Muchos han sido los hombres que, al amparo de sociedades creadas con el objeto de impulsar y proteger ciertos ideales más o menos ortodoxos, han logrado desarrollar una labor artística, sea gracias a su apoyo social y económico, sea por un apoyo de tipo ideológico. El caso de la masonería es una excepción dentro de la evolución de tales órdenes, dado que su inmensa repercusión y aceptación no es parangonable a las persecuciones y en muchas ocasiones discriminaciones recibidas por otras sociedades, como las de los templarios o los rosacruces.
La logia masónica, cuyo origen data de la Edad Media, adquirió una enorme importancia a partir del siglo XVII, incrementándose su difusión durante las dos siguientes centurias y culminando en los inicios del siglo xx. En todo este período, los distintos poderes políticos y religiosos pusieron numerosas dificultades e impedimentos para frenar la proliferación de simpatizantes, con el implícito aumento de poder de dicha sociedad que albergaba tal situación.
La logia masónica, cuyo origen data de la Edad Media, adquirió una enorme importancia a partir del siglo XVII, incrementándose su difusión durante las dos siguientes centurias y culminando en los inicios del siglo xx. En todo este período, los distintos poderes políticos y religiosos pusieron numerosas dificultades e impedimentos para frenar la proliferación de simpatizantes, con el implícito aumento de poder de dicha sociedad que albergaba tal situación.
El atractivo que podía ofrecer a un músico o a cualquier otro artista la adhesión a una logia era, al margen de la fraternidad procurada por unas ideas comunes (como lo era grosso modo el unánime deseo de construir una sociedad sustentada por tres pilares humanitarios: la sabiduría, la razón y la naturaleza), la protección y solidaridad que le era otorgada siempre que sus obras se enmarcaran dentro de los objetivos de la logia.
Aunque no plenamente integrados en los rituales masónicos, los himnos y las antífonas fueron quizá las dos formas musicales que más se adecuaban a tales actos, puesto que hasta el siglo XIX, en el que se hizo uso por vez primera de instrumentos como el órgano, la música masónica era esencialmente vocal. Algunas de estas piezas derivaron de canciones populares, a las cuales se les adaptaba un texto perteneciente a la logia.
Así mismo se crearon composiciones de mayor envergadura, como la cantata Carmen saeculare, de Francois-André Philidor, o la ópera Osiride, de Johann Gottlieb Naumann.
Entre los principales compositores que pertenecieron a la orden masónica destaca en primer lugar Wolfgang Amadeus Mozart, quien ya en 1773, a los diecisiete años, escribió la música incidental para la obra teatral masónica Tamos, rey de Egipto, de Gebler.
Adherido a la logia Zur Wohlthátigkeit, compuso numerosas obras de contenido masón, todas ellas vocales, culminando su producción masónica con la creación de una de sus óperas más lúcidas y maduras, La flauta mágica, ideada como una exposición de los distintos ritos iniciáticos.
Amigo de Mozart, Joseph Haydn también perteneció a una orden masónica, aunque su filiación fue mucho menos duradera que la de aquél; no escribió ninguna obra musical en este sentido, si bien se especula la posible factura masónica de La Creación.
Entre los músicos del siglo XIX pertenecientes a una logia figuran Beethoven (aunque hay alguna incertidumbre sobre esto), Liszt (primero miembro de la logia Zur Einigkeit, y más tarde de la gran orden berlinesa Zur Eintracht), Spohr, Puccini, Boito, Elsner, Ole Bull, John Philip Sousa, el musicólogo alemán Hugo Riemann, etc..
La masonería reunió entre sus miembros o simpatizantes de las logias un sinfín de personalidades activas en los campos literario y musical, desde Swift, Haydn o Mozart, hasta Goethe, Stendhal, Liszt o Puccini.
La masonería reunió entre sus miembros o simpatizantes de las logias un sinfín de personalidades activas en los campos literario y musical, desde Swift, Haydn o Mozart, hasta Goethe, Stendhal, Liszt o Puccini.
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