El Orador no existe en el Rito Emulación. En Francia, en 1737, la Logia Coustos-Villeroy no tenía Orador; pero en ese mismo año aparece ese oficial puesto que Ramsay es mencionado como Gran Orador y que es en cumplimiento de esas funciones que redacta su famoso discurso. Según consta en las actas de policía halladas por Pierre Chevalier (cf. "Historia de la Masonería en Francia, T.1), sabemos que el cargo existía en 1744 en todas las Logias. De allí se extendió a todos los países a donde se diseminó la Masonería francesa.
En los ritos francés y escocés, el Orador es el cuarto oficial de la Logia. Se siente en el Oriente, a la izquierda del Venerable, frente al Secretario. Sus funciones son dobles: es el custodio de la Ley y, por otra parte, pronuncia discursos con ocasión de las ceremonias y saca las conclusiones de los trabajos al final de cada tenida. En el Rito Escocés Rectificado no le es permitido improvisar. Los discursos que deben pronunciarse en cada ceremonia, cuando se producen "pasos" de un grado a otro, forman parte del ritual y el Orador se limita a leerlos.
Su función de custodio de la Ley le brinda poderes muy grandes. Puede oponerse a cualquier deliberación que sea contraria a las Constituciones o al reglamento general. Es el único oficial que puede efectuarle observaciones al Venerable durante una Tenida. En el curso de una discusión puede intervenir sin pedir la palabra, si la intervención es "en interés de la Ley". Después de cada discusión, y antes de pasar a la votación, el Venerable le solicita al Orador sus conclusiones y éste las da sin tener que motivarlas. La Logia sólo puede votar sobre las conclusiones del Orador.
La joya del Orador a veces consta de un libro sobre el cual está escrita la palabra "Ley", o a veces consta de las tablas de la Ley.
Según el simbolismo sefirótico, él es "Jojmáh", la Sabiduría. En el plano cósmico corresponde al Sol. En la Estrella de seis puntas (el sello de Salomón), es una de las dos puntas superiores del triángulo "descendente" que organiza la Logia. Si representamos la Logia como un hombre acostado, forma junto con el Hospitalario el brazo izquierdo.
En su calidad de custodio de la Ley, el Orador debe conocer perfectamente las Constituciones y los Reglamentos de la Obediencia. Eso plantea un problema si se observa con la perspectiva de la Enseñanza iniciática. La Logia es la única estructura conforme a dicha Enseñanza. La Obediencia no lo es. La Obediencia es una federación de Logias y su vocación es de índole administrativa: administrar los locales, facilitar la circulación de las informaciones necesarias para las Logias, poner a disposición de éstas los servicios que necesiten. Las Logias, estén o no federadas, son siempre Logias. Cuando deciden constituir Obediencias, constituyen asambleas formadas por Maestros designados por ellas y encargan a dichas asambleas la administración de lo necesario para atender los problemas comunes a todas las Logias. Por lo demás, el Rito está manejado por un Consejo independiente de la Obediencia. Estas asambleas redactan Reglamentos que son sometidos a la aprobación de las Logias y que, después de una votación favorable de parte de los delegados de las Logias, adquieren fuerza de ley. Es útil disponer de reglamentos que aseguren el buen funcionamiento de las Logias y que eviten el desorden que podría sobrevenir si no se dispusiera de referencias sólidas en cuanto a las normas del Oficio. No podemos evitar la existencia de reglas escritas y hay que codificar los usos que han demostrado su bondad. No obstante, a veces ocurre que hay reglamentos emanados de la Obediencia que entran en contradicción con las normas del Oficio, cuando restringen la libertad de la Logia en lo concerniente a la naturaleza de los trabajos, la selección de los solicitantes iniciables, en cualquiera de los tres grados, la duración de los mandatos de los oficiales y otras actividades de esa índole.
Una Logia masónica es libre y soberana. Cuenta con una patente para la práctica de un Rito; pero, por fuera de eso, no requiere de ninguna autorización para reunirse y para trabajar como bien le parezca. Puede aceptar los visitantes que le plazca y rechazar aquellos que no cuenten con su concepto favorable. Y ello en absoluta libertad. Puede iniciar a quien le parezca y transmitir los tres primeros grados en la forma que considere más conveniente.
Lamentablemente, a partir del siglo XVIII, las Obediencias, que en un comienzo eran simples emanaciones de las Logias, se convirtieron en "potencias", en el sentido profano del término, que confiscan a su provecho la autoridad y el poder en campos relacionados con lo espiritual, con las ideas y la enseñanza misma. A medida que las Obediencias comienzan a pontificar en materia de enseñanza, las Logias se van reduciendo a la función de "células de base", lo cual no está para nada conforme con los usos del Oficio. En la Masonería la decadencia se mide a través del poder de la Obediencia, que es inversamente proporcional a la calidad del trabajo en Logia. ¿Qué puede pensarse de la calidad de la Enseñanza en una Logia cuyo Venerable tiene que estarle pidiendo todo tipo de autorizaciones a las "instancias superiores" de la Obediencia y que le entrega servilmente su mallete a los "Dignatarios" que lo honran con una visita; cuyo Orador no es más que el ojo de la Obediencia y garante de la conformidad de las prácticas del Taller con reglamentos impuestos; y cuyos visitantes, en lugar de ser retejados según las normas del Oficio, son admitidos mediante la simple presentación de una tarjeta que lleve impreso el sello obligatorio?
¿Cómo puede trabajar una Logia si no tiene confianza en las herramientas de que dispone? ¿Teniendo la Plomada, necesita acaso de una autoridad "superior" para trazar la vertical? ¿Teniendo el Nivel, no es acaso capaz de establecer la horizontal? ¿Teniendo la Escuadra y el Compás, necesita acaso de ayuda externa para trazar el Triángulo y la Estrella? ¿Disponiendo del Volumen de la Ley Sagrada, no es capaz de leerlo e interpretarlo por sí misma? Tiene todo lo necesario para progresar en el Arte, para construir, para enseñar, para juzgar, ¿y todo eso no le basta?
Felizmente, la tendencia en nuestros días está invirtiéndose y las Logias aprenden a emplear sus herramientas. Los Francmasones son cada vez más exigentes hacia los antiguos y para consigo mismos. Poco a poco la Obediencia está retornando a ser aquello que nunca debió dejar de ser: un organismo administrativo al servicio de las Logias, ni más, ni menos.
Por ello, si el Orador está a la altura de sus funciones, se percibe a sí mismo como Custodio de la Ley y no se deja reducir al papel de servidor incondicional de un reglamento. La Ley es, ante todo, el espíritu y no la letra. Un Maestro coloca el compás sobre la escuadra, y por lo tanto "conoce" la primacía del espíritu y vive dicho conocimiento en toda su profundidad. El Orador es un Maestro avezado que conoce el Arte, la historia del Oficio, la Historia de la Francmasonería, la naturaleza y el alcance de la iniciación. Sabe juzgar un texto, situarlo en un contexto, conoce las normas y los usos, en suma, es, como se lo muestra el simbolismo, la sabiduría y el sol.
¿Para qué nos reunimos en Logia si no es para poner en obra una pedagogía que favorezca el surgimiento de un nivel superior de conciencia? El Orador participa en esa labor. Tiene, por lo tanto, que ser, como todos los demás Oficiales y Hermanos, un creador, un incitador. El sol brilla. De él emanan calor y luz.
Nadie puede pretender que está completamente calificado para ocupar este cargo; pero cada Maestro debe aceptar este Oficio si sus Hermanos se lo confían y el sólo hecho de ejercerlo le ayuda a progresar y a adquirir las cualidades necesarias... si verdaderamente así lo desea.
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