miércoles, 6 de diciembre de 2017

SOBRE LA TRADICIÓN HERMÉTICA


Es bien sabido y profundamente explicado por los autores más reconocidos, que la Masonería es, dentro de las órdenes iniciáticas que han subsistido hasta nuestros días, la que recibe de una manera más directa la herencia metafísica y simbólica de la llamada “tradición hermética”.

El hermetismo deriva su nombre de Hermes Trismegisto, el Tres Veces Grande, personaje legendario que los egipcios llamaron Toth, que fue quien transmitió la filosofía perenne y la ciencia esotérica al Occidente. Los griegos lo asimilaron al dios Hermes, el Mercurio romano, mensajero de los dioses y transmisor de la enseñanza primordial, que se ha mantenido intacta hasta nuestros días gracias a las escuelas de iniciación en los misterios de las que deriva nuestra Orden.

 
 Se dice que estos profundos conocimientos habían sido depositados en los antiguos hierofantes, sacerdotes egipcios que en el interior de la caverna iniciaban, mediante ritos similares a los nuestros, a los faraones y a los sabios que debían ser los guardianes y transmisores de esta sabiduría.

Es de suponer que José, el hijo de Jacob que logró ganar el aprecio del faraón por sus conocimientos esotéricos, los sabios y sacerdotes de las doce tribus de Israel antes de la servidumbre, y posteriormente Moisés, bebieron de la ciencia sagrada de los sacerdotes egipcios, engrandeciendo y complementando de esta manera la tradición hebrea. También se sabe que Pitágoras, así como otros sabios que construyeron el llamado Siglo de Oro de los griegos, fueron iniciados por estos hierofantes que formaban la casta sacerdotal egipcia. Y, aunque fuera simbólicamente, el mismo Maestro Jesús fue llevado de niño hacia Egipto, y algunos autores llegan a afirmar que regresó durante su vida oculta y que parte de su formación la recibió de manos de aquellos sacerdotes.
 
Este conocimiento fue también recibido y expresado por los pitagóricos posteriores, como Timeo, Sócrates, Platón y Apolonio de Tiana, constituyendo así la base misma de la cultura y tradición occidentales. Por lo tanto, podemos ver que esta tradición no se limita al Egipto, sino que se expresa en todas las culturas verdaderas, y podemos afirmar que en todas estas culturas existen personajes que pueden ser asimilados al mismo Hermes, y los libros que se atribuyen a estos personajes mitológicos forman parte de los llamados libros herméticos.
 
En efecto, el Emperador Fo-Hi de la China, el planeta mercurio llamado “Budha” por los hindúes, lo mismo que el Odin, Woden o Wotan escandinavo tienen atributos similares a los de Hermes. También en la tradición islámica, el profeta Idris es comparado tanto con Hermes, como con Enoch y Elías, ambos llevados a los cielos sin pasar por la muerte. Y pueden hacerse comparaciones igualmente interesantes, como las que se logran relacionando el nombre de Hiram, que en su raíz es idéntico al de Hermes (HRM), así como con los arcángeles Rafael y Miguel, que la cábala judía asimila también a Mercurio y al Sol. Resulta particularmente notable el hecho de que también en la simbología mexicana pueda ser comparable el Quetzalcohuatl, serpiente emplumada, con el símbolo del caduceo de Mercurio compuesto también por una serpiente con alas.

También el escudo de México, con el águila devorando a la serpiente, puede ser comparado con el Toth egipcio, al cual relacionan con el Ibis, destructor de reptiles.

Todas estas comparaciones no pueden ser meras coincidencias, sino que por el contrario constituyen una prueba más de que todas las culturas toman sus símbolos de la Tradición Primordial, tronco común de todas ellas. Y todos estos conocimientos habían sido ya manifestados, tomando a veces otros ropajes, tanto en las antiguas civilizaciones orientales, como en aquellas culturas del norte y del sur de las que por los cataclismos cíclicos ya no quedan vestigios, y de las que probablemente sean también herederos nuestros pueblos precolombinos de América. Pero es importante hacer notar que este conocimiento también se manifiesta en Occidente durante la última y cuarta partes del ciclo; y la ciencia expresada a través de los mitos y símbolos egipcios, judíos, griegos, romanos, cristianos y árabes, constituyen una unidad, de la que deriva propiamente la llamada tradición hermética y que es la forma que toma la tradición unánime y primaria en esos momentos históricos y lugares geográficos que podríamos definir como occidentales, de los que recibimos de forma directa nuestra cultura, que en sus aspectos más internos o esotéricos fue transmitida a través de los ritos y enseñanzas dadas en las escuelas de iniciación precursoras de la Masonería.

Aunque este pequeño trabajo no se propone hacer una detallada narración histórica, obra que ya han realizado verdaderos especialistas, es sin embargo necesario hacer mención de ciertos acontecimientos básicos íntimamente relacionados con la historia de nuestra institución y de la tradición hermética en particular.
 
En primer lugar, nos referimos a lo ocurrido en la Alexandría del siglo III de nuestra era, lugar donde se produce una verdadera síntesis de este conocimiento: allí confluyen de manera asombrosa, ideas y personajes provenientes de diversos tiempos y lugares; allí conviven los primeros cristianos con los gnósticos, los pensadores griegos neoplatónicos, mezclándose a su vez con la tradición judía, caldea, etc., y hasta con el hinduismo, el budismo y el taoísmo chino. Esta afortunada confluencia hace posible que se conforme una verdadera doctrina sintética que se expandirá en diversas direcciones.
 
También debemos mencionar el descenso coránico en la persona de Mahoma, y la extraordinaria expansión del imperio islámico, que habrá de influir de manera determinante en el pensamiento, la ciencia y el arte de la Edad Media, durante la cual alcanza su mayor esplendor la Tradición Hermética, que se expresa en este momento a través de las órdenes de caballería (en especial cabe mencionar la de los Templarios) y también a través de los bardos y los constructores del arte y la arquitectura gótica. Es durante este período que se desarrollan de manera notable las ciencias herméticas y esotéricas, tales como la numerología, la geometría y la arquitectura (ciencias de la escuadra y el compás), así como la cábala, la alquimia y la astrología, todas ellas intermediarias entre la tierra y el cielo, vehículos de conocimiento o Arte Real y cosmológico, que si conducimos adecuadamente nos llevará a los principios de lo supra-cósmico, expresados por el arte sacerdotal.

Cuando la Edad Media entra en su decadencia y los caballeros y sabios son torturados y quemados, confundidos con los brujos, estas ciencias se ocultan nuevamente en las órdenes iniciáticas, tales como la de los Místicos de Munich y la de los Fieles de Amor (a las que pertenecieron el Maestro Eckhart y el Dante, entre otros).
 
En el Renacimiento, también nuestras ciencias ‘renacen’, tomando nuevas formas; pero a partir de allí, cuando se siembra la semilla del racionalismo posterior y del materialismo actual, todas estas ciencias son paulatinamente olvidadas y sustituidas por las ciencias técnicas y empíricas, aunque sin embargo son conservadas intactas en esos centros de iniciación, que a partir del siglo XVIII toman el nombre de “Masonería”.

Creemos que para comprender el sentido de la Tradición Hermética y la razón de ser de nuestra Orden, es necesario superar los prejuicios de la mentalidad moderna. “La tradición hermético-alquímica forma parte del ciclo de la civilización premoderna, tradicional.

Para comprender su espíritu hay que trasladarse interiormente de un mundo a otro… Y sólo entonces surgirá en ciertas expresiones una luz inesperada, ciertos símbolos se convertirán en medios para un despertar interior, se admitirán nuevos vértices de realización humana, y se comprenderá cómo es posible que ciertos “ritos” puedan adquirir un poder “mágico” y operativo y constituirse en una Ciencia que por lo demás, no tiene nada que ver con lo que hoy corre bajo este nombre”. Se sabe que en sus orígenes la Masonería fue fundamentalmente “operativa”, dándole la mayor importancia al estudio y la vivencia de estos conocimientos herméticos, lo que constituía su razón de ser y le dio la fuerza necesaria para cumplir su objetivo.

El mismo Oswald Wirth nos dice que la verdadera iniciación masónica es activa. “Nos hace copartícipes en una obra, la Obra por excelencia, la Magna Obra de los hermetistas. La iniciación no se busca para saber, sino para obrar, para aprender a trabajar. Según el lenguaje simbólico empleado por cada escuela de iniciación, el trabajo tiene por objeto la transmutación del plomo en oro (Alquimia) o la construcción del Templo de la Concordia Universal (Francmasonería)”.

Desgraciadamente, nuestra Orden no ha podido escapar a la corriente de decadencia que priva en el mundo moderno. Cuando se dan los primeros síntomas de esta decadencia y crisis, las logias comienzan a tonarse cada vez más especulativas y menos operativas; y modernamente, la gran mayoría de los integrantes de sus cuadros ignora su verdadera razón de ser, dando más importancia a la influencia social, política y económica que a la iniciación efectiva e individual de sus miembros y al conocimiento de las ciencias que la hicieron nacer y que le dan su verdadera razón de ser.

Si esta actitud se generalizara, probablemente la Orden desaparecería como tal, o a lo sumo se convertiría en una especie de club social más o en un simple grupo de influencia política.

Dichosamente, todavía se mantienen también dentro de los cuadros, verdaderos masones estudiosos de los principios metafísicos y de los símbolos herméticos; son numerosos los autores masónicos que se han ocupado de preservar la doctrina y explicar su profunda simbología; y, lo que quizá es más importante de todo, se mantienen los ritos y la transmisión iniciática, a través de los cuales se conserva ese profundo influjo espiritual que hará que nuestra Orden cumpla la noble y divina misión para la cual fue creada, de conformidad con la voluntad del Gran Arquitecto del Universo.

 
 
 
 

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