Después de largos vagabundeos
sobre un desierto arenoso, sin agua,
donde solamente vivían las serpientes,
me encontré con el Ermitaño.
Se envolvía en un largo manto,
Se envolvía en un largo manto,
una capucha cubría su cabeza.
Sostenía un bastón largo en una mano
y en la otra una lámpara encendida,
aunque estaba a plena luz de día y el sol brillaba.
"La lámpara de Hermes Trismegisto",
dijo la voz, "esta es el conocimiento más alto,
ese conocimiento interno que ilumina
de una nueva manera igual a lo que aparece
para ser conocido ya claramente.
Esta lámpara se enciende sobre el pasado,
el presente y el futuro para el Ermitaño,
y abre las almas de la gente
y las más íntimas hendiduras de sus corazones."
"El manto de Apolonio
es la facultad del hombre sabio
por la cual él se aísla,
aún en medio de una ruidosa muchedumbre;
es su habilidad interna
para ocultar sus misterios,
igualmente expresa su capacidad para el silencio
y su poder de acción en calma.
"El bastón de los patriarcas es su autoridad interna,
su poder, su confianza en sí mismo."
La lámpara, el manto y el bastón
son los tres símbolos de la iniciación.
Son necesarios para dirigir almas
más allá de la tentación de los fuegos ilusorios
por los costados del camino,
de modo que puedan ir directamente
a la más elevada meta.
Él que recibe estos tres símbolos
o aspira a obtenerlos,
"se esfuerza en enriquecerse
con todo lo que él pueda adquirir,
no para sí mismo, sino, como Dios,
para deleitarse en el goce de dar ".
"La virtud de dar
es la base de la vida de un iniciado.
"Su alma se transforma
en 'una disipadora de todos los tesoros'
así dijo Zaratustra.
"La iniciación une la mente humana
con la mente más alta
a través de una cadena de analogías.
Esta cadena es la escala que conduce al cielo,
la que soñó el patriarca".
Arcano IX - El Ermitaño: Crisis, tránsito, sabiduría.
El número IX se distingue en la primera serie de los números impares en que es el primero divisible por otro. El nueve, tres veces tres, es, pues, ambivalente, a la vez activo (impar) y receptivo (divisible).
Para entenderlo mejor, sólo hay que visualizar su movimiento entre la carta de La Justicia, el VIII, y el Arcano X. Vemos entonces El Ermitaño abandonar el Arcano VIII retrocediendo para avanzar de espaldas hacia el final del primer ciclo decimal y el principio de un nuevo ciclo. Al alejarse del VIII, sale de un estado de perfección insuperable que, en caso de demorarse en él, podría conducirlo hasta la muerte. No lo supera, lo abandona y entra en crisis.
Se puede comparar con el feto que, al octavo mes, alcanza su pleno desarrollo en el útero: todos sus órganos están formados, ya no le falta nada. Durante el noveno mes, se prepara para abandonar la matriz, el único ámbito que conoce, para entrar en un mundo nuevo. En un orden de ideas similar, los Evangelios nos enseñan que Jesús fue crucificado a la tercera hora, empezó su agonía a la sexta hora y expiró a la novena hora. El número 9 anuncia a la vez un final y un comienzo.
El Ermitaño termina activamente su relación con el antiguo mundo y se vuelve receptivo a un futuro que ni domina ni conoce.
A diferencia de El Papa, que tendía un puente hacia un ideal sabiendo adónde iba, El Ermitaño representa un paso hacia lo desconocido. En este sentido, representa tanto la máxima sabiduría como un estado de crisis profunda.
La linterna que lleva puede ser considerada corno un símbolo del Conocimiento. La alza, iluminando el pasado como un hombre de experiencia, un sabio o un terapeuta. Esta luz podría ser un conocimiento secreto, reservado a los iniciados, o por el contrario una fuente de sabiduría ofrecida a los discípulos que la buscan. El Ermitaño alumbra el camino o, quizá, se señala con esta linterna a la divinidad, como diciendo: «Ya he llevado a cabo mi labor, aquí estoy, vedme». Del mismo modo que la carta contiene una ambivalencia entre acción y recepción, esta luz puede ser activa, como un llamamiento a despertar la consciencia del otro, o receptiva, como un semáforo.
Al igual que La Papisa, El Ermitaño es un personaje muy cubierto. Las capas de ropa sugieren el frío, el invierno, características saturninas que se le suelen atribuir y que remiten también a cierta frialdad de la sabiduría, a la soledad interna del iniciado. También se puede ver en ello las «capas» de lo vivido, así como las numerosas rayas que sombrean sus ropas pueden interpretarse como la marca de su gran experiencia.
Su espalda encorvada contiene, concentrada, toda la memoria de su pasado.
Dos lunas naranja, una en su nuca y otra en el reverso de su manto, indican que es un ser que ha desarrollado en sí mismo cualidades receptivas.
Se puede ver en el pliegue de la mano que sostiene la linterna unas caderas y un pubis de mujer en miniatura: señal de su feminidad o, si se quiere, de que quedan en él algunos deseos carnales. En su frente, en cambio, tres arrugas renuevan el mensaje de actividad mental. Su mirada se pierde en la lejanía. Su cabello y su barba azules lo asemejan al Emperador, que aquí habría perdido o abandonado su trono, es decir su apego a la materia.
Su guante azul, parecido al del Papa, confiere a sus decisiones, sus acciones y su andar una profunda espiritualidad. Su bastón rojo y su capucha, en la que se encuentran invertidos el rojo y el amarillo de la capucha del Loco, también lo asimilan al Arcano sin número. Pero aquí el bastón está recorrido por una onda, ha cobrado vida, el camino ha sido andado, y la labor llevada a cabo, como lo demuestra la tierra labrada.
Su manto azul oscuro es señal de su humildad, de su consciencia lunar y receptiva. La parte interior, de color carne, evoca toda la experiencia vivida, no teórica sino orgánica, de un ser que ha aprendido las lecciones de su propio camino. Pero debajo, en el centro, el color verde es el que lo envuelve. Hemos visto que, en la tradición sufí y cabalística, el verde es el color de la eternidad.
El Ermitaño, con esa «H» inicial (L'Hermite) que lo asemeja a Hermes, el alquimista, ha descubierto quizá el elixir de la larga vida; como el judío errante, ha tocado la eternidad.
A la vez pobre y rico, habiendo conocido la muerte y el renacimiento, hace un llamamiento a la parte de nosotros que puede ser eterna y nos incita a vivir la crisis con valentía, a avanzar sin saber hacia dónde.
En una lectura:
Esta carta simboliza a menudo una crisis a la que hay que entregarse, un cambio profundo al que conviene hacer frente. Sugiere la ayuda de un maestro, de un terapeuta o de un guía. Pero, en la crisis, El Ermitaño puede tanto renovarse como morir.
Remite también, pues, a la soledad, incluso a la decadencia: se le puede proyectar un «sin domicilio fijo», o incluso un alcohólico que esconde un litro de tinto en su linterna... El Arcano IX es el equivalente, más humano y más frío, del gran arquetipo paterno y solar del Arcano XIX. Figura, así, un padre ausente, taciturno, lejano o desaparecido.
Remite asimismo, para el consultante, a la soledad interior, al lugar secreto y sombrío en que se prepara la mutación espiritual.
Y si El Ermitaño hablara...
«He llegado al final del camino, allí donde lo impensable se presenta como un abismo. Ante esta nada, no puedo avanzar. Sólo puedo andar hacia atrás, contemplando lo ya recorrido. A cada retroceso, formo ante mí una realidad. Entre la vida y la muerte, en una crisis continua, mantengo encendida mi linterna, mi consciencia. Me sirve, por supuesto, para guiar los pasos de quienes me siguen por la vía que he abierto. Pero brilla también para señalarme a mí mismo: he llevado a cabo toda la labor espiritual que debía hacer. Ahora, oh misterio infinito, ven en mi ayuda.
Poco a poco, he ido deshaciéndome de las ataduras. Ya no pertenezco a mis pensamientos. Mis palabras no me definen. He vencido mis pasiones: desprendido del deseo, vivo en mi corazón como en un árbol hueco.
Mi cuerpo es un vehículo que veo envejecer, pasar, desvanecerse como un río de curso irresistible. Ya no sé quién soy, vivo en la ignorancia total de mí mismo.
Para llegar a la luz, me adentro en la oscuridad. Para llegar al éxtasis, cultivo la indiferencia. Para llegar al amor a todo, me retiro en la soledad. Allí, en el último recoveco del universo, es donde abro mi alma como una flor de pura luz.
Gratitud sin exigencia, la esencia de mi conocimiento es el conocimiento de la Esencia. Por el camino de la voluntad, he llegado hasta la cima más alta. Soy llama, luego calor, luego luz fría. He aquí que brillo, que llamo y espero. He conocido mi soledad completa. Este ruego va directamente de mí a mi Dios interior tengo la eternidad delante de mi espalda.
Entre dos abismos, he esperado y seguiré esperando. Ya no puedo avanzar ni retroceder por mí mismo: necesito que vengas. Mi paciencia es infinita, como tu eternidad. Si no vienes, te esperaré aquí mismo, pues esperarte se ha convertido en mi única razón de vivir. ¡Ya no me muevo!
Brillaré hasta consumirme. Soy el aceite de mi propia lámpara, este aceite es mi sangre, mi sangre es un grito que te llama. Soy la llama y la llamada. He cumplido mi cometido. Ahora sólo tú puedes continuarlo. Soy la hembra espiritual, la actividad infinita de la pasividad. Como una copa. ofrezco mi vacío para que sea colmado. Porque me he ayudado a mí mismo, ahora ayúdame Tú.»
Entre las interpretaciones tradicionales de esta carta:
Crisis positiva - Guía - Soledad - Hombre mayor - Vejez - Prudencia - Retiro - Terapeuta - Maestro masculino - Peregrinación - Castidad - Alcoholismo - Invierno - Duda y superación - Alumbrar el pasado - ir hacia el futuro sin saber adónde se va - Andar retrocediendo - Terapia - Padre ausente o frío - Abuelo - Humildad - Saturno - Visión clara del mundo - Sabiduría - Amor desinteresado - Abnegación - Altruismo - Maestro secreto.
Palabras clave:
Soledad - Sabiduría - Desprendimiento - Terapia - Crisis - Experiencia - Pobreza - Iluminar - Ascesis - Vejez - Retroceder - Frío - Receptivo - Antiguo - Silencio...
0 comentarios:
Publicar un comentario