jueves, 14 de diciembre de 2017

EL RITO DE DESCENDER AL INTERIOR DE LA TIERRA


Al comienzo mismo del rito de nuestra iniciación somos conducidos por el Hermano Experto a una pequeña y oscura estancia llamada la Cámara, o Gabinete, de Reflexión, dentro de la cual permanecemos encerrados durante un período de tiempo indeterminado, y antes de entrar por primera vez en el Templo.
 
Al introducirnos en ella dicho Hermano nos dirige las siguientes palabras:

«Caballero, aquí es donde Vd. va a sufrir la primera prueba, que los antiguos iniciados llamaban la "prueba de la Tierra". A tal fin, es indispensable que se deshaga de toda ilusión y, para hacerse sensible materialmente a lo que debe ejecutar dentro de Vd. espiritualmente, le ruego me dé lo que lleva de valioso y, particularmente, todos los objetos de metal, que simbolizan lo que reluce con brillo engañoso...
 
Ahora, Caballero, vais a ser abandonados a Vd. mismo, en la soledad, el silencio, y con esta débil luz. Los objetos y las imágenes que se ofrecen a su vista tienen un sentido simbólico y deben incitaros a la meditación».

Estas palabras son sumamente reveladoras acerca del significado de ese momento solemne de nuestra recepción. Ellas nos advierten de la necesidad de purificarnos de todas las ilusiones, egos y vicios que conforman nuestra errónea «personalidad», y que hemos ido adquiriendo en nuestro contacto con las «tinieblas exteriores» del mundo profano. Sin ese previo «despojamiento de los metales» (que crean una dura y gruesa costra alrededor de nuestro verdadero ser impidiendo que se manifieste) jamás podríamos recibir la influencia espiritual vehiculada por el rito y los símbolos de la iniciación, impidiendo así la posibilidad salvífica del renacimiento, de volver a nacer en un mundo nuevo bañado por una luz mucho más transparente y sutil: el mundo de las ideas y arquetipos emanados del Gran Arquitecto del Universo.

Pero, lógicamente, nadie podrá hacer ese trabajo por nosotros, razón por la cual somos abandonados a nuestra suerte, recogidos en la soledad y el silencio, encerrados en fin, en nuestra particular Cámara de Reflexión, y una vez allí morir a la condición profana. Ese acto o gesto interno de negación y muerte a un mundo y a una personalidad ficticia se vive simbólicamente (lo que por cierto hace válida y real esa experiencia) como un «regreso al útero» materno, o a la matriz de la tierra nutricia, es decir a un plano de concentración extrema donde «reflexionamos» sobre el sentido de nuestra existencia, sobre quién somos en verdad.

En realidad, la Cámara de Reflexión es lo mismo que el athanor, «huevo filosófico» u horno alquímico, símbolos todos ellos de la conciencia herméticamente cerrada a las influencias externas, y en donde, amparados en la íntima y generativa oscuridad, se lleva a cabo un proceso de cocción, fermentación, destilación, sublimación y finalmente transmutación de lo espeso en lo sutil, de lo terrestre en lo celeste. Este proceso, como sabemos, es el vivido por la semilla en su eclosión vertical hacia los espacios aéreos, o por el gusano de seda, que después de un tiempo encerrado en el capullo sale de él transmutado en mariposa, en un ser completamente otro, pasando de lo que repta a lo que vuela.

Esto que decimos está claramente ejemplificado por los diversos objetos, inscripciones e imágenes simbólicas presentes en la Cámara. Allí, depositados sobre una mesa, encontramos tres pequeños recipientes conteniendo azufre, mercurio y sal, los tres principios herméticos que simbolizan el espíritu, el alma y el cuerpo, respectivamente, lo cual nos sugiere la idea de que la Gran Obra iniciática incumbe al ser humano considerado en su totalidad, y no tan sólo en un aspecto o modalidad de ésta; una jarra con agua y al lado un trozo de pan, símbolos del agua de vida y del alimento espiritual que restituyen el «recuerdo» y fortalecen al candidato después de sufrir la primera muerte iniciática, expresada a su vez por el cráneo y las tibias cruzadas. Este es el estado que la Alquimia denomina nigredo, o «negro más negro que el negro» que señala la descomposición de la personalidad egótica. Pero esa descomposición o putrefacción contiene ya el germen del nuevo nacimiento, anunciado por el gallo, ave emblemática del dios Hermes, y cuyo canto proferido en lo más profundo de la noche avisa sin embargo de la proximidad del día y de la luz del Sol nacida en el Oriente. En este sentido, nos dice la Tradición que «cuando todo parece perdido, es cuando todo será salvado», pues después de descender, como Dante, a las profundidades del Infierno, no queda más remedio que ascender por el eje que une la Tierra y el Cielo. Y precisamente ese descenso y ese ascenso están sugeridos por las siglas V.I.T.R.I.O.L. que aparecen grabadas en una de las negras paredes de la Cámara. El significado de estas siglas alquímicas es bastante elocuente al respecto: «Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta». La rectificación de que se trata tiene que ver con el cambio de «orientación» que se va produciendo en nosotros conforme progresamos «...por las vías que nos han sido trazadas», es decir, por la vía sagrada de la iniciación, lo que es simultáneo al despertar de nuestras potencialidades internas que nos conducirán a la obtención del Conocimiento, simbolizado por la Piedra Oculta (Filosofal) o Piedra Cúbica en punta del maestro masón.

Así, pues, sólo cuando el postulante sepa comprender –o asimilar en sí mismo– el mensaje de todos estos símbolos que se ofrecen a su meditación, habrá «superado satisfactoriamente la prueba de la Tierra, a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo», y estará, por tanto, preparado para llamar a las «puertas del Templo», lo que hace una vez ha sido reducido a pura posibilidad de ser presta a recibir los efluvios emanados del resto de los elementos purificadores que determinarán su desarrollo y crecimiento interior: el Aire, el Agua y el Fuego.



 

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