En las Homilías sobre los Salmos de Asterio el Sofista, recientemente editadas por Marcel Richard, encontramos un curioso pasaje sobre la traición de Judas.
Se trata de un comentario al Salmo II, 2: «El justo ha fallado. Ha acortado el reloj (úqoXóyiov) de los Apóstoles. Del día de doce horas (SuSexáwgoi') de los discípulos ha hecho un día de once horas. Ha privado de un mes al año (évíavTov) del Señor. Y por eso es en el Salmo undécimo donde se cuenta la lamentación de los Once sobre el Duodécimo » (Hom. Salm., XX, 14, p. 157). Y más adelante, a propósito del abandono de Cristo por los Apóstoles: «Con las tres, todas las demás horas de los Apóstoles huyeron del día. Las horas del día se convirtieron en horas de la noche durante la Pasión, cuando el propio día, que es imagen de los Apóstoles, fue cambiado».
Nos encontramos en presencia de una alegoría en la que se compara a los doce Apóstoles, ya sea a las doce horas del día, ya sea a los doce meses del año. Esto no es una invención de Asterio, sino que se encuentra también en otros autores del siglo IV. Por ejemplo en San Ambrosio: "Si toda la duración del mundo es como un solo día, sus horas hay que contarlas por siglos".
Puesto que el día tiene doce horas, en un sentido místico, Cristo es el verdadero Día. Tiene sus doce Apóstoles, que han resplandecido con la luz celestial, en quienes la gracia tiene sus diferentes fases» (Exp. Luc., VII, 222; S.C., p. 92). Lo curioso de este texto es que el tema de los Apóstoles, simbolizados por las doce horas, se relaciona con el de Cristo, considerado como el día. Este último símbolo es muy arcaico y se remonta al judeocristianismo.
Nos preguntamos si sucede lo mismo con el de las doce horas.
En San Agustín encontramos el mismo simbolismo: «No han podido entrar en pleno día, cuyas doce horas resplandecientes son los Apóstoles». Pero ya antes se encuentra en Zenón de Verana, quien compara a los doce Apóstoles con los doce rayos del sol, es decir con los doce meses (Tract., II, 9, 2). Más explícito aún es otro pasaje: «Cristo es el día verdaderamente eterno y sin fin, que tiene a su servicio a las doce horas en los Apóstoles, a los doce meses en los Profetas» {Tract., II, 45). Franz-Joseph Dolger, quien ha estudiado estos textos de Zenón, recuerda las representaciones grecorromanas del sol con doce rayos, que simbolizan los doce meses.
En el siglo III aparecía ya el mismo simbolismo, tanto en territorio griego como en el latino. Metodio de Olimpo escribe que «el conjunto de los Apóstoles, que corresponde a las horas del día, recibe el nombre de día espiritual, que es lo mismo que la Iglesia» (De Sanguisuga, IX, 3; G.C.S., 487). La única diferencia es que el día simboliza a la Iglesia, en vez de a Cristo. Orígenes, por su parte, alude a este simbolismo: «Se puede probar que las neomenias, es decir los nuevos meses, están cumplidos en Cristo, sol de justicia, y en los Apóstoles» (Com. Rom., V, I). Por parte latina, el De Paschae cumputus, atribuido a San Cipriano, desarrolla también esta comparación: las doce horas y los doce meses simbolizan a los doce Apóstoles; las cuatro divisiones del día y las cuatro estaciones del año simbolizan a los cuatro evangelios (19; C.S.E.L., 23-26). La representación de las cuatro estaciones alrededor del sol también era familiar al arte helenístico, como recuerda Dólger (Op. cit., pp. 54 y sig.)
Si nos remontamos al pasado, encontramos de nuevo este simbolismo en un autor muy influido por el judeocristianismo.
Se trata de Hipólito, quien escribe: «El (el Salvador), Sol, una vez que se levantó del seno de la tierra, mostró a los doce Apóstoles como doce horas; porque por medio de ellas se manifestará el Día, como dice el profeta: «Este es el Día que hizo el Señor (Sal.,CXVII, 24). Y en cuanto a lo que dice: «A lo largo de los meses que se van añadiendo (Deut., XXXIII, 14), significa que una vez reunidos, los Doce Apóstoles, como doce meses, han anunciado el Año perfecto, que es Cristo. El profeta dice también: Anuncia un año de gracia del Señor (Isaías, LXI, 2). Y puesto que Día, Sol y Año eran Cristo, hay que llamar Horas y Meses a los Apóstoles» (Ben. Moisés; P.O., XXVII, 171).
Este texto no podría ser más explícito. Por una parte reúne la doble simbología de las doce horas y los doce meses. Además designa explícitamente a los Apóstoles como horas y meses. Y, por fin, relaciona esta simbología con la designación de Cristo como día. Y, además, con la de Cristo como año. Los textos citados son principalmente el Salmo CXVII, 24, para la simbología del día, e Isaías, LXI, 2, para la del año. San Ambrosio se refería a Génesis, II, 4: «Es el día del nacimiento del cielo y la tierra».
Ahora bien, todos estos textos forman parte del conjunto tradicional de la simbología de Cristo como día. El hecho de que Hipólito y Ambrosio relacionen un tema con otro sugiere que el primero ha influido sobre el segundo, aunque esto no pueda afirmarse tajantemente.
Hay otro grupo de textos que nos ofrece el tema de los doce meses. Son los escritos pseudo clementinos cuyo origen judeocristiano es bien conocido. Se trata de pasajes que provienen de la capa más antigua, de una polémica contra Juan Bautista: «Del mismo modo que el Señor tuvo doce Apóstoles, de acuerdo con el número de los doce meses del sol, también Juan tuvo treinta discípulos principales, de acuerdo con el cómputo mensual de la luna. Entre estos discípulos había una mujer, Elena. Esto mismo no es debido al azar, ya que, no siendo la mujer más que la mitad de un hombre, el número de treinta queda incompleto, como sucede con la luna, cuya rotación deja incompleto el curso del mes» (Hom., II, 23)5. Este extraño pasaje tiende a probar que Juan Bautista es el antepasado del gnosticismo de Simón. Pero no es éste el aspecto que nos interesa ahora. Los Reconocimientos clementinos vuelven sobre el mismo tema. Por una parte, los treinta discípulos se asimilan otra vez al mes lunar: «Después de la muerte de Juan Bautista, Dositeo puso los fundamentos de una secta, con otros treinta discípulos (de Juan) y una mujer llamada Luna —por esta razón los treinta parecen representar el curso de la luna» (Rec., II, 8). Pero el tema de los doce Apóstoles también aparece: «Hay un solo profeta verdadero, cuya palabra anunciamos nosotros, los doce Apóstoles.
El es el año aceptable (Isaías, LXI, 2), cuyos doce meses somos nosotros, Apóstoles» (Rec., IV, 37). El parentesco con Hipólito es particularmente chocante, con la misma alusión a Isaías, LXI, 2.
Estos últimos textos nos colocan en presencia de un sincretismo judeocristiano, donde se conjugan el simbolismo astral y el dato evangélico, y que parece ser el ambiente común a la gnosis simoniana, por una parte, y al ebionismo, por otra. Así que ya no podemos sorprendernos de volver a encontrar estos temas simbólicos en el gnosticismo, si bien trasladados a su propia visión, es decir que los doce meses, por una parte y los doce Apóstoles, por otra, se convierten en símbolos de la Dodécada de los Eones. Esto se ve sobre todo en Marcos el Mago. Por una parte, «la luna, que recorre el cielo en treinta días, representa el número de los treinta eones. Y el sol, que lo recorre y lleva a término su ciclo en doce meses, manifiesta la Dodécada (de los eones) por medio de los doce meses». Lo mismo sucede con las doce horas del día. Los doce Apóstoles, por su parte, representan también los doce eones.
Aún aparecen rasgos más precisos. «La Pasión sufrida por el duodécimo eón está representada por la apostasía de Judas, que es duodécimo Apóstol, y por el hecho de que tuvo lugar el duodécimo mes. Se supone, en efecto, que, después de su bautismo, Cristo predicó durante un año» (I, 3, 3. Ver también II, 20, 1-5). Volvemos a encontrar aquí la relación con Judas, que veíamos en Asterio. También encontramos una antigua interpretación de Isaías, LXI, 2 (II, 22, 1) sobre «el año aceptable», donde se ve una predicción del hecho de que el ministerio de Cristo durara solamente un año. Esta es una interpretación literal, que aparece también en Clemente de Alejandría.
Ireneo, por el contrario, ve en este año el tiempo de la Iglesia (II, 22, 2), lleno por la predicación. Los elementos simbólicos son los mismos, pero las interpretaciones divergentes.
Aún encontraremos en los gnósticos algunos paralelismos, más decisivos todavía, con los ebionitas y los católicos en la cuestión que nos interesa. Clemente de Alejandría, al transmitirnos las enseñanzas de Teodoto, escribe: «Los Apóstoles han sido sustituidos (por él) por los doce signos del Zodíaco, ya que, igual que la generación está regulada por ellos, la regeneración está dirigida por los Apóstoles» (Except., 25, 2). El P. Sagnard remite, con razón, en una nota —con un error de referencia: 23, en vez de II, 23— a las Homilías Clementinas. Y es que nos encontramos, en efecto, en el mismo contexto. La sustitución de los Apóstoles por los Cosmociatores, de la libertad evangélica por la cautividad del destino está admirablemente expresada aquí, sea cual sea el sustrato del autor. Y además se menciona explícitamente los doce signos del Zodíaco.
Volvemos a encontrar estas especulaciones en los tratados gnósticos posteriores. La Pistis Sophia está llena de ellas. Los doce eones forman el día; la hora del medio día es Adamas, el duodécimo eón (67; Schmidt, 107). Se trata de una alusión al Salmo 90, 6. Es un rasgo notable la oposición entre las doce regiones de los eones y la decimotercera, que es superior a ellos (50; Schmidt, 69). Hasta ahora no habíamos encontrado este tipo de oposición, aunque también aparece en San Esteban, con una perspectiva ortodoxa: los Apóstoles son los doce días, Cristo es el decimotercero (Himn. Epifam., I, 11). Este tipo de oposición parece puramente oriental, lo que nos prueba que la simbología que estamos estudiando no es específicamente grecorromana.
Hay otro pasaje de la Pistis Sophia que merece nuestra atención. Se trata de un comentario sobre Lucas, XXII, 28-30: «Os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».
Nuestro autor ve en este pasaje la restauración de los doce salvadores en las regiones celestes de cada uno de ellos, y el papel de los doce apóstoles en esta restauración (hiroxaiábíaois) (50; Schmidt, 68). En Orígenes encontramos una exégesis muy semejante (Com. Mat., XV, 24), inspirada a la vez en Génesis, XLIX, 27 y en Lucas, XXII, 30. Las doce tribus representan a los pueblos celestes, los padres de las doce tribus son doce astros; los pueblos celestes serán juzgados por los doce Apóstoles. Las dos exégesis son exactamente paralelas. Orígenes es aún más preciso que la Pistis Sophia al asimilar a los doce patriarcas con los doce astros, que presiden las doce regiones celestes; esto es evidentemente una alusión al Zodíaco.
Otra obra gnóstica tardía, publicada por Cari Schmidt, nos da también una pista interesante. Un Unigénito está presente en ella manteniendo en la mano derecha las doce paternidades, representadas en los doce Apóstoles, y en la izquierda las treinta potencias (Svmfieis). Todas estas potencias rodean al Unigénito como una corona, según la palabra de David: «Alabaré la corona del año con tu bondad» (Sal, LXJV, 12). Y la multiplicación de los doce Apóstoles por las treinta Potencias corresponde a los doce meses de treinta días que forman el año. Está claro que aquí también, debajo de la especulación del autor, tenemos un paralelismo de los doce Apóstoles con los doce meses, correspondiente a una simbología del Unigénito como el año perfecto. La cita del Salmo LXVI, 12 es aquí particularmente interesante porque sin duda forma parte del tema de Verbo como año perfecto.
También nos lo confirma un grupo de textos relacionados con el epíteto éviaúoios, «de un año de edad», que se aplica en Exodo, XII, 3 al cordero pascual. Gregorio Nacianceno comenta el epíteto de este modo: «Se dice que tiene un año de edad como el sol de justicia, llegado de Arriba, como circunscrito en su ser visible y volviendo sobre sí mismo, como corona bendita de bondad (Sal.,LXIV, 12) y en todo igual y semejante a sí mismo». Algunos autores latinos relacionan este epíteto con la duración de un año del ministerio de Cristo. Como Gregorio de Elvira: «Se le llama anniculus, porque desde que fue bautizado por Juan en el Jordán, habiéndose cumplido el tiempo de su predicación, Cristo sufrió, según la profecía de David: Bendecirás la corona del año con tu bondad».
Gaudencio de Brescia desarrolla con más amplitud el tema:
«Es anniculus porque, desde el bautismo que recibió por nosotros en el Jordán hasta el día de su Pasión, hay un año cumplido... Es el año aceptable del Señor (Isaías, LXI, 2), del cual Jesús, leyendo en la sinagoga, atestigua que ha sido escrito sobre su persona en el Libro de Isaías (Lucas, IV, 21). Este hecho es el que el profeta bondad (Sal., LXIV, 12): éste es el círculo victorioso bendito por las obras de la bondad de Cristo» (Serm., 3; P.L. XX, 865 B-866 B). Estamos ante una tradición occidental sobre la duración de un año de la vida de Cristo que se encontraba en Tertuliano y durará hasta San Agustín. Es paralela a la que encontramos en Alejandría, en Clemente y en los gnósticos. Pero el interés del pasaje consiste en que es el primero en que encontramos agrupados el Salmo LXIV, 12 e Isaías, LXI, 2, que son los dos textos mayores para el tema de Cristo como año.
Volvamos al punto de partida de esta breve investigación, para sacar una conclusión. Tanto en los escritos pseudo clementinos, como en el gnóstico Teodoto y en Hipólito de Roma encontramos una simbología de los doce Apóstoles como las doce horas, los doce meses, los doce signos del Zodíaco. Nd se puede pensar que estos diferentes autores dependan unos de otros. Sino que todos parecen orientamos hacia un entorno judeocristiano.
¿Podemos explicamos la génesis de esta simbología a partir de dicho entorno? Esto nos permitiría considerar que se trata de una simbología muy primitiva, que habría sobrevivido en cierto número de autores cristianos.
Parece que esto es así. Nuestra simbología parece descansar sobre algunos datos judíos pertenecientes al medio en que apareció el cristianismo. Notemos, en primer lugar, que los signos del Zodíaco eran representaciones familiares en el judaísmo helenístico, pero parece que sucedía lo mismo con el judaísmo palestino.
Goodenough constata que las figuras del Zodíaco estaban representadas en las sinagogas palestinas desde el siglo I antes de nuestra era. Más tarde, en la sinagoga de Bet Alfa, aparecen acompañados por sus nombres en hebreo. Epifanio nos dice que los «Fariseos habían traducido al hebreo los nombres de los doce signos». Y Josefo, al describir el velo del Templo, explica que en él estaba representado todo el cielo, salvo los signos del Zodíaco, lo que demuestra que esto hubiera podido ser normal. Era tentador establecer una relación entre esta simbología de los doce signos del Zodíaco y la de los doce Patriarcas judíos.
De hecho, en Filón, es decir, en la época de Cristo, vemos, en algunos empleos de la cifra doce, tan pronto una referencia cósmica a los doce signos del Zodíaco11, como una referencia histórica a los doce Patriarcas. Estas dos simbologías debían converger, sin duda. Y eso es lo que encontramos, de hecho. Para Filón, las dos gemas de esmeralda, colocadas sobre los hombros del gran sacerdote y en cada una de las cuales están escritos los nombres de seis Patriarcas, simbolizan los signos del Zodíaco (Quaest. Ex., II, 109). Y no sólo eso, sino que, al explicar el simbolismo de las doce piedras que se encuentran en la placa de metal que el gran sacerdote lleva colgada sobre su pecho, establece un paralelismo entre los Patriarcas y los signos del Zodíaco.
Citemos este texto: «Las doce gemas son figura de los doce animales del Zodíaco. Es el símbolo de los doce Patriarcas, puesto que sus nombres están grabados en ella, como si fueran estrellas y de este modo se atribuyera a cada uno su constelación (fóobiov). En realidad, cada Patriarca se convierte en una constelación, como una imagen celeste, como si los jefes de pueblos y los Patriarcas no estuvieran ya en la tierra, como simples mortales, sino que se hubieran convertido en plantas celestes, que circulan por el cielo, en el que están plantados» (Quaest. Ex, II, 114). Y Filón continúa haciendo ver en ello una especie de ideas permanentes, cuyo sello sería susceptible de reproducir innumerables ejemplares, hechos a su imagen.
Este extraordinario texto ofrece una doctrina específicamente filoniana sobre la inmortalidad estelar de los Patriarcas, que nos recuerda lo que Tatiano echaba en cara a los paganos, diciendo que transportaban al cielo a los animales que eran objeto de su adoración. Pero, al mismo tiempo, Filón aparece aquí como testigo de un simbolismo que no le es propio. Esta analogía entre los Patriarcas y los animales del Zodíaco podía apoyarse en el hecho de que en la célebre profecía de Gen., XLIX, 27, se compara a Judá con un león, a Isacar con un asno, a Dan con una serpiente, a Neftalí con una cierva y a Benjamín con un lobo.
Y, de hecho, el Libro de los Jubileos (XXV, 6) asimila a los doce Patriarcas con los doce meses. Hartvig Thyen ha hecho notar, además, las relaciones entre la homilética judía contemporánea de Cristo y el arte de las sinagogas. Y también menciona el Zodíaco. Por otra parte, la tradición rabínica ha conservado este simbolismo. Y no parece que lo haya tomado de Filón. Es más, da la impresión de que este simbolismo se haya aplicado no sólo a los doce meses, sino también a las doce horas: «Doce príncipes serán engendrados. Las tribus están determinadas siguiendo el orden del mundo: el día tiene doce horas, el año doce meses, el Zodíaco doce signos. Por eso se ha dicho: Todas estas cosas son las tribus de Israel».
A partir de ahí era muy fácil transportar este simbolismo zodiacal de los doce Patriarcas a los doce Apóstoles. Tenemos la suerte de poseer un texto donde se capta este paso. Es un pasaje de Clemente de Alejandría, que aún no hemos mencionado.
Se habla en él del simbolismo de las vestiduras del gran sacerdote. Y Clemente tiene que depender aquí de Filón: «Las doce piedras ordenadas en filas de cuatro sobre el pecho nos describen el ciclo del Zodíaco con los cuatro cambios de estación. También se puede ver... a los profetas que designan a los justos de cada alianza. Si decimos que los Apóstoles son a la vez profetas y justos, no nos equivocaremos» (Sírom., V, 6, 38, 4-5). El paso de los Patriarcas a los Apóstoles aparece aquí retratado en vivo.
Esta es la historia de nuestro simbolismo, tal como nos aparece. Al principio tenemos la utilización de los signos del Zodíaco como motivo decorativo en el arte judeohelenístico. Lo cual lleva a los rabinos a comentarlo simbólicamente, viendo en él la imagen de los doce Patriarcas. En Filón, este simbolismo se convierte casi en una mística cósmica. Los judeocristianos se apropiarán de este simbolismo para aplicarlo a los doce Apóstoles.
Se asociará con el de Cristo, considerado como día y año. Aparecerá, tanto entre los miembros de la gran Iglesia como entre los ebionitas y los gnósticos. Se pueden observar, de hecho, influencias recíprocas. Asterio, por ejemplo, parece depender de ciertos datos tomados de los gnósticos. Al lado de la simbología de los doce Apóstoles podrían aparecer algunas más, como la curiosa aplicación del Zodíaco a los nuevos bautizados que hace Zenón de Verona.
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