a decir que el verdadero "mediador", en quien la unión del "Cielo" y la "Tierra" se encuentra plenamente realizada por la síntesis de todos los estados, es el "Hombre Trascendente", idéntico al Verbo."
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