domingo, 14 de enero de 2018

LA INICIACIÓN: DE LAS TINIEBLAS A LA LUZ


Al igual que la semilla o el germen del huevo contienen en potencia el árbol entero o la totalidad de un ser, toda la enseñanza simbólica vehiculada por los distintos grados masónicos de aprendiz, compañero y maestro, está contenida sintéticamente en el rito de la iniciación.
 
Esta es verdaderamente un punto de partida, el comienzo de un camino por cuyo trayecto se irán manifestando todos y cada uno de los estados de conciencia que, absorbidos finalmente en la Unidad del Ser o Arquitecto Universal, contribuirán a hacer efectiva la realización metafísica y espiritual. Sin embargo, ninguna realización de este orden será posible sin la certeza (nacida de un instante de lucidez no computado por el tiempo ordinario) de que todo lo tenemos que aprender de nuevo, impulsados por un deseo hacia el Conocimiento que antecede y sobrepasa a cualquier reflexión mental —que siempre es dual—, deseo o pasión que es despertado por la influencia espiritual conferida por el rito iniciático.
 
Como todos sabemos, dicha influencia, por su carácter «iluminador» de la conciencia, es esencialmente análoga a la acción del Fíat Lux cosmogónico operado por el Verbo divino en la substancia amorfa del Caos primordial, Se trata, por tanto de un proceso que se da tanto a nivel humano como cósmico, estando representado como en paso de la potencia al acto, del caos al orden, o lo que es lo mismo, de las tinieblas a la luz.
 
En el iniciado, esa recepción luminosa de la influencia espiritual se efectúa en la cámara secreta del corazón, en un lugar fuera de toda sucesión temporal, donde nadie es testigo de ello, salvo, con toda seguridad, el que ha sido, es y será por toda la eternidad, y que desde luego nada tiene que ver con un pretendido «ego» completamente ilusorio e inexistente.
 
En nuestra Orden, el iniciado también recibe el nombre de «neófito», ya empleado en los antiguos misterios, y cuyo significado es «nuevo nacido» o «nacido de nuevo», es decir «re-nacido». Asimismo, esta palabra, neófito, quiere decir «nueva planta», con lo que se establece una correspondencia simbólica entre los procesos y desarrollos vitales del mundo vegetal y los de la propia iniciación a los misterios.
 
Considerado desde el punto de vista metafísico, todo nacimiento, en cualquier ámbito ó modalidad en que se produzca, lleva implícita una muerte previa, y viceversa, toda muerte propicia un nuevo nacimiento a otro estado de existencia (o de conciencia cuando se trata de la iniciación), siendo en este caso vida y muerte las dos caras de una  única y misma realidad.
 
Para el aspirante al Conocimiento, la renuncia consciente al mundo profano ritualiza su primera muerte iniciática, lo cual le permitirá vivir un proceso de transmutación regenerativa que desembocará, después de numerosas etapas y pruebas por el laberinto, en el nacimiento espiritual que otorga la auténtica maestría. Es por eso que la iniciación restituye la memoria de una realidad otra, arquetípica, gracias a una pérdida y abandono a todo aquello que uno no es, pero al mismo tiempo es recuperar la identidad de nuestro ser verdadero.
 
Se puede hablar entonces de un «antes» y un «después» de la primera muerte iniciática. El antes, es el vago recuerdo de una existencia presentida como incompleta por ella misma, y sobre todo sin orientación. Por el contrario, el después es haber despertado, gracias a la fe, a la esperanza de una nueva vida experimentada como un «mundo en ciernes» presto a revelar su sacralidad y sus misterios. Más el iniciado ha de saber que para que dicha transmutación empiece a dar sus frutos, en primer lugar ha de descubrir en sí mismo su «piedra bruta», símbolo masónico que ejemplifica las imperfecciones inherentes a la naturaleza humana.
 
Sin ese auto-descubrimiento de lo más inferior es evidente que nada habría que transmutar o rectificar. Si por estúpida vanidad y falso orgullo uno ya se cree que todo lo «sabe», o en cualquier caso es inconsciente de que vive sumergido en las más profundas tinieblas de lo profano, la posibilidad salvífica de recibir la luz del Conocimiento será pura y simplemente una ilusión y una quimera. Ahora bien, si por efecto de una concentración en si mismo el iniciado «descubre» que su conciencia individual es en todo semejante a la inteligencia universal (pues en razón de la ley de analogía participa enteramente de ella por inversión refleja), entonces la primera puerta que conduce a la auténtica Libertad quedará abierta. Y si bien es cierto que en las primeras etapas de su proceso el iniciado sólo sabe «deletrear» el ordenado discurso del «Libro del Mundo», o, si se prefiere, sólo está capacitado para comprender fragmentos dispersos de lo que constituye un todo armoniosamente numerado, pesado y medido por la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza del Sumo Arquitecto, no obstante su paciente persistencia en el estudio y práctica de los símbolos y los ritos de la tradición, le permitirá ir descubriendo el espíritu oculto tras las apariencias de este mundo signado por el cambio del devenir.
 
Esta paulatina y gradual apertura a lo universal puede que sea vivida corno un psicodrama, pues la enseñanza tradicional, y lo que de ella se va revelando, actúa como un auténtico «veneno» que contribuye a disolver la dura costra que la mentalidad profana ha ido urdiendo alrededor del auténtico «yo» o ser. En efecto, la acción esencialmente benéfica que depara dicha enseñanza desencadena un proceso de disolución de los lazos psicológicos que mantienen al hombre sujeto al mundo de las apariencias; proceso que será tanto más doloroso cuanto más fuertemente anudado esté a esas apariencias mismas.
 
El ego, que en su continuo cambio de roles hoy es una cosa y mañana otra (ejemplo claro de su «descentramiento»), se resiste a morir. Esta resistencia del hombre viejo genera una serie de tensiones interiores que a su manera traducen la lucha entre las «potencias de las tinieblas» y las «potencias de la luz», o entre lo que en el hombre hay de más apegado a la naturaleza inferior, y lo que, por el contrario, recibe su alimento de «arriba», de las emanaciones y efluvios celestes.
 
En esa encrucijada el iniciado, como el personaje de la lámina VI del Tarot (El Enamorado), tiene que elegir entre dos caminos, realizando cuidadosamente la operación alquímica de «separar lo espeso de lo sutil», o creando una perspectiva lo suficientemente clarificadora para advertir la existencia real de una jerarquía interna que sitúa cada cosa en el lugar que le corresponde, armonizando, en razón de las leyes de las analogías que constituyen el fundamento del conocimiento simbólico, las diversas facultades del alma con el orden universal, del microcosmos con el macrocosmos. De esta manera, la conciencia del que ha sido admitido por su propia voluntad y despojado de cualquier ambición «personal» en los «misterios y privilegios de la Francmasonería», queda virtualmente transmutada por el hecho mismo de haber recibido el rito iniciático. Es entonces, y sólo entonces, cuando la piedra bruta empezará a ser trabajada pacientemente, hasta convertirse en la piedra tallada y cúbica que representa el fundamento sobre el que se edificará el templo espiritual, haciendo suyas las palabras del Cristo recogidas en el Evangelio de San Juan, patrón de nuestra Orden:
 
«La Verdad os hará libres».




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