EN 1738 “… en Florencia sostenía la Inquisición que bajo este asunto (la masonería) podía esconderse un oculto Molinismo o Quietismo”
(Acta Historico-Eclesiastica, Weimar, vol. II (1738), pp. 1057-1058).
El 28 de abril de 1738 el Papa Clemente XII, mediante la Bula In Eminenti, excomulgaba a los masones por la herejía de fomentar la relación entre católicos y protestantes y entre cristianos y judíos y musulmanes; “la unión de hombres de diversas religiones; el parecer de personas honradas y prudentes; los males que de tales uniones resultan para la salud de las almas”. Pero también alegaba “otras causas justas y razonables conocidas de Nos” que no se explicitaban. Como advierte Ferrer Benimeli, “a pesar de los informes solicitados a La Haya y Bolonia, y las denuncias recibidas desde Florencia… se había excomulgado algo que en realidad no se sabía qué era, ni qué pretendía”.
Alguna pista puede deducirse de las reuniones preparatorias que llevaron a la redacción de la citada Bula. Concretamente, el 25 de junio de 1737 el Papa mantuvo con algunos cardenales un consistorio monográfico para formar criterio sobre la masonería utilizando para ello las pesquisas realizadas en Roma y Florencia por el Santo Oficio. En dicha reunión se informó de que “en Florencia sostenía la Inquisición que bajo este asunto podía esconderse un oculto Molinismo o Quietismo”.
El periódico londinense Gentleman´s Magazine de 18 de julio de 1737 se hacía eco de esa acusación al publicar que “la Sociedad de los Francmasones, últimamente descubierta en Florencia” causaba mucho ruido porque “ellos pasan allí como Quietistas”. Y el periódico berlinés Vossische Zeitung, en su número 85 del año 1737 da cuenta de la información de su corresponsal en Lombardía acerca de la acusación formulada por el Santo Oficio de la Inquisición contra los masones toda vez que “era preciso que existiera un oculto Molinismo o un secreto Quietismo”.
Ciertamente, en las logias de Florencia había algunos sacerdotes y miembros del clero. Es también posible que algunos de ellos practicaran o enseñaran a otros hermanos masones algún método contemplativo. Pero de ahí, a afirmar el carácter quietista o herético de la masonería, había un mundo. En todo caso, como es sabido, en el siglo XVIII era frecuente la participación del clero en las logias masónicas. Consta la afiliación de cientos de sacerdotes e incluso de príncipes de la Iglesia. En 1739 doce monjes de la provincia de Borgoña pertenecían a la logia La Concordia de Sens; dom Carlier, “maestro” y “soberano príncipe RosaCruz”, hacía proselitismo en pro de “la verdadera luz”. Poco después dom Navy y dom Legrand fundaron la logia del Tierno Acogimiento en el monasterio de Glanfeuil. Pero lo cierto es que ninguno de los eclesiásticos que participaron en la elaboración de la Bula papal era teólogo pues, en otro caso, se habrían percatado de que la masonería no formulaba ni defendía ninguna herejía.
Lo cierto es que las Constituciones de Anderson jamás fueron puestas en el Índice por el Santo Oficio. Por otra parte, notables católicos formaban parte de la masonería en esa época. De hecho, en 1729 había sido nombrado Gran Maestro de la Gran Logia de Inglaterra un católico, Thomas, duque de Norfolk.
¿Qué relación podía haber entre masonería y quietismo o molinismo? ¿Acaso es ello prueba de la pervivencia más o menos deformada de una antigua tradición operativa devocional?
El llamado “molinismo” fue un movimiento contemplativo surgido en torno a Miguel de Molinos, sacerdote jesuita nacido en Muniesa, provincia de Teruel, en 1628. Durante décadas, la Iglesia católica se había enfrentado a numerosos visionarios, místicos y movimientos quietistas, relajados, alumbrados, etc. que defendían formas de contemplación consideradas heterodoxas. Por ese motivo, todo aquel que propugnara métodos contemplativos atraía inmediatamente sobre sí la sospecha. No importaba en absoluto que la Iglesia contara ya con santos y beatos (Teresa de Jesús, Juán de la Cruz, etc.) que habían dejado por escrito los fundamentos teóricos y prácticos de una vía ortodoxa hacia la contemplación.
En realidad Molinos fue una de las víctimas del conflicto que, en el seno del catolicismo, enfrentaba a los seguidores del método meditativo contra los contemplativos y demás formas individuales o “subjetivas” de práctica espiritual que no pudieran ser adecuadamente contrastadas y fiscalizadas conforme a la ortodoxia de la fe. En el siglo XVI asistimos a una pugna soterrada entre la pasividad del método contemplativo y el método activo de la meditación (tomando como modelo los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola) defendidos respectivamente por carmelitas y jesuitas. No obstante, a pesar de la canonización de Santa Teresa (1622) y la beatificación de san Juan de la Cruz (1675), continuaron los ataques indiscriminados de la Compañía de Jesús contra la oración contemplativa. Pero el recogimiento y la mística contemplativa seguían ganando adeptos como Falconi, Malaval, las primeras obras de Petrucci, e incluso entre los propios jesuitas (como Cordeses, Baltasar Alvarez o Miguel de Molinos). Los generales de la Orden, como los padres Oliva o Mercuriano, daban instrucciones precisas para combatir aquellas formas de meditación o de oración que no se ajustaran a las pautas ignacianas.
Mercuriano llegó incluso a prohibir a los jesuitas la lectura de Tauler, Ruysbroeck, Suso, Herp, etc. La persecución del quietismo y el proceso contra Molinos fueron el reflejo de un contraste de corrientes e influencias que se inserta en la lucha entre Francia y España, siendo la Santa Sede uno de los escenarios. En los movimientos del tablero de ajedrez de la política internacional «el molinosismo era la casa de Austria», el enemigo a batir. Prendido el 18 de julio de 1685, en 1687 Inocencio XI publica la bula Coelestis Pastor condenando 68 proposiciones molinosistas por heréticas. Que Molinos no era quietista lo dejó probado en su Guía espiritual y, sobre todo, en su posterior Defensa de la contemplación negando las acusaciones que se le habían formulado. Mientras que la doctrina de la pasividad absoluta y del quietismo, cuyo antecedente inmediato estaba en los movimientos centroeuropeos del Libre Espíritu o en los alumbrados españoles, negaba la existencia de una voluntad humana, Molinos afirmaba que la domesticación del ego dependía de un acto voluntario que, lejos de basarse en la pasividad y el quietismo, requería de una plena actividad: «No llegarás jamás al monte de la perfección ni al alto trono de la interior paz si te gobiernas por tu voluntad propia. Esta cruel fiera, enemiga de Dios y de tu alma, se ha de vencer». Y más claramente; «Lo que tú has de hacer será no hacer nada por sola tu elección». Repárese en que no dice que «lo que tú debes hacer es no hacer nada», pues hay una breve aclaración que lo cambia todo; «por tu propia elección». Sólo el “querer” no-ser (no pensar, no sentir, no querer, no actuar), puede dar cabida al Ser. En la época, esa era una de las diferencias que justificaban la distinción entre quietismo y recogimiento. En ese sentido, la Guía Espiritual no sigue el sospechoso quietismo, sino a la más pura tradición recogida que practicaron Tauler, Kempis, Bartolomé de Palma, Laredo, san Juan de Ávila, san Juan de la Cruz, etc.
En todo caso, ya tenemos un indicio concreto de que en el siglo XVIII algunas logias masónicas practicaban formas de meditación “quietistas” o más bien, y como acabamos de aclarar, basadas en la más “ortodoxa” tradición del “recogimiento”.
Lo cierto es que las Constituciones de Anderson jamás fueron puestas en el Índice por el Santo Oficio. Por otra parte, notables católicos formaban parte de la masonería en esa época. De hecho, en 1729 había sido nombrado Gran Maestro de la Gran Logia de Inglaterra un católico, Thomas, duque de Norfolk.
¿Qué relación podía haber entre masonería y quietismo o molinismo? ¿Acaso es ello prueba de la pervivencia más o menos deformada de una antigua tradición operativa devocional?
El llamado “molinismo” fue un movimiento contemplativo surgido en torno a Miguel de Molinos, sacerdote jesuita nacido en Muniesa, provincia de Teruel, en 1628. Durante décadas, la Iglesia católica se había enfrentado a numerosos visionarios, místicos y movimientos quietistas, relajados, alumbrados, etc. que defendían formas de contemplación consideradas heterodoxas. Por ese motivo, todo aquel que propugnara métodos contemplativos atraía inmediatamente sobre sí la sospecha. No importaba en absoluto que la Iglesia contara ya con santos y beatos (Teresa de Jesús, Juán de la Cruz, etc.) que habían dejado por escrito los fundamentos teóricos y prácticos de una vía ortodoxa hacia la contemplación.
En realidad Molinos fue una de las víctimas del conflicto que, en el seno del catolicismo, enfrentaba a los seguidores del método meditativo contra los contemplativos y demás formas individuales o “subjetivas” de práctica espiritual que no pudieran ser adecuadamente contrastadas y fiscalizadas conforme a la ortodoxia de la fe. En el siglo XVI asistimos a una pugna soterrada entre la pasividad del método contemplativo y el método activo de la meditación (tomando como modelo los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola) defendidos respectivamente por carmelitas y jesuitas. No obstante, a pesar de la canonización de Santa Teresa (1622) y la beatificación de san Juan de la Cruz (1675), continuaron los ataques indiscriminados de la Compañía de Jesús contra la oración contemplativa. Pero el recogimiento y la mística contemplativa seguían ganando adeptos como Falconi, Malaval, las primeras obras de Petrucci, e incluso entre los propios jesuitas (como Cordeses, Baltasar Alvarez o Miguel de Molinos). Los generales de la Orden, como los padres Oliva o Mercuriano, daban instrucciones precisas para combatir aquellas formas de meditación o de oración que no se ajustaran a las pautas ignacianas.
Mercuriano llegó incluso a prohibir a los jesuitas la lectura de Tauler, Ruysbroeck, Suso, Herp, etc. La persecución del quietismo y el proceso contra Molinos fueron el reflejo de un contraste de corrientes e influencias que se inserta en la lucha entre Francia y España, siendo la Santa Sede uno de los escenarios. En los movimientos del tablero de ajedrez de la política internacional «el molinosismo era la casa de Austria», el enemigo a batir. Prendido el 18 de julio de 1685, en 1687 Inocencio XI publica la bula Coelestis Pastor condenando 68 proposiciones molinosistas por heréticas. Que Molinos no era quietista lo dejó probado en su Guía espiritual y, sobre todo, en su posterior Defensa de la contemplación negando las acusaciones que se le habían formulado. Mientras que la doctrina de la pasividad absoluta y del quietismo, cuyo antecedente inmediato estaba en los movimientos centroeuropeos del Libre Espíritu o en los alumbrados españoles, negaba la existencia de una voluntad humana, Molinos afirmaba que la domesticación del ego dependía de un acto voluntario que, lejos de basarse en la pasividad y el quietismo, requería de una plena actividad: «No llegarás jamás al monte de la perfección ni al alto trono de la interior paz si te gobiernas por tu voluntad propia. Esta cruel fiera, enemiga de Dios y de tu alma, se ha de vencer». Y más claramente; «Lo que tú has de hacer será no hacer nada por sola tu elección». Repárese en que no dice que «lo que tú debes hacer es no hacer nada», pues hay una breve aclaración que lo cambia todo; «por tu propia elección». Sólo el “querer” no-ser (no pensar, no sentir, no querer, no actuar), puede dar cabida al Ser. En la época, esa era una de las diferencias que justificaban la distinción entre quietismo y recogimiento. En ese sentido, la Guía Espiritual no sigue el sospechoso quietismo, sino a la más pura tradición recogida que practicaron Tauler, Kempis, Bartolomé de Palma, Laredo, san Juan de Ávila, san Juan de la Cruz, etc.
En todo caso, ya tenemos un indicio concreto de que en el siglo XVIII algunas logias masónicas practicaban formas de meditación “quietistas” o más bien, y como acabamos de aclarar, basadas en la más “ortodoxa” tradición del “recogimiento”.
Charlas Para Masones; Los Métodos de Meditación - E. Doraval
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