sábado, 17 de febrero de 2018

LA PALABRA PERDIDA

 
Este símbolo es de gran importancia, ya que abarca dentro de su esfera a todos los demás, siendo en sí la esencia misma de la ciencia del simbolismo masónico.

Para apreciar debidamente los demás símbolos es necesario conocer el origen de la orden, por ellos deben su creación a su relación con instituciones semejantes y anteriores a la francmasonería; pero el simbolismo de la palabra perdida tiene relación exclusiva con el designio y objetos de la institución.
Definamos primeramente el símbolo, que después estudiaremos su interpretación.
 
La historia mítica de la francmasonería refiere que hubo un tiempo en que existió una palabra de valor inestimable que era venerada profundamente. Pocos la conocían y, con el tiempo acabó por perderse, siendo substituida por otras pero, como la filosofía masónica enseña que no hay muerte sin resurrección, ni decaimiento sin restablacimiento posterior, síguese de este principio que la pérdida de la palabra implica su recuperación. En esto consiste el mito de la palabra perdida y de su búsqueda.
 
No tiene importancia el saber cuál era la palabra, ni cómo se perdió, ni conocer la que la sustituyó, ni cuándo se recuperó, porque todos estos hechos tienen un valor secundario que, si bien son necesarios para conocer la historia legendaria, no son imprescindibles para poder comprender su simbolismo. El único detalle del mito en que debemos fijarnos en el curso de su interpretación es la idea abstracta de la existencia de una palabra perdida y su recuperación posterior. Tal es el objetivo a que hemos de dirigir los pasos durante nuestra investigación. Pero, refiriéndonos en este caso el simbolismo únicamente al gran objeto de la francmasonería, parece lógico dedicarse primeramente al estudio de la naturaleza de este objeto. ¿Cuál es, pues el objeto de la francmasonería?
 
La mayoría de sus discípulos llegan con excesiva precipitación a la conclusión de que es la caridad, en su sentido elevado, porque tienen en cuenta tan sólo los resultados prácticos, las nobles caridades que dispensa, las lágrimas de viudas que enjuga, los lamentos de huérfanos que acalla, las necesidades múltiples de desamparados que cubre. Otros, recordando las placenteras reuniones de los banquetes, el trato franco que en ellos se alienta y las solemnes obligaciones de confianza mutua que se inculcan de continuo, creen que la francmasonería tiene por objeto único el fomento de los sentimientos sociales y la fortificación de los lazos de amistad.
 
Aunque en las conferencias modernas se nos dice que el amor fraternal y la caridad son "las dos principales doctrinas de la profesión francmasónica", también aprendemos en ellas que la verdad no es menos importante; la verdad en sentido estrictamente filosófico, en cuanto se opone a los errores y falsedades intelectuales y religiosos. Pero ya hemos demostrado que la francmasonería primitiva de los antiguos se fundó con objeto de conservar la verdad originalmente comunicada a los patriarcas en toda su integridad, y hemos visto también que la francmasonería espúria, o sea, los misterios nacieron de la necesidad sentida por los sabios, filósofos y sacerdotes de volver a encontrar la verdad perdida. También hemos expuesto que esta misma verdad continuó siendo el objeto de la francmasonería del templo, consituida al verificarse la unión del sistema primitivo o puro con el espurio. Y, por último, hemos tratado de demostrar que esta verdad se relacionaba inextricablemente con la naturaleza de Dios y del alma humana. Nosotros creemos que el objeto y el designio de la francmasonería especulativa es la búsqueda de esta verdad.
 
Desde que empieza sus estudios masónicos se encamina al aspirante, por medio de símbolos significativos y enseñanzas expresivas a la adquisición de esta verdad divina; cuya lección se expone ampliamente en las leyendas y mitos del grado de maestro.
 
Dios y el alma (La unidad del primero y la inmortalidad de la segunda) son las dos grandes verdades, cuya búsqueda constituye la ocupación constante de todo francmasón, de tal modo que, cuando se encuentran, se convierten en la piedra angular, o piedra fundamental del templo espiritual ("la casa no edificada con las manos") que él está erigiendo. Esta idea de la búsqueda de la verdad es tan importante en la ciencia francmasónica, que no encontramos respuesta mejor a la pregunta: "¿Qué es la francmasonería?" que decir que es una ciencia que tiene por objeto buscar la verdad divina. Pero la francmasonería es, sobre todo, un sistema de simbolismo, y todas sus enseñanzas se expresan por símbolos. Por tanto, no podemos creer que careciera de simbolismo una idea tan importante como ésta, la cual constituye, como hemos dicho ya, el objeto fundamental de la institución, de modo que puede adoptarse para definir su ciencia.

Por tanto, la palabra es para nosotros el símbolo de la verdad divina; y todas sus modificaciones (su pérdida, sustitución y recuperación), no son sino partes componentes del símbolo mítico, que representa la búsqueda de la verdad. ¿Como, pues, se ha conservado este simbolismo? ¿De qué manera ha de interpretarse la historia de esta palabra para que todos sus accidentes de tiempo, lugar y circunstancia, tengan relación patente con la idea sustantiva que se ha tratado de simbolizar? Las respuestas a estas preguntas abarcan quizá la parte más intrincada, ingeniosa e interesante de la ciencia masónica del simbolismo, el cual se puede interpretar en sentido general o particular.

En sentido general abarca toda la historia de la francmasonería, desde su nacimiento. hasta su consumación. La búsqueda de la verdad es el epítome de la evolución intelectual y religiosa de la orden, que comenzó cuando las multitudes se sumergieron en las profundas tinieblas morales donde parecía haberse extinguido el fuego, a consecuencia de la dispersión de Babel. Entonces, se perdió el nombre de Dios; dejóse de comprender su verdadera naturaleza, olvidáronse las divinas lecciones de nuestro padre Noé, corrompiéronse las antiguas tradiciones y se pervirtieron los antiguos símbolos.
 
La carroña del sabeísmo había enterrado a la verdad, y los cultos idolátricos del Sol y de las estrellas había substituido al antiquísimo del verdadero Dios. Tinieblas morales esparciéronse sobre el haz de la Tierra, cual nube impenetrable y densa, que obstruía los rayos del Sol espiritual y cubría al pueblo con el tétrico paño mortuorio de la noche intelectual. Pero esta noche no podía ser eterna. Apuntaba otra brillante aurora, y, en medio de tanta oscuridad, quedaban aún unos pocos sabios cuyo sentimiento religioso les incitaba a buscar la verdad con avidez.
 
Hasta en aquellos tiempos de tinieblas intelectuales y religiosas existieron obreros que buscaban la palabra perdida y que aunque no pudieron lograr lo que se proponían se aproximaron tanto a ello, que el resultado de su búsqueda podía simbolizarse de una manera relativamente satisfactoria por la palabra substituida. La multitud idólatra perdió la palabra, asesinó al constructor y suspendió las obras del templo espiritual. De modo que, al perder de vista la existencia divina, fue desvaneciéndose cada vez más su conocimiento de Dios y de la religión pura que les enseñara Noé, terminando por caer en un grosero materialismo y en la idolatría. Así es como se perdió la verdad (la palabra), según se dice, o empleando las palabras de Tutchinson modificadas en relación con el tiempo:
 
"Podría decirse que, en esta situación, se perdió la guía del cielo, y fue muerto el Maestro Jefe de las obras de la rectitud. Las naciones se entregaron a la más grosera idolatría; y el servicio al verdadero Dios se borró de la memoria de los que cedieron al dominio del pecado".
 
El anhelo que sentían los filósofos y sacerdotes de los misterios antiguos o francmasonería espuria, por descubrir la verdad, les indujo a buscar la palabra substituta. Fueron sus obreros quienes vieron el golpe fatal, quienes conocieron que la palabra no se había perdido, quienes se lanzaron en su busca.

Y ellos fueron también los que, al no poder rescatarla de la tumba del olvido en que había caído, con todos los esfuerzos de su sabiduría incompleta, se volvieron hacia las vagas y difusas tradiciones conservadas desde tiempos primitivo, y, con su ayuda, buscaron un sustituto a la verdad en sus religiones filosóficas.
 
Schmidtz opina que los misterios del mundo pagano, no son sino restos de la antigua religión pelásgica, y dice: 
 
"Las asociaciones de personas creadas con objeto de celebrarlos, debieron haberse formado cuando la influencia abrumadora de la religión helénica empezó a imponerse en Grecia, y cuando las personas que sentían reverencia por el culto practicado en tiempos anteriores se reunieron con objeto de conservar en lo posible la religión de sus antepasados".
 
De modo que, si aplicamos nuestra interpretación en sentido general y admitimos que la palabra es el símbolo de la verdad divina, la narración de su pérdida y su búsqueda se convierte en símbolo mítico de la decadencia y pérdida de la verdadera religión de las naciones antiguas, y de los esfuerzos hechos por los filósofos y sacerdotes para encontrarla y retenerla en sus misterios e iniciaciones secretas, a los que hemos designado hasta ahora con el nombre de francmasonería espuria de la antigüedad.
 
Pero hemos dicho también que además de la interpretación general, existe la particular, duplicidad simbólica, que no es corriente en francmasonería. Hemos puesto un ejemplo de esta interpretación en el simbolismo del templo de Salomón, donde, en sentido general, el templo simboliza el edificio espiritual formado por la agregación de todos los individuos de la orden, del cual es cada francmasón a modo de una piedra: y, en sentido individual, se considera que el mismo templo ha de verse corno templo espiritual que debe levantar en su corazón todo francmasón.

Ahora bien, la palabra, en sentido individual, con el mito de su pérdida, sustitución y recuperación, viene a ser el símbolo de la evolución personal del candidato, desde la primera iniciación hasta la última, donde llega a conocer todos los secretos de los misterios.

El aspirante empieza a buscar la verdad como aprendiz, envuelto en tinieblas, que busca la luz, la luz de la sabiduría, la luz de la verdad, la luz simbolizada por la palabra. Para realizar esta importante tarea, que comienza a tientas, vacilante, dudoso y débil, se prepara purificando el corazón, y recibe la primera palabra sustituta de la verdadera, que, como el pilar que los israelitas tenían ante sí en el desierto, ha de guiarle camino adelante en su jornada. Se le ordena que coja todas las virtudes que ensanchan el corazón y dignifican el alma como báculo y zurrón de viaje, por medio de grandiosos símbolos y tipos, que asocian el primer grado con la juventud, se le inculcan las virtudes de saber guardar el secreto, la obediencia, la humildad, la confianza en Dios, la pureza de conciencia y la economía de tiempo.
 
En el grado de compañero emprende otra ruta, porque ya ha pasado la juventud y ha llegado a la edad madura. Nuevos deberes y obligaciones recaen sobre el individuo. Esta etapa simboliza la parte de trabajo y pensamiento de la vida. En ella ha de cultivarse la ciencia, adquirirse la sabiduría y buscarse la palabra perdida (la verdad divina), sin lograr por eso encontrarla todavía.
 
Luego llega la etapa de maestro, con todo el simbolismo de la vejez: pruebas, sufrimientos, muerte. Y en ella también avanza el aspirante siempre adelante, clamando "por luz, más luz". La búsqueda está a punto de terminar; pero ha de aprenderse la humillante lección para la naturaleza humaha de que, en esta vida (triste y oscura, terrestre y carnal), no vive la verdad pura; y ha de contentarse el hombre con una sustituta, esperando el momento en que pueda entrar en el segundo templo de la vida eterna, en donde la palabra, la verdad divina, nos enseñará que siempre hemos de aprender de Dios y del alma humana, emanación suya. Así es como el maestro masón, una vez recibida la palabra que sustituye a la perdida, aguarda pacientemente el momento de encontrar ésta y de alcanzar la sabiduría.
 
Pero por más que nos afanemos, jamás puede encontrarse enteramente la palabra simbólica (el conocimiento de la verdad divina) en esta vida, o en la cámara del Maestro Masón, su símbolo. La naturaleza mortal, la oculta de la vista de los ojos mortales nublando el intelecto humano. El hombre es capaz de recibir y apreciar la revelación más allá de la tumba, cuando se liberta de la pesada carga de su vida terrenal. De ahí que, cuando hablamos de la recuperación de la palabra, en un grado superior y suplementario a la Antigua Masonería, queramos dar a entender que esta parte sublime del sistema masónico simboliza el estado post modem. Por que la verdad divina, a cuya busca dedicamos toda la vida, si no en vano, por lo menos sin éxito, así como su clase mística, únicamente puede encontrarse en el profundo abismo de la tumba, bajo los cimientos del edificio, cuando se destruya y venga abajo este templo de vida.
 
Ahora ya sabemos en qué consiste el trabajo masónico que en sí no es más que otra forma del mismo símbolo. El trabajo del francmasón consiste únicamente en buscar la palabra (hallar la verdad divina), siendo esta palabra el premio concedido a sus es-uerzos.

Los monjes de la antigüedad decían que el trabajo es una oración (laborare est orare). Por eso, el culto de nuestras logias estriba en trabajar por la palabra o por la verdad, con la vista fija siempre hacia adelante y sin mirar jamás hacia atrás, esperando la consumación y la recompensa de nuestro trabajo en el conocimiento prometido a todo lo que no se rezaga.
 
Goethe, qué fue a la par que poeta, francmasón, conocía a fondo todo este simbolismo de la vida del Maestro Masón cuando escribió la siguiente hermosa poesía:
 
La conducta del masón,
modelo es de existencia,
cuya porfía dura
lo que la vida de dos hombres.
 
El futuro guarda en su preñado seno
 alegrías y tristeza,
pero nosotros avanzamos por él
sin que nada nos acobarde.
 
Ante nuestros ojos
se abre el velado y sombrío portal
en donde acaban los mortales.
 
Sobre nuestras cabezas duermen
estrellas silenciosas;
bajo nuestros pies calladas tumbas.
 
Y, mientras contemplamos ansiosos
este presagio de terror,
acércanse el fantasma y el error
a llenar de turbadoras dudas
y temores a los más valientes.

Pero oíd el clamor de la opinión,
de los sabios, de los mundos
y de los siglos:
"Elegid bien,
que la elección es breve,
pero infinita.
 
¡Oh valientes!,
en el silencio de la eternidad
unos ojos os contemplan.
 
Aquí es llenedumbre de recompensas;
trabajad con empeño y arrojo
y no perdáis la esperanza".
 
Al terminar esta obra, tan inadecuada a la importancia de los temas tratados en ella, puede hacerse, por lo menos una deducción de todo cuanto llevamos dicho: Historiando la evolución de la francmasonería y detallando su sistema simbólico, adviértase que está tan íntimamente relacionado con la historia de la filosofía, la religión y el arte, en todas las épocas del mundo, que tenemos la convicción de que ningún francmasón puede llegar a comprender su naturaleza o apreciar su carácter científico, a menos que se dedique asidua y esforzadamente al estudio de su sistema.

La habilidad de repetir sin equivocarse las lecturas ordinarias, cumplir con todos los requisitos ceremoniosos del ritual y dar con precisión los signos del retejador, no es más que el rudimento de la ciencia masónica.

Pero la francmasonería tiene que ver con series de doctrinas mucho más elevadas. Ellas son las que constituyen la ciencia y la filosofía de la francmasonería, ellas las que únicamente premiarán con creces los esfuerzos de quienes se dediquen a estudiarlas.
 
La francmasonería ha dejado de ser una institución meramente social, para adoptar su posición original y evidente de ciencia especulativa. Mientras se conserve aún el ritual, como joyel donde se guarda la preciada perla; mientras se ejerce en ella la caridad, como resultado necesario, pero incidental de sus doctrinas morales; mientras se cultivan todavía sus tendencias sociales cual cemento que une la bella simetría y fortaleza de la fábrica toda, el alma masónica anda por todas partes buscando y pidiendo algo que nos alimente como el mago del desierto, con pan intelectual, en nuestro viaje de peregrinación por la tierra. El mundo masónico clama universalmente por la luz; de ahora en adelante, nuestras logias han de convertirse en escuelas; nuestro trabajo ha de ser el estudio; nuestro salario, la cultura; los tipos, símbolos, mitos y alegorías de la institución han de empezar a investigarse en relación con su significado último; en nuestra historia han de buscar los celosos investigadores su conexión con la antigüedad.
 
Los francmasones comprenden ahora en toda su amplitud la definición tantas veces citada de que: "La masonería es una ciencia de moral, velada en alegorías y esclarecida por medio de símbolos". Por tanto, aprender francmasonería es conocer nuestro trabajo y realizarlo bien.
 
¿Cuál será el buen obrero que se atreva a no realizar esta labor?
 
 
 
 

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