Callar tranquilo e impasible ante la risa del necio,
el desdén del ignorante y el desprecio del orgulloso
es la primera señal de que despunta
la aurora de la luz de la sabiduría.
MAX HEINDEL
MAX HEINDEL
Cuando el neófito regresa de sus viajes, se le quita la venda de los ojos y recibe el abrazo de bienvenida de sus hermanos. Se encuentra así en el seno de una nueva familia, que él ha elegido según sus afinidades espirituales. Una familia que ya nunca ha de abandonar, a pesar de que sucumba en las pruebas que le reserva ulteriormente la vida, aunque le cueste estar a la altura de las nuevas obligaciones que acaba de contraer.
Observada desde el exterior, a menudo la masonería ha sido criticada por ejercer la fraternidad entre sus miembros, pero esa fraternidad es una de sus más bellas virtudes. Un grupo ha acordado unirse para realizar un ideal común, ha convenido trabajar para mejorar su propio nivel, para construir su edificio interno y para proyectar esa construcción al exterior edificando una sociedad según esa imagen de perfección que constituye su designio.
¿Es propio de una familia amarse y sostenerse en la adversidad, en el error?
Si esa fraternidad dejara de ejercerse en la propia familia, ¿cómo podrían ejercerla en el exterior?
La caridad bien entendida empieza por uno mismo, decía Cristo, pero ese amor hacia sí mismo y hacia la familia implica una exigencia: la de conocerse, la de descubrir exactamente sus capacidades y sus límites y la de respetarse sin pretender abarcar más de lo que humanamente se pueda.
Cumplida esta exigencia, el masón recibirá la ayuda de su grupo como cualquier ser humano puede esperar la de su familia, ayuda moral en el camino de la perfección, pero también todo el apoyo que precise, sea de la índole que sea.
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