El rito de la revelación al cual vamos a consagrar ahora nuestra atención es venero de muchos símbolos interesantes. En la ceremonia de la iniciación masónica existe un momento importantísimo: aquel en que el candidato está a punto de recibir la revelación completa de los misterios por que ha pasado, a la cual se ha hecho acreedor por medio de las pruebas y trabajos que ha realizado. Esta ceremonia recibe el nombre técnico de revelación, porque entonces se confía al candidato aquello que estaba buscando (El Doctor Oliver dice al tratar de los doce grandes puntos de la Francmasonería, que formaban parte de las antiguas lecturas Masónicas:
"Cuando se le daba la luz, el candidato representaba, a Asher, pues entonces se le hacía donación del glorioso fruto de la sabiduría masónica, del mismo modo que Asher era representado por los bocados exquisitos.» "Historical Landmarks", vol. I, lectura XI, Pág. 313). Es equivalente a lo que se llamaba en los misterios antiguos "autopsia" o visión de aquello que únicamente se permitía contemplar a los iniciados (Del griego que significa ver con los propios ojos. El candidato, que antes recibía el nombre de mistes, u hombre ciego, del griego cerrar los ojos, empezaba desde ese momento a cambiar su nombre por el de epopta, o testigo de vista.)
Este rito revelador se dividía indudablemente en varias partes o períodos; puesto que la aporreta, o cosas sagradas de la Francmasonería, no se entregan en seguida, sino progresivamente. Empieza, sin embargo, con la comunicación de la Luz, que aunque no es más que la ceremonia que prepara el desarrollo de los misterios a seguir, debe considerarse como uno de los más importantes elementos del simbolismo masónico. Es tan importante y sus influencias y relaciones se infiltran tan profundamente en el sistema masónico, que hasta la misma Francmasonería se conocía antiguamente con los nombres de Lux o Luz, queriendo significar con ello que era la sublime doctrina de la Verdad divina, por medio de la cual se ilumina el sendero de quien ha llegado a conseguirla en su peregrinación por la vida.
El cosmólogo hebreo comienza a describir la creación del mundo con la siguiente frase: "Y dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz", frase que mereció en la forma más enfática del lenguaje original la alabanza de los críticos griegos, por su sublimidad. "El singular y enfático mandato con que se llamó a la existencia a la luz, se debe probablemente a la utilidad destacada y a la gloria de ese elemento, junto a su misteriosa naturaleza, que hace que parezca El Dios de este nuevo mundo, y que mereció ser adorada por la humanidad primitiva".
La luz era el gran objetivo a alcanzar, de acuerdo con este sentimiento religioso antiguo. Fue, lo que es hoy día en Francmasonería, el símbolo de la verdad y del conocimiento. Tal fue siempre su antiguo simbolismo, que no debemos perder de vista cuando estudiemos la naturaleza y la significación de la luz masónica.
Cuando el candidato pide luz, no solicita únicamente la luz material que ahuyenta las tinieblas, forma externa tras de la que se oculta el simbolismo interno: no, él ansía una iluminación intelectual que barra la oscuridad de la mente y la ignorancia moral y que le presente el panorama de las sublimes verdades de la religión, la filosofía y la ciencia, en lo cual consiste el objeto fundamental de la Francmasonería.
En todos los sistemas antiguos predominé la veneración a la luz, como símbolo de la verdad. En todos los Misterios, el candidato pasaba por profunda obscuridad, hasta que, una vez terminadas las pruebas, era admitido en un sacellum o santuario intensamente iluminado, en donde llegaba a la luz perfecta y pura, y recibía las instrucciones necesarias para proporcionarle el conocimiento de la verdad divina, al que había aspirado y que otorgaba la institución.
Luz es, por lo tanto, sinónimo de la verdad y de conocimiento; y obscuridad, de falsedad e ignorancia. Este simbolismo, no sólo se encuentra en las instituciones antiguas sino también en las lenguas.
Por ejemplo, la palabra hebrea AUR significaba luz; pero su plural, AURIM, denota la revelación de la verdad divina. Los aurim y los thummim, que literalmente significan las luces y las tinieblas, constituían una parte del racional, en donde encontraba el gran sacerdote las respuestas oraculares a las preguntas que hacía ( "Y pondrás en el racional del juicio Urim y Timmin” Exodo, XXVIII, 30. También los sacerdotes egipcios llevaban racionales, en los que dibujaban la figura de Ra, el sol, y de Thmé, la diosa de la verdad, - representando, - dice Gliddon, « Ra, o el sol - en una doble capacidad - la luz física e intelectual-y Thmé en una doble capacidad también- justicia y verdad." (Ancient Egypt” pág. 33).
La palabra Luz del antiguo lenguaje egipcio tiene una particularidad digna de estudio. Para los egipcios la liebre era el jeroglífico de los ojos que están abiertos, jeroglífico que adoptaron porque suponían que- este tímido animal nunca cerraba los órganos de visión, estando siempre alerta, por temor a sus enemigos. Más tarde, los sacerdotes adoptaron la liebre para simbolizar la iluminación mental o luz mística, que se revelaba a los neófitos en la contemplación de la verdad divina, durante la iniciación.
Según Champollion, la liebre era también el símbolo de Osiris, el dios principal; lo cual demuestra la íntima conexión que, según ellos, existía entre el proceso iniciático de los ritos sagrados y la contemplación de la naturaleza divina.
Ahora bien, la palabra hebrea que se aplica a la liebre es ARNaBeT, la cual se compone de las palabras AUR, luz, y NaBaT, contemplar o mirar. Por lo tanto, la palabra que significa en egipcio iniciación, quiere decir en hebreo mirar la luz. Esta coincidencia no puede ser accidental en dos naciones tan íntimamente unidas en la historia, como Egipto y Judea. Esto demuestra que en aquella época prevalecía el sentimiento de que la comunicación de la luz era el objeto principal de los Misterios, tan principal y prominente, que la una era sinónimo de los otros (Débese este descubrimiento a F. Portal, que lo ha expuesto en su obra «Los símbolos egipcios comparados con los de los hebreos". Existe una traducción inglesa de esta obra francesa hecha por el Hno. John W. Simons, de New York, la cual se ha publicado en el volumen 30 de la "Universal Masonic Líbrary").
El culto a la luz, ora en su pura esencia, ora en forma de culto solar o del fuego, fue una de las más primitivas y universales supersticiones del inundo. La luz era la fuente primordial de todo lo santo e inteligente; las tinieblas representaban, por el contrario, el mal y la ignorancia. En un artículo publicado en la Cyclopedia of Biblical Literature, el Dr. Beard atribuye esta noción divina de la naturaleza de la luz sentida por las naciones orientales a que, en esta parte del mundo, "la luz tiene gran claridad y brillo, el que va acompañada de intenso calor, que ejerce benéfica influencia, no conocida en climas más duros y fríos. La luz se convirtió fácilmente para los orientales en la representación del supremo bien humano. Todas las emociones alegres de la mente, todas las placenteras sensaciones de las creaciones humanas todas las horas dichosas de la vida doméstica, se describieron recurriendo a la imagenería de la luz. La transición de las cosas terrestres a las divinas y de las corpóreas a las espirituales fue cosa natural; de esta manera la luz llegó a representar la verdadera religión y la felicidad que ella proporciona".
"Pero como la luz no procede solamente de Dios, sino que también ilumina el camino que sigue el hombre, se empleó para significar la verdad moral, y sobre todo ese sistema divino de la verdad, expuesto en la Biblia, desde sus primeros alboreos hasta el mediodía del Gran Sol de la justicia "
Nos inclinamos a creer que el autor no anda equivocado en este pasaje al definir el símbolo sino a deducir su origen. La luz no se convirtió en objeto de veneración religiosa por la claridad y luminosidad de un cielo determinado, ni por la influencia cálida y confortante de un clima particular, pues el culto era universal, tanto en Escandinavia como en la India, sino por ser consecuencia inevitable y natural del culto al sol, principal divinidad del sabeísmo, fe que se infiltró extraordinariamente en el sentimiento religioso de la antigüedad (La más antigua deserción a la idolatría consistió en la adoración del sol y en el culto rendido a los demonios, llamados Baalim.” Bryant “Análisis of Ancient Mythology”, vol. III, página 431).
Se adoró a la Luz por ser emanación del sol, y, en el materialismo de la religión antigua, la luz y las tinieblas se personificaron como si fueran existencias positivas y enemigas. De modo que suponían que el mundo estaba gobernado por dos principios antagónicos, que presidían alternativamente los destinos humanos.
Las opiniones de Duncan sobre este tema son dignas de atenta lectura:
"La luz fue siempre uno de los objetos primarios de la adoración pagana. El esplendoroso espectáculo de la naturaleza perderla todo su encanto si el hombre perdiese la vista y la luz se extinguiese; porque lo desconocido e invisible tiene, en la práctica, tan poco valor como si no existiera."
"La luz es fuente de felicidad positiva, pues apenas podría existir el hombre si careciese de ella; y, puesto que toda la opinión religiosa se basa en ideas de placer y dolor, y en las correspondientes sensaciones de esperanza y temor, no debe extrañarnos que los antiguos rindieran culto a la luz. Por el contrario, aborrecían la oscuridad, fuente de miseria y de terror, porque sumergía a la naturaleza en la nada y privaba al hombre de las emociones placenteras que proporciona el órgano de la vista. Las dos opuestas condiciones en que el hombre se encontraba, ocasionadas por el disfrute y la privación de la luz, le indujeron a imaginar que existían dos principios antagónicos en la naturaleza, a cuyo dominio se encontraba sujeto alternativamente."
"La luz multiplicaba sus goces; la oscuridad, los disminuían. La primera, se convirtió en amiga, y la última, en enemiga. Las palabras “luz" y "bien” y “obscuridad" y “mal” representaban ideas similares y llegaron a ser en el lenguaje sagrado voces sinónimas. Pero como no se creía que el bien y el mal procedieran de una fuente común, pues se suponía que la luz y la obscuridad no tenían el mismo origen, se distinguieron dos principios independientes en la naturaleza, de naturaleza totalmente diferente y características opuestas, que chocaban entre sí y producían efectos antagónicos. Tal fue el origen del famoso dogma, reconocido por todos los paganos e incorporado a todas las fábulas sagradas, cosmogonías y misterios de la antigüedad".
Las luchas entre el principio malo y el bueno, simbolizados por medio de la oscuridad y la luz, ocupan gran espacio en la mitología de todos los países.
Entre los egipcios, Osiris era la luz, o el sol; y su Tifón, su enemigo malo, que terminó por asesinarlo, era el representante de las tinieblas.
Zoroastro, el fundador de la antigua religión persa, enseñó la misma doctrina, y llamó al principio de la luz, o del bien, Ormuz, y al principio de la oscuridad o del mal, Arimán. El primero, nacido de la luz más pura, y el último, surgido de las más profundas tinieblas, luchan continuamente entre sí en esta mitología.
Manes, o Maniqueo, fundador de la secta maniquea en el siglo III, enseñaba la existencia de dos principios de los que proceden todas las cosas; uno de ellos es una materia pura y sutil, llamada Luz, y el otro, una substancia grosera y corrupta, denominada Tinieblas. Cada uno de estos principios depende de un ser superior y existente desde la eternidad. El ser que gobierna la Luz, se llama Dios; el que dirige las tinieblas recibe el nombre de Hyle o Demonio. El gobernador de la luz es supremamente feliz, bueno y benévolo; mientras que el de las tinieblas es desgraciado, malo y maligno.
Pitágoras mantuvo también esta doctrina de los dos principios antagónicos. A uno de ellos lo llamó unidad, luz, mano derecha, igualdad, estabilidad y línea recta; al otro, binario, tinieblas, mano izquierda, desigual dad, inestabilidad y línea curva. Atribuyó el color blanco al buen principio, y el negro, al malo.
Los cabalistas dedicaron a la luz un lugar importante en su sistema cosmogónico. Enseñaban que, antes de la creación del mundo, Aur en soph, o la Luz Eterna, llenaba todo el espacio, y que, cuando la Mente divina se determinó a producir la Naturaleza, la Luz Eterna se contrajo en un punto central, dejando en torno suyo un espacio vacío, en el cual se produjo el proceso de creación, por medio de las emanaciones surgidas de la masa central de luz. Creemos inútil describir la teoría cabalística de la creación; baste decir que todo se hizo por medio de la influencia mediata de Aur en Soph, o la Luz Eterna, que produce materia basta, de un solo grado superior a la nada, únicamente cuando llega a estar tan atenuada y débil que parece perderse en las tinieblas.
La doctrina brahmánica es que "la luz y las tinieblas son las eternas modalidades del mundo; quien sigue a la primera, no retorna, es decir entra en la eterna felicidad; mientras que el que sigue los caminos de la última, vuelve a renacer en la tierra", y pasa por diversas transmigraciones hasta que la luz purifica completamente su alma (Véase el "Bhagavad Gíta", uno de los libros religiosos del brahmanismo). Cierto autor explica de la manera siguiente el culto rendido a la luz por las primeras naciones del mundo (Blackgood's Magazine, artículo sobre las Castas y Creencias de la India, vol. LXXXI, página 316): "¿Puede asombrarnos acaso que las naciones primitivas adorasen a la luz. Retrotrayendo nuestro pensamiento hasta aquellos lejanos tiempos, lo que nos hubiera extrañado es que no la hubiesen rendido culto. El sol es vida y luz cíe todo cuanto existe en la tierra, lo cual hoy día sabernos mejor que antes. Moviéndose con su luz deslumbradora por el brillante iris del cielo, escudriña con calma real todo lo que ocurre debajo de él, y parece el verdadero dios de este hermoso mundo que Únicamente vive y florece bajo su sonrisa.".
En todos los antiguos sistemas iniciáticos, se encerraba a los candidatos en lugares obscuros, con objeto de que se prepararan para recibir la luz, La duración del encierro variaba según los ritos. En los Misterios célticos del Druidismo, el aspirante permanecía en la oscuridad durante nueve días y nueve noches: en los Eleusinos de Grecia, era tres veces mayor el tiempo; y en los ritos de Mitra, aún más severos, se imponían nada menos que cincuenta días de oscuridad, soledad y ayuno a los atrevidos neófitos, que, tras de soportar estas excesivas pruebas, estaban en condiciones de recibir la luz del conocimiento.
Obsérvase, por lo tanto, que el sentimiento religioso del buen y del mal principio, daba tanta importancia en su sistema simbólico a la oscuridad como a la luz.
Este mismo sentimiento religioso de los antiguos, modificado en sus detalles por nuestro mejor conocimiento de las cosas divinas, ha proporcionado a la Francmasonería un noble simbolismo: el de la Luz, y de las Tinieblas.
Las tinieblas son el símbolo de la iniciación. Con ellas, se trata de recordar al candidato su ignorancia, que la Francmasonería ha de desvanecer; su naturaleza mala, que la Francmasonería ha de purificar; y el mundo, en cuya oscuridad ha caminado hasta que la Francmasonería le rescate.
La luz es el símbolo de la autopsia, la visión de los misterios, la revelación, la completa fruición de la verdad y de la sabiduría masónicas.
Los Rosacruces, a los que han confundido algunos impropiamente con los Francmasones, emplearon la palabra lux para significar el conocimiento de la piedra filosofal, o el gran desiderátum de un elixir y disolvente universal. Esta era su verdad.
La Iniciación precede en la Francmasonería a la revelación del conocimiento, del mismo modo que la obscuridad precedía a la luz en las antiguas cosmogonías. Por eso dice el Génesis que, en el principio, "la tierra se hallaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo". La cosmogonía caldea enseñaba que en el principio, "todo eran tinieblas y agua". Los fenicios suponían que "el principio de todas las cosas fue un viento de aire negro, y un caos oscuro como el Erebo" (El "Código del Manú " dice que "todo el universo era tinieblas indiscernibles, indistinguibles, como un profundo sueño, hasta que el invisible Dios existente de por sí, disipó la oscuridad al manifestarse con cinco elementos y otras formas gloriosas." Sir William Jones, "On the Gods of Greece". "Asiatic Researches” I, 244.)
Pero ante el mandato divino, la luz surgió de estas tinieblas, y la sublime frase: "Sea la luz", se repite substancialmente en todas las antiguas historias de la creación, en forma idéntica.
Lo mismo ocurre en la Francmasonería: de las tinieblas misteriosas surge el fulgor deslumbrante de la luz masónica. La una debe preceder a la otra, del mismo modo que la tarde a la mañana. "Y fue la tarde y la mañana un día."
Este pensamiento se ha conservado en el gran lema de la Orden: Lux e tenebris, luz de las tinieblas, que equivale a esta otra sentencia: la verdad de la iniciación. Lux, o luz, es la verdad; tenebrae, u obscuridad, es iniciación.
Esta relación de las tinieblas con la luz, es una parte bella e instructiva de nuestro simbolismo, que bien merece investigaciones más profundas.
"El Génesis y las cosmogonías hablan del antagonismo de la luz y las tinieblas", dice Portal. La forma de esta fábula varia en cada nación, pero es fundamentalmente la misma siempre. Bajo el símbolo de la creación del mundo, se oculta un cuadro de regeneración e iniciación.
Plutarco dice que morir es iniciarse en los Grandes Misterios; y la palabra griega que significa morir, quiere decir también ser iniciado. El color negro, que es el color simbólico de las tinieblas, lo es también de la muerte. Por lo tanto, las tinieblas y la muerte, son símbolos de iniciación. Y por esta razón, todas las antiguas iniciaciones se celebraban por la noche.
Los Misterios se celebraban siempre por la noche. La misma costumbre existe en la Francmasonería, con idéntica explicación. La muerte y la resurrección se enseñaron en los Misterios, igual que en la Francmasonería.
La iniciación era la lección de la muerte. La fruición entera, autopsia, o recepción de la luz, era la lección de regeneración o resurrección.
La luz, es, por lo tanto, un símbolo fundamental en Francmasonería. En realidad, es el primer símbolo importante que se explica al neófito y contiene en si la esencia misma de la Francmasonería especulativa, la cual no es otra cosa que la contemplación de la luz intelectual, o sea, de la verdad. (Como la Francmasonería ha recibido el nombre de lux, o luz, sus discípulos han sido denominados apropiadamente Hijos de la Luz. Por eso dice Bums en su célebre Despedida:
"Con vuestro grupo social he pasado muchas felices y placenteras noches; a menudo me honrasteis con el mando supremo y presidí a los hijos de la luz."
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