Se llama arte en Masonería a todo un conjunto de enseñanzas y conocimientos simbólicos que indistintamente podríamos considerar como ciencias sin temor a desfigurar sus cometidos respectivos. De hecho, en el antiguo Occidente tradicional, ambos conceptos no sólo se reconocían como complementarios sino que, de algún modo, eran perfectamente equivalentes.
Los constructores medievales dejaron constancia de esto en un célebre adagio lapidario: ars sine scientia nihil (arte sin ciencia nada), haciendo también extensivo este parentesco a las artesanías y los oficios, es decir, incluso entre las artes «serviles» (según terminología escolástica) como la pintura o la escultura, que sin ser estrictamente intelectuales (por intervenir una ejecución manual y un contacto directo con la materia) como las matemáticas, la retórica o la dialéctica, entre las «libemies», no por ello dejaban de ser igualmente aptas para la transmisión y efectivización del conocimiento.
Cualquier disciplina de este tipo estaba sacralizada por un vínculo directo con el conocimiento iniciático, y todo aprendizaje de un arte, una ciencia o un oficio, implicaba correspondientemente la transmisión de una enseñanza simbólica de la que ellos mismos eran expresión o aplicación a diferentes niveles y órdenes.
Es quizá la monomanía por la especialización, consecuencia de un estrecho pragmatismo materialista típico de la mentalidad moderna, la que más ha fomentado esta absurda dicotomía entre lo que podríamos llamar la izquierda y la derecha de lo mismo, monomanía que más progrede cuanto más radical es la supresión de todo contenido espiritual y trascendente de las actividades artísticas tanto como científicas, es decir, al tomar ese cúmulo de actividades de la «razón» como un fin o un conocimiento absoluto, y no como medios y soportes preparativos al verdadero conocimiento iniciático.
Así eran consideradas en la Edad Media, las siete artes liberales, época en que la sabiduría espiritual, el arte y la ciencia de los maestros constructores (la masonería operativa) y los oficios, estaban al servicio de un mismo plan espiritual, colaborando en la edificación de un mundo que reflejara lo mejor posible los principios esenciales del cristianismo.
Era, pues, el conocimiento espiritual y simbólico el que en ellas predominaba. Y aunque el sentido «práctico» no estaba para nada separado del teórico en estas disciplinas, éste permanecía secundario ante su verdadera función iniciática, la de «iluminar» o «alumbrar» al neófito. Prueba de ello es el valor que éstas adquieren dentro de algunos grados de la Masonería actual.
Desde luego que estamos restituyendo a la palabra ciencia, su sentido sagrado, el que tiene dentro de la tradición en general, tanto como el Arte sagrado, excluyendo del mismo término todas las concepciones modernas que el pensamiento profano ha urdido en su entorno, además de los subproductos que esto ha generado a su vez, como la mayoría de especialidades pseudocientíficas de la «avanzada» tecnología actual.
La mayor parte de las ciencias modernas no son sino residuos o desviaciones muy degradadas de otras más antiguas, y que habiendo olvidado por completo su sentido originalmente sagrado, han revertido su poder en detrimento, por cierto, de nosotros mismos.
Toda verdadera ciencia ha de llevarnos al conocimiento de la unidad a cualquier nivel que fuere. Y el arte lo podríamos definir iniciáticamente, como el modo «operativo» de crear un estado propicio de contemplación que permite la manifestación de esa unidad, lo que coincide perfectamente con la función principal del rito, palabra cuya etimología (del sánscrito «rito») significa: lo hecho conforme al orden.
En la Masonería, la realización espiritual y su diseño iniciático adopta formalmente el aspecto de aprendizaje del Arte Real, Arte Regia o Gran Obra, términos provenientes del antiguo hermetismo y que en este caso designan a la arquitectura simbólica y todas sus disciplinas anexas, emparentadas con el número y la geometría; pero también a la alquimia y la palingénesis. El lenguaje constructivo de esta arquitectura sagrada, es toda una cosmología que, en sus diferentes grados, sintetiza lo más esencial del conocimiento proveniente de la mayoría de corrientes iniciáticas habidas en Occidente.
Su lenguaje simbólico se vincula directamente con la tradición bíblica y su relato sobre la construcción del templo de Salomón, el «habitáculo divino», lugar donde habrá de manifestarse la «Presencia Real» de la divinidad (Shekinah). Este «lugar» estaba representado por el Arca de la Alianza mientras el pueblo hebreo era nómada, más luego, por el Tabernáculo o Sancta Sanctorum del templo salomónico, sitio en donde reposa el arca desde la sedentarización del pueblo de Israel.
Esta construcción viene también precedida por todo un conocimiento preciso de la Geografía Sagrada, de la cual han quedado muestras dentro del cuadro ritual de las orientaciones y circunvalaciones simbólicas por el interior del templo masónico.
En la Masonería la arquitectura está encarada, como hemos dicho, como un arte o una ciencia cosmológica, ordenadora, siendo precisamente conocido este orden en la antigüedad como el «arte de la geometría» (de gea: tierra, y metria: medida), como una alquimia que transmuta y espiritualiza la propia materia del iniciado, simbolizada por la piedra bruta y la piedra cúbica. El caos ignorante queda convertido en cosmos (orden, armonía) al recibir una forma expresada por números y medidas simbólicas, lo que implica un despenar o iluminación en la conciencia oscurecida del iniciable, que se efectúa por grados y etapas progresivas.
En efecto, el masón es constructor albañil, un artista, tal y como lo denomina la alquimia y la Tradición Hermética, pero también un hombre sabio. La auténtica maestría en el arte reside en la posibilidad de sobrepasar las «reglas», de romper los límites, sólo que no desde el exterior, sino desde el interior, desde la médula misma del orden. Sólo asumiendo el método es que uno puede real y regiamente sobrepasarlo, no antes.
Eso es decir que sólo conociendo nuestros verdaderos límites es que podremos intuir todo lo que en nosotros carece por completo de ellos: a nuestro auténtico Ser, libre y universal. En esto radica primordialmente el objeto del Arte o la Ciencia Real, vehiculadas por nuestra Orden.
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