martes, 12 de diciembre de 2017

EL PODER DEL RITUAL


El Venerable

Dice Jámblico a fines del siglo III:

"La unión teúrgica se procura por el cumplimiento de las acciones inefables y realizadas de manera digna para los dioses por encima de toda intelección, así como por el poder de los símbolos silenciosos, comprensibles por los dioses. Por eso precisamente no llevaremos a cabo estos actos con el pensamiento, pues entonces su eficacia sería intelectual y producto nuestro; y ni una cosa ni otra es verdad.
 
En efecto, sin que nosotros intervengamos con nuestro pensamiento, los símbolos mismos realizan su propia obra por sí mismos, y el inefable poder de los dioses, con los que estos símbolos se relacionan…
 
De ahí que tampoco por nuestros pensamientos las causas divinas sean incitadas a actuar, sino que ellos deben preexistir junto con todas las disposiciones mejores del alma y nuestra pureza como causas auxiliares, pero lo que propiamente estimula la voluntad divina son los mismos símbolos divinos".

El Primer Vigilante

Dice Enrique Cornelio Agripa de Nettesheim en 1531:

"He leído en los libros de los magos y observado a menudo en sus obras y empresas ciertas gesticulaciones sorprendentes y ridículas (así me lo parecían), pero, después de haber examinado las cosas más profundamente, comprendí que este género de gesticulaciones mágicas no ocultaba pactos con los demonios, sino cierto modo de numerar, de los cuales los antiguos se servían con el fin de representar los números, doblando de diversas maneras los dedos y las manos, con la cual gesticulación los magos daban a entender, sin decir una palabra, nombres de virtudes inexpresables que no se pronuncian y que son de número diverso, moviendo los dedos uno tras otro, y así ellos reverencian con un sagrado silencio las divinidades que presiden las cosas del mundo".


El Segundo Vigilante

Sobre el apego a las formalidades se cuenta que cuando, cada tarde, se reunían los monjes para orar siempre andaba por allí el gato del monasterio distrayendo a los fieles. Para evitarlo, al Abad ordenó que ataran al gato durante el culto de la tarde.

Mucho después de haber muerto el Abad, seguían atando al gato durante el referido culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro gato al monasterio para poder atarlo durante el culto vespertino. Siglos más tarde, los discípulos del Abad escribieron doctos tratados acerca del importante papel que desempeña el gato en la realización de un culto como es debido.
 
 
 
 

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