Para nuestra ciencia es bueno, al menos ahora y en
estas latitudes, que la transmisión oral haya ido creciendo poco a poco el paso
a la palabra escrita e impresa. El lector de buena voluntad cuya paciencia le
ha permitido llegar hasta estas líneas goza de un indiscutible privilegio sobre
el discípulo instruido directamente bajo la forma oral. En efecto, al contrario
de lo que ocurre con este último, el lector no puede formular preguntas, y,
ciertamente, allí se encuentra el comienzo de la sabiduría.
(Ha’haresch
va’a’alef’khâ’Hô’khumâh, dice la palabra del Libro de Job, XXXIII:
33, que hemos incluido en nuestro Pîrqê Meqoubâlîm). Calla, pues
quien pregunta se equivoca, y ¿cómo podría el cabalista dialogar con aquel que
se equivoca?
Observa: la misma palabra que un ejercicio de lectura
cabalística simplificada ha hecho parecer familiar, a menudo suele tomar un
giro original. Hace aun saber a qué joyero o tallador corresponde el trabajo.
Una frase, un teorema, un silogismo de afortunada memoria, que parece accesible
al entendimiento, puede surgir bajo un contexto nuevo, y entonces entra en
juego Da’ath Elyôn, la
Ciencia del Altísimo. La palabra hebrea es de tal naturaleza,
que apoya, e incluso solicita, la repetición. Es esta ciencia nunca se hacen
«reediciones», sino referencias al orden cabalístico. Un tratado de ciencia
sagrada no es un discurso político.
He aquí otra faceta de la Ley. He aquí uno de los
pasos hacia el gran secreto. Suponemos un lector poco distraído y de buena
memoria. ¿Han quedado, pues, bien grabadas estas frases en su mente? Es bueno
repetirlas, volver sobre ellas sin prisa, como si las descubriésemos por vez
primera. Entonces veremos que aquella palabra, aquel epíteto, aquella fórmula,
al ser iluminados por el conocimiento, adquieren su más elevado sentido y se restituye
a la palabra a su significado último y primordial.
Aquel que se extrañe por la formulación de nuestros
silogismos, sin incluir en ellos proposiciones menores, sería, sin lugar a
dudas, un ignorante de las cosas hebreas, alejado incluso de toda sapiencia. Es
así como, para facilidad de aquellos buscadores puros de intención, en su
conquista de la Luz Divina ,
habrá mayor provecho en esta cábala del
oro filosofal que la que encontrarían en una conjunción coordinada.
Cábala del Oro Filosofal
Cábala del Oro Filosofal
1. Nuestra Ciencia proviene de la
Mente suprema. Ella es un don del Dios Vivo.
2. La Cábala del oro
filosofal exige atención en la lectura, repetición de la misma, tiempo,
cuidado y paciencia, pues sus tratados son diversos y difíciles de comprender.
No hay mejor tratado del oro filosofal
que la Palabra
hebrea. «Buscad y leed en el Libro del Señor», ha dicho el profeta Amós
(XXXIV: 16)
3. Elemental y sagrada, exacta y natural, tal es nuestra ciencia. Es por
la meditación de la Palabra
que el hombre podrá asir el principio del polvo
del oro (Afrôth Zâhâv), como está escrito en el Libro de Job
(XXVIII: 6). Se llega a él por un camino que no conoce el ave de presa, que no
llega a distinguir el ojo del buitre. Pero la sabiduría ,
¿dónde encontrarla?
4. El sabio observa el trabajo de la naturaleza y regula la hora en la
esfera celeste.
5. La sabiduría es el número del golem, el cual es setenta y tres.
7. Cuando la tierra era tohou y el Fuego sagrado cubría tehom,
el Trono de fuego se cernía sobre la superficie de las aguas. Así comenzó la
clarificación de la materia.
8. Hubo en seguida separación entre la luz y las tinieblas, entre las
aguas y las aguas. Luego, el sol y la luna reflejaron sus rayos sobre la
tierra.
9. Roja era la tierra del jardín del Edén, y el
río que de allí salía se dividía en cuatro
brazos.
10. El primero de ellos se denomina Pichôn. Baña en su contorno la tierra
de havilah,
donde se encuentra el oro. El oro
de esta tierra es puro, nos dice la Escritura , y también se encuentran allí el
bedelio y el ónice (Chôham)
11. El río es mé'khîl-kaspîth mé-khîl-zâhâv, cuando los cuatro brazos forman el even-’ha’khamim. Se le llama también bath-shabthaï, que es el plomo
sagrado.
12. La Cábala de Abel-Caín está contenida en el
teorema de Rabí José, de feliz memoria. Uno sube de un lado, uno desciende
hacia abajo, del mismo lado, uno penetra entre los dos, dos engendran un
tercero, y tres entran en uno solo. Y Caín será marcado por una señal.
13. Primera premisa del teorema de Rabí José: Uno emana rayos de todos los
colores.
14. Los días del agitamiento de las
aguas son cuarenta, y para su crecimiento se cuentan ciento cincuenta
días. Al comenzar a decrecer, Noé abrió la ventana del arca del cuervo negro.
15. La
estrella de los sabios brilla entre el Dalet y el He,
y es la hamassah. Ello se
produce por urnistar, que es el fuego secreto y no el fuego oscuro.
16. Dieciocho fases van desde la estrella de los sabios hasta la estrella
de David.
El número total de fases es de veintidós, igual que el de las letras hebreas
fundamentales. Mas si yvhv novela
sobre su glorificación, es vano contar a partir de Aleph.
17. Im-lô thîchmôr la’assôth äth-kôl-dîvéï ha Thôrâh ha-zôth hakhethuvîm
baséfer hazeh l’îrâh äth-haChem hannî-khbâd ve-hannôrâ hazeh äth yvhv Elôhér'khâ, tú no hallarás punto de
apoyo.
18. Desde la cabeza cortada hasta el récheh dî-dehav, que es la cabeza
de oro (Daniel,
II: 32), el principio del even
surgirá en los días de Salomón, cuando la luna esté plena. Así, se tornará
volátil el grafit extraído.
19. El fuego secreto permitirá
la disolución del compuesto. La thamsith astral
permitirá la hamra ’ah. La Hamassah
permitirá la hafra ’ah. La preparación del grafit ardiente, seguida de la cocción
del nethe’kh, permitirá descubrir la luz
del incremento.
20. Allí estará el oro filosofal
como el oro celeste del séptimo grado. Él lo ilumina todo.
21. Todo está contenido en uno.
22. Gloria al Nombre.
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