viernes, 29 de diciembre de 2017

EL NOMBRE SIMBÓLICO


Desde el mismo momento en que entramos en el templo, empezamos a formar parte de un ritual y a medida que apliquemos ese ritual a nuestra vida y lo vayamos entendiendo nos iremos transformando y limando nuestras imperfecciones.
 
Cuando entramos en el taller debemos comportarnos con una personalidad distinta a la ordinaria, superior, y mantenerla activa por lo menos durante el tiempo que estamos dentro. Esta es la razón por la cual es necesario el uso de un nombre distinto al habitual, uno que refleje nuestra nueva visión de la vida.
 
Utilizar un nombre simbólico está en consonancia con la enseñanza que nos proporciona la vida masónica, ya que la personalidad que penetra en el ritual es distinta a la que se mueve todos los días en la calle, la que sigue unos cánones y unos objetivos marcados por la sociedad.
 
La personalidad sagrada ha abandonado los metales al traspasar el umbral del templo y se ha calzado una calidad superior, que se mueve por motivaciones diferentes. Si es una persona distinta es lógico que su nombre también lo sea.
 
Ponernos el mandil nos ayuda a vestirnos de una forma distinta y refleja la necesidad de mostrar aspectos diferentes de nuestra personalidad, de tratar de ser personas nuevas, dispuestas a servir a lo superior que hay en nosotros mismos. La personalidad superior es la que entrará en ese templo.
 
En todas las órdenes religiosas, tanto esotéricas como exotéricas, sus miembros cambian de nombre en cuanto ascienden a una jerarquía superior y se supone que deben comportarse de una forma sublime. El Papa de Roma, por ejemplo, elige otro nombre en cuanto alcanza esta dignidad. La personalidad espiritual tiene unas necesidades muy distintas a la física, que tiene que comer, beber o ir al lavabo; éstas son razones por las cuales realizar estas actividades con el mandil puesto es un error, ya que se estarían entremezclando las dos personalidades.
 
Cuando descendemos y volvemos a la vida ordinaria, lo primero que hay que hacer es desprenderse de las insignias que llevamos puestas para manifestar el cambio de personalidad.
 
Si decimos que en el templo nos transformamos en otra persona, será lógico que nos llamen de otra manera. A la hora de elegir un nombre simbólico o sagrado se puede buscar el de alguien que haya realizado una gesta histórica, sobre todo de orden espiritual, algo extraordinario, porque al calzarnos ese nombre nos acercamos a su energía y a comportarnos de acuerdo con el nivel que esa persona haya adquirido.
 
También podemos buscar un nombre que sea el resultante de la combinación de varias letras del código hebraico, lo cual lo dotaría de una fuerza extraordinaria. Encontrar el nombre simbólico debe ser el resultado de una profunda meditación, de una conexión con nuestro ser interior. Cada paso dado en la dirección de trabajar nuestra personalidad sagrada nos acercará a ese ideal de sabiduría marcado por el rey Salomón.

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